El casticismo hispánico y sus relaciones con el teatro breve musical -María Jesús Pérez Ortiz

El casticismo hispánico y sus relaciones con el teatro breve musical -María Jesús Pérez Ortiz

El casticismo hispánico y sus relaciones con el teatro breve musical

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La dictadura administrativa, procedente del despotismo ilustrado del siglo XVIII perseveraba en su empeño de no querer ver los hechos de las costumbres populares más que a través de una administración celosa de sus derechos que procedía del absolutismo francés. La reacción del pueblo se hizo notoria y ante la imposibilidad de forzar la barrera que separaba a la burguesía cortesana y al pueblo llano, creó el fenómeno del casticismo hispánico, poniendo el acento en lo más festivo e incluso en las formas folclóricas, siendo de mediados del siglo XVIII, el origen de la corriente popular que va a dar lugar a esa España costumbrista de toros, flamenquismo, gitanería, majismo… [1]

Los majos goyescos [2] del siglo XVIII, a finales del XIX y principios del XX logran su mayor popularidad al ser glosados por los cronistas y escritores de la Villa como Mesonero Romanos, Ramón de la Cruz o Sainz de Robles. Además, más tarde, los tipos castizos madrileños como las “chulapas” y “chulapos” comienzan a ser los protagonistas de las más populares zarzuelas del momento como La verbena de la Paloma, La Revoltosa, Agua, azucarillos y aguardiente y La Gran Vía, entre otras. Y asimismo se convierte en protagonistas de los sainetes de Carlos Arniches.

A lo largo de su historia se han perfilado cuatro grupos de personajes castizos madrileños: manolos y manolas, chisperos y chisperas, majos y majas y culos o “chulapos” y chulas o “chulapas” [3]. Sin embargo, se acabarán fundiendo en uno solo en el decir popular de nuestros días: “el chulapo” y “la chulapa”. Asimismo estos personajes populares constituirán un sello de identidad del casticismo madrileño, por su intervención en obras menores del teatro breve musical.

Estos tipos no escapan a la pluma galdosiana, al referirse a ellos en un pasaje del tercer libro de los Episodios Nacionales, donde se relata el recibimiento del pueblo al rey Fernando VII:


“El abigarrado gentío que poblaba las calles se componía de todas clases sociales, abundando especialmente la manolería y chispería, hombres y mujeres, viejos y muchachos. Los ancianos inválidos y gotosos habían dejado el lecho (…). Las viejas santurronas (…), acudían también llevadas de la devoción al nuevo Rey, (…). Los niños no habían asistido a las escuelas, ni los jornaleros al trabajo, (…), ni las cigarreras a la fábrica…” [4]

Los manolos y manolas (5), según una leyenda tal vez hoy desprestigiada, se llamaban así porque Manuel era el nombre impuesto al primogénito de los judíos conversos que habitaban el barrio de Lavapiés. Resulta, asimismo, significativo que ese nombre era también muy común entre los cristianos viejos. Manolo, tragedia para reír o sainete para llorar [6] fue el título otorgado por Ramón de la Cruz en 1769 a uno de sus sainetes. Se utiliza como sinónimo de guapo, valiente o chulo, rasgos que se identifican a las clases populares madrileñas, de un modo equivalente al concepto de majo (para las mujeres, manola y maja) y en relación con los de chulapo y chispero [7]. El manolismo se encuentra en numerosas obras europeas del siglo XIX como representación imaginativa de los estereotipos hispánicos, de los cuales la ópera Carmen de Bizet es uno de los más notables representantes. Hay que recordar que el protagonismo de las masas en la historia de España y especialmente en Madrid, comienza a ser percibido desde el motín de Esquilache (1766), haciéndose más notorio en la guerra de la Independencia Española (1808). Ese protagonismo se da también en la figura del “manolo”, al que puede entenderse tanto como epíteto admirativo como despectivo según con la intención con que se diga. Desde un punto de vista clásico ilustrado, podría considerarse como el resumen de todos los vicios de un pueblo sumido en el atraso. Desde un punto de vista popular casticista, de las virtudes de la raza española.

Existió algún tiempo cierta rivalidad entre manolos y manolas [8], nombres asignados a los habitantes del barrio madrileño de Lavapiés, y los chulapos y chulapas, nombres asignados a los del barrio de Malasaña o de Maravillas, también llamados majos [9]. Hoy se suelen emplear estos términos indistintamente, (no así el majo o maja, que se reserva al traje goyesco) para referirse a la gente vestida con el atuendo “tradicional” madrileño, fijado en las zarzuelas del siglo XIX y XX.

