La misteriosa belleza de lo real: la pintura de Ignacio Escobar – I – Sebastián Gámez Millán

La misteriosa belleza de lo real: la pintura de Ignacio Escobar – I
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La misteriosa belleza de lo real: la pintura de Ignacio Escobar – I
Te pueden gustar más o menos los temas que trata, te puedes sentir más o menos alcanzado por el estilo realista e hiperrealista de la pintura de Ignacio Escobar (Madrid, 1973), pero a diferencia de lo que sucede con una no escasa parte del arte contemporáneo, no podemos considerarlo una impostura. Su dominio técnico es tan portentoso como indiscutible. Me atrevería a decir que su fidelidad a lo real emana de una concepción del arte y de la vida como algo sagrado. Persona íntegra y honesta, sospecho que sostiene con Wittgenstein que “ética y estética son una y la misma cosa”.
En el Renacimiento, época en la que no le hubiera importado vivir, tuvo lugar un debate que en cierto modo sintetiza la evolución de la pintura: ¿línea o color? Evidentemente, no es necesario plantearlo en términos dicotómicos. No obstante, en caso de tener que elegir, creo que Ignacio Escobar se inclinaría por la línea, sobre la que ha escrito reflexiones tan penetrantes como esta: “veo al menos alrededor de ese misterio que las líneas realizan un trabajo paralelo al de la percepción visual cuando esta corrige sus imágenes defectuosas. Las líneas componen y arreglan también los escasos elementos con que cuentan para describir la realidad, de tal manera que podamos verla mejor y más verdadera. Así pues, el dibujo antes de nada es una extensión de la mirada de su autor, el documento de una manera de percibir”. ¿Podemos distinguir unos fenómenos de otros sin trazar líneas? ¿Se puede percibir, incluso conocer o comunicar, sin figurar de alguna manera? Estas consideraciones apuntan a la dimensión cognitiva del arte.
Tres son en principio los temas más recurrentes de su obra: paisajes, incluidas vistas de ciudades, retratos y lo que él denomina “rincones”, espacios domésticos compuestos de objetos personales. Aunque haya fenómenos casi invariables, como las especies vegetales o la naturaleza humana, se diría que los tres cumplen otra función de las artes: ofrecer testimonio del tiempo histórico. La pintura de Ignacio Escobar lo logra de forma elegante, sutil y silenciosa. Si bien el mundo que sigilosamente levanta su pintura compone un misterioso autorretrato, tan discreto y soberbio como ese que contemplamos aquí y en el que se muestra pintando detrás de una ventana. Es el ejercicio que acaso más le define y por el que puede perdurar más allá de los severos límites biológicos.
Puede que los seres humanos, con la literatura, el arte y otras mitologías, procuremos dotar de cierto sentido el sin sentido que nos circunda. Pero más allá de esta visión, ni siquiera las ciencias pueden eludir el misterio de fondo de los fenómenos que nos rodean: ¿por qué son así y no de otro modo? ¿Por qué el ser y no más bien la nada? Y aunque sean tal como los describimos o figuramos durante un tiempo, ¿quién nos asegura que seguirán siendo así? La experiencia científica de la historia pone cualquier afirmación en tela de juicio. No terminamos de decir lo que queremos decir de la realidad, no dejamos de balbucearla. Sin embargo ahí está maravillándonos. Y nosotros, traspasados por eso que llamamos “realidad”. Esto es lo que celebra la pintura de Ignacio Escobar.
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Sebastián Gámez Millán
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