«La conspiración contra la especie humana», de Thomas Ligotti – Una reseña crítica de José Miguel García de Fórmica-Corsi

«La conspiración contra la especie humana», de Thomas Ligotti – Una reseña crítica de José Miguel García de Fórmica-Corsi

La conspiración contra la especie humana, de Thomas Ligotti

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¿Cómo resistirse a abrir las páginas de un libro que se titula La conspiración contra la especie humana y cuya portada es el primer plano del rostro de un muñeco de ventrílocuo que mira fijamente al lector y le impone silencio con un dedo de rugosa madera del que sobresale una afilada uña? El nombre del autor, Thomas Ligotti, no figura todavía en los suplementos literarios de ningún periódico, pero sí está anotado por los buenos amantes del terror. Nacido en Detroit en 1953, empleado durante décadas en una importante editorial estadounidense, Ligotti es el dueño de una obra desbordante de malsana densidad que en nuestro país, y tras un pequeño avance en la desaparecida editorial La Factoría de Ideas, está siendo publicada por Valdemar. Hasta ahora han aparecido cuatro libros de cuentos (Ligotti es un autor especializado en el formato corto) y un ensayo, que es el que va a comentar este artículo.

La obra de Ligotti se caracteriza por la ausencia de descripciones violentas gráficas y de cualquier recreación en los efectos físicos del horror, lo cual lo convierte en rara avis del género coetáneo. No en vano el modelo de Ligotti es el de sus compatriotas Edgar Allan Poe o Howard Phillips Lovecraft: es decir, el terror basado en la creación de una atmósfera en la que lo sobrenatural, al convertirse en «lo natural», acaba invocando los temores primordiales del ser humano. En palabras de uno de sus mejores conocedores españoles, Jesús Palacios, Ligotti comparte con aquellos (y con otros no menos notables escritores del género, como Philip K. Dick), «una vida y una personalidad un tanto tortuosas». Ligotti, según ha declarado en alguna ocasión, es un depresivo crónico y un hombre especialmente pesimista. Sin duda ello explique su fascinación por todos aquellos autores que poseen un concepto no ya benigno del hombre, sino del acto mismo de la vida. La conspiración contra la especie humana es buena muestra de esto.

Se trata de un ensayo publicado en 2010, de cuya lectura se extraen, ante todo, dos conclusiones. En primer lugar, es un catálogo de razones para el pesimismo que pretende ser una monumental refutación de la consoladora idea de que «estar vivo está bien». En segundo, es asimismo un esbozo de ensayo literario sobre el horror sobrenatural, que sirve también como libro de instrucciones de su propia obra.

Ya he señalado que el nombre de Ligotti, en cualquier búsqueda de información o reseña sobre su persona, tarde o temprano acaba incidiendo en la importancia de su estado depresivo. De hecho, la Conspiración parece una obra concebida en un periodo especialmente negro de su vida, como si hubiera surgido de su irritación contra los rimbombantes manuales de autoayuda, y su mejor expresión es la inolvidable «diatriba contra el quejica» (pp. 210-213 de la edición de Valdemar), que condensa de forma inmejorable su filosofía por medio de un estupendo recurso literario: efectuar una enfática denuncia contra aquello que en realidad se defiende. Como ya veremos, la misma vocación literaria de Ligotti es, para él, una muleta, uno de los engaños consoladores creados por el hombre para intentar distraerse de la terrible verdad de su condición de criatura consciente. Por eso, no deja de ser coherente que su literatura esté impregnada por esa continua sensación de que el ser humano es un «error» de la naturaleza, una marioneta que ignora que lo es.

Teniendo en cuenta que su ficción ha sido definida en más de una ocasión como «horror filosófico», ¿es la Conspiración la inevitable incursión que, tarde o temprano, había de hacer el escritor en el campo de la filosofía? Cierto, los inevitables nombres de los grandes pesimistas que fueron Schopenhauer y Nietzsche no faltan en sus páginas (si bien con una valoración muy dispar, lo cual es francamente original). Sin embargo, el libro no pretende establecer ningún sistema. De hecho, Ligotti detesta los sistemas filosóficos porque, como él señala, forman parte de esas estrategias concebidas para hacer creer al hombre que tiene un «sentido» dentro de la naturaleza. Es decir, que integran esa conspiración denunciada por el título. Lo que el escritor pretende es efectuar un pequeño recorrido por ese número, no muy amplio pero al menos significativo, de disidentes del optimismo general acerca de la necesidad y el sentido de la vida.

Es más, el autor que toma como referencia, cuando no como inspirador de su libro, y al que vuelve una y otra vez cuando ya parece haberse perdido de vista, es un pensador no ya olvidado, sino enteramente desconocido, el noruego Peter Wessel Zapffe (1899-1990), cuya obra El último Mesías (1933) comenta sobradamente. Zapffe parte de la consideración de que el hombre es la víctima de un regalo no deseado de la naturaleza: la consciencia, que le otorga una capacidad de conocimiento del mundo y de sí mismo que le hace advertir que la existencia es indeseable, pues solamente desemboca en la tragedia de saber que todo cuanto nos aguarda en la vida es transformación (para mal), dolor y, finalmente, muerte.

Zapffe denuncia con rotundidad que los hombres son marionetas que no son conscientes de serlo (como he indicado, en sus cuentos, Ligotti convertirá este elemento en imprescindible objeto de fetichista fascinación), seres sin verdadera capacidad ejecutiva real, manejados por hilos invisibles. Ahora bien, en todo lo alto de la pirámide de autoprotección, la consciencia ha situado el concepto del Yo, un «ente intangible del que se habla como si fuera un órgano interno adicional», y su imprescindible corolario, la sensación del libre albedrío. Es más, el escritor noruego señala que lo más siniestro del Yo es que «nadie ha sido aún capaz de presentar la menor prueba de su existencia», igualándolo en este sentido al concepto del alma (para él, una «figura retórica que desapareció hace tiempo entre risitas disimuladas»).

Zapffe insiste en que la principal propiedad que nos ha otorgado la consciencia, y que nos diferencia radicalmente del resto de especies de la naturaleza, es que podamos concebir el fenómeno del sufrimiento. Ahora bien, es evidente que, pese a esto, la idea general que embarga a la humanidad es la consideración de la vida como algo positivo —esquemáticamente, como algo que se puede condensar en eslóganes del tipo «la vida es el mejor regalo» o «mientras hay vida, hay esperanza»—, creando así lo que Ligotti llama la «paradoja de Zapffe»: los seres humanos se engañan a sí mismos para poder pensar que sus vidas son algo que no son, esto es, dignas de ser vividas. Para poder hacerlo, el hombre ha desarrollado una serie de estrategias de autoengaño que son el esqueleto de la conspiración.

El pensador noruego menciona cuatro: el aislamiento (la reclusión de las ideas nocivas contra el vitalismo en el compartimento mental o social más remoto que pueda encontrarse, lo que convierte a los disidentes, en el mejor de los casos, en gente rara y fastidiosa; en el peor, en seres rabiosamente antisociales); el anclaje (en «verdades» tan incuestionables como Dios, País o Familia, que son las que dan ese sentido manifiesto a la vida); la distracción (en cualquier cosa que nos aparte de la terrible realidad: los modernos medios de entretenimiento, las noticias supuestamente trascendentes sobre la marcha del mundo…); y la sublimación (la «técnica más singular de la conspiración», pues a ella pertenece el arte, esa capacidad humana para transformar hasta lo más horrendo en una forma estéticamente aceptable: es curiosa la inversión que el noruego hace con respecto a Schopenhauer, para quien el «estado estético» es una forma, no de esclavizarnos, sino de liberarnos con respecto al drama individual de la existencia).

Es por ello por lo que Zapffe señala que la única solución para acabar con esa «conspiración» contra el ser humano es la no procreación (no el suicidio, es conveniente subrayar), lo que Ligotti llama desaparición autoprogramada. Que esta conclusión, que el autor comparte por completo (ninguna de las menguadas informaciones sobre el autor revela si tiene hijos, pero es de creer que no), vaya a ser adoptada por la humanidad es altamente improbable, no en vano sobre ella posee un fortísimo ascendiente el conjunto de «incentivos» para invitar a la procreación, entre los cuales destaca la consideración de que tener hijos es fundamental para integrarse formalmente en la sociedad. Ligotti lo llama «ofrecer un sacrificio de sangre».

El autor despliega toda una serie de secciones en apoyo de su pesimismo antropológico. A ratos, estas resultan excesivamente repetitivas, pero en otras ocasiones sorprende por su absoluta independencia de juicio frente al mismo inspirador del libro, Zapffe. Por ejemplo, uno de los rasgos más notorios de este pensador, según las informaciones que de él pueden encontrarse, es su abierta defensa del ecologismo en una época muy temprana. Pues bien, Ligotti critica acerbamente todo amor por la naturaleza, puesto que es a ella a la que acusa de haber producido (o al menos «subvencionado», el verbo es literal) esa evolución que nos llevó a la consciencia. «Así pues, ¿en virtud de qué tiene derecho a ser absuelta de su pecado original?», clama. Desde luego, hay que tener personalidad para esgrimir hoy semejante argumento.

Tampoco se olvida de puntualizar que el pensamiento de Zapffe es «más provocativo que deslumbrante» y, seguramente, «el más elemental en la historia del pesimismo filosófico». Esta elementalidad se contrapone al recargado sistema mediante el cual Schopenhauer desemboca en unas conclusiones similares: si bien la Voluntad del pensador alemán es un concepto que supone una brillante metáfora de la irreflexión del hecho de vivir, que actúa a modo de «marionetista cretino», de «amo irreflexivo e incansable de todo ser», para Ligotti, al final, acaba erigiéndose en «otro laberinto intelectual para especialistas en perplejidad». Peor aún es el concepto que le merece el nihilista por excelencia de la historia del pensamiento, el también alemán Friedrich Niezstche, al que el estadounidense considera algo así como una especie de prestidigitador que acaba envolviendo el sinsentido del mundo en un misticismo que, para quienes lo leen, acaba dotándolo de un sentido muy concreto. Finalmente, Ligotti también tiene palabras contra el budismo, al que viene a considerar un pesimismo de diseño con su equívoco concepto de la Iluminación.

En la parte final del libro, magnífica, el escritor enfoca su reflexión sobre el apartado literario en que se incluye su propia obra de ficción, el horror sobrenatural. El concepto, en primer lugar, es una creación de la misma consciencia como un modo de conjurar la aprensión ante el reconocimiento de los terrores que alberga la naturaleza. Los primeros miedos nacieron no del temor hacia hechos tangibles, sino todo lo contrario: hacia aquello que solo se siente, se escucha, se presiente. De ahí que Ligotti remarque que el elemento fundamental sobre el que han trabajado todos los grandes del género sea la atmósfera, pues el arte debe expresar estados emocionales y no hechos vulgares: en sus propias palabras, «la atmósfera va en primer lugar».

Ahora bien, no niega la enorme paradoja que se esconde detrás de él. Por un lado, los cuentos de horror sobrenatural suponen una llamada de aviso mediante el método de describir a personajes insignificantes —como lo es el ser humano en general— confrontados a situaciones donde «el ser humano no tiene cabida y muere para sí llorando o gritando o espantado ante el horror de la existencia». Pero por otro, no vacila en remarcar el hecho de que la inmensa mayoría de los lectores de este tipo de ficción no buscan en ella argumentos conceptuales sino mero escapismo, lo que convierte este género en otra parte integrante de la misma conspiración. La paradoja es insoluble pero permite al escritor realizar magníficos análisis de escritores como Ann Radcliffe (especialmente interesante al tratarse de una autora por lo común menospreciada), Poe, Lovecraft, Pirandello o Topor.

No recomiendo comenzar la lectura de Ligotti por este ensayo sino por alguno de los volúmenes de sus cuentos (Cuentos de un soñador muerto, Noctuario, Grinscribe). Penetrar en su mundo, ensimismado y doliente, y después buscar un consuelo (que solo puede ser amargo) en la Conspiración, es posible que no sea para todos los paladares literarios, pero quien supere la prueba de semejante icor encontrará abierto un mundo de insondable densidad, que solo podrá enriquecernos (aun a costa de conducirnos al borde de la depresión, espero que no crónica).

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La ilustración que aparece en la portada del libro, en la edición de Valdemar, está extraída del cartel de la película Silencio desde el mal, dirigida en 2007 por James Wan.

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Ilustración de José Hernández para la portada de Grimscribe

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Ilustración de José Hernández para la portada de Noctuario

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José Miguel García de Fórmica-Corsi

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Nota

Thomas Ligotti. La conspiración contra la especie humana. Traducción de Juan Antonio Santos. Editorial Valdemar, Madrid, 2010. ISBN: 978-84-7702-789-8.

Categories: Crítica Literaria

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