Estos típicos y tópicos personajes madrileños zarzueleros y castizos: los “Felipes” o “Pichis “ ( ese chulo que castiga…), lucen chaquetilla o chaleco con clavel en la solapa, pantalones oscuros y ajustados, gorra negra a cuadros, botines y pañuelo blanco al cuello. Las “Mari Pepas” ( Ay, Felipe de mi vida…- Mari Pepa de mi alma…!) o las “Palomas” llevan el pelo recogido en un moño alto que cubren con un pañuelo a la cabeza que adornan con un clavel rojo o blanco; blusa blanca ajustada con falda de lunares o vestido típico de lunares largo hasta los pies y como complemento castizo más singular, la mantilla o el mantón de Manila [10].

Estas prendas se verán reflejadas en las representaciones del teatro menor musical (zarzuelas, revistas o espectáculos de varietés y espectáculos folclóricos de ambiente castizo madrileño). Cabría hacer mención de la obra Las Leandras, sainete lírico o zarzuela en un acto con libreto de Emilio González del Castillo y José Muñoz Román y música del maestro Francisco Alonso, estrenada en el Teatro Pavón de Madrid el 12 de noviembre de 1931. Donde lucen sus palmitos los personajes castizos vestidos la usanza anteriormente descrita mientras suenan las notas del pasodoble “Por la calle de Alcalá”, el más conocido de la obra. O el Chotis “Pichi…anda y que te ondulen…”. De considerable fama.

También pueden verse reflejados estos tipos en otras zarzuelas dignas de mención. El barberillo de Lavapiés, zarzuela en tres actos, con libreto de Luis Mariano de Larra y música de Francisco Asenjo Barbieri, estrenada en el Teatro de la Zarzuela de Madrid el 18 de diciembre de 1874, y con un personaje central, Lamparilla, inspirado lejanamente en el Fígaro del Barbier de de Sêville, de Beaumarchais. La acción, pseudohistórica, se desarrolla en el Madrid de finales del XVIII, cuando la ciudad harta de Grimaldi, ministro de Carlos III, pretende sustituirlo por Floridablanca. Cuando se levanta el telón, se escuchan unas coplas en los jardines del Pardo, a cargo de un conjunto de majos, estudiantes y vendedores, con motivo de la romería de San Eugenio. Aparece Paloma, que enamorada del de Lamparilla, barbero del barrio de Lavapiés, explica sus orígenes en la romanza “Como nací en la calle de la Paloma…”


No podemos dejar de señalar La verbena de la Paloma, zarzuela en un acto, con libreto de Ricardo de la Vega y música de Tomás Bretón, estrenada en el Teatro Apolo de Madrid el 17 de febrero de 1894. Esencia del más puro casticismo madrileño. Destacan en la obra los populares y conocidos personajes: don Hilarión, viejo boticario; Julián, enamorado de Susana, la Casta, hermana de Susana…La obra se inicia con una habanera interpretada por el célebre dúo de Julián y Susana: “¿Dónde vas con mantón de Manila?” Más tarde aparece un coro de mozas y mozos que entran a tomar los típicos buñuelos madrileños en un local cercano: “Por ser la Virgen de la Paloma” que cantan a ritmo de seguidillas. Don Hilarión se embarca en su característica pieza “Una morena y una rubia”, de gran valor musical que hubiera merecido mejor destino que ser interpretada por un viejo personaje-tenor o barítono cómico-, con ridículas toses y patéticas gesticulaciones.

Otra de las piezas singulares que reflejan este Madrid castizo y verbenero es La Revoltosa, zarzuela en un acto, con texto de José López Silva y Carlos Fernández Shaw y música de Ruperto Chapí, estrenada en el Teatro Apolo de Madrid la noche del 25 de noviembre de 1897. En esta obra aparecen los consabidos y típicos personajes Felipe y Mari Pepa que es La “Revoltosa”. La acción se desarrolla en un patio de vecindad donde todas las mujeres están en contra de Mari Pepa porque turba la paz de sus maridos. Felipe siempre la defiende. Podemos también asistir a un ambiente callejero donde no puede faltar la típica buñolería madrileña de donde sale Felipe acompañado de chulas que provocan los celos en Mari Pepa. Felipe adopta una actitud de defensa frente a la mala fama que Mari Pepa, “La Revoltosa”, se ha ganado en la vecindad, y se lo cuenta en la bella romanza “¿Por qué de mis ojos los tuyos retiras?”. Mari Pepa contesta con desdén con una pieza que fue uno de los grandes éxitos del estreno: “La de los claveles dobles”. Se celebra la verbena en el patio de vecinos donde los enamorados se encuentran y cantan a dúo el célebre pasaje amoroso: “Ay, Felipe de mi vida…”- “Mari Pepa de mi alma… “, definitivamente leimotiv principal de la obra.

