Con color, ¡no hay color! [Cuento]
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Con color, ¡no hay color!
Hace siglos que no reciben apenas los rayos directos del sol. Solo la lluvia y el frío los acompañan durante muchos meses al año porque esos edificios de enfrente están tan pegados a ellos que los tienen casi encajonados y no dejan que el sol de la tarde los roce como debería.
Los dos monjes inclinan sus cabezas en un gesto de arrepentimiento o de vergüenza. Sus rostros han desaparecido por los rigores del tiempo que han gastado la piedra, pero ellos saben que estando ahí colocados, en la cuarta arquivolta en el lado derecho de la puerta del Juicio Final, la expresión de sus rostros no es imprescindible para que la gente interprete que algo no hicieron bien. Llevan siglos hablando y, sin embargo, nunca se les acaba la conversación.
—Hoy vuelve a hacer frío. Y estas malditas casas no dejan que los rayos del sol nos calienten.
—¡Tienes una obsesión con el sol…! —responde el monje barbado—. Pues ¿sabes qué creo yo? Que son esas casas las que han permitido que nos conservemos tan bien a pesar del tiempo que llevamos aquí. Si el sol hubiera llegado cada día hasta nosotros de lleno, la cosa hubiera ido peor; tanto cambio de temperatura habría resquebrajado la piedra y probablemente no seríamos más que un lejano recuerdo de lo que éramos.
—¿Peor? Hemos perdido el rostro, ¿te parece poca cosa? Y el color…
—Eso es verdad, pero estamos casi todos, más o menos completos, pero estamos.
—Todos no —contesta, ladino, el demonio de la dovela contigua en la tercera arquivolta—. Falta Nuestro Señor y así no puede haber Juicio ni nada.
Un ligero murmullo corre por los ocho arcos cada vez que el demonio nombra a Jesucristo como Nuestro Señor. No se acostumbran, a pesar de que el demonio lleva siglos haciéndolo para incomodarlos.
—¡Por favor, hermanos! —trona desde la cercanía el Rey David con su cítara en la mano—. No hagáis caso de este perturbador demonio. Ya sabéis que se cuenta que nuestro Cristo Juez, el que tenía que decorar nuestro tímpano, fue instalado en la cercana Iglesia de Santa María Magdalena. Dado que las obras de nuestra morada, la colegiata, iban a retrasarse por su monumentalidad, y con el fin de poder terminar aquella para los fieles, suponemos que se decidió colocar en el tímpano de su puerta el Pantocrátor y los evangelistas que ya estaban preparados para ser colocados aquí. Pero él nos mira y nos bendice desde allí.
—¡Efectivamente! —añade efusivo el obispo que mora bajo el Rey David en la línea de claves—. Por aquí se rumorea que el escultor había prometido cumplir el encargo que le había hecho la diócesis de Tarazona de terminar la nueva decoración de este tímpano para los primeros años del siglo XIII. Aunque, aprovechando el lío que había entre Navarra y Aragón por pertenecer Tudela a una diócesis aragonesa, el muy ladrón nunca debió de entregar lo pactado.
—Rumores, rumores y rumores —murmura el arcángel Miguel mientras lucha con el demonio—. Lleváis siglos contando rumores sobre la decoración del tímpano y nadie sabe realmente qué pasó.
Cada equis tiempo esta conversación, como tantas otras, se repite en la Puerta del Juicio Final de la Catedral de Tudela. A veces podría parecer que sus figuras son flojas de memoria, pero la realidad es que después de tanto tiempo compartiendo espacio se les repiten las conversaciones.
De repente, comienzan a sonar las trompetas desde las mochetas de la Puerta y se hace el silencio en el arco abocinado. El sonido de las trompetas anuncia que alguien tiene algo importante que comunicar.
—Menos mal que por lo menos pusieron los ángeles que anuncian el Juicio; es la única manera que hay de dar noticias en esta olla de grillos —afirma uno de los mártires en la cuarta arquivolta a la izquierda.
Desde la primera dovela de la arquivolta exterior del lado izquierdo, sobre el único capitel del que no queda ninguna figura, pero en el que todos recuerdan que estaba Eva durmiendo mientras la serpiente se burlaba de ella, los dos Salvados, sentados en su banco, han oído una conversación que les afecta a todos. Están muy deteriorados, aunque eso no les impide estar atentos a todo lo que sucede en la calle.
—Como sabréis, durante meses han estado viniendo varias personas a hacernos fotografías y a mirarnos del derecho y del revés, desde todos los ángulos —comienza a explicar el Salvado I.
