Heráclito y Demócrito eligen peluca. Los presocráticos en la música barroca – Una lección de filosofía musical – I – Cecilia Mercadal Molina

Heráclito y Demócrito eligen peluca. Los presocráticos en la música barroca – Una lección de filosofía musical – I – Cecilia Mercadal Molina

Heráclito y Demócrito eligen peluca. Los presocráticos en la música barroca – Una lección de filosofía musical – I

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Taller de Peter Paul Rubens – Heráclito, el filósofo que llora [1636 – 1638. Óleo sobre lienzo, 183 x 64,5 cm. – Sala 079 – Museo del Prado, Madrid]

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Johannes Moreelse – Democritus [1630 – Centraal Museum, Utrecht – Holland]

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El eremita de Éfeso, misántropo orgulloso y altivo, vivía, según cuentan, de las hierbas y plantas de las montañas, despreciando a las masas y los principios democráticos.

“Todo encuentro con los hombres proporcionaba a Demócrito motivo de risa”

Juvenal, Sátiras, X, V, La vanidad de los deseos humanos, verso 47

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“En cuanto a los sabios, Heráclito y Demócrito, combatían la cólera, uno, llorando, el otro, riendo”.

Soción de Alejandría. Citado por Estobeo. Antología de extractos, sentencias y preceptos. III, XX, 53.

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“Demócrito y Heráclito eran dos filósofos, de los cuales, el primero, considerando la condición humana vana y ridícula, nunca aparecía en público sin presentar un semblante risueño y burlón, mientras que Heráclito, considerándonos igualmente dignos de conmiseración, se mostraba con el rostro siempre triste y los ojos llenos de lágrimas.”

Michel de Montaigne, Les essais. Vol 3. Libro I. Capítulo 50

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El presente estudio trata de dilucidar la presencia de figuras retóricas musicales recurrentes para caracterizar a los filósofos presocráticos Demócrito y Heráclito que han servido de inspiración a diversos compositores contemporáneos (como es el caso de François Couperin, François Duval y Jean Baptiste Stuck, compositores franceses del periodo barroco), o bien ubicados en épocas y estilos diferentes (tal es el caso de Charles Valentin Alkan, también francés, cuya obra de referencia fue compuesta con un siglo y medio de distancia respecto a los anteriores). Para ello se utilizará un enfoque hermenéutico y de análisis retórico comparativo.

El estudio apunta también a una confrontación con otros tipos de análisis que no admiten esta significación simbólica y retórica del discurso musical o que la admiten de manera parcial, como asociaciones derivadas del libre juego imaginativo del oyente, así como la convención y la tradición según la cual establecemos atribuciones afectivas y emocionales a un elemento musical determinado.

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Durante el siglo XVII y las primeras décadas del XVIII, las figuras de Demócrito y Heráclito sirvieron de inspiración a obras artísticas de diferente signo, sobre todo literario, teatral y musical. La iconografía de la época también se hace eco de esta caracterización como figuras antagónicas. En el ámbito literario, la estela de los dos presocráticos es extensa, apareciendo de manera explícita en multitud de obras y en autores reseñables (como Lope de Vega en su obra La Dorotea, Quevedo o Baltasar Gracián en El Criticón, por citar el ámbito de las letras hispanas), o simplemente como fuente de inspiración (el mismo Quijote podría ser un trasunto de esta polarización caracteriológica que se presenta como las dos caras de la misma moneda) [1]. En su obra Gargantua et Pantagruel, Rabelais presenta dos personajes, Eudemony y Ponocrates, que ríen y lloran tras el discurso capcioso del sofista Janotus de Bragmardo: “De ce fait, ils se trouvaient représenter Démocrite héraclisant et Héraclite démocrisant” [2]. Expresa con ello el carácter aparentemente contradictorio de esta pareja filosófica, cuya actitud ante la realidad es el reverso de la actitud opuesta. Por su parte, Erasmo de Rotterdam, en su Elogio de la locura, cita la risa de Demócrito, considerado como un loco por sus compatriotas debido a su propensión a reírse de todos y de todo y por su vida eremítica, hasta el punto de recurrir al consejo y dictamen médico de Hipócrates, quien, lejos de diagnosticar la demencia del sabio, concluye más bien lo contrario, certificando su sabiduría y cordura por reírse de lo que es digno de ser ridiculizado en el género humano (relatado en las cartas apócrifas del galeno griego).

