A propósito de un verso de Virgilio – III
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A propósito de un verso de Virgilio – III
William Shakespeare
Romeo y Julieta es una tragedia en cinco actos que William Shakespeare escribió entre 1595 y 1596. Está basada en un poema extenso de Arthur Brooke de 1562, pero en la raíz de esta historia se encuentra la historia de Píramo y Tisbe incluida en las Metamorfosis del poeta romano Publio Ovidio Nasón. Se trata de una obra en la que triunfa el más puro amor y que ha tenido mucha e ininterrumpida fama hasta nuestros días. De esta obra se origina una música para ballet de Prokófiev del mismo nombre, el conocido musical estadounidense West Side Story, y canciones de rock de grupos o cantantes como Dire Straits o Tom Waits, entre otras muchas pervivencias.
La obra se desarrolla en Verona donde los protagonistas se enamoran de una manera radical y fulgurante en una fiesta, de tal manera que el atávico odio que sus dos familias, los Capuleto y los Montesco, se profesan entre sí , los obliga a casarse en secreto gracias al auxilio de fray Lorenzo, franciscano amigo de los Capuleto. Pero entonces un ominoso encuentro sucedido en el mismo día de las nupcias entre Teobaldo, un primo de Julieta, y Mercucio, del séquito de los Montesco, termina con la muerte del primero en duelo a manos de Romeo. El príncipe de Verona decreta ipso facto el destierro del joven Montesco y amenaza con quitarle la vida si éste no se cumple al rayar el alba del día siguiente.
Julieta, no obstante apenada por la muerte de su primo, acoge a su ya marido en su alcoba al llegar la noche. Es entonces cuando tendrá lugar su primer encuentro amoroso, que será necesariamente breve, pues Romeo ha de partir a la mañana siguiente camino de Mantua so pena de ser ejecutado por la guardia del príncipe Escala.
Cuando la aurora empieza poco a poco a superar las tinieblas de la noche, los dos amantes muestran su cariño mutuo y su desgarro ante lo inevitable de la separación en un bellísimo diálogo.; recuérdese, Acto III, Escena V, al oír cantar un ave:
JULIET: “wilt thou be gone? It is not yet near day;
It was the nightingall, and not the lark.”
ROMEO: “it was the lark, the herald of the morn…
I must be gone and live, or stay and die.”
En castellano reza como sigue:
JULIETA: “¿Quieres marcharte ya? Aún no es de día:
No era la alondra, sino el ruiseñor.”
ROMEO: “Era la alondra, la que anuncia el alba…
Si me voy, viviré, y si me quedo, moriré.”
Y va a ser en el momento final de este breve encuentro, cuando se pronuncien estos versos, que llamaron mi atención y que motivaron la inclusión del bardo inglés en este escrito: en medio de constantes cambios de actitud, entre la desesperación y la confianza:
JULIET: “O, thinkst thou we shall ever meet again?”
ROMEO: “I doubt it not; and all these woes shall serve
For sweet discourses in our times to come.”
Ahora en versión castellana, en endecasílabos de Josep Maria Jaumà:
JULIETA: “¿Crees que volveremos a encontrarnos?
ROMEO: “Sin duda, y estas penas servirán
En el futuro para dulces charlas.”
Observamos aquí que al igual que en el verso virgiliano, “forsan et haec olim meminisse iuuabit”, la situación de naufragio y desamparo de los troyanos de Eneas, sumidos en la incertidumbre por el destino de sus amigos y por su propia vida es homologable a este adiós preñado de tristes presentimientos. Confiar en que en un tiempo futuro (“times to come”) todos los problemas que ahora les acucian se habrán esfumado, de suerte que el recuerdo de sus actuales males les produzca agrado, es el único dato positivo de que la psique humana dispone para poder afrontar los duros tragos de la vida. Que la esperanza, como dice el refrán, es lo último que se pierde, y que a falta de cualquier otro asidero, uno se abraza de buen grado a la esperanza. Las circunstancias permitieron que los compañeros de Eneas salieran pronto de aquella enconada situación y favorecieron así que el deseo de su capitán tomara cuerpo, no así ocurrió, por desgracia, con los amantes de Verona, quienes , aunque sus cuerpos descansarán juntos tras sus dramáticas muertes, nunca más intercambiarán palabras, “sweet discourses”, ni caricias.
Yo creo que William Shakespeare, o quien quiera dios que se esconda tras este marbete, conocía el canto V del Infierno de Dante y muy probablemente también el texto de la Eneida.
