Cuentos y poemas – I
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Cuentos y poemas – I
Sospechosos en la sombra
Días en la sombra, noche más sombra, doble oscuridad, huelgas de hambre en la sombra, inmolaciones de fuego y sombra, muerte al final de la sombra, entre cuatro paredes, y luego las naciones pactan y cenan corrompidas bajo un sol de sangre, y a otra cosa, a otro muerto, en busca de otra sombra, que no ha sido nada, que no ha sido más que otra sombra, que no ha sido más que la nada de la muerte, otra muerte al final de la sombra y nada más, y ahora pasemos al siguiente expediente sospechoso, en busca de otro sombra, mientras cenamos y pactamos bajo un sol de sangre quién vive y quién muere la próxima vez, en la sombra.
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Perfumes para el día después
Se lavaba varias veces al día, cabeza y cuerpo, con toda clase de pastillas de jabón perfumado, gels, champús, desodorantes y colonias, porque, decía, debía estar preparado para llegar a la muerte sin olor, sin ningún olor a vida. Alguien le recomendó la cremación y le dijo que si lo incineraban no olería más que a ceniza, y que si la arrojaban al mar no olería en absoluto. Pero no quería la incineración, no quería imaginarse ardiendo entre las llamas de un horno crematorio como los de aquella maldita guerra.
Tampoco hablaba nunca de la purificación del espíritu, sino sólo de la limpieza del cuerpo, cuyo olor había decidido que no llegaría al más allá. En vida no siempre pudo lavarse como hubiera deseado. Hubo un tiempo en que la escasez de la postguerra -mejor no hablar de las porquerías y suciedades de la guerra, decía-, le hizo vagabundear sin destino por las calles, buscando en vano aquellos jabones de la infancia, aquellas pastillas Heno de Pravia y aquellas colonias Myrurgia.
Desaliñado, no tenía ánimos para laverse a diario con aquellos jabones a granel, mal cortados, verdaderas piedras poco jabonosas, baratas, sin aroma, que vendían en la droguería del barrio. Todo esto impedía que fuera más limpio, de cuerpo y de vestido, que no frecuentera verbenas y otras fiestas, donde cada vez se sentía más rechazado y solo. Sin perfume, sin compañía.
Por eso mismo se lavaba tanto ahora que ya disponía de un poco de dinero, y compraba con toda clase de marcas de jabones y colonias para estar bien preparado y perfumado, y no oler a vida cuando un día imprevisto llamara la muerte a la puerta.
Dejó escrito en un testamento a sus allegados -unos parientes lejanos-, que, a cambio de heredar sus ahorros lo enterraran bajo un parterre de plantas aromáticas, a poder ser de tomillo, menta, orégano, hierbabuena, romero, albahaca y salvia.
No sabemos si la familia cumplió con sus voluntades póstumas y aromáticas.
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Albert Tugues