Por otro lado, son varias las obras literarias de la época que tienen como protagonistas a ambos filósofos. Entre ellas podríamos señalar la comedia Démocrite amoureux, escrita por Jean-François Regnard en 1700 (y de la que al parecer François Couperin poseía una copia en su biblioteca), o también la Comparaison de Démocrite et Héraclite, en los Dialogues des morts, de Fénelon, publicada en 1712.

No se sabe a ciencia cierta el momento de la aparición de la leyenda de la risa de Demócrito y el llanto de Heráclito. De los escasos fragmentos escritos que se les atribuye no se puede inferir una caracterización semejante, aunque las referencias de filósofos y eruditos posteriores convienen en la atribución de los estados anímicos respectivos, así como las nociones problemáticas que subyacen en ambas posturas y que han servido como fuente de inspiración a las obras de arte mencionadas. Como señala Alberto Bernabé en su selección de fragmentos de filósofos presocráticos, Heráclito es citado poco y mal en los escritos de Platón y Aristóteles, siendo conceptuado por este último como uno más de los “filósofos de la naturaleza” que postuló el fuego como arché o razón primordial.

Paradójicamente fueron los Padres de la Iglesia quienes contribuyeron en mayor medida a difundir y conservar pasajes de Heráclito con la intención de combatir a herejes y heterodoxos de la fe cristiana [3]. En relación con la caracterización de melancolía y tristeza, no existe ninguna fuente originaria expresa; tan solo algún comentario de escritores y pensadores posteriores como el Pseudo-Aristóteles que lo define como “el oscuro” (aunque probablemente en el sentido de enigmático e incomprensible, más que en el de sombrío y melancólico como cualidad moral y caracteriológica), o Teofastro, quien señala que “por causa de su melancolía, escribe unas cosas a medias, otras inconsistentes” [4].

De los fragmentos atribuidos al filósofo, es bien conocido aquel que se refiere a la guerra (pólemos) como principio que rige el universo y que establece categorizaciones entre los humanos, sin que estos puedan sustraerse a una necesidad y designio que los obliga [5]. Sin duda esta conceptualización pesimista de lo real también ha contribuido a gestar ese halo de pensamiento amargo con el que se le caracteriza.

Por su parte, Demócrito es presentado como un hombre vital y risueño. De los fragmentos dispersos que se conservan y que dan cuenta de la magnitud y profundidad de sus conocimientos en casi todos los campos del saber, aunque solo en forma de “ecos y ruinas” [6] por la dispersión de sus fragmentos, no se puede inferir ningún aspecto alusivo a la risa o al buen humor a la hora de abordar el mundo o el alma humana, ni siquiera con un barniz o toque irónico. Los fragmentos sobre ética, en forma de sentencias morales, apuntan a una especie de prudencia o sentido común y cierta resignación ante lo inevitable, que es en el fondo un pensamiento utilitarista y estoico más o menos camuflado. Esto lo complementa con la necesidad de ser virtuoso huyendo de la necedad y la insensatez, pensamiento que es el denominador común en la sabiduría práctica de la mayor parte de escuelas filosóficas. Sus consejos morales son en este sentido edificantes y tienden a enseñar a los humanos una recta sabiduría que los haga justos y sabios, y, por ende, felices. Este es en definitiva el único sentido de optimismo y confianza en el género humano que podemos hallar en sus escritos.

Existe sin embargo una corriente de pensamiento que fijará el estereotipo o arquetipo de la risa y el llanto personificado de manera casi alegórica a través de estos sabios. En cierto sentido es lógico que la época barroca, con su tendencia manifiesta a teatralizar el mundo creando estas imágenes personificadas de conceptos o abstracciones, creara también estos prototipos imaginarios plasmados en obras musicales, literarias o pictóricas.