Un rumor de afirmación resuena ligero.
—Pues parece ser que ellos no han olvidado que en tiempos se nos llamó la “Puerta pintada” y, en una conversación que mantuvieron hace unos días junto a nosotros, le explicaban a un grupo de gente que tienen la intención de recuperar la policromía de la puerta.
—En realidad, no tienen ni idea de cuáles eran los colores que nos cubrían, pero creen que, basándose en estudios sobre diversas iglesias de la misma zona y época, podrán aproximarse a cómo éramos cuando lucíamos en todo nuestro esplendor —continúa explicando el Salvado II.
—¡Supongo que les será fácil saber de qué color éramos los demonios! —grita el demonio que castiga a los glotones, lo que provoca la risa frenética de los más de cuarenta demonios que habitan la puerta y que al unísono gritan:
—¡Rojos!
En ese momento ya nadie hace caso a los demonios. La noticia es la mejor que han recibido desde que los colocaron ahí, los pintaron y recibieron la admiración y el miedo de todos los que por allí pasaban. A fin de cuentas para eso estaban ellos; para mostrar a los mortales el camino del bien, a fin de alcanzar el cielo y evitar los rigores del infierno. La alegría y el alborozo inundan la puerta. Los vítores se suceden resonando con estruendo dentro del arco abocinado que da acceso a la Catedral de Tudela por el oeste. La noticia llena cada una de las ciento quince dovelas, las ocho claves y los dieciséis capiteles, de conversaciones sobre cómo se verán cuando esos ángeles del cielo vengan a devolverles el color que les robó el tiempo.
Lo que no han entendido, pobres inocentes, es que el color no se aplicará sobre ellos; será una reconstrucción digital espléndida, digna del siglo XXI, para disfrute de unos mortales que ni siquiera tendrán que desplazarse hasta allí para verla.
—¡A ver, chicos! Nos paramos todos aquí delante de la puerta. Como ya os explicamos en el aula, hoy vais a poder usar el móvil. Es la primera visita que se realiza a la Catedral con la nueva app de la Puerta del Juicio Final y espero que la disfrutéis.
Una manada de jovenzuelos se arremolina debajo del arco abocinado buscando en las arquivoltas las figuras que con tanta claridad y detalle ven coloreadas en sus teléfonos móviles. Disfrutan sobre todo con las escenas del lado derecho, en las que los demonios castigan a los condenados.
—Co-cómo han ca-cambiado los tiempos, hermano —dice Moisés.
—Cuánta razón tienes —contesta Aarón— Cuando nos pusieron aquí la gente temía ir al infierno y tener que enfrentarse a los demonios. Ahora, mira cómo se divierten viendo todo ese horror.
Las conversaciones entre las imágenes, estupefactas por la desfachatez de aquella juventud, van formando una ola de indignación.
—¡Callad santurrones! ¡Ahora nosotros somos los protagonistas! —berrea un demonio disfrutando del momento.
La ola de indignación crece, hasta que la voz atronadora de Dios omnipresente brota desde los capiteles de la Creación:
—¡David, por Mí, pon un poco de orden!
El rey David, entonces, tañe su cítara e interviene mediador:
—¡Hermanos! Templad vuestro ánimo. Los tiempos han cambiado, no cabe duda. Muchas cosas hemos visto pasar ante nuestros ojos, y en general han sido para bien. El modo de ver las cosas ha cambiado, pero no el alma de los humanos ni su naturaleza. Seguirán siendo buenos o malos y aprenderán el camino del bien de otras maneras, pero lo aprenderán.
Un silencio conmovedor flota en la portada. Todos esperan las sabias palabras del rey David.
—Vosotros demonios, asumidlo, no sois los nuevos protagonistas: habéis perdido toda vuestra fuerza, pues lo que provocáis es la risa y la chanza. Y vosotros hermanos, disfrutad de esta nueva era que nos ha devuelto el lustre, de una forma un tanto inesperada, pero que hace que la gente de nuevo se detenga bajo nuestro amparo y disfrute del arte, de la tradición y del conocimiento.
Estas sabias palabras devuelven la calma a los habitantes de la Puerta. Ellos seguirán sin color, pero la gente podrá verlos casi como eran; y ahora tendrán un nuevo tema de conversación para los próximos siglos.
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Carmen López – Manterola
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Webgrafía
1. https://lacatedraldetudela.com/
3. https://ciudadtudela.com/catedral/
4. https://es.m.wikipedia.org/wiki/Archivo:Puerta_del_Juicio.jpg