Instante
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Camille Pissarro – Le Pont Du Chemin De Fer, Pontoise [1873 – Private Collection]
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La plenitud reza su breve unidad.
En el hogar del ser, donde todo
se recoge y habita, abrázanse
los destinos plurales. La belleza,
instante que hacia la luz camina,
la unidad contempla para iluminarse,
y así, al ser la propicia semilla de su instante,
vence la antigua disonancia,
no se debate más en lo continuo
y avanza deteniéndose.
El ojo atento
percibe el tiempo único y sabe
que el instante −que no es efímero,
solo cede la conquista del tiempo
a un instante nuevo, que en ahora
desemboca y al ahora regresa,
vuelve y es infinitamente− ha conquistado,
mas únicamente desde el recuerdo
podrá ofrecer su desciframiento.
Aguarda y revela verdad y belleza
todo interior, antes de ser abierto
y arrojado y de cobrar experiencias.
No hay palabras, no hay gestos dentro,
solo contemplativo silencio.
Todo lo existente goza de interior,
todo en todos confluye y nos hermana.
Conoce tus límites,
pues son el ancho campo de tus posibilidades.
Dentro y fuera, toda fuerza de luz
posee la fuerza de su sombra: cae
el ángel que excede o rebasa
la verdad que sus alas trazan.
Sin posibilidad de postrera salvación,
sin haber logrado ser quien es
finaliza su débil existencia
en tierra yerma y solitaria.
La vida, el camino, el río,
bello peregrinaje insumiso.
Alegría, energía:
se mece el alba, la mañana
se levanta, luego acaece
el ocaso que deriva en la nada,
ciega enemiga del instante.
En cambio, el sol se yergue,
apunta y va. No vuelve.
Entrega su ser como abeja
que, tras apurarse en la carne,
se disgrega en vuelo mortal.
Jocoso y circular es todo viaje
si el pleno ir en el río desemboca,
en la pura transparencia del instante.
¿Y si la noche sugiere otras formas
ahora, cuando duerme el ojo
de lo cotidiano y, junto a la noria y la luna,
en el instante mágico, delinea
el sendero de la intuición?
Percibir es crear, y parca es la vida
sin sensible percepción, solo material
dispuesto a tocar con el dedo errante.
Profundizar la esquina de las cosas
para elaborar la riqueza del instante.
Con la vida el arte juega,
se refleja y dialoga. Nada desecha.
La tonalidad o el vocablo ignaro
sirve a su propósito total, que ofrece
al ojo cambiante el instante recreado:
la muselina de la niña
en el cuadro aún no se ha ajado,
su color blanco revela el cristal
que le dotó clásica mano.
Y en la senda oscura de las épocas
la alta pluma nos recuerda
la luz que un corazón alcanzó,
ejerciendo la maestría de lo humano
y ofreciendo un legado con su ejemplo:
la luz puede volver a brillar,
pues es la esencia clara que no cesa,
la senda oscura puede revertirse
y brotar la belleza y la serenidad.
«En el vadear de un río
rodeado de árboles verdes,
caminaba un anciano de barbas blancas
y mirada escondida entre las sombras.
Cuando nos encontramos, me saludó
amistosamente. Osé preguntarle:
−¿Por qué los árboles no transparentan
la superficie del río que los alimenta?
El anciano me respondió: −Otra mirada
te propongo: ¿Por qué en tu rostro
no se refleja la profundidad
de la tierra que te alimenta?
Acabada la conversación, el más hermoso árbol
cayó fulminado sobre el río y desapareció.
El anciano por última vez me miró
y se escabulló con una sonrisa entre las sombras.»
El vasto, abstracto
e incomprensible mundo
concentrado en la cabeza de