El poder de la imaginación y la fecundidad del entendimiento en el «Examen de ingenios para las ciencias» de Juan Huarte de San Juan – [Sobre el origen hispánico de la filosofía moderna] – I – José Biedma López
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El poder de la imaginación y la fecundidad del entendimiento en el Examen de ingenios para las ciencias de Juan Huarte de San Juan – [Sobre el origen hispánico de la filosofía moderna] – I
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Introducción
Juan Huarte de San Juan (h. 1529 -1588) ha sido uno de los autores hispanos más traducidos y editados fuera de nuestras fronteras. Fue médico de Baeza y Linares. Su familia había emigrado a las tierras ásperas y duras de Jaén buscando mejor fortuna, desde el pueblecito navarro de San Juan del Pie del Puerto. Y debe su gloria a esta única obra: El Examen de ingenios para las ciencias (Baeza, 1575) [1].
Gracias a este tratado anticipador, su autor se convirtió en uno de los grandes exorcistas del humanismo, en un espantador renacentista de los diablos medievales, en uno de los primeros naturalistas de la modernidad, en un genial precursor de la psicología moderna, en un gran desmitificador del mundo, y, en fin, en un modelo de racionalidad aplicada al estudio de las capacidades mentales humanas, la índole de su diversidad y su relación con las carreras y las profesiones. O sea, que el Examen se convirtió en un modelo del nuevo espíritu científico moderno, porque su autor renunciaba a recurrir a las causas trascendentes o sobrenaturales y a la complicada y abstracta jerigonza de la ciencia escolástica, en beneficio de la observación, la revisión crítica de la lección de los clásicos, la formulación de hipótesis mecánicas e inmanentes, y el análisis de los hechos físicos.
El Examen tiene para nosotros un gran valor, pues prueba que la formación científica -racional y empírica a la vez- se inició en España un siglo antes que en el resto del continente, y pone de manifiesto la raíz hispana de muchas de las ideas que cristalizarán en los grandes tratados filosóficos y científicos de los siglos siguientes. Como Vives, quien seguramente influyó en nuestro autor, como Gómez Pereira, como Francisco Sánchez el Escéptico, Huarte fue un brillantísimo cultivador del «verbo de la emancipación filosófica» [2], pero, a nuestro juicio, con una ventaja sobre dichos autores: Huarte no utilizó la letra escolasticista del latín, sino, como Pedro Simón u Oliva Sabuco, el castellano vivo de su tiempo, modelando éste como vehículo de comunicación racional, al utilizar como medio de expresión científica el idioma que hablaban sus contemporáneos, Huarte ensayó una admirable síntesis entre la cultura universitaria y el mundo de la vida, renunciando al elitismo y aislamiento de aquélla, a favor de una finalidad divulgadora, que conectaba el saber recibido con el sentido común de la emergente clase urbana de su época.
El aspecto revolucionario del Examen no pasó desapercibido a la Inquisición. Los motivos doctrinales de ésta pueden inferirse fácilmente a partir de los párrafos y textos expurgados. En general, lo que molestó al inquisidor fue que Huarte intentara probar la continuidad sustancial entre cuerpo y alma, entre naturaleza y espíritu, pues con ello ponía de manifiesto la dependencia causal de lo psíquico respecto a la naturaleza física y animal del hombre. Téngase en cuenta que el asunto mismo del tratado es la importancia condicionante del temperamento en la vida científica y moral. Y no gustó al censor que Huarte atribuyera cierta inteligencia y vida moral a los animales, escandalizándose por que considerara al entendimiento como una potencia orgánica.
Conste que Huarte fue un convencido católico y un buen cristiano, su fe no era ni dudosa ni tibia, pero para el autor del Examen la inmortalidad del alma no podía inferirse en el plano de la filosofía natural, tampoco su mortalidad, sino que pasaba a ser, como luego para Kant, una cuestión de fe. Sin embargo, tampoco debió agradar a las autoridades eclesiásticas que Huarte se mostrara escéptico con respecto a los milagros, pues había dejado escrito que, una vez creado el mundo, Dios se atiene a las condiciones naturales que le ha impuesto, como orden y concierto necesario que Él mismo decidió.
