Creo que ha sido un sueño – Una ensoñación musical de Silvia Olivero Anarte

Creo que ha sido un sueño – Una ensoñación musical de Silvia Olivero Anarte

Creo que ha sido un sueño – Una ensoñación musical

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Parade [1916 / 1917 – Ballet]

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Creo que ha sido un sueño – Una ensoñación musical

Creo que ha sido un sueño, me prometieron un telón rojo completamente cerrado, pero no fue exactamente así. De repente me vi dentro de una escena costumbrista que me recordaba mucho al Circo de Seurat; para no faltar a la verdad, se hallaba entre grandes cortinas rojas, a modo de telón abierto. Un mono que saltó sobre mi cabeza se subió a una colorida escalera, junto a una angelical muchacha, un caballo alado me invitó a acariciar a su potrillo, personajes circenses me incitaron a compartir una copa de vino al son de una guitarra mientras bromeábamos sobre el amenazante volcán que estaba a nuestra espalda y un perro dormía sacudiendo con su cola el pincel de Picasso, pues le hacía cosquillas. Al escuchar la fuga me planteé fugarme de allí.

Creí que había sido un sueño pues, tras pestañear, el paisaje había cambiado. Quizás tomé demasiado vino, pues me parecía que las paredes estaban torcidas de manera irregular. Alguien me susurraba algo de un cubo o un cubista, la resaca no me permitió entenderlo bien. La lira parecía deslizarse en un tobogán y, al no dejar de mirarla, tropecé con las asimétricas balaustradas. Me pregunté qué sujetos vivirían en los altos edificios que convivían con oscura vegetación y, estando perdida en mis pensamientos, mis ojos se detuvieron en un torso desnudo que danzaba dentro de un cuadro gris.

Igual no era un sueño sino una pesadilla pues di un respingo al toparme en tres por ocho con el Director Francés, un semihumano personaje de rostro picassiano, sin piel, de cuerpo en caótica geoetría, vestido con chaqué, un noble bastón y larga pipa, y, tras él, hemiólicamente, un chino de larga trenza, vestido con un sinuoso traje amarillo, rojo y negro, de movimientos espasmódicos y con cara de Massine. Mis oídos reconocieron el orientalismo musical y se activaron mis alarmas cuando, al danzar el prestidigitador chino a mi alrededor, sonaron las sirenas agudas y el bombo de lotería en un verdadero frenesí. ¡Qué mareo!

Cierra los ojos, Silvia, es un sueño, no puede ser real. Los abrí despacio y otro susto, el Director de New York, otro delírico semihumano, con rascacielos pegados a su espalda y una gran bocina en su extraño brazo izquierdo. ¿Dónde están sus ojos? En su mano derecha porta un cartel que dice Parade. Me escondí tras la balaustrada, atemorizada, pero amaneció una sonrisa en la comisura de mi boca al ver un gran lazo con una niña debajo vestida con falda a tablas que flotaba en el aire al girar, ágil y divertida. Parecía escapada de un estudio de cine. Al verme me disparó con un revólver, luego me ignoró y bailó un rag-time. En soledad boxeó, se revolcó por los suelos. Durante su periplo por el escenario, escuché, aún escondida, una máquina de escribir y una sirena grave.

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Éric Alfred Leslie Satie, Erik Satie – Parade – Ballet rèaliste sur un theme de Jean Cocteau – 4. Rag-Time du Paquebot [Pascal Rogé & Jean-Philippe Collard, versión para piano a cuatro manos]

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¿Qué más podría ocurrir? Intenté despertar, pero apareció inesperadamente, en silencio, un caballo de blanca dentadura, en el que se escondían dos hombres, bailaron a mi alrededor, al son de una música que nacía de sus patas. Me miró a los ojos, se puso sobre dos patas, agitó el trasero y acabó sonriendo de rodillas.

Dos acróbatas, de radiante blanco y azul, cuyas líneas, estrellas y espirales recorren sus cuerpos me invitaron a bailar con ellos un pas de deux, pero tres son multitud y rechacé la oferta. El muchacho elevó a la muchacha por los aires como si fuese una pluma, en perfecta sincronía. Al son de botellas afinadas, el harpa y el timbal como timbres circenses, me tuvieron embelesada en primera fila.

La única que rondaba el escenario era yo. La sillería estaba completamente vacía. Salieron todos y me contaron que habían intentado, regalando parte del espectáculo, que el público entrara a la sala. Reclamaban que la cultura es segura, pedían al pueblo que entrara al teatro, sin miedo, sin vergüenza, con o sin mascarilla. De ese modo, hicieron un último intento en el que se mezcló el movimiento, la música y la esperanza. Pero nadie quiso entrar a ver el espectáculo.

Desperté y me encontré sobre la mesa un libro que hablaba de Parade, subtitulado “ballet realista”, uno de los grandes ballets creados para la compañía de Ballets Rusos de Diaghilev, estrenado en el Théâtre du Chatelet de París, el 18 de mayo de 1917. Esta gran obra estaba basada en un texto de Jean Cocteau, con música de Satie, coreografía de Massine y vestuario y decorados de Picasso. En ese momento, apareció Apollinaire y me dijo al oído: «no, Silvia, no. No ha sido un sueño, ha sido Une sorte de surréalisme«.

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Silvia Olivero Anarte

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