Es precisamente esta tensión entre la máscara de lo cómico, que simboliza el filósofo creador de la teoría de los átomos y la de la tragedia, que representa el filósofo precursor de la dialéctica, la que proporciona material suculento en una época como la barroca, donde triunfa el concepto metafórico acuñado como Theatrum mundi, (enunciado ya en los diálogos platónicos). La risa del sabio de Abdera presenta en primer término un planteamiento paradójico, puesto que en las comisuras de la boca que ríe (“a mandíbula batiente”) se oculta la sombra de la más amarga melancolía. Así, en palabras de Horacio, una risa perpetua sacudía los pulmones de Demócrito: era justamente el espectáculo del mundo lo que provocaba su risa, es decir, la contemplación de una realidad lamentable, gobernada por la injusticia y la falta de armonía. Ambos filósofos encarnan las dos miradas extremas que provoca la contemplación del espectáculo de la vida humana, siendo en el fondo las dos caras de una misma moneda. ¿Tiene por tanto algún sentido plantearse si es mejor adoptar una perspectiva trágica ante los males que afligen al ser humano a cada instante, fruto de su estulticia manifiesta, o es preferible por el contrario considerar que estas desgracias merecen nuestro desdén y escarnio y observar el mundo como una broma de la que burlarse sin piedad? La figura de los dos sabios se nutre de un rechazo vehemente y apasionado del mundo, y la respuesta de ambos se torna una mezcla de sabiduría y locura. ¿Quiénes son esos sabios sacudidos por una risa interminable o por lágrimas sin fin? Y es que, contrariamente a otros filósofos de la era clásica como Epícteto, Epicuro, Séneca o Marco Aurelio que buscan la expansión de sus doctrinas y enseñanzas de la vida práctica entre los habitantes de la polis, además de pretender vivir en armonía junto a ellos, tanto Demócrito como Heráclito declinan ser aceptados socialmente, y de manera manifiesta se aíslan de sus congéneres huyendo de sus ocupaciones incesantes y mostrando un alejamiento gnoseológico y existencial con respecto a las cuitas que asolan a los humanos, poniendo el acento en el lamento o en el humor que suscitan.

Podríamos sin embargo incluir un tercer sabio en esta ilustre pléyade, por cuanto comparte con los dos primeros esa contemplación desdeñosa del mundo y la inutilidad de sus afanes, practicando un destierro deliberado, aun en el seno de la propia polis. Ese filósofo no es otro que Diógenes el cínico. Este justamente puede ser el motivo por el cual François Couperin lo incluye en un opúsculo de reciente descubrimiento y cuyo título incluye a los tres sabios de la antigüedad mencionados. Se trata de un brevísimo canon a tres voces donde se caracteriza a cada uno de ellos tanto en el texto como en la música respectiva [7]. Este tercer personaje no aparece en cambio en la mayor parte de las obras aludidas con anterioridad inspiradas en la pareja aparentemente antagónica. Una explicación probable es que la postura de Diógenes representa una posición equidistante ante la contemplación de la realidad que lo rodea, una suerte de desdén, de profunda indiferencia por el mundo que ni siquiera es capaz de arrancarle una lágrima o una carcajada. Ese manifiesto desprecio, ejemplificado por la anécdota con Alejandro Magno, conlleva una ausencia total de emociones, de expresión anímica, lo que casa muy mal con cualquier intento de caracterizar la actitud del personaje. ¿Cómo se podría en una obra musical, por ejemplo, expresar la neutralidad, la inmutabilidad, la impasibilidad y el desapego máximo que se atribuye al augusto habitante del tonel? La breve pieza de Couperin, en la línea que se refiere a este personaje, nos proporciona una posible caracterización musical utilizando una línea melódica monótona de notas repetidas en el registro agudo (por tanto más molesto e incisivo, incómodo, atributos más acordes con el sabio cínico), que solo al final hace un pequeño gesto descendente. Y es que alguien que contempla de manera equidistante la risa y el lamento, carente por tanto de sentimiento alguno, puede aparecerse ante nosotros no solo como un ser asocial y huraño sino como un ser fuera de este mundo, dotado de una naturaleza que contradice lo humano, puesto que la ataraxia como objetivo integral hace del hombre una especie de mineral que ni siente ni padece. Y sin embargo esa naturaleza pétrea e inconmovible podría tener otras formas de encaje en una obra artística, viéndose quizá como la posibilidad extrema de huir de la afectación excesiva ante lo inevitable de esta vida, ya sea por la risa o por el llanto.