No es verdad que el Examen, como dijo Menéndez Pelayo, sufriera una «muy benigna expurgación» [3]: la Inquisición eliminó párrafos muy importantes de la obra y censuró todo el capítulo VII, «donde se muestra que… el ánima racional ha menester el temperamento…» [4]. Por supuesto, el contenido científico de la obra ha quedado anticuado. Su sistema es insostenible, y su propensión al reduccionismo materialista podría haber hecho razonables las objeciones del inquisidor, si éste las hubiera manifestado dialécticamente, en lugar de hacerlas efectivas a tijeretazo limpio. Puede que la sabiduría de Huarte haya quedado científicamente obsoleta, como la física en la que se fundaba, que era la mejor de su tiempo, pero las excursiones que el autor se permite por el dominio de las hipótesis y la paradoja, la sutileza de muchos de sus análisis, la agudeza de sus observaciones psicológicas, pedagógicas, filosóficas, y la incomparable belleza de su prosa, bastan y sobran para que siga siendo interesante su lectura y estudio, y merezca el respeto y el esfuerzo de la interpretación contemporánea. Así lo comprendió Noam Chomsky al citarle como precursor del curso específico seguido por la teoría lingüística en la época moderna, esto es, como anticipador de su propio innatismo racionalista. Chomsky piensa que el doctor Huarte fue el primero que consideró al ingenio humano como una potencia generativa y fecunda, y nos reveló en su Examen la capacidad creadora de la imaginación poética [5].
La importancia histórica de este tratado es indiscutible. Juan Huarte fue el creador, por lo menos, de tres ciencias nuevas: la psicología diferencial, la orientación profesional y la eugenesia. Como creador de una clasificación de las ciencias basada en las potencias del alma racional, en el sujeto cognoscente y no en el objeto, algunos le han señalado como un claro antecente de Bacon, del que éste habría sacado su propia clasificación [6]. Sea o no cierta esta influencia directa, nos resulta evidente la relevancia de las ideas de Huarte en el campo más teórico de la epistemología y la psicología racional, y aún la pertinencia actual de sus formidables intuiciones, algunas de las cuales, quizá, no han sido todavía desarrolladas cumplidamente.
El método de Huarte es estrictamente moderno: una argumentación racional que se da por contenido la experiencia natural. Por cierto, que en el último capítulo de la edición príncipe (pg. 333), Huarte utiliza la palabra «ensayo» con el sentido de experimento, ¡antes que Galileo! Huarte razona desde un nuevo paradigma que recrea la analítica y la dialéctica de los griegos, a los que cita crítica y originalmente, aunque eche mano también secundariamente de la retórica de Cicerón o del saber de Galeno. Su papel como precursor de la frenología de Gall (quien le cita expresamente) o del pensamiento naturalista de Cabanis está fuera de duda, así como su influencia en el perfil psicológico de que Cervantes dota a su ingenioso hidalgo don Quijote, demostrada por Salillas [7]. También es conocida la influencia que Huarte debió ejercer en la obra de Lessing, pues éste preparó su versión alemana y presentó para su doctorado una disertación sobre el doctor Huarte y su libro. Y, en fin, su huella es perceptible en una gran multitud de lingüístas, preceptistas, pedagogos y filósofos, algunos tan cercanos a nosotros como Schopenhauer o Nietzsche.
Nuestra intención es, justamente, poner de manifiesto la pertinencia filosófica de una parte importante de la obra del médico de Baeza, desvelando y aclarando su conexión con el pensamiento moderno y sus profundas analogías con el criticismo kantiano, especialmente con respecto al papel trascendental que ambos autores reconocen a la imaginación y al poder productor del entendimiento. No renunciamos a una interpretación reconstructiva de aquellas sugestiones del Examen que todavía resulten útiles o puedan ser aplicadas a los problemas filosóficos y a los desafíos teóricos de nuestra época [8], injertando la vieja savia de su sabiduría en las venas del pensamiento vivo.
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1. Huarte y la filosofía moderna
En el discurso de recepción que Menéndez Pelayo pronunció en la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas el 15 de mayo de 1891, el gran erudito santanderino pone de manifiesto las raíces hispanas del escepticismo y del criticismo, refiriéndose sobre todo a la obra de Vives, de Francisco Sánchez el Escéptico (Quod nihil scitur, 1576), y de Pedro de Valencia, humanista extremeño y discípulo predilecto de Benito Arias Montano. Don Marcelino apenas se refiere a Huarte, aunque le cita de pasada un par de veces. Los estudios posteriores han profundizado esta tesis de Menéndez Pelayo: El cartesianismo se formó con despojos de la filosofía española [9]. En efecto, casi todas las grandes doctrinas del racionalismo, del empirismo y del criticismo, pueden encontrarse en estado larvario, en germen y como intuiciones brutas, en los grandes autores hispanos del Renacimiento.
