Albert Camus, el hombre rebelde – II – Un retrato de Pedro García Cueto

Albert Camus, el hombre rebelde – II – Un retrato de Pedro García Cueto

Albert Camus, el hombre rebelde – II

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Albert Camus, el hombre rebelde – II

   Los años que quedan hasta que Camus pierda la vida en un accidente de tráfico el 4 de enero de 1960, son años de creación, de escritura y de denuncia de la situación mundial.

   Escribe y mucho, entre otras cosas, teatro: El estado de sitio se estrena el 27 de octubre de 1948 en el Teatro Marigny, Los justos el 15 de diciembre de 1949. El estado de sitio tiene como personaje principal la peste, el sistema totalitario, la dictadura. Los justos, obra de teatro que se remonta a la época pre-revolucionaria de los nihilistas, habla de los seres que atentan contra el sistema establecido en busca de un nuevo orden, partiendo de la nada, creando, de nuevo, un sistema que reimplante la justicia en el mundo.

   Si El estado de sitio es una obra alegórica, incomprendida por el público y por la intelectualidad francesa, la obra Los justos no esconde su deseo de mover las conciencias, logrando un notable éxito de público.

  En 1951 llega otra obra fundamental, el ensayo El hombre rebelde, donde pone en solfa todos los males de la época, trata en el libro de escapar al absolutismo ideológico, se opone al espíritu de la intolerancia y del odio. Se trata de un libro filosófico (la filosofía vertebra de una forma esencial la vida de Camus, ya que no entiende el proceso vital sin la reflexión filosófica). Camus llega en el libro a una idea: la libertad no puede darse sin el compromiso, pero la libertad total no existe, hay barreras que impiden una libertad absoluta en el individuo. Toda revolución que no contenga la inteligencia, debe ser rechazada y aunque sabe que la violencia no puede ser evitada, la entiende necesaria solo en circunstancias excepcionales, en las que el hombre ha de luchar por recobrar su libertad perdida.

   Es en la creación donde el hombre libera su prisión, su compromiso con ideologías que acaban defraudand; solo con el hombre mismo y su capacidad de crear puede encontrarse la verdadera libertad. Cito unas páginas del libro, cuando dice, en el apartado dedicado a Rebeldía y arte, lo siguiente:

 “En arte, la rebeldía se acaba y se perpetúa en la verdadera creación, no en la crítica o el comentario. La revolución, por su parte, no puede afirmarse más que en una civilización, no en el terror o en la tiranía. Las dos preguntas que plantea desde ahora nuestro tiempo a una sociedad sin salida: ¿es posible la creación?, ¿es posible la revolución?, no son más que una sola, que atañe al renacimiento de una civilización” (Albert Camus, El hombre rebelde)

   La civilización es la única salida, un nuevo mundo que destrone el creado, arrojando los cimientos del totalitarismo, de los poderes establecidos (Gobiernos, Ejército, Iglesia), para hacer del individuo un ser libre de verdad.

  Para Camus, solo la belleza puede vencer la disarmonía de la vida, porque la belleza no hace las revoluciones, pero éstas necesitan de ella, porque es la única forma de desprenderse de la violencia que todo cambio supone. Solo a través de la armonía, del arte que quiere cambiar el mundo, se puede empezar de nuevo, alejando todo lo que queda atrás:

La belleza, sin duda, no hace las revoluciones. Pero llega un día en que las revoluciones tienen necesidad de ella”.

    Sin embargo, el rebelde siempre se halla en la eterna contradicción, porque busca el bien, pero éste solo se produce tras la revolución, donde, indirectamente, se llega al mal, a ejercer la violencia de unos sobre otros, así ha sido siempre en la historia del mundo, lo dice Camus en su excelente libro:

¿Cuál puede entonces ser la actitud del rebelde? No puede apartarse del mundo y de la historia sin renegar del principio mismo de su rebeldía, elegir la vida eterna, sin resignarse, en cierto sentido, al mal. No cristiano, por ejemplo, debe llegar hasta el fin. Pero hasta el fin significa elegir la historia y el crimen del hombre con ella, si este crimen es necesario a la historia; aceptar la legitimación del crimen es aún renegar de sus orígenes. Si el rebelde no elige, elige el silencio y la esclavitud ajena”.

   No hay escapatoria posible para el hombre rebelde, que debe saber que toda opción política conlleva la anulación de otros, para poder construir un mundo nuevo; por ello, el hombre rebelde pasa por todos los procesos (incluyendo la violencia de las ideologías) hasta llegar al arte, único bastión donde no se siente traicionado.

