Carta a Jorge Luis Borges – Eric-Clifford Graf
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Carta a Jorge Luis Borges
Para Francisco Javier Herrero Saura
Estimado don Jorge:
Es un gusto saludarle de nuevo. Ud. no se va a acordar de mí en particular. Corría el mes de enero de 1984. Ni siquiera me presenté durante aquella visita de un grupo de estudiantes de Houston a su piso en Buenos Aires. Tampoco entendía por qué nos habían enviado a Argentina, tampoco por qué el agua circulaba por el drenaje en dirección equivocada, tampoco cómo podía ser verano en pleno invierno. Cuando llegamos al hotel pasamos media hora tirando de la cadena del wáter, deleitándonos con el efecto Coriolis. Más tarde, nos pusimos al lado de la piscina para tomar el sol. Éramos jóvenes y el mundo al revés todavía nos encantaba. También recuerdo mi confusión cuando me dijeron que teníamos que quitar un cero del valor de los billetes de pesos que habíamos comprado en el banco el día anterior. Y todos esos coches diseñados en torno a 1964 me impactaron; me parecían bellísimos. Mi padre coleccionaba coches antiguos, ¡pero allí eran lo común! Por otra parte, algo iba mal en el mercado de coches, y me costaba descifrarlo.
Empero puede que Ud. sí se acuerde de la visita de veinte «texians» sólo un año y medio después de la Guerra de las Malvinas. Nuestro maestro tomó un té con Ud. y su mujer, y mientras tanto los demás paseábamos por su biblioteca. Jamás en mi vida había visto una escalera con ruedas y carriles. La empujamos y subimos como si fuese un tranvía. El maestro se molestó. Me costaba la idea de querer leer tanto; pero le juro, don Jorge, que con los años esa visita me ha venido marcando, como si fuese una pequeña cicatriz que ahora casi me consume.
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Supuestamente he de escribirle esta carta a petición de unos académicos mexicanos, pero admitiré que la verdadera razón es que acabo de encontrar en la red informática (cosa nueva, don Jorge, un laberinto no tan bello como los suyos, mucho ripio), digo que he encontrado una lindísima foto en blanco y negro de Ud. junto con doña María Kodama. Se la incluyo aquí para que la vea, supongo que por primera vez. Esa foto me hizo llorar. Sólo por unos instantes, no se preocupe; es que últimamente los hombres lloramos y sobre todo delante de imágenes como esta. La foto, un exceso de dignidad con gracia, ha salido en los anuncios de la muerte de esa gracia. (Que descanse en paz, que era un encanto; su sonrisa siempre frágil pero tildada con algo picaresco). Dicen que doña María no dejó testamento. Dicen que su herencia literaria se va a juzgar en un tribunal. Me da igual, será otro tema para ayudarles a los argentinos a debatir los límites del poder político. Esa imagen, don Jorge, es lo que me tiene maravillado; he vuelto a contemplarla varias veces al día a lo largo de un mes. Ud. tiene la cara demasiado austera y lleva un traje demasiado gris. En cambio, ella, magnífica, lleva un vestido blanco clásico y zapatos de tacón negros. Ud. le tiene agarrada por el codo y lleva un bastón en la otra mano. Ella le mira por encima del hombro y tiene la punta del pie izquierdo levantada mientras presiona el tacón contra el suelo. ¿Ese bastón, don Jorge, es el de laca de que Ud. escribió unos versos?
Sospecho que ahorita Ud. ya se fija en el presente o incluso el futuro, quizás en las elecciones venideras de su país nativo. Yo no. Me acuerdo de nuestra visita como si fuese ayer. Además de esa biblioteca peculiar, me acuerdo de los hilos de luz que caían por las altas ventanas que daban al interior del edificio. A los finales de las estanterías y contra la pared bajo las ventanas Ud. tomó su té con nuestro maestro. Había una mujer, don Jorge. Silenciosa y ocupada, espero que fuese doña María. Si no, al menos era ella disfrazada de otra. Me imagino que tener su casa tomada por veinte desconocidos no le era del todo agradable. ¿Cómo se lo puedo compensar? A ver, leí en algún lugar que el Premio Nobel Mario Vargas Llosa le había visitado y después comentó que había un goteo en el techo de su departamento. Fíjese Ud., yo no lo vi.