El extraordinario parecido entre el pirronismo metodológico de Francisco Sánchez y el de Descartes, o las deudas de éste respecto de Gómez Pereira, han sido ya puestos de manifiesto por distintos autores. No obstante, que sepamos, nadie hasta el momento ha descrito la analogía entre la psicología racional implícita en la Crítica de la razón pura y el papel trascendental y creador que Huarte le reconoce al ingenio, sobre todo a sus dos facultades o potencias activas: la imaginación y el entendimiento [10].
Es muy verosímil que el Examen fuera conocido en Alemania al entrar el siglo XVII, bien por la ediciones castellanas impresas en Flandes, bien por las numerosas que se habían editado en latín, francés e italiano. Aunque pudieron haberse hecho versiones anteriores, es segura la que hizo en latín Aescatius Major, o Joachim Caesar: Scrutinium Ingeniorum, Anhalt, 1622 (reproducida en 1637 y 1663). Fue esta edición de Escacio la que mejor pudieron conocer los alemanes hasta la versión alemana de Lessing (Zimmermann, Zerbst, 1752). Por ejemplo, la que conoció Gaspar Ziegler, cuya disertación De ingenio (Lipsiae, 1643) no es sino un extracto y comentario de las doctrinas de Huarte. Se explica allí que «ingenio» en sentido específico es aquella capacidad por la cual un individuo no sólo aprende lo que se le enseña, sino que llega a producir y dar a luz de por sí nuevos conceptos. La raíz del ingenio está para Ziegler y para Huarte en la propia naturaleza, esto es, en el temperamento. La obra de Ziegler fue punto de partida de varias otras que con parecido carácter se compusieron en Alemania durante el siglo siguiente [11]. El hecho de que el Examen sea citado en obras muy alejadas de su asunto principal, v. gr., de filosofía política, muestra el sobresaliente aprecio que la obra de Huarte alcanzó en Alemania. En la época de Wolff nos encontramos con toda una nube de disertaciones o tratados sobre temperamentos, ingenios y caracteres, producidos por las universidades alemanas…
Sin embargo, el idioma alemán fue el último de los modernos en acoger el Examen, pero la tardanza fue compensada con creces por la calidad del introductor y traductor: Gotthold Ephraim Lessing [12]. El gran escritor tomó la obra del médico baezano como materia de su tesis doctoral, animado seguramente por la extraordinaria actualidad de que gozaba su obra en la alemania dieciochesca. De su disertación, desgraciadamente, no quedan más que unas páginas manuscritas y unas notas preparatorias. Fue tan intensa la demanda de la traducción de Lessing, que el editor encargó al matemático Johan Ebert otra nueva (1785). En el prólogo de la de 1752, Lessing afirma que pocos sabios españoles habían llegado a ser tan conocidos en Alemania como Huarte. Admira su originalidad y el poderoso vuelo de su espíritu que abre nuevos rumbos al pensamiento, así como su elevación mental, que trasciende los límites de su tiempo. Lessing acaba su juicio comparando al Dr. Huarte con un brioso alazán, galopante sobre peñascos, el cual, precisamente cuando tropieza, es cuando levanta las más brillantes chispas.
Siendo de tal calibre la difusión del Examen en Alemania, y habiéndose unido su nombre al de Lessing, es muy probable (a Iriarte le parece indudable) que fuera también conocido por los dos hombres que, en el crepúsculo del XVIII, señalan la cumbre del pensamiento alemán: Kant y Goethe, aunque en sus obras no se mencione al español expresamente.