Si nos fijamos en la escena IV del acto II de la tragedia inglesa, en concreto entre los versos 35-45, que están puestos en boca de Mercucio, personaje procaz y violento que desconoce cualquier tipo de amor que no sea físico o sexual, “pandemos” diría Platón, podremos tal vez reafirmarnos en la idea que acabo de expresar más arriba. Veámoslos:
“Without his roe, like a dried herring. O flesh, flesh, how art
Thou fishified! Now is he for the numbers that Petrarch flow´d
In; Laura, to his lady, was a kitchen-wench-marry, she had a
Better love to berhyme her; Dido, a dowdy; Cleopatra, a
Gipsy; Helen and Hero, hildings and harlots; Thisbe, a gray
Eye or so, but not to the purpose –Signior Romeo, bon jour!”
En español:
“Más escurrido y seco que un arenque. ¡Oh, carne, carne, cómo te has apescado! Ahora sólo está para los versos que Petrarca navegaba. Laura, comparada con su dama, era una fregona, pero a fe que aquélla tenía un amante más capaz de hacerle rimas. Dido, una descuidada; Cleopatra, una gitana; Helena y Hero, fulanas inútiles; Tisbe tenía los ojos algo claros, pero sin comparación. ¡Signior Romeo, bon jour!”
Observemos ahora unos versos del canto V del Infierno, donde Dante pregunta a Virgilio por la identidad de unos personajes que van en fila entonando tristes lamentos:
DANTE: per ch´i´dissi: “maestro, chi son quelle
Genti che l´aura nera sì gastiga?”
VIRGILIO: “La prima di color di cui novelle
Tu vuo´saper “mi disse quelli allotta,
“fu imperadrice di molte favelle.
A vizio di lussuria fu sì rotta,
Che libito fe´licito in sua legge
Per torre il biasmo in che era condotta.
Ell´è Semiramís, di cui si legge
Che succedette a Nino e fu sua sposa:
Tenne la terra che´l soldan corregge.
L´altra è colei che s´ancise amorosa,
E ruppe fede al cener di Sicheo;
Poi è Cleopatràs lussurïosa.
Elena vedi, per cui tanto reo
Tempo si volse, e vedi´l grande Achille
Che con amore al fine combatteo.
Vedi Parìs, Tristano.”
Veamos ahora este texto en versión castellana de los autores antes citados:
“Maestro –dije-,¿qué gentes son aquellas
A las que el aura negra así castiga?
“La primera de entre las que señalas
-dijo- fue emperatriz de muchos pueblos,
Y fue dada a tal punto a la lujuria
Que la hizo ser lícita en sus leyes
Por restarle vigor a su vergüenza;
Sí, Semíramis es; de ella se lee
Que de Nino fue esposa y sucesora,
Imperando donde hoy el sultán rige.
La otra se dio la muerte enamorada,
Tras haber quebrantado la promesa
Hecha a las cenizas de Siqueo.
Luego ves la lasciva Cleopatra,
Y Elena tras ella, cuya falta
Traería consigo tantos males.
Luego aún ves venir al grande Aquiles
Que por causa de amor entró en la lucha.
Ves ahí a Tristán, y ahí ves a Paris…”
Si leemos con atención, veremos que en la enumeración de los lujuriosos del círculo segundo que Dante pone en boca de Virgilio, si nos fijamos sólo en los personajes femeninos, dado que Mercucio sólo citará mujeres, nos encontramos a Semíramis, Dido, Cleopatra y Helena.
Sin entrar en consideraciones acerca de si es lícito llamar lujuriosa a Dido, puesto que ya estaba viuda cuando conoció a Eneas y no se le conocían otros amores, encontramos en el listado que Shakespeare pone en boca de Mercucio los siguientes nombres de personajes histórico-literarios: Laura, Dido, Cleopatra, Helena, Hero y Tisbe.
En primer lugar el escritor inglés prescinde de la reina de Babilonia, enteramente legendaria, y la sustituye por Laura, la amada del poeta Petrarca, a quien también cita. Es evidente que Dante no podía incluirla en su elenco, porque sería seis años después de su propia muerte, cuando Francesco Petrarca habría de conocer a la mujer que estaba llamada a ser su musa y que gracias a su Canzoniere transformaría la literatura de Occidente. Mas a continuación figuran Dido, Cleopatra, y Helena, citadas las tres en el mismo orden en ambos autores, y esto no parece ser una casualidad. Por último el salaz Mercucio incluye a Hero, la heroína del poema de Museo Hero y Leandro, que Dante no podía conocer pues no sabía griego y porque su primera impresión tuvo lugar en la imprenta de Aldus Manutius en Venecia en 1494 y para la que redacta uno de sus célebres prólogos escritos en griego.