El detalle del techo me obliga a hacerle una serie de preguntas que sólo he logrado formular después de largos años leyendo todo lo pudiera encontrar tras la estela de su barca literaria. Dispense la metáfora torpe, don Jorge. Siempre me ha parecido Ud. una especie de pirata de ríos. Y confieso que no he leído toda su obra. Es que un día me distrajo Ud. con una alusión a Poe y de ahí tuve que leer la obra completa del gran cuentista de Boston. Luego pasé a otros libros y se me olvidó volver al trabajo original. Me pondré a ello si el cielo me da unos años más. Le quisiera agradecer más que nada por esa alusión a Poe. La considero entre las más importantes que me hizo Ud. A ver, ¿Por dónde iba?
Ah sí, las preguntas. Ud. visitó la casa de Jefferson en Monticello, ¿verdad? Noté su interés en EE. UU. hacia finales de la Segunda Guerra Mundial. También veo que nos visitó en 1961, 1971, 1972, 1983 y 1984. He visto en el manuscrito de «Nuestro pobre individualismo» (1946) su dibujo intitulado «El dictador hidra». Como Ud. leía inglés como lengua materna, supongo que la alusión es a Milton, además de a Hércules y a don Quijote, pero me pregunto si ese interés en Milton, interés sociopolítico sin duda—Milton escribió la épica de las Guerras de los Tres Reinos—podría también señalarnos el uso de la hidra por Hamilton en El federalista. Luego, como Hamilton era el enemigo-redentor de Jefferson, he venido especulando que Ud. tenía al tercer presidente de EE. UU. en mente el próximo año cuando escribió «La casa de Asterión» (1947). ¿No será Jefferson ese Minotauro queriendo la daga de su redentor de manera casi desesperada?
Ya sabrá Ud. que Jefferson se identificó con el Minotauro. Puso una estatua de Ariadna de Creta en la entrada de su casa y aludió al laberinto de la Sierra Morena de Cervantes a través de cartas personales y obras arquitectónicas. La Rotunda, por ejemplo, se refiere a la amenaza democrática al poder del soberano en Don Quijote 2.8. Además, Jefferson se llamó coelo tactus, «tocado por el Cielo», y allí hemos el nombre de Asterión, «estrellado» en griego, como protagonista de su famoso cuento. Creo que por fin me he enterado. ¿Qué nos pudiera haber querido decir vacilando entre el individualismo de Hamilton y el monstruo de Jefferson? Seguro que tendrá algo que ver con ese racismo nuestro que Ud. mismo notó en su entrevista de 1972 con Adolfo Bioy Casares.
Por cierto, hice una visita guiada de Monticello y confieso que esa burbuja arriba en el bosque no era tan espectacular como esperaba. La habitación de arriba estaba vacía y fría, no era nada acogedora. Un laberinto sin vida es deprimente. Ahora entiendo la alegría de Asterión cuando ve a Teseo. Es que, en la casa de Jefferson, más bien su templo, la claraboya ha quedado inútil, incluso gotea.