2. Naturaleza e ingenio
En los primeros capítulos del Examen, Huarte clarifica su concepción de la Naturaleza (con solemne mayúscula) como orden suficiente y necesario del mundo. «Desde que Dios creó el mundo -dice- no ha habido que añadir ni quitar una jota». Como señaló J. Dantin Gallego, la palabra «naturaleza» tenía en el discurso de Huarte, y en general en el discurso renacentista, un valor muy diferente del que tiene hoy. En toda la obra de Huarte, incluso en la propiamente médica, «se advierte este sentido humanizado de la Naturaleza» [13]. Y también se advierte este sentido naturalista del hombre: «la mona de Dios», «el más hermoso animal de cuantos naturaleza crió». La naturaleza se diversifica en cada hombre según su temperamento, causa de sus habilidades, actitudes, virtudes y vicios, y raíz de la singularidad de cada ingenio. En el segundo capítulo, Huarte nos ofrece un análisis lingüístico del término «naturaleza» respecto del término «hombre» digno del mismísimo David Hume. Así, distingue entre el significado metafísico de la naturaleza humana como ánima racional, cuyas notas son la identidad y la inalterabilidad, y el significado filosófico y físico de la naturaleza como temperamento, dependiente de los «espíritus» o humores vitales, humores que la medicina actual analizaría con mucha más finura en tanto que sustancias bioquímicas cuya composición revela el microscopio (hormonas, endorfinas, etc.), pero que para Huarte son la sangre, la flema, la cólera o bilis, y la melancolía, también llamada bilis negra o atrabilis. Identidad e inalterabilidad serán también las dos notas que caractericen, un siglo más tarde, el alma racional cartesiana [14].
El cerebro es para Huarte el asiento natural de las facultades del alma (cap. III): «Nuestra ánima racional, aunque es incorruptible, siempre anda asida de las disposiciones del cerebro, las cuales, si no son tales cuales son menester para discurrir y filosofar, dice y hace mil disparates» (XV). Alonso de Fuentes, filósofo sevillano nacido en 1515, anticipó la tesis de Huarte y de Oliva Sabuco según la cual el cerebro es órgano material de la inteligencia. Fuentes también explicó la diferencia de ingenios por la diversidad de temperamentos (Summa de Philosophia natural, 1545). Según algunos comentaristas, Alonso de Fuentes supera a Huarte al pensar que no son las potencias anímicas dependientes del organismo, sino su ejercicio, adelantándose al célebre símil de Leibniz (Castro) [15].
A los significados metafísico y fisiológico de la naturaleza del hombre, Huarte añade la noción del humanismo renacentista (sin demasiada coherencia, debido a su propensión materialista y reduccionista), o sea, el concepto moral de la «doble naturaleza», o «doble nacimiento» del hombre. Se refiere al carácter ético en que cristaliza el temperamento a través del ejercicio de la virtud y las obras propias, es decir, una nueva identidad, independiente de la sangre y propia del nuevo sujeto moral, libre y urbano. Y cita el refrán castellano: «cada uno es hijo de sus obras». En efecto, como buen burgués, Huarte tiene en más la nobleza o dignidad otorgada por el mérito, «segundo nacimiento del hombre», que la heredada por el «hijodalgo». El carácter es fruto, en primer lugar, de la virtud, dependiendo su calidad de las obras propias y del valor personal demostrado en ellas (templanza, coraje, prudencia, justicia); en segundo lugar, también depende de la hacienda, y luego, sólo terciariamente, de la nobleza heredada. Como hemos dicho, Huarte rebaja el valor de ésta, y la compara muy expresivamente con «el cero de la cuenta guarisma que, si no le arriman algún número, no suma nada». Además, también cuenta la dignidad y honra del oficio que se ejerce, el buen apellido y gracioso nombre y, por fin, hasta la excelencia del atavío (cap. XIII).
Pero en su Examen, nuestro autor sostiene siempre que el temperamento natural condiciona el carácter moral, tanto como las aptitudes generales para las ciencias y los oficios, dependiendo su equilibrio, sobre todo, de la armonía y concierto (“conmoderación») entre las partes del ánimo. Aunque Huarte tiene buen cuidado en preservar la libertad (esta cuestión del indeterminismo y la predestinación era capital en la polémica con los protestantes), y aunque admitía que en la meditación y contemplación de las cosas adquiere el hombre nuevo temperamento (carácter) sobre el que tienen los miembros del cuerpo, Huarte busca como fisiólogo, como médico y «empírico», en los órganos y humores la razón suficiente del comportamiento humano, lo cual le obliga a recurrir a la gracia para explicar el dominio del espíritu sobre la carne, pues «en buena filosofía natural», si el hombre ha de hacer algún acto de virtud en contradicción de la carne, es imposible poderlo obrar sin auxilio exterior de la gracia, «por ser las calidades con que obra la potencia inferior de mayor eficacia» (cap. XIV).
