Guillermo en el refugio [Poema]
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Guillermo en el refugio
Pestillos y candados cierran el habitáculo
donde los animales pasan la noche aparte
de la zona exterior del refugio. El pelaje
oscuro, casi negro, de varios chimpancés
apenas se distingue de la sombra imperante.
Bultos que en calma duermen, los unos junto a otros
sobre paja mullida, con cambios de postura,
alguna flatulencia y plácidos ronquidos.
Allá, en el bungaló, afuera de la valla,
duermen los voluntarios, y en su propia vivienda
otro tanto hace el mismo director del refugio,
todos en un reposo reparador, necesario
para emprender en breve una nueva jornada.
Pasar así las noches a recaudo, a cubierto,
impide a los primates observar las estrellas
(Sirio, Orión y las Pléyades) o ver la luna llena
aunque ¿las mirarían si durmiesen al raso?
Alborece en el llano. La luz alumbra el campo
que rodea la finca, así como las cumbres
de la sierra cercana, más nítidas ahora,
cuando el confinamiento y la calma del mundo
han lavado los cielos de toda la provincia.
El frío de la sierra y la humedad del río
se abrazan hasta bien entrada la mañana.
Se evita, en consecuencia, que chimpancés, gibones,
el gran orangután, los monos más menudos
duerman a la intemperie, excepto los macacos
de Berbería, aptos y bien aclimatados
a las frías alturas en su remota África
y también a estos frescos terruños madrileños.
El sol de la mañana espabila a una avispa
que luego se detiene sobre la hierba húmeda
aún por el rocío. Del primer dormitorio
al lado del camino que recorre la finca
por el norte, aparece lozano un chimpancé
a quien el personal del refugio dio el nombre
de Guille o de Guillermo sin más, sin apellidos.
Desde hace un par de meses conviven confinados
humanos y primates; éstos, ya por costumbre,
pues son los inquilinos del refugio, los huéspedes
llegados desde circos a este santuario,
desde turbias prisiones mal llamadas zoológicos,
desde hogares ocultos, antros de mascotismo;
aquéllos, en clausura por decisión de un virus
(ente híbrido, ser entre autómata y vivo).
Así, cuando un humano se encierra en el refugio
(que hacia afuera se muestra bajo forma de finca)
y abre las compuertas de cada dormitorio
a los correspondientes recintos alambrados,
son los primates quienes por fin se encuentran libres
de tomar sol y aire, retozar en la hierba…
Son varios los recintos, para las diferentes
especies de primates: los monos capuchinos,
los macacos de Asia o del norte de África,
cercopitecos, lémures de la cola anillada,
dos gibones y Boris, tremendo orangután
pelirrojo, tranquilo, de melena abundante,
más casi una veintena de chimpancés que ocupan
tres sectores distintos, con tres comunidades,
y además los pequeños, los propiamente dichos
monos como titíes, aotus y vervéts,
monos fraile o saimiris (mas no se han de encontrar
bonobos ni gorilas de espalda plateada).
Ni es un zoo ni ha sido ninguno capturado
para ser exhibido aquí precisamente
sino que, a la inversa, encontraron refugio,
hogar y compañía en sus instalaciones,
retiro placentero hasta el fin de sus vidas
sin público ni aplausos ni látigos ni premios.
Aquí sólo los simios descansan. Voluntarios
preparan comederos con verduras y frutas
de lunes a domingo (aquí nunca se libra)
y el lunes otra vez, mes a mes, año a año…
A ratos interrumpen la calma las visitas
de grupos de colegios o de simpatizantes
que, respectivamente, aprenden y sostienen
la actividad del centro y difunden su obra
(visitas suspendidas en tiempos de pandemia).
Aquí sólo los simios habitan de continuo.
Los voluntarios cambian, y los trabajadores
también acaban yendo a nuevos paraderos.
Los primates que llegan se quedan, permanecen
pues son los lugareños genuinos, legítimos
(a veces, cuando muere un mono capuchino
o un chimpancé, se deja el cuerpo un par de días
donde murió, que el grupo pueda así despedirse
a su manera propia, asimilar la pérdida).
Pero, ¿dónde está Guille? Allá corre arrastrando
una manta raída por la trocha o sendero
que ellos mismos trazaron sobre la hierba rala
y luego la menea, la sacude en el aire.
Guillermo pertenece al grupo de Manuela
(luego hablaré de ella) pero tiene un carácter
singular que lo hace deambular a su avío,
hacer sus muecas, gestos, vivir su propia vida.
Guille nació cautivo en un zoo de la Orotava
(isla de Tenerife), con la mala fortuna
que, siendo rechazado por el resto del grupo,
acabó en la vivienda de una limpiadora.
Hasta los doce años malvivió en una jaula
reducida e inmunda, cubierta con un plástico,
cebado con refrescos y bollos industriales.
Llegó al refugio débil, sufriendo fotofobia,
miedo a espacios abiertos y a cualquier compañía
de chimpancés o humanos, con pérdida de pelo,
dedos callosos, miembros levemente deformes
y el ojo izquierdo ciego de una vieja infección.
Doce años pasados en soledad impuesta
mutilan mentalmente a un primate social,
lo vuelven inseguro, ansioso e inestable…
Trece años más tarde, después de mucho esfuerzo,
Guillermo vive ahora con varios compañeros
del grupo de Manuela, confiado y contento.
¿Quién es esa Manuela de la que os he hablado?
Ella, unos siete años más joven que Guillermo,
nació en este refugio (algo que normalmente
se evita; no se busca la cría de animales)
y así ha crecido, sana, fuerte, vibrante, lúcida,
curiosa, inteligente, carismática, empática,
con un pelaje terso como el ala de un cuervo,
de modo que ahora es ella el alma de este grupo
de chimpancés (no busquen supuestos machos alfa).
También hay otros grupos (el de Sammy, el de Gombe)
en recintos contiguos separados por vallas.
En éste, el de Manuela, además de Guillermo
están Maxi e Yván (hermanos), Toti y Yaki.
Son, como los primates de las demás especies,
libres siempre de entrar de nuevo en su habitáculo
o volver a salir a lo largo del día
si así les apetece, haya o no observadores.
Pues esto no es la selva, aquí no crecen árboles,
en su lugar se alzan mástiles, troncos, cuerdas
para que se ejerciten y jueguen, trepen, salten,
para que se retiren a otear el entorno
o a ponderar visiones, conceptos hipotéticos.
Cuando por el oído o el olfato Guillermo
sentía la visita de un grupo de escolares
o de adultos con hijos acercarse a las vallas,
venía a la carrera, se aporreaba el pecho
y arrojaba gruñidos demostrando su fuerza
o queriendo asustar, de farol, como tantos…
Entonces se percibe que de los chimpancés
del refugio es Guillermo el que menos camina
a cuatro extremidades apoyando su tronco
sobre los resistentes nudillos delanteros.
Por el contrario, Guille a menudo se yergue,
corretea «a la humana», es decir, como bípedo,
lo que le da un aspecto familiar y simpático.
¿Creerá en su fuero interno que es uno de nosotros
y no entiende qué pinta allá adentro encerrado
entre monos y simios oscuros y peludos?
[de Quemadura]
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Jorge Camacho Cordón
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Nota
Jorge Camacho Cordón. Quemadura. Ediciones Vitruvio, Madrid, 2020. ISBN: 978-8412228472.