A modo de contexto para la segunda pregunta, los españoles siempre me interrogan: ¿Dalí o Picasso? Soy americano. Dalí. A Ud., don Jorge, le pongo la pregunta recíproca: ¿Milton o Shakespeare? Sé que conoció la literatura inglesa. Espero que su respuesta sea Milton. Que seamos humildes en algo. Qué hacer con las «gorgonas, hidras y quimeras horribles» es más importante que la cuestión de «ser o no ser». Estoy seguro que apreciaba que Descartes acabó con la crisis de Hamlet. Ahora bien, ¿cómo navegar por todos estos monstruos en nuestro entorno transatlántico? Ud. fabricaba laberintos para los vivos. Tenemos que habitar este diablo mundo, así que mejor irnos constituyendo mecanismos para frenar la maldad compartida entre los tres. Me refiero, claro, a argentinos, italianos y españoles. Un tejano sabe perfectamente que los anglos han formado un mundo aparte. ¡Bah!
Tercera pregunta: Leí que Ud. visitó Texas, Chicago y algún que otro sitio (he escuchado una anécdota de una máscara de gorila que se puso Ud. durante una fiesta de Halloween en una universidad norteña). ¿Pero logró visitar Florida? ¿Logró ver Miami o St. Petersburg? Me gustaría creer que sí. Al final Florida va a ser el epicentro de Occidente, gracias a Dios.
Bueno, basta ya, iré buscando sus respuestas entre sus escritos durante años venideros. También quisiera comentarle una sincronicidad que experimenté en presencia de un colega mío, Giancarlo Ibargüen, un guatemalteco fallecido hace unos pocos años. Era rector de la Universidad Francisco Marroquín en la capital de esa pequeña pero provocadora república al sur de México. Don Giancarlo le citaba a Ud. con frecuencia. Al igual que Ud., ese hombre tenía una debilidad física; sufría una parálisis progresiva y acabó siendo un monstruo de la naturaleza en los dos sentidos de la frase. Digo las dos ideas de golpe. Quiero decir que hacia el final de su vida su lado sagrado logró vencer al lado deforme incluso cuando ese último se apoderaba de su cuerpo. Era increíble verlo. Desde su silla de ruedas, e incluso sin poder decir ni una sola palabra, todavía era capaz de proyectar, o más bien imponer su voluntad en el mundo. Al igual que Ud., don Giancarlo comunicaba sin estar presente. Varias veces, después de escucharme hablar conmigo mismo media hora en su despacho, me escribía largos correos electrónicos (los mensajes más íntimos de esa red informática de que le hablaba arriba), respondiendo a mis preguntas y sugiriéndome lecturas específicas que luego sin falta me resultaban flores de lucidez que me guiaban a hacer un paso más en el mundo. Y ese hombre guatemalteco, don Jorge, hablaba de un laberinto invisible de la libertad que él esperaba que se pudiera realizar un día de estos. ¿Qué digo? Rectifico. Señalaba don Giancarlo un laberinto inevitable, un laberinto que afirmaba que llegaría a reinar a lo largo de Iberoamérica. Conocer a Giancarlo era tener que creerlo.
Espero que no me vea maleducado por haber aprovechado para hacerle un pequeño homenaje a ese otro artista liberal, hombre como Ud. que se dedicaba a animar a sus compatriotas a descubrir su pobre individualismo. Sospecho que están ustedes juntos en alguna parte invisible del universo, quizás sea otro universo indivisible hacia el sur de Buenos Aires donde todos los puntos se juntan al final. He dicho artista. Ese era hombre de negocios, pero tenía su encanto estético, y vive Dios que apreciaba el arte de vivir.
Un curioso aparte, don Jorge. ¿Sabía Ud. que hay un equipo de fútbol para ciegos en Argentina que se llama Los Murciélagos? El símbolo tiene su gracia. En Valencia un equipo de fútbol en la Liga, el Levante, uno de los mejores, lleva un quiróptero en el escudo. Dicen que es porque el rey Jaime I el Conquistador les tenía manía, incluso los quería exterminar. Luego, por pura suerte, un murciélago salvó su ejército de un ataque por los musulmanes, y de ahí que se enamoró del animalito y mandó colocar su imagen en el escudo de la ciudad.
