Cultura, música y educación. Una cuestión de Estado – Silvia Olivero Anarte

Cultura, música y educación. Una cuestión de Estado – Silvia Olivero Anarte

Cultura, música y educación. Una cuestión de Estado

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Cultura, música y educación. Una cuestión de Estado

“La cultura, que es la esencia de la felicidad y la fuente del buen consejo, se puede considerar útil para una familia, y la fuente del buen consejo para una ciudad o para una nación, pero especialmente para todo el género humano”.

Pseudo-Plutarco, Sobre la música

Los efectos del arte y la filosofía dejan una profunda huella en la psique humana, son una fuente de sabiduría, espiritualidad y generosidad que eleva a las personas más allá de lo tangible. De manera superficial, el mercado y los intereses económicos reducen la cultura al mero ocio para quien la disfruta y a fuente de ingresos para sus propios intereses, aprovechando los tiempos de crisis económicas y de valores para desplazar el verdadero significado del arte, tanto para quien la crea como para quien goza de ella. Una consecuencia política se halla en las leyes que rigen los ámbitos educativos, así vemos cómo desaparecen o se minimizan las asignaturas asociadas a la filosofía y el arte, perjudicando el desarrollo de un espíritu crítico y del conocimiento de uno mismo y la mirada hacia los demás a través de los incalculables beneficios de las diferentes manifestaciones artísticas.

Viajando al pasado podemos conversar con grandes pensadores: filósofos, políticos y educadores, que, más allá de sus diferencias, presentaron una similar línea de pensamiento en la que la cultura constituye un ejemplo de sinergia. Me centro en la música dado que, parafraseando a Schopenhauer en Sobre Música: “La música no es, en modo alguno, la copia de las Ideas como las otras artes, sino de la voluntad misma, cuya objetividad está constituida por las Ideas; por esto mismo, el efecto de la música es mucho más poderoso y penetrante que el de otras artes, pues estas sólo nos reproducen sombras, mientras que ella esencias”.

Os invito a un paseo por la Grecia antigua.

La música incluía en estrecho vínculo: el arte de los sonidos, la poesía y la danza, y se le atribuía un poder de influencia en el comportamiento humano. Como papel fundamental en la sociedad, se experimentaba en ceremonias religiosas, banquetes y fiestas solemnes u orgiásticas, competiciones musicales, rituales iniciáticos y conjuros médicos, formaba parte de la tragedia en sus coros y era la base del recitado en la poesía. Sin embargo, esta se ubicaba más allá del pragmatismo y estaba considerada uno de los pilares de la educación y, por ende, del estado. Aristóteles incluía en la tradición didáctica cuatro materias: la escritura, la gimnasia, la música y el dibujo. Dentro de la esfera de los saberes exactos del Quadrivium se hallan la aritmética, la geometría, la música y la astronomía. En Esparta, la música y la gimnasia constituían los fundamentos de instrucción de muchachos y muchachas a partir de los siete años, estando esta educación a cargo del Estado.

Pitágoras dio un fundamento matemático a los intervalos musicales, el cual hoy en día está absolutamente vigente como base de la música tonal, y fue más allá, encontrando una relación con la armonía de las esferas. Para él la consonancia de la cuarta, la quinta y la octava estaban en directa relación con el equilibrio, identificando el alma humana con el principio ordenador del cosmos. Esto llevó a filósofos, políticos y educadores a la indagación del efecto de la música sobre el alma de los hombres. Reflexionaron sobre la sonoridad de los modos que articulan la harmonía de la música de su tiempo, atribuyéndoles significación en función a las emociones que percibían a través de estas. De este modo, argumentaron criterios éticos que posibilitaban la valoración de su conveniencia o rechazo en según qué contextos:

Damón, maestro y consejero de Pericles, identificaba las leyes que relacionan el sonido con las que regulan el comportamiento en el espíritu humano. Para él, la influencia de la música debe orientarse hacia la virtud, la sabiduría y la justicia y los modos adecuados para ello son el Dórico y el Frigio.

Platón examinó la influencia que la música ejerce en la educación de los jóvenes. En República [III] atribuía al modo mixolidio y al sintonolidio un carácter de plañidera, “no son útiles ni siquiera para las mujeres, si deben ser mujeres de bien, por no hablar de los hombres”. Definió los modos jónico y lidio como lánguidos y conviviales y por ello, inapropiados para los guardianes “pues son muy inconvenientes la embriaguez, la molicia y la indolencia”, a quienes aconsejaba los modos dórico, por viril y decidido, y el frigio, como pacífico y adaptado a la persuasión. “estas ofrecerán la mejor imitación de los acentos de gente desventurada y afortunada, temperante y valiosa”. Platón, como político conservador, era muy estricto con la tradición y exigía no modificar los géneros. En República IV afirma: “No se introducen jamás cambios en los modos de la música sin que se introduzcan también en las más importantes leyes del Estado: así afirma Damón y también yo estoy convencido”.