Agua, azucarillos y aguardiente, es una de las zarzuelas más características y representativas del llamado “género chico” de ambiente madrileño que en parte gira en torno a un puesto de aguadora, símbolo de la “industria” popular del Madrid decimonónico, donde junto con el agua se expendían azucarillos remojados con un poco de aguardiente anisado, cazalla o chinchón. Se desarrolla en un solo acto, con libreto de Miguel Ramos Carrión y música de Federico Chueca. Entre los personajes de nuevo aparece una Pepa, enamorada de un tal Lorenzo, torero en paro; o una tal Manuela, vasera y competidora de Pepa. Son muy característicos en esta obra los barquilleros, niñeras y nodrizas…Pueden verse en la obra los castizos jardines de Recoletos, donde Pepa, aguadora con puesto fijo (otras menos afortunadas que ella como Manuela tienen que vender directamente de la vasera, como se llamaba su cántaro con vasos), regenta su puesto mientras un coro de niñeras alardea de su trabajo, mientras un grupo de barquilleros pasa por el parque. Pepa y Manuela se enzarzan en una fuerte discusión, pues según Pepa, Manuela que sólo es vasera le está haciendo competencia ilegal con su mercancía portátil. Más tarde hacen las paces y se van a la verbena. Entre los números musicales destacamos el célebre Coro de los barquilleros “Vivimos en la ronda de Embajadores”; la canción italiana de Garibaldi “Una niñeira di Barcellona” o el dúo entre Pepa y Manuela“¿Tú vienes sin duda buscando cuestión? …Tú sin duda te has creído…”

Y terminamos con un claro ejemplo de “género chico” La Gran Vía, zarzuela en un acto de los maestros Chueca y Valverde, basada en un libreto de Felipe Pérez González y cuyo estreno tuvo lugar en el Teatro Felipe el 2 de julio de 1886. Entre los principales personajes figuran: El Caballero de Gracia, la criada Menegilda, Doña Virtudes, el Ama y los famosos Ratas…

El éxito de esta pequeña obrita de tipo “revista” en que se comentaban los eventos de actualidad (en este caso, la apertura de una nueva calle ancha y de circulación rápida, necesaria para conectar el Madrid antiguo con el moderno), fue tan inmenso que permaneció cuatro años en cartel. Fue representada no sólo en España sino también en Francia e Italia. El gracejo de Chueca, la habilidad instrumentadora de Valverde y el espíritu alegre y desinhibido de la obra siguen manteniendo su atractivo para el público de hoy.

La obra comienza con el revuelo que ha organizado la apertura de la Gran Vía. La criada Menegilda y su ama, doña Virtudes, cantan el número en que la criada explica cómo salió adelante con su exiguo sueldo, y el ama responde con in punto de vista sobre “cómo está el servicio”. Tres “Ratas” se jactan de su oficio de robar carteras y son detenidos por la autoridad. Podemos presenciar la calle de Alcalá y un lugar de venta de juguetes donde entra un grupo de Marineritos que ha acudido a Madrid a visitar los monumentos de la ciudad. En el final de la obra todos celebran que ha nacido la Gran Vía. Una imagen del Madrid del futuro cierra el espectáculo. Entre los números musicales más célebres y conocidos de la obra figuran: la Romanza “Caballero de Gracia me llaman”; el Tango de la Menegilda (Menegilda, doña Virtudes) “Pobres chicas las que tienen que servir…Pobres amas las que tienen que sufrir”; la conocida jota de los Ratas: “Yo soy el Rata primero” o la polca y mazurca de los marineritos “Somos los marineritos que venimos a Madrid…”

Tras citar algunos ejemplos de casticismo y atuendos madrileños y su relación con el teatro musical breve como es la zarzuela (se han destacado los más vivos y singulares ejemplos del “género chico”) retomamos el hilo de nuestro discurso…

De otro lado, también se utiliza el majismo como expresión para designar la afición casticista de la aristocracia por el vestuario y las costumbres de manolos y majos de ambos sexos, incluyendo la música, bailes y diversiones populares (fandango, tauromaquia…); en oposición a la moda francesa representada por su contrafigura: el petrimetre, joven de clase medio- alta, amanerado en sus formas y especialmente ocioso [11].