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Heráclito y Demócrito en la música

Como ya señalábamos en el párrafo precedente, las implicaciones éticas y estéticas de estas dos figuras antagónicas han sido la inspiración de diversas obras musicales que se ubican de manera preferente en el barroco, aunque existe un atípico exponente en la obra del compositor romántico Charles Valentin Alkan, dentro de su obra pianística 48 Esquisses op. 63 publicada en 1861, a la que luego se hará referencia.

Como apunta Graham Sadler en el artículo “A philosophy lesson whith François Couperin?”, anteriormente citado, donde se comenta el opúsculo del autor francés, el primer compositor que vio el expresivo potencial que encerraba el contraste entre ambos filósofos, fue Giacomo Carissimi, cuyo dúo titulado I filosofi (“A piè d´un verde alloro”) pone en boca de ambos personajes, de manera dialogada, esta visión opuesta del mundo. En esta pieza, los afectos de alegría (aparente, al menos) y tristeza, de risa y llanto, son sutilmente contrapuestos a través de suaves melodías de perfiles ondulados, y no exentas de figuras retóricas de índole quasi madrigalística, como la descripción de la risa de Demócrito mediante agitados y ondulantes pasajes en semicorcheas que simulan esta expresión de regocijo.

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Giacomo Carissimi – I Filosofi [Duetti da camera, VI – Agnès Mellon & Concerto Vocale & René Jacobs – Musique d`Abord]

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Otro compositor contemporáneo de Carissimi, autor de una obra titulada Heraclitus e Democritus, fue Pietro Torri (c. 1650-1737), cuya referencia podemos encontrarla en la obra de John Hawkins A general History of the Science and Practice of Music [8], y donde también se alude a la obra de Carissimi antes citada incluyendo una edición de la misma.

Como señala Sadler en el artículo mencionado con anterioridad [9], dado que la obra de Carissimi era conocida en Francia en los albores del siglo XIX, es probable que su diálogo A piè d´un verde alloro sirviera como inspiración a las dos obras que van a ser abordadas con más detalle, tanto el minúsculo canon de Couperin, titulado Héraclite, Démocrite, Diogène, como la cantata Héraclite et Démocrite de Jean-Baptiste Stuck.

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Cecilia Mercadal Molina

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Notas

[1] Para un desarrollo más extenso de tales referencias en obras literarias españolas, ver la tesis doctoral de Bérenice Vila Baudry, Le rire de Démocrite et le pleurer de Héraclite. La figure des philosophes de l´Antiquité dans la literature espagnole des Siècles d´or, Université Paris IV-La Sorbonne, 2007.

Un desarrollo más conciso puede encontrarse en el artículo de la mencionada autora:

Bérenice Vila, “Le rire grave de Don Quichotte”. Revue des Études Italiennes. Nouvelle série. Tome 52, nº 1-2. 2006.

[2] Citado en Nestor Luis Cordeiro, “Démocrite riait-il?”, Le rire des Grecs. Antropologie du rire en Grèce ancienne. Ed. Jérome Millon, collection Horus, sous la direction de Marie-Laurence Desclos. (Grénoble, 2000).

[3] Bernabé, Alberto. Fragmentos presocráticos. (Abada Editores. Madrid, 2019). Edición bilingüe, p. 170.

[4] Ibid., p. 168.

[5] Ibid., p. 434.

[6] Ibid.

[7] Graham Sadler, “A philosophy lesson with François Couperin? Notes on a newly discovered canon”, Early Music .Vol. XXXII/4 (November 2004).

[8] Hawkins, John, A General History of the Science and Practice of Music (London, 1776; 2/1853) – Vol II.

[9] Graham Sadler. Ibid., p. 544.

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