Aristóteles, a diferencia de Platón, veía oportuno el uso de todos los modos, eso sí, utilizando cada uno a unos fines determinados. Recomendaba utilizar para la educación “aquellas que tienen un mayor contenido moral”, por otro lado, valoraba que los cantos de fuertes pulsiones violentas podían beneficiar como liberación catártica. En la Política [VIII], asume que la música, además de favorecer una alta moral y la sabiduría, también tiene como objetivo la consecución del placer. Consideraba que la música puede cambiar el carácter y la moral del alma. Frente a la armonía mixolidia “nos sentimos llenos de dolor y recogimiento” y la escala Frigia, orgiástica en asociación al ditirambo en honor a Dionisos, “desprende entusiasmo”, mientras que la escala Dórica es la más viril y “es la única que inspira compostura y moderación”.

Arístides Quintiliano, neoplatónico, en De Musica, indica que la música es la más eficaz de las artes para la educación del hombre, pues lo hace a través de la palabra, la melodía -en la que existe un ethos- y la danza, siendo la forma artística más completa. Así mismo, realiza una analogía entre la música de las esferas y la música terrena.

Boecio, en De institutione musica, distingue entre la música mundana, armonía del universo, no audible por el oído humano, la música humana, que hace coexistir y atempera en el hombre el elemento corpóreo y el espiritual, y la musica instrumentorum, aquella que nace de los instrumentos y de las voces.

La música atribuida a Apolo se identificaba con una alta moral, un canto elevado acompañado de la lira. El ditirambo asociado a Dioniso, entraba en la categoría de música hedonista, tocada por el doble aulós, vinculado al vino y al vicio carnal. Las diferentes perspectivas del pensamiento en la Grecia antigua nos muestran cómo la música era entendida en su profundidad moral. Estemos o no de acuerdo con los criterios personales de cada filósofo, su pensamiento crea, de manera ineludible, una indudable conexión entre el pathos, el ethos y el alma humana, y con ello se aprecia cómo la superficialidad de un vacío ocio hedonista no es más que una falacia de mercado.

Respecto a la utilización política de los beneficios o los perjuicios de determinadas manifestaciones artísticas, no es algo exclusivo de los tiempos que vivimos, ya encontramos el uso de la censura en el caso de Platón, al valorar el riesgo de determinadas músicas en el efecto de la educación de los jóvenes, así como en el s. XX se intentara censurar el rock and roll al evaluarlo como herramienta de perversión sexual en los jóvenes. En contraposición, Aristóteles presenta un planteamiento más tolerante, a través de la Catarsis, κάθαρσις, purificación de las emociones en el ser humano. El ver reflejado las altas y bajas pasiones en la tragedia, produce un espejo en el que mirarse que permite vivir el bien y el mal a través del arte, sin experimentar las consecuencias reales, pero creando una identificación o mímesis que purifica el alma, al purgarla de las bajas pasiones. Es un espejo en el que mirarse. De este modo, supone un beneficio moral, emocional y espiritual. En la Poética, Capítulo VI, afirma: “Una tragedia, en consecuencia, es la imitación de una acción elevada y también, por tener magnitud, completa en sí misma; enriquecida en el lenguaje, con adornos artísticos adecuados para las diversas partes de la obra, presentada en forma dramática, no como narración, sino con incidentes que excitan piedad y temor, mediante los cuales realizan la catarsis de tales emociones”.

El sufrimiento es inherente al ser humano, no podemos huir de él, el ocio vacío nos puede ayudar a cerrar los ojos al mundo, en un enajenado intento de huir del dolor, pero no nos conduce más allá de una vaga ilusión de letargo. Sin embargo, el arte en su máxima representación, en su profundo significado, nos permite traspasar la frontera de la piel y llegar a lo más hondo de nuestra sensibilidad, crear entornos morales en los que reflejarnos, e identificarnos o rechazarnos, vernos en la mirada del otro y sentir a los demás desde otros ojos, compartir experiencias y nadar en la generosidad del arte. Por ello continúa siendo, a través de la educación, una cuestión de Estado, al aportar a los jóvenes, a través del arte, las herramientas que desarrollen la sensibilidad, la comprensión de sí mismos, la empatía, el reconocimiento del bien y el mal a través de la mirada propia y la del otro, el espíritu crítico, la generosidad y la convivencia, entre tantos y tantos beneficios del arte, en lugar de limitar su conocimiento y acceso al mismo, convirtiendo a la sociedad en un fluir vacío con el pensamiento ciego.

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Silvia Olivero Anarte

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