A las facultades superiores del espíritu humano da Huarte el título general de ingenio, el cual guarda la misma proporción con la ciencia que la tierra con la semilla, según nos refiere en su segundo proemio, de modo que «enseñar cosas delicadas a hombres de bajo entendimiento» es como «gastar el tiempo en vano, quebrarse la cabeza y echar a perder la doctrina». En uno de los principios de su filosofía natural, que podríamos llamar de la formalidad de las potencias, determina las facultades que gobiernan al hombre como desnudas y privadas de condiciones y calidades; son potencias que se apropian del objeto para que puedan conocer y juzgar de todas sus diferencias (cap. XII). El ingenio es, pues, la unidad final y principal de las potencias orgánicas del alma racional, o sea, el talento, pero no un talento fijo y como dado o impuesto de una vez por la naturaleza, sino que engorda con lo que poco a poco vamos entendiendo y rumiando, disponiéndose así mejor cada día y permitiendo que, andando el tiempo, “caigamos” en cosas que atrás no pudimos alcanzar ni saber (cap. I, 1594). «La naturaleza necesita tiempo». Tal vez erróneamente, Huarte desmitifica el origen etimológico de la palabra «ingenio». Pues, según Corominas, «ingenio» viene de genius: ‘demon o deidad tutelar y personal’, mientras que Huarte la deriva de ingenere: ‘engendrar’.
Para Huarte, la mente o ánima racional del hombre (acto del cuerpo) tiene dos potencias activas que constituyen sendas dimensiones, intelectual y sensible, del poder generador del espíritu humano: el entendimiento y la imaginación («la imaginativa»). Además, la mente humana cuenta con una potencia pasiva: la memoria. Tanto la memoria como la imaginación tienen que estar presentes en todo acto intelectual, dado que la inteligencia humana precisa de las imágenes, las cuales constituyen los verdaderos materiales del entendimiento. Igualmente, sin la memoria, tampoco valen nada el entendimiento ni la imaginativa. Primero, Huarte hace depender la eficacia del espíritu humano de la armonía de estas facultades (lo importante es la armonía del alma, cap. XIV); y, segundo, explica la diversidad de los ingenios por la predominancia o grado en que se dan en cada quisque.
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José Biedma López
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Notas
[1] Esta edición, la «príncipe», costeada por su autor, y que consta de 15 capítulos, será la que nosotros citemos habitualmente, a no ser que indiquemos, a continuación del número del capítulo, la fecha de 1594, en cuyo caso nos referimos a la edición póstuma o «subpríncipe», limada y ampliada (tres capítulos, proemio, digresiones, palinodias, un nuevo índice, etc.) y con una nueva estructura en 22 capítulos. Esta edición de 1594 fue compuesta después de las censuras inquisitoriales, y fué dada por su hijo, Luis Huarte, al mismo impresor de Baeza que publicó la primera: Juan Bautista Montoya. Los capítulos añadidos son de gran valor y en ellos hay páginas de excepcional interés. Cuando citamos página nos referimos a la edición de Felisa Fresco Otero, para la príncipe: Espasa-Calpe, Madrid, 1991, y a la de Daniel Cortezo y Cª, Barcelona, 1884, para los textos añadidos en la subpríncipe. Hemos tenido también en cuenta la edición de Rodrigo Sanz, que compara las dos (Biblioteca de Filósofos Españoles, Madrid, 1930).
[2] La expresión es de Menéndez Pelayo. «De los orígenes del criticismo y del escepticismo y especialmente de los precursores españoles de Kant». Ensayos de Crítica Filosófica. CSIC, Santander, MCMXLVIII. En el comentario que Gregorio Marañón dedicó al doctor Huarte: «Juan de Dios Huarte. (Examen actual de un examen antiguo)», que es un buen homenaje recordatorio aunque más bien anecdótico y de escasa profundidad, el insigne humanista llama a su colega del siglo XVI: «precursor universal de los problemas de la constitución en su relación con el espíritu», y añade que «el libro de Huarte es un suceso excepcional en la ciencia española»… «Fué, sin duda, un ingenio superior a su época. Fué, con certeza, un hombre bueno». (cfr. Tiempo viejo y tiempo nuevo, Espasa-Calpe (Austral), 1956 (7ª ed.).
[3] Historia de los heterodoxos españoles, L. V. Epílogo V. Es parecida la opinión de Mauricio de Iriarte, S.I.: «Ni por la extensión, ni por la materia del expurgo, sufrió el Examen mutilación esencial». Iriarte opina que «las notables ampliaciones hicieron de la segunda <de 1594> una edición corregida, aumentada y mejorada» (El doctor Huarte de San Juan y su Examen de ingenios, CSIC, Madrid, 1948 (3ª).
