Paul Delvaux: un paseo por el deseo y la muerte – II – El sueño de Delvaux – Un poema de Jaime Siles

El Sueño de Delvaux * [1]
*

Paul Delvaux – El sueño
*
Como un portal profundo o un secreto puerto
Miro tu cuerpo fúlgido, cubierto
Por una exacta luz de encaje cenital
Que salpica tu carne horizontal
Con los últimos tonos dorados de la tarde
Y ese brillo de bronce donde arde
La soledad en la carne de cada amanecer,
Donde cada mañana es un ayer
Y la precisa sombra del tiempo se derrama,
Coral y azul en ti sobre la cama,
Y la lluvia y la noche, juntas, en el arcén
Destejen el tapiz de su vaivén
En la quietud del mundo, cuando, de madrugada,
Sólo el color del reino de la nada
Empieza en pétalos de espuma a florecer.
Sólo allí, sólo en ello, empiezo a ver
Ese curvado ritmo de tus terrestres olas
Engarzado a silvestres caracolas
En las que el mar nunca, nunca ha dejado de sonar
Y abierto, como tú, de par en par
Oscurece tu carne de pronto recubierta
Por la líquida sombra de la puerta
Y la plisada porosidad casi borrosa
Que irisa de marfil tu risa rosa
Y extiende gotas de sol y luz sobre tu piel
Que intento transcribir a este papel
Mientras todo tu cuerpo se mueve como playa
Y yo bebo los zumos de tu baya
Y el mundo, ya no muerto, empieza a renacer.
Todo es vivir, gozar, morir, volver
Al más puro sentido del ser y de la nada
A través de la carne renovada
Por el oscuro resplandor de intenso fuego
Que arde un instante para luego
Consumirse y borrarse del todo de una vez.
El deseo recorría como un pez
El agua con la plata azul de sus escamas
Como en la penumbra de las ramas
El ojo azul del tigre impone su poder
Y su oculto diamante deja ver
Sus dientes en el rosado rojo, casi grana,
En el que se desangra y se desgrana,
Rosa a rosa, la pálida rosa de tu piel
Mientras yo purifico este papel
que dibuja el doble y rápido reflejo
del verso inverso escrito en el espejo
en que brilla lo fúlgido y vívido de ayer
visualizado en liquen. Sí: volver
a ver las crines, los cascos, el zinc, la cimera
ardiente, ardiendo, ardida entre la cera
de nuestra vida y muerte ardiendo. A flor de piel
espejear en los grises cristales del papel
o en los tristes azogues de una esfera
en que nada es igual a como era.
¡Cómo era el resplandor de Dios sobre tu tez!
Extendido, volcado de una vez
Como un dado por los distintos puntos del espacio,
Tatuaba con teas el topacio
Y el zafiro dejaba dormido en su mudez
Como un rezo sagrado o una prez
Entonada por labios y lengua tan despacio
Que a su licor de luz nunca es reacio
Ni las negras figuras que forman el asfalto
Ni el escarlata del azul cobalto
Cuando en la noche empieza a amanecer.
Todo es vida, todo es mundo, todo es ser
En el preciso instante en que el espacio
Se abre a la mañana muy despacio
Como en un cuadro el color surgido del pincel.
Después de tanto combate sin cuartel,
Después de haber vivido la carne en lo más alto,
Después de haber bebido en el basalto
La tinta que la noche deja sobre el papel
Navego a solas por el mar aquel
Que las cartas marinas llaman de los Sargazos
En el que sólo flotan los pedazos
Y los trazos de todas las personas que yo fui.
A ti, a ti, sí, sólo a ti, a ti
Por quien la luz no duda en detener su ocaso,
Por cuyo cuerpo avanzo paso a paso
Y recorro contigo los tramos y los trazos
De los que apenas somos ya retazos
Ahora que de pronto empieza a oscurecer.
Caer, caer, caer, caer, sí, caer
En el más puro limbo de la nada, en la celada
De la celeste carne cincelada
En la que el ser se ase y a sí mismo se halla
Cuando en la placidez de su batalla
Es otro y es el mismo y es otro cada vez
Que frente a los abismos de otra tez
Vuelve a sentir su sangre sonora renovada
Por el buril de la pasión tallada
En los bloques de mármol en que la filigrana
Del pliegue de la luz de la mañana
Ya dentro de los ojos vacíos se derrama
En canto, en voz, en línea, en llama
Y los llena con la extensión precisa de tu piel
Dibujada aquí sobre el papel
Mientras la sombra extiende sobre mí su grama
Y ya oigo la muerte que me llama
Cuando la luz del yo empieza a oscurecer
Y siento ya la nada más que el ser
Y sé que una lenta penumbra me reclama
Y veo consumirse llama a llama
La vertical belleza del fuego que fui ayer.
*
* El poema intenta en sus dísticos seguir una alternancia similar -aunque no exacta- a la del hexámetro y el pentámetro en el dístico elegíaco latino.
Jaime Siles
________
Nota
- Jaime Siles. Colección de tapices. Editorial Ayuntamiento de San Sebastián de los Reyes, Madrid, 2008. ISBN: 978-84-9571-048-2.
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