Aurora Luque: una gaviera mediterránea, clásica y moderna – Sebastián Gámez Millán

Aurora Luque: una gaviera mediterránea, clásica y moderna – Sebastián Gámez Millán

Aurora Luque: una gaviera mediterránea, clásica y moderna

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Aurora Luque: una gaviera mediterránea, clásica y moderna

En la biblioteca del IES Valle del Azahar tuvimos la suerte de contar con la presencia de la Premio Nacional de Poesía 2022, Aurora Luque, Doctora en Filología Clásica, poeta y traductora, el 11 de abril de 2023. La vocación de filóloga, poeta y traductora se encuentran íntimamente vinculadas. Un poeta, filólogo y traductor, Pedro Salinas, definió el lenguaje como “un leve puente de sonidos que el hombre echa por el aire para pasar de su orilla de individuo irreductible a la otra orilla del semejante, para transitar de su soledad a la compañía”. ¿Acaso no es a esto a lo que se dedica en cualquiera de los quehaceres antes mencionados Aurora Luque?

Me atrevería a decir que a través del lenguaje verbal y en particular de la tradición grecolatina clásica, pero no sólo, hay en Aurora Luque un deseo de conocerse a sí misma y, por analogía, de conocer la condición humana. Si tuviera que definirla en pocas palabras, me atrevería a decir que es una gaviera mediterránea clásica y moderna, aunque prefiero que se defina y redefina continuamente por medio de su presencia y de las acciones y palabras elegidas por ella.

Si bien en un mundo cada vez más tecnológico y acelerado esto parece extraño, en el fondo no lo es tanto, al fin y al cabo somos herederos de esa tradición, seamos conscientes o no. Pues si tuviéramos que pagar los derechos de autores del legado clásico greco-latino, Europa y el mundo contraerían otra deuda interminable. Cuando se afirma que son la cuna de la civilización occidental no es gratuito ni fortuito; es sencillamente porque algunas de sus principales ideas alborearon en la antigua Grecia y el Imperio romano: la literatura, la filosofía, las ciencias, la democracia, el derecho, la ciudadanía, el arte como belleza pitagórica, geometría y armonía universal…

En resumidas cuentas, el legado clásico greco-latino es imperecedero: en todo tiempo está floreciendo. Quienes no lo perciben es porque, bajo el eclipse de la historia y de las humanidades, desconocen de dónde venimos, qué somos y adónde vamos. No lo olvidemos: lo clásico se encuentra íntimamente vinculado con lo civilizado. Así que no perdamos de vista el camino.

Y esto es algo que la poesía de Aurora Luque, gaviera mediterránea clásica a la vez que moderna, nos recuerda de manera constante. Como certera y precisamente indica Jaime Siles, Luque se sirve de la “poikilía, término griego equivalente al que los tratadistas del Siglo de Oro denominaron mixtura, esto es, la combinación de géneros, subgéneros y paragéneros más variados”, de manera que no resulta casual que en Un número finito de veranos encontremos “poesía gnómica, el treno, el coro trágico, el epigrama, la elegía y el encomio hasta el epitalamio, el oráculo, la profecía, el poema en prosa, el escolio, la glosa, el epinicio, el himno, la canción, el propémtico y los carmina figurata, origen de los caligramas de Apollinaire”, formas clásicas pero completadas de modo más o menos velado con vivencias personales y políticas de una mujer irremediablemente moderna, como si la literatura, en el sentido más amplio del término, que etimológicamente proviene de “littera, letra, símbolo”, fuera un palimpsesto infinito que no dejamos de escribir y reescribir a lo largo de la historia, y por medio del cual nos definimos y redefinimos, nos comprendemos a nosotros mismos y a los otros.

Para celebrar el día del libro comenzaremos citando “Un periscopio con el horizonte”, un elogio al abrazo solitario y solidario de la lectura incluido en Un número finito de veranos que leyó una de nuestras alumnas:

Un periscopio con el horizonte

Si frecuenté los libros, ciertos libros,
fue porque regalaban amistad,
bálsamos para el mal de la rutina,
no sé qué compañía en noches duras
o en el apetecer acantilados,
tertulias con mujeres y hombres de cien plazas,
consolación en horas
de asombrosa miseria.

