«El derecho a disentir», de Mauricio Wiesenthal – Una reseña de Pedro García Cueto

El derecho a disentir, de Mauricio Wiesenthal [Reseña]
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El derecho a disentir, de Mauricio Wiesenthal
El escritor Mauricio Wiesenthal sigue su camino de la literatura, después de habernos dejado libros luminosos como El esnobismo de las golondrinas, Libro de Réquiems, Orient-Express, entre otros muchos, donde su mirada está siempre aferrada a un clasicismo vital que es luz en la oscuridad de nuestro tiempo.
No hay que olvidar su Rilke, publicado en Acantilado, como parte de su obra, donde Wiesenthal traza la vida y la obra del gran poeta con esmero y detenimiento, dejando páginas de gran belleza.
Es, sin duda, la mayor cualidad del escritor catalán, dar luz a las sombras de nuestro tiempo, iluminar con su paisaje literario una época banal y descorazonadora, donde la belleza se ha tornado en feísmo, por el abuso de la tecnología y de la incultura de tantos, que ya apenas saben qué significa la memoria. Esta es el caudal que vive dentro del sabio Wiesenthal y que está siempre presente en sus libros, donde asistimos a un tiempo que ya no existe, pero que él ilumina con esa claridad del que ama lo que cuenta.
En su último libro, publicado también en Acantilado, titulado El derecho a disentir, escuchamos al hombre que razona, que encuentra en el tiempo actual un paisaje desolador que solo podemos salvar con nuestra devoción cultural. El libro tiene bastantes capítulos, en los cuales escuchamos la voz de la inteligencia, el saber entender el mundo. Así ocurre en “Gradual secreto de nombres ocultos”, donde Wiesenthal reflexiona sobre nuestro tiempo:
“Hay algo terrible y preocupante en este regreso de las naciones a la prehistoria. Hasta las canciones que cantan los raperos retornan a la retórica rítmica de los juglares de la sabana, ensartando relatos como la parla obsesiva de un loco. A los escritores que inventaban fábulas suceden ahora legiones de chismosos –armados con los instrumentos más eficaces de las redes sociales- que inventan mentiras, ignorantes de cómo conjurarlas, contando además con que un infundio se propaga a más velocidad que la luz”.
La determinación de ver al mundo como una gran farsa nos lleva a ese universo de personajes ridículos que nos rodean, donde los mediocres campan a sus anchas. Todo el libro es un afán de deconstrucción del mundo actual para resucitar aquel que conoció, donde los hombres y las mujeres, exentos de libertad, eran realmente más libres porque entendían esta como un ejercicio de superación que ahora, desgraciadamente, se ha perdido.
Un gran ejemplo para el pensador catalán es Montaigne, cuyos Ensayos siguen iluminando a generaciones de escritores, de filósofos, de profesores, etc. Hay en Montaigne una mesura, un cuidado, un afán por encontrar en la cultura una fe a seguir, a través del estudio y el esfuerzo, lo que ahora se ha banalizado, hasta una absoluta degradación del trabajo bien hecho. Lo que prima en nuestro mundo actual es la mirada desde abajo, no desde arriba, además de la sospecha ante todo, la delación de muchos que no saben entender el mundo ni se atienen a sus deberes, pero sí reivindican siempre sus derechos.
En Wiesenthal, que también nos ilustra con su origen, con su herencia: la figura del padre, catedrático, de su abuelo, como si todos esos seres conformaran el hombre que es, la cultura que ha adquirido. La memoria como un tesoro está siempre presente en sus libros, además de tantos y tantos personajes de la música, la literatura, la pintura, todo un paisaje que en manos del escritor son joyas para descubrir.
En el capítulo titulado “Las disciplinas del espíritu”, dice sobre Montaigne y Erasmo lo siguiente:
“Gran parte de la cultura europea se basó en la conciencia de que el espíritu debe presentarse encarnado, y también sometido a la mesura del gusto y de la inteligencia. Ese fue el principio estético y moral que distinguió al humanismo. Erasmo y Montaigne amaban la lectura, no tanto por el afán de memorizar conocimientos eruditos, sino por las reflexiones que los libros despertaban en su alma”.
Todo ese paisaje de descubrimiento en los libros se ha perdido, como sabe ver muy bien el escritor, en el mundo de las redes, en la superficialidad de las opiniones, en la falta de lectura y como problema gravísimo, en nuestros alumnos, ya sometidos a la dictatorial mirada del mundo de la tecnología.
La crítica a la televisión y a sus impostores está presente en el capítulo titulado “El mundo aburrido”, consciente Wiesenthal de la maniobra para adormecer a seres ya negados para la cultura, seres dóciles y aborregados.
Pero también está presente en el libro el viajero que tantas sorpresas nos ha regalado en sus libros, cuando habla de hoteles elegantes por el mundo, del famoso Orient-Express, de tantos viajes que han convertido su vida en un universo de anécdotas y de amor por el saber. Dice en Los relojes del eterno retorno lo que sigue:
“Los paisajes y las ciudades están repletos de pequeños detalles –el arranque de una escalera, el surtidor de un patio, una calleja escondida, un árbol mágico, una piedra escrita, un reloj historiado, una flor caída- que tienen más vida testimonial que muchas visitas turísticas”.
Sin duda alguna, en Wiesenthal late el viajero, el que disfruta del recorrido por lugares, el que se detiene, el que sabe mirar, no el turista que pasa sin ver, solo para inmortalizar su encuentro en una fotografía sin alma, en su móvil último modelo.
Dice el escritor que los viajes han perdido encanto, porque ya no hay viajeros, sino turistas que rompen la armonía del paisaje, que muestran sus burdas maneras sobre lugares inmortales, que seguirán viviendo cuando ya no estemos.
Y en el capítulo dedicado a Rilke y titulado “Carta desde el castillo de Duino”, viajamos con Wiesenthal a un lugar idílico, donde resucita a través de sus palabras la hermosura que queda de aquello que fue motivo de creación para el gran poeta. Nos dejamos llevar por la prosa del escritor como si nos adormeciera, pero no por aburrimiento, sino porque nos da luz, nos lleva a los paisajes amados de un tiempo inolvidable:
“El paisaje de Duino es místico y mistérico. Hasta las gemas –ónice, amatista, cristal de roca- llevan el senbal de la Reina de la Noche. Hay que buscarlas, pero se encuentran; lo mismo que los ríos desparecen en la roca, y se ocultan en raudales y corrientes subterráneas que vuelven luego a la luz”.
Todo el libro se ilumina en cada página, porque está escrito con haces de luz, con temperatura apasionada, con armonía en cada renglón. Vive el tiempo pasado, morimos con Rilke cuando nos cuenta el final de su vida, pero también vivimos y despertamos de nuestro letargo cuando nos habla de la cultura y muestra tanta devoción a su memoria y a su herencia. No somos nada sin todo ello, parece decirnos Wiesenthal en este libro luminoso que está a años luz de tanta literatura de usar y tirar. Con el escritor volvemos al pasado, viajamos con la memoria y con la imaginación. Este derecho a disentir es también un derecho a vivir de verdad, sin los fantasmas de nuestro tiempo adormecido y superficial.
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Pedro García Cueto
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Mauricio Wiesenthal. El derecho a disentir. Editorial El Acantilado, Barcelona, 2021. ISBN: 978-8418370540.
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