Lo que se encuentra en los libros
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Lo que se encuentra en los libros
Los libros suelen ser un tema recurrente al que dirigirnos los lectores empedernidos. En cualquier librería ahora mismo habrá miles de compradores agenciándose una nueva novela de su escritor favorito. En internet, quizá alguien haya cliqueado en estos últimos minutos en una web para hacer un pedido en el que solicita una obra del último premio Nobel. En las bibliotecas los funcionarios estarán colocando en la ficha de la primera página el sello correspondiente con el día en el que el prestatario de turno deberá entregar el ejemplar que acaba de llevarse.
Precisamente de esto quisiera hablar en estas líneas. Puede que al escribirlas libere un poco mi obsesión con lo encontrado en las páginas de los libros que he ido leyendo en las diversas bibliotecas de las que he sido y soy usuario. Siempre me ha parecido interesante la cantidad de objetos que he encontrado en algunos. A veces con la entrada a una sala de cine he podido inventar un relato, otras, un artículo con el recibo de la compra del Mercadona. La última vez me topé con un trozo de papel con un teléfono, me gustó su número, tenía varias veces el tres, mi favorito, además era capicúa, estuve tentado de llamar, incluso lo hice, pero colgué enseguida. Igual me devolvían la llamada.
La página 131 (y su reverso) de una novela de Javier Castillo, arrancada de cuajo; las hojas arrugadas por la humedad del final del libro Underground; las cartulinas de las fechas de entrega donde ver la historia de las entregas y donde se puede comprobar espacios de varios años en los que el libro ha dormido en las estanterías; los ejemplares trillados de algunos autores famosos, pero también la suerte de estrenar alguno, el penúltimo que me tocó fue Los años de peregrinación del chico sin color de Murakami.
También los hay que leen los libros públicos como si fueran suyos y tienen la desfachatez de subrayar líneas y anotar ideas a lo largo de las hojas. En uno de ellos, en las últimas páginas encontré un resumen del mismo con su crítica incluida, mordaz y cínica. ¡Escrita con bolígrafo de tinta roja! No pude aguantarme y, a lápiz, quise dejar plasmada mi opinión de ese usuario tan poco cívico. Pueden imaginar cualquier improperio. Luego pensé que yo mismo estaba repitiendo el mismo acto de ese lector y, precisamente, el autor de tal desfachatez no lo vería nunca a no ser que volviera a releer el libro, cosa improbable a raíz de lo que escribió, así que lo borré enseguida.
Recuerdo la vez que encontré una fotografía de un equipo de baloncesto con camisetas amarillas, cuatro jugadores agachados en primer plano. Tres de pie con los brazos cruzados, el que estaba en medio subido en un balón haciendo parecer su estatura mucho mayor de la que era. Tras ellos, una canasta con una red deteriorada y un tablero de madera despintado. Dejé la instantánea en el interior del libro durante mi lectura a modo de marcapáginas con la intención de ponerlo en conocimiento de la empleada de la biblioteca por si alguien la reclamaba pero, misteriosamente, cuando fui a entregarlo había desaparecido.
El otro día fui a entregar mi última adquisición a la Biblioteca del Arroyo sin reparar que era miércoles por la mañana, día de Mercadillo. Me estaba costando encontrar aparcamiento, un señor muy amable se percató de mis intenciones y me invitó a que le siguiera para cederme el suyo. Me dijo que estaba de buen humor porque había encontrado una fotografía perdida desde hacía tiempo en el que estaba con sus antiguos compañeros de equipo.
No podía ser, demasiada casualidad, ¿sería esa foto la que descubrí en el libro? ¿sería ese conductor generoso alguno de los baloncestistas? Iba a preguntárselo pero en ese momento sonó el móvil y preferí no hacerlo. No era ninguno de mis contactos. Un teléfono donde el tres aparecía cuatro o cinco veces se iluminaba en mi pantalla. No contesté al percatarme que era capicúa.
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Antonio Villalba Moreno