   Con El hombre rebelde, Camus se rebela contra la izquierda que acaba enquistándose en una actitud ideológica; por ello, la única rebeldía posible, aquella que no defrauda, es la del artista. Para Camus, la escritura es una rebelión necesaria contra toda ideología, sea fascista o comunista. Camus se da cuenta de su heterodoxia, de su deseo de romper con todo para liberarse de todo compromiso con la política que le ha decepcionado.

No olvida la filosofía y escribe La caída, en la que reaparece la cuestión divina. Para el protagonista, que pasea por los canales de Ámsterdam (Camus pasó cuatro días en 1954 en la ciudad, lo que le sirvió de inspiración para este ensayo), el paso por aquellos lugares es afín al de Dante en el primer libro de La Divina Comedia, un recorrido por el infierno. Ya no se trata de hacer un tratado sobre el absurdo como en El extranjero o sobre la rebeldía de un mundo que se descompone por la dictadura y por el desprecio al hombre y su individualidad como en La peste, sino una reflexión sobre el pecado y la redención divina, sobre la ausencia de fe, el deseo de creer y la demostración, siguiendo el círculo concéntrico de La Divina Comedia en el Infierno, de que la vida es un representación trágica, donde el azar y el absurdo – idea que prevalece desde El extranjero – nos dominan y gobiernan.

   En 1956, Camus abandona Argelia y vuelve a París, pero su madre no va con él, ya que se niega a instalarse en Francia.

   No hay que olvidar el esfuerzo de Camus por poner en marcha la adaptación de la novela de Dostoievsky Los demonios, que tanto le ha interesado. La figura del escritor ruso siempre ha pesado sobre él, su caída y su redención, la sombra poderosa de la novela Crimen y castigo, libro por el que Camus sentía fascinación y horror a la vez. Camus llegó a decir que en las criaturas de Dostoievsky está nuestra alma, sacando a la luz lo desgarrado que hay en nuestras propias vidas.

  El escritor francés ya está decepcionado de su experiencia comunista, de cualquier ideología, solo vive para el arte, único espacio donde no anida la traición; para Camus el espíritu del novelista ruso y su desconfianza respecto de socialismo o de humanitarismo algunos es el suyo.

   Los poseídos se representa por primera vez el 30 de enero de 1959. Fue un estreno exitoso, y a su estreno asiste André Malraux en compañía de George Pompidou, antiguo director del gabinete del general De Gaulle. Malraux era entonces Ministro de Estado encargado de los asuntos culturales. También se halla entre el público Louis Aragon.

   La obra recibe ataques de diferentes frentes, no fue muy bien acogida; de hecho, no logra cubrir los gastos de la puesta en escena. En el semanario Arts consideran que Camus realiza una obra donde expone su filosofía, pero no hay forma de ver las ideas y el impulso de Dostoievsky. Sin embargo, en Le Monde, consideran que la obra de Camus es magnífica, aunque, de todos modos, las críticas negativas pesan más que las positivas.

   Camus iba a poner en marcha su último proyecto, el inacabado El primer hombre – cuyo manuscrito llevaba el escritor cuando, camino de París, murió en un fatal accidente de tráfico -. El absurdo de la vida se cumple en el final mismo de la vida de Camus, ya que éste tenía un billete de tren para ir junto a Francine y sus dos gemelos, un billete que no utilizó a última hora para ir en automóvil con los Gallimard.

   El primer hombre es una biografía densa y poderosa de sus años en Argel, de su vida entera, en el fondo. Camus crea un hombre, Jacques Cormery, que está cerca de sus otros célebres personajes: Clamence, Mersault, Rieux y Rambert.

   Pero el libro representa una lucha contra un mundo que no entiende, contra una sociedad que le ha negado la justicia que pedía, contra toda política, como emblema de la mentira y el desencanto de tantas generaciones. J. Jacques es el héroe de la novela, pero también es el hombre que nunca alcanza la felicidad, como Camus. Dice el escritor en la novela inacabada: “J. tiene cuatro mujeres a la vez y lleva por tanto una vida vacía”. Son las mujeres que han paseado por su vida: Catherine Sellers, confidente, Francine, su gran amor… Personas que no han atrapado al hombre insatisfecho siempre de sí mismo.