Don Jorge, también le debo reportar acerca de los límites políticos de nuestro laberinto. EE. UU. se ha convertido en una locura melancólica tras otra. Ud. y William F. Buckley estarían bastante disgustados. Lo vamos a reparar, y eso gracias al peso demográfico de los hispanos. En cuanto a su querida Argentina, no llore. Creo que ya ha tocado fondo. Hay un economista libertario tipo roquero; me parece una combinación monstruosa de Hayek y uno de los hermanos Ramone. Este hombre, Milei (no digo «mi ley», quien es otra, sino Milei, su apellido todo junto), ha sido como una explosión en una catedral. Espero que el cambio venga de allí. Hay una marquesa, digamos otra María Kodama en relación con su gente, y dice que está convencida de que sí va a haber un cambio. Esperemos que sí, porque en este mundo si no hay cambio, no hay redención. Asterión, sin duda que era un monstruo, pero a su crédito buscaba la redención. Eso me lo enseñó Ud. y no mi querido Jefferson.
Le cuento cómo ha sido la experiencia de aprender eso y luego le dejo, porque seguro que tiene mucho por escribir y el futuro sigue siendo una ilusión. Don Jorge, me he llevado casi toda la vida estudiándoles en sus laberintos, desde Covadonga y el Río del Bosque hasta Diego García y Tierra del Fuego, y me han enseñado cómo apreciar la belleza, cómo animar el espíritu y cómo aceptar la humildad, casi en ese orden. Pero luego algo curioso me pasó. Ha sido como mirar a través de un telescopio y ver a otro mirándome a través de su propio telescopio. ¡Nos han estado estudiando todo este tiempo! Y yo, torpe, sumamente norteamericano, no me enteraba.
Le cuento. El otro día estaba leyendo acerca de ese piano que Jefferson insistió en comprarle a su nieta al final de su vida, optando irse a la bancarrota en lugar de ser razonable con sus finanzas, y repentinamente me vinieron a la mente esos dos pianos pintados por Dalí. El cuadro que se llama «Hallucination: Six images de Lénine sur un piano» (1931) hace alusión al encuentro que viene entre el fascismo y el comunismo. Hay un monstruo espantoso que nos espera en la puerta, pero puede que sea mejor idea la de salir a saludarle en lugar de intentar tocar ese piano. El otro se llama «Fuente necrofílica manando de un piano de cola» (1932) y coloca encima del piano un ciprés al lado de la Afrodita de Milo. Le sale una fuente de agua azul por debajo de las claves del piano. Luego su retrato de Lincoln fusionado con las nalgas de Gala es el colmo, y lo pintó justo en el año 1976, el bicentenario de EE. UU. De ahí, don Jorge, me enteré de que uno de los principales laberintos que Ud. nos construyó tiene que aludir al de Jefferson.
Sólo puedo agregar ahora que espero que nos venga a visitar otra vez en Texas, o mejor aún en Florida y luego también en Virginia. Ese muro no puede funcionar y creo que frena el proceso de nuestras redenciones en el Sur. Venga a por nosotros, don Jorge. El verdadero amor tiene que ser agonizante. De nuestra parte le prometo que, si logramos encontrar la salida, le buscaremos y saldremos para saludarle.
Un abrazo, don Jorge, y gracias de nuevo por todo su arte, digo los laberintos tanto como las navajas. Igual alguien nos puede sacar una foto cuando esté yo en Buenos Aires hacia mediados de junio y así tendré la prueba de que por fin he reconocido su plan para salir del laberinto más íntimo de todos, el del individuo liberal en busca de su redentora cruel. Hay que poner paces ya. La vida es corta, y todavía quedan muchos laberintos por explorar. Incluso creo que nos vamos a Marte, don Jorge, a construir laberintos en otro planeta. Ya lo habrá previsto. Esperemos que no sea demasiado tarde.
Vale, y quedo atentamente suyo en la lucha por la libertad,
Eric-Clifford
Boca Chica, TX 23/4/23
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Eric-Clifford Graf