Sí, frecuento los libros porque ellos me regalan
formas apasionadas de amistad:
fabulosos veranos envasados,
el amoroso arte de mirar
con ojos de palabras,
llaves para hospedarme en islas mudas
desnuda cuerpo adentro
y posibilidades de zarpar
desde puertos antiguos y canallas
con la tripulación de los poetas.

Frecuentaré, abrazándolos,
los libros que regalen su camaradería
y un periscopio abierto con todo el horizonte.

El libro entendido como forma de amistad es una metáfora que encontramos en escritores como Robert Louis Stevenson, Marcel Proust o Jorge Luis Borges, si bien quizá la reflexión más profunda sobre este asunto se la debemos a Las compañías que elegimos. Una ética de la ficción, de Wayne Booth. No obstante, si tuviera que elegir un solo poema de Un número finito de veranos probablemente me decantaría por este canto a la vida que también tuvimos la suerte de escuchar en la voz de una alumna nuestra.

Lo numinoso

Esa nieve acunada en frías nieblas
sobre las sierras altas de Granada
promete tal potencia e vida en su blancura
que apenas puedo hacer
otra cosa que orar. Rezar, sí, yo, pagana.
Los paganos decimos oraciones
cuando la vida urge, arrolladora.
Rezamos al presente los paganos.
La nieve será pétalos y frutas,
ciruelas amarillas, madreselvas. No va mucho más lejos
nuestra oración pagana, pero la vida breve
recoge con más brío, con garras aún más bravas,
la emoción no abarcable
que fructifica al cabo del invierno.
No esperamos placer, palabras, carne, fruta,
más allá de la muerte. A qué apostar más lejos.
No esperemos más vida. No la hay.
Queda una llama breve y está en el borde mismo
de las alas del labio-mascarón,
de esa proa de carne que somos cuando amamos
y el amor nos obliga a navegar
entre graves borrascas oceánicas.
Está al alcance aún de las palabras,
podemos protegerla con ellas de la muerte
y aun de los paraísos teológicos.
No me lo secuestró doctrina alguna,
no está bajo retórica cansada,
este canto a la vida que me entona la nieve
bella y alta, en la sierra,
cuando paso, en el coche, preguntándome
qué frutos traerá el verano amado, cómo el amor sabrá
regir siempre los tiempos,
a su manera, artística y hermosa
y libre y desquiciada.

Concluyamos con unas líneas sobre la biografía de Aurora Luque. Aunque nacida en Almería, pasó su infancia en Cádiar, La Alpujarra, y se licenció en Filología Clásica por la Universidad de Granada. Desde 1989 ha ejercido de profesora de griego antiguo en centros educativos de Málaga. Ha colaborado con Diario Sur desde 1999 a 2008. Esos artículos se reunieron en el libro Los talleres de Cronos (2006), Ateneo de Málaga. En 1997 recibió el Premio Meridiana del Instituto Andaluz de la Mujer por su labor de rescate de escritoras casi olvidadas. Desde 2008 a 2011 fue Directora del Centro Generación del 27 de la Diputación de Málaga. Forma parte del grupo de investigación de la Universidad de Málaga Traducción, literatura y sociedad y ha impartido conferencias en diferentes universidades de Estados Unidos, como Massachussets, Saint Louis, Dickinson College…

Como poeta, ha publicado unos 20 libros en unas cuatro décadas (1981-2022), obteniendo, entre otros, el Premio Andalucía de la Crítica por Transitoria (1998), Premio Generación del 27 con La siesta de Epicuro (2008), el Premio Loewe con Gavieras (2019) y el Premio Nacional de Poesía (2022) por Un número finito de veranos. Ha participado en encuentros en Europa, América, África y Asia. Como traductora, ha trasladado al español a Safo (Poemas y testimonios, 2020), a poetas antiguas en Grecorromanas (2020), a Catulo, Taeter Morbus (2010) y Louise Labé, Sonetos y elegías (2011), entre otros autores.

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Sebastián Gámez Millán

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