Los majos se caracterizan por su arrojo y valentía. En palabras de la filóloga y lexicógrafa María Moliner, el nombre “se aplicaba a fines del siglo XVIII y principios del XIX y sigue empleándose refiriéndose en aquella época a los artesanos de ciertos barrios de Madrid, llamados ‘bajos’, que algún tiempo hacían vida aparte, hasta el punto de estar exentos del servicio militar…”

Asimismo estos son los tipos madrileños que inmortalizaría Goya hasta el punto de identificarse así el modo de vestir de los llamados luego personajes goyescos de sus cartones para tapices y su serie de Caprichos o escenas taurinas (12) , sin olvidar sus inmortales lienzos, La maja desnuda y La maja vestida. El casticismo de la aristocracia española la hacía imitar su vestuario, siendo habitual que Goya también pintase a nobles con ropa similar. Sirva de ejemplo el caso de la XIII duquesa de Alba, vestida de luto, en opinión de Esquerra vestida de maja. El traje, de una gran elegancia, destaca el fajín de color rojo atado a la cintura, que da un toque de color a la composición, así como las mangas adornadas con detalles dorados.

A diferencia del retrato que Goya pintó años antes y en el que aparece vestida de blanco con la melena suelta, aquí cubre su cabeza con una mantilla de encaje. Por debajo del vestido sobresalen los chapines de color blanco, muy de moda en aquella época.

También pueden reconocerse a los majos en los personajes que aparecen en los lienzos de Goya Dos de mayo de 1808 y en Los fusilamientos del tres de mayo.

Asimismo el toreo a pie convertiría en héroes, sacándolos de la pobreza, a estos personajes populares (el toreo a caballo se reservaba a la nobleza), con lo que el llamado traje “goyesco” inmortalizado en la serie de grabados La tauromaquia, pasó a ser el de los toreros, evolucionado durante el siglo XIX al actual traje de luces. Es cierto que gran parte de la intelectualidad española del siglo XVIII tomaron clara postura contra el majismo; un ejemplo de ello fue Jovellanos llegando a denunciar la miserable imitación de las libres e indecentes danzas de la ínfima plebe.

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María Jesús Pérez Ortiz

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Notas

  1. Cfr. Vicens Vives, Jaime. Aproximación a la Historia de España. Salvat, 1970.
  2. Los tipos populares madrileños comenzaron a definirse desde que el rey Felipe II de Austria trasladó la Corte a la Villa de Madrid en el siglo XVI, y fueron cambiando con el paso del tiempo para alcanzar su esplendor en el siglo XVIII.
  3. Puebla Tejerina, Juan Fernando. Tipos populares madrileños. Manolos, chisperos, majos y chulos. La Enciclopedia de Madrid (Revista de Madrid) en Pongamos que hablo de Madrid, 1-2-2015
    Galdós: El 19 de marzo y el 2 de mayo nº 3. Serie 1ª de los Episodios Nacionales; capítulo XVIII, p. 70.
  4. Los chulos y las chulas es el nombre que se da a todos los tipos madrileños. En especial a los manolos y manolas. El término procede del vocablo francés ‘chaul’. Aunque la procedencia de este sustantivo pudiera ser árabe, según afirma Pedro de Répide. Y el significado de ‘chaul’ en castellano es ‘muchacho’. Resulta anecdótico que la primera vez que se empleó el apelativo chulo fuese para designar aquellas personas que realizaban labores secundarias en las faenas taurinas. En el siglo XX, los chulos y las chulas se transformaban en chulapos y chulapas. Término común a todos los tipos populares madrileños sion distinción de barrios ni oficios. Y en nuestros días los podemos ver en verbenas, procesiones y demás fiestas populares madrileñas.
  5. Parodia de la tragedia neoclásica por su estructura y métrica (estilo solemne, endecasílabo heroico, y el tratamiento exagerado del protagonista) y donde se supone ridiculiza a autores rivales, como fueron Moratín y Tomás de Iriarte, de tendencia más academicista.
  6. Carlos Blanco. Madrid contra Napoleón, en Historia National Geographic nº 50, febrero 2008.
  7. En la canción Granada, de Agustín Lara, se hace referencia a Granada como una manola cantada en coplas preciosas…
  8. La diferenciación entre manolos de Lavapiés y majos Maravillas ( entre Barquillo, Noviciado, Sol y Alcalá), puede verse en las definiciones de Manuel Alvar Ezquerra, Diccionario de madrileñismos, La Librería, 2011.
  9. Descripción del traje tradicional madrileño, de chulapo, de chulapa que representan la idiosincrasia más castiza de la capital de España. Lo que habría que distinguir de los atuendos goyescos que emulan las vestimentas típicas de los cuadros costumbristas de Goya.
  10. Alfonso López. Bailar en el siglo XVIII; del minué a las castañuelas, en Historia National Geographic, abril de 2011, pp. 22-26.
  11. Entre los referentes más excepcionales cabría mencionar los tipos recogidos en la obra de Francisco de Goya.

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