[4] Tras cinco ediciones españolas y varias aprobaciones laudatorias del Tribunal, el Examen fue incluido en el Indice portugués, en 1583 en el Indice prohibitorio y en 1584 en el expurgatorio con indicación de los pasajes a suprimir, y ello a pesar de estar dedicado al gran rey, católico e intransigente, Don Felipe II. El denunciante, el Doctor Alonso Pretel, fue un comisario del Santo Oficio y «teólogo positivo» de la universidad de Baeza, quien al parecer se sintió caricaturizado en alguno de los ejemplos del libro de Huarte, teniendo el talento suficiente para ver retratado en ellos su pobre ingenio. Su denuncia es especialmente injusta teniendo en cuenta que, como dice su biógrafo Sanz, Huarte sólo nombra a quienes puede elogiar. (5) Noam Chomsky. El lenguaje y el entendimiento, Planeta-Agostini, 1986, pgs. 28-31.
[6] Menéndez Pelayo, Külpe y Sortais pensaron que Bacon había tomado su clasificación de Huarte. v. Mauricio de Iriarte. El doctor Huarte de San Juan y su Examen de Ingenios, CSIC, Madrid, 1948, cap. VI, pg. 259. Entendiendo que la ciencia es parto de las facultades mentales o la forma en que éstas se apropian y sistematizan la realidad, Huarte las divide en ciencias de la memoria, del entendimiento y de la imaginación. El Canciller Bacon propuso esta misma clasificación en su tratado De augmentis scientarum, clasificación psicologista que D’Alembert celebrará en su Discurso preliminar de la Enciclopedia.
[7] Rafael Salillas. Un gran inspirador de Cervantes. El doctor Juan Huarte y su Examen de Ingenios, Madrid, 1905.
[8] La aplicación, como ha expuesto Gadamer en Verdad y Método (II, II, 10), es un momento esencial de la interpretación.
[9] v. J. L. Abellán. Historia crítica del pensamiento español, t. II, Madrid, Espasa-Calpe, 1986.
[10] Anoto aquí con mucho gusto una perspicaz intuición de Pio Baroja. En La sensualidad pervertida, 7ª parte, II, el insigne escritor hace decir a su protagonista: «Entre los libros encontrados por mí en las librerías de viejo había algunos muy interesantes. Por entonces elegí tres para leerlos constantemente. Eran tres libros que, diferenciándose mucho por las doctrinas y por la época en que fueron escritos, se parecían algo: El examen de ingenios, de Huarte; La antropología, de Kant, y el Ensayo sobre la desigualdad de las razas humanas, del conde de Gobineau. El ejemplar del Examen de ingenios era de una edición en español antigua, en donde se calificaba a Huarte de natural de San Juan del Pie del Puerco. La antropología, de Kant, estaba traducida al francés, y el Ensayo, de Gobineau, estaba anotado por algún lector. A estos libros les encontraba ciertos rasgos comunes de ingenio y hasta de humorismo.
[11] La influencia de la edición de Escacio ha sido estudiada con todo detalle por Iriarte en su monumental y excelente monografía, op. cit., pgs. 365 ss., así como las interpretaciones y comentarios que la siguieron (pgs. 367 ss.).
[12] El hispanismo y el dominio del castellano de Lessing ha sido puesto en tela de juicio. No obstante, su versión es fluida y clara, para producirla tuvo a la vista varias ediciones en otras lenguas, además de la española de Amsterdam (1662).
[13] «La Filosofía natural en Huarte de San Juan» en Estudios de Historia social de España, Madrid, 1952, II, pgs. 204-5.
[14] cfr. D. de la M. Quatrième partie y Mèditations mètaphysiques, seconde.
[15] ‘Nihil est in intellectu quod prius non fuerit in sensu’ –decían las escuelas, repitiendo la fórmula del peripatético Estratón de Lampsaco-, pero mucho antes de que naciese Leibniz, que habría de añadir: ‘nisi intellectus ipse’, ya había añadido el español Sebastián Fox Morcillo: excepto las nociones naturales del mismo entendimiento. ¿Conoció Huarte la obra de Fox Morcillo? Iriarte no nombra ninguna obra del sevillano como formando parte de la Biblioteca de Huarte, que extrae de sus citas.