   Para El primer hombre, Camus rastrea en la figura del padre, porque todo hombre acaba pareciéndose a su padre, pero, pese a su viaje de vuelta a Argel en 1959, no encuentra mucha información útil.

  Pese a todo, sigue escribiendo, le alegra la publicación de varios libros sobre su vida y obra: uno en Estados Unidos, el de Germaine Brée, una francesa nacionalizada americana a quien los Camus conocieron en Orán, otro en Gran Bretaña, por Philip Tody y dos en Francia, por Roger Quillot y Jean-Claude Brisville.

   Pero la vida le pone la peor trampa de todas: el 3 de enero de 1960 el coche de los Gallimard se estrella a veinticuatro kilómetros de Sens, entre Champigny-sur-Yonne y Villeneuve-la-Guyad. Michel Gallimard queda herido de gravedad, pero Camus, que iba sentado al lado del conductor, muere en el acto a las 13:35 de ese día frío de enero.

   El absurdo de la vida se había cumplido con creces, él que creía que morir en un accidente era la manera más ilógica de morir.

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Camus: un disidente de nuestro tiempo

   Para concluir, recojo, de nuevo, las palabras del magnífico libro de Olivier Todd, donde afirma muy bien quién fue Camus y qué herencia nos ha dejado a todos:

Camus diagnosticó ciertos males de nuestra época, reflejó sus angustias, rechazó las tentaciones totalitarias y su propia inclinación al nihilismo. Habría podido caer en el cinismo. Pensador y moralista, estaba aislado en los ambientes franceses en que triunfaba el marxismo bruto. Camus rechazó el fanatismo, no el militantismo. La idea de un Dios en el que no podía creer le persiguió” (Olivier Todd, Albert Camus, Una vida, colección Andanzas, Tusquets, Barcelona, 1997, p. 761).

    No puede estar más claro que el peso de Camus sigue siendo su sinceridad, su rechazo a todo cinismo, a toda la mentira de las ideologías, su búsqueda incesante de un sentido a la vida.

  La mala relación con Sartre vino de esa desconfianza mutua ante esa simbiosis de novelista a filósofo, pero también por las diferencias tan sustanciales que separaban a ambos. Solo Malraux resisitía el análisis, ya que le ofrecía a Camus como una persona verdaderamente sólida, alguien que nunca demostró hipocresía, una falsa actitud ante los problemas de su tiempo.

   Concluyo este estudio con unas páginas de El primer hombre, porque la mejor forma de honrar a un escritor es leer su obra, en ella encontramos la savia que germina para siempre y que nos alimenta para crear la nuestra. Cito un momento feliz de la novela, donde recuerda la niñez, con sus bellos paisajes de mar, porque en la vida de Camus el pasado siempre estuvo presente, ese recuerdo de una infancia feliz, tan necesaria para conseguir una vida dichosa en los años de adulto:

El mar estaba tranquilo, tibio, el sol ahora ligero sobre las cabezas mojadas, y la gloria de la luz llenaba esos cuerpos jóvenes de una alegría que los hacía gritar sin interrupción. Reinaban sobre la vida y sobre el mar, y lo más fastuoso que puede dar el mundo lo recibían y gastaban sin medida, como señores seguros de sus riquezas irreemplazables” (Albert Camus, El primer hombre, Fábula Tusquets, Barcelona, 2003, p. 53).

    Fue el tiempo de la felicidad, el que no volvió jamás del mismo modo, porque de las cosas sencillas hizo Camus su reino de la niñez, su propósito de una justicia en el mundo sin piedad que le tocó vivir, su deseo de luchas contra los totalitarismos de variada índole no encontró toda la satisfacción que esperaba, porque el arduo camino que inició, pese a su honrada propuesta, se topó con el poderoso mundo de la muerte y la injusticia que siguen asolando el mundo. Camus fue un disidente, un heterodoxo, cuyo valor radica en su sinceridad y en su espíritu de denuncia que aún vive y vivirá en sus novelas – La peste y su crítica a toda dictadura, El extranjero y su denuncia del absurdo de la vida, entre otras -, su teatro – inolvidables su Calígula, Los justos o Los poseídos -, sus artículos y sus ensayos – El hombre rebelde, El mito de Sísifo, La caída, entre otros muchos- , sin olvidar su novela inacabada, El primer hombre, un canto a la vida dejada atrás, a su belleza y al dolor que, en su fuero interno, tuvo que sufrir al descubrir la hermosura y el horror del mundo. La herencia de un hombre rebelde.

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Pedro García Cueto

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