Sí que podría sin embargo conocer la versión del mito tratado por Ovidio en las Heroidas, donde se incluyen dos cartas que se remiten ambos amantes, es decir Leandro a Hero y viceversa. Dante sitúa a la joven sacerdotisa de Afrodita entre los lujuriosos tal vez por haber roto sus votos de virginidad debidos a la diosa del amor, paradójicamente, o por haber tenido relaciones sexuales fuera del matrimonio y sin el consentimiento de sus familias, como también les ocurre a Píramo y Tisbe, no estoy seguro, pero estos “peccata minuta” se expían con castigos eternos en el universo del Dante.
La inclusión de Tisbe sí está plenamente justificada por el inglés, porque es el mito fundacional presente en las Metamorfosis de Ovidio que dio origen, aunque no directamente, a la historia de Romeo y Julieta.
La comparación de estos dos textos nos sugiere por tanto que Shakespeare, o la fuente de donde bebía Shakespeare, custodiaba en su memoria el poema de Alighieri y que, por tanto, estaba en disposición de emplear el motivo utilizado por el florentino, tomado a su vez de Virgilio, aunque dándole la vuelta y asemejándolo una vez más al texto del latino. Más o menos así:
Virgilio: “tal vez nos agrade recordar en el futuro nuestras actuales penalidades.”
Dante: “no hay mayor dolor que recordar los tiempos felices estando en la miseria.”
Shakespeare: “los males que ahora nos acucian darán lugar a dulces conversaciones en el tiempo venidero.”
Para terminar este artículo voy a trazar una cadena en el tiempo citando cronológicamente a los diversos escritores que han hecho uso de este motivo a partir de Homero, el padre de la literatura occidental, de en torno al siglo VIII a C, quien influyó en los autores posteriores griegos de la época clásica y helenística. Entre los primeros se encontraba Eurípides, de finales del siglo V a C, de quien heredamos un verso breve de una tragedia perdida y sin contexto alguno, tal vez la Andrómeda. A continuación el poeta de Mantua sabe darle al motivo, extraído de dos fragmentos de la Odisea, una forma bella, simple y elegante, y lo pone en boca de Eneas, el héroe de corazón cansado, engarzándolo en su poema inmortal la Eneida.
Después de la consagración de Virgilio en el Parnaso de las letras latinas muy poco después de su muerte, hallamos dos poetas del siglo I de nuestra era que retoman el mismo motivo; el primero es Marcial, quien en su epigrama dedicado a Antonio Primo hace uso de él aunque con leves variaciones y adaptado a su contexto, pues según mi parecer el bilbilitano tenía en su memoria los versos de Virgilio en el tiempo en que escribía el elogio del estoico general.
El tributo que Publio Papinio Estacio rinde al poeta de Mantua en el verso citado del libro V de la Tebaida me parece fuera de toda duda, tal vez sea el más indiscutible.
Fruto de otra cultura diferente, pero llamado a entroncar en una civilización europea occidental en un futuro próximo añadiéndose a la tradición clásica, se encuentra el fragmento de la Carta a los Romanos de Pablo de Tarso, también del siglo I d C. En puridad no creo que el texto paulino dependa de Homero o Virgilio, y me inclino a pensar que se corresponde más con las características de la religión cristiana que este escritor divulga a la sazón. Sin embargo el triunfo del cristianismo unos siglos más tarde y su imposición en el imperio romano y aún fuera de sus límites, coadyuvará a crear una cultura europea que reúna características de estas dos vertientes: la bíblica judeocristiana y la tradición grecorromana.
El mayor representante hace ahora ocho siglos del intento por conjugar las dos culturas de que hablaba en el párrafo anterior, es Dante Alighieri (Florencia 1265 – Rávena 1321). Su poema religioso la Divina Commedia homenajea a Virgilio convirtiéndolo en su guía del Infierno, pues podríamos decir que para Dante el autor de la Eneida era un “anima naturaliter christiana” y especial objeto de su admiración poética.
Finalmente, en las postrimerías del siglo XVI, influyéndose directamente en la Divina Commedia y tal vez también del propio Virgilio, William Shakespeare coge el relevo y reutiliza el motivo en uno de los momentos poéticos de mayor altura de su tragedia Romeo y Julieta, ni más ni menos que la escena del balcón.
Y hasta aquí llegan nuestras pesquisas. Sin lugar a duda alguna las influencias seguramente continuarán hasta nuestros días, especialmente en países y en culturas que usen todavía de los modelos antiguos y que gusten de imitarlos. También es muy posible que nuestro motivo figure en otras literaturas pertenecientes a otros pueblos antiguos y modernos y que se haya originado por poligénesis, también estoy seguro de esto. Pero nuestro camino se detiene ya y nos basta haber tirado tan solo de un hilo de la gran madeja que constituye la tradición clásica, séame lícito emplear el título otra vez de la obra de Highet. Quizá en un tiempo por venir alguien se alegre de leer estas torpes palabras.
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Santiago Blanco del Olmo
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