Sobre los límites de la representación estética – Sebastián Gámez Millán

Sobre los límites de la representación estética – Sebastián Gámez Millán

Sobre los límites de la representación estética

 

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Auschwitz child survivors. CC BY-NC-ND/ICRC

 

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Ha muerto Claude Lanzmann (1925-2018), el hombre que se planteó con mayor radicalidad esta cuestión desde una perspectiva cinematográfica en Shoah (1985), el documental de más de nueve horas sobre los campos de concentración y exterminio nazi que tardó 11 años en dar a luz.

En sus memorias torrenciales cuenta que tras el estreno de La lista de Schindler (1993), de Steven Spielberg, sostuvo de modo tan sincero como provocador que si “hubiera encontrado un hipotético film mudo de apenas unos minutos, rodado en secreto por un SS, en el que se mostrase la muerte de tres mil personas en las cámaras de gas, no sólo no la habría integrado en mi película, sino que la habría destruido. Escándalo, ataques por todas partes: `¡Quiere destruir las pruebas!`”.

No, no se trata de eso. Lo que se pregunta Lanzmann es de qué valen las imágenes cuando por medio de ellas no se puede dar cuenta de lo que sucede. Se degradan, se banalizan, del mismo modo que cuando con palabras se pretende decir lo que no aciertan a expresar las palabras. En tales situaciones, ¿no es preferible el silencio?

Esto es lo que se discutía en Visa pour l´Image de 2017, considerado el principal festival de fotoperiodismo del mundo. Su director, Jean-François Leroy, declaró a propósito del tema elegido y su actualidad: “La cadencia de atentados no deja de aumentar. La representación continua de actos terroristas implica correr el riesgo de que se terminen convirtiendo, con todas las comillas posibles, en insignificantes”.

¿Representar un acto terrorista significa hacer apología del mismo? ¿Es conveniente cambiar, a causa del terrorismo, las normas de la información, imprescindibles para el ejercicio cívico-político? ¿Se debe mostrar “todo”, en el supuesto caso de que sea posible, o hay límites que no se deben traspasar por respeto a las personas?

Como es natural, hay pluralidad de respuestas. El veterano Laurent Van der Stockt, que lleva 25 años acudiendo a conflictos del Golfo Pérsico, se inclina por dejar a los muertos fuera de su encuadre. No obstante, reconoce que “no existe una respuesta única a un problema tan complejo”.

La joven Ángela Ponce Romero, que ha dejado testimonio de millares de víctimas en ciudades como Ayacucho (en quechua, “rincón de los cadáveres”), piensa que “las imágenes fuertes e impactantes sirven para demandar justicia y despertar solidaridad (…) El dolor se transforma en fuerza para visibilizar y denunciar injusticias. En este proceso también participa el fotógrafo, que contribuye, mediante sus imágenes, a reivindicar la lucha y generar memoria”.

Para Lorenzo Meloni “no hay límites de lo enseñable. Lo que puede ser visto puede ser fotografiado. Sin embargo, cuando se trata de representar la vida y la muerte, respetar al sujeto es primordial. Existe el deber de documentar, pero también la necesidad de respetar”.

Una vez más se trata de jerarquizar los valores. Es fundamental distinguir entre la información públicamente relevante para el ejercicio democrático de los ciudadanos de aquella que no lo es y que, por tanto, es prescindible, si bien observo que los límites no son siempre claros y evidentes.

A las preguntas formuladas en el quinto párrafo, respondería que depende de cómo se represente. Unas imágenes pueden contribuir a la apología terrorista, no sólo por la intención o por los efectos provocados; en ello influye cómo se representan, donde este “cómo” se encuentra íntimamente vinculado con la calidad técnica y artística.

Por eso no creo que en rigor existan límites de la representación. Ahora bien, hay que descubrir la manera de hacerlo, lo que está lejos de ser fácil. Otra cuestión decisiva que a menudo se desatiende es la recepción de las imágenes y, en particular, el papel crucial que desempeña el espectador. Puede que las representaciones no sean adecuadas para estremecernos ante lo que ocurrió, pero es posible dar con un espectador lo suficientemente sensible y cómplice. De ahí que debamos poseer también una buena educación sentimental.

 

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Sebastián Gámez Millán

 

Categories: Filosofía