La mirada de Pedro Lecanda al universo en De Gravedad y Gracia
Llega este libro editado con esmero y cuidado por la editorial Ars Poética de un joven llamado Pedro Lecanda Jiménez-Alfaro, estudiante de Derecho y de Filosofía y lo que es más importante, un hombre de casi veintidós años, los cumplirá este año, donde nos ofrece un libro de poemas De gravedad y gracia, que merece la pena leer y ahondar en él.
Con una cita de Simone Weil, el libro es una cartografía por la mirada al universo, al hecho de existir, a la idea de Dios, hay un profundo mundo que se va desvelando en los poemas, en versos muy elaborados, con el afán de que los leamos varias veces, para buscar su verdadero sentido. Como un amanuense, va traduciendo lo que está en su pensamiento, logrando que las palabras vayan calando en nosotros, los lectores, entremos de lleno en la cartografía emocional del poeta.
Hay en la primera parte, dedicada a la Gravedad, poemas como “Imposibilidad de la nula Gracia” donde nos expresa su desarraigo vital:
“Me arrojaron a la vida / entre abrojos y retamas / como a quien convidan / a una cena envenenada, / como a quien regalan, sonriente, / una cadena; / a mi cuna acudían coros / de aves agoreras, / cielos amortajados / y sentencias lapidarias”.
Si el hombre se arroja, como Segismundo a la gruta donde permanece recluido, el poeta nos expresa que en la vida ya hay mancha al nacer, destino agorero, pero siempre hay una luz, un filtro que llega por la ventana de la esperanza:
“Mi único oficio, mirar: / la alegría que venía / a repicar en mi ventana, / como una feria que se aleja / o una burla a mi desdicha”.
Ya va Pedro Lecanda trazando su paisaje emocional, el sino trágico al que le acompaña una esperanza en la palabra, en la cultura, que sirve de refugio para soportar la vida.
Hay un gran mundo descriptivo en los poemas, como en “Hespérides” donde nos describe muy bien ese mundo de la Naturaleza, necesario para la contemplación, para la reflexión vital:
“Observo las montañas extranjeras / cuando las brumas de la tarde / ceden sus siluetas a las del mar. / En la orilla, pescadores y aves / se enfrentan por diminutos trofeos / y el último sol se ahoga en silencio / en las ventanas de las miniaturas”.
Ese afán de hacer del poema un paisaje está en el libro, observador minucioso del mundo, Pedro Lecanda sabe mirar lo que le rodea, no solo el exterior sino también el interior, los pleamares de esos seres que viven la vida cotidiana, y la memoria, el tiempo del ayer, lo ancestral está presente, porque en los poemas de Pedro vive también el ayer, los seres dejados atrás, reviven en su poesía, hay un afán de restituir aquello que es memoria, volver a escuchar el eco del pasado, una búsqueda por el ayer muy necesaria.
El poema termina diciendo: “La memoria se vuelve desbocada”, porque en el afán del recuerdo todo cobra vida de nuevo, todo esplende otra vez, podemos ver aquellos que ya no vemos, podemos escuchar los ecos de un tiempo ido para siempre.
En “Excomunión”, poema perteneciente a la Gravedad, vemos cómo le llega al poeta la llegada de algo intenso, inmenso, que puede ser la fe, ese afán de entender la vida desde la duda o desde el reconocimiento y la entrega, nos queda la sombra de ese sentimiento, sin saber realmente cuál es su decisión final:
“Sobre mí te viertes sin notarme, / y me llega inesperada tu presencia. / Como una antorcha vuelas / sobre mis torpes alas de insecto / que devora la tierra que vomita”.
Ese deseo de fusión, de entrega como la amada al amado en la senda de la poesía de San Juan de la Cruz, late en el poema, ese deseo de unión, místico, es una de las características de este libro donde Pedro Lecanda expresa una metafísica, un deseo de llegar a lo más hondo, al tuétano del ser:
“Si aún me escuchas, atiéndeme un instante: / Quiero yacer carbonizado / en el punto más alto; / llévame contigo / a donde mi opacidad me abrase / en el borde afilado de tus alas”.
Insecto, ser insignificante, que se devora en las llamas de ese ser, quizá somos todos, en la búsqueda de la fe, del encuentro con Dios, en ese deseo de abandonar las pertenecías terrenales y llegar a lo espiritual, también late en el libro ese deseo, que el espíritu esté presente, supere a la banalidad del cuerpo y de la materia.
Y llega luego el deseo de unión a los demás, en los poemas de la Gracia, cuando dice en el poema “Si no nos abajamos” lo siguiente:
“Lo más noble es resistir / cada espina que nos corona, / la hondura de la herida / es el impulso que nos elevará. / Porque lo alto y lo bajo / se requieren y se confunden, / conviven en nosotros: / somos nosotros, / aunque nos ignoremos”.
Desde el sufrimiento se llega a la sabiduría, desde la experiencia se llega a la verdad que recorre así el camino del ser, ya consciente de la integración en el grupo, de la solidaridad con los demás, de esa entrega al mundo con sus luces y sombras.
Y, de nuevo, la luz, porque debemos remontar nuestra caída del paraíso, ese paraíso perdido de Milton, para salir de nuevo al mundo y hacer posible la redención, late entonces el poeta luminoso, que cayó en la gravedad, pero que encuentra la gracia, se conoce ya un ser del mundo que ha de compartir con otros sus dudas existenciales. En el poema “Luz, más luz”:
“Mira, ya desciende la luz / a nuestro valle, / aunque se prolongue / en el pensamiento escurridizo / un envoltorio blanco y gris / de pesadilla”.
Dentro de esa ascensión hay sombras, pero debemos traspasar el velo antiguo de la duda y el miedo y seguir, como en el poema “Excomunión” hasta incendiarnos en la luz, así lo entiende el poeta, en esa elevación hacia el todo y la invocación a Dios, a su silencio, lo que hace que el poema cobre una metafísica de la existencia, esperamos una voz, pero encontramos un eco sordo:
“En nuestra quietud / rogamos conmovidos, / Señor: / tropezamos con tu olvido, / porque de ver tu espalda y no tu rostro / llevamos las pupilas yertas”.
Solo queda la fe, ver aquello que no se ve, sentir aquello que se nos niega, creo que en la poesía de Pedro Lecanda hay amor hacia la vida, a la parte espiritual que tenemos, a lo invisible, debemos incendiarnos ante la luz, a pesar del mundo de sombras en que vivimos.
Concluyo diciendo que el libro es una apuesta arriesgada en un panorama literario más banal y superficial, pero es indudablemente un libro lleno de traducciones y matices lo que hace que la poesía de Pedro aspire a más, a más intensidad y a sorprendernos en un futuro.
Libro intenso, emocional, humano, muy humano, porque duele la herida del ser para llegar a dudas y certezas, como si estuviésemos ya en un espejo donde nos vemos en la hondura de nuestra propia humanidad.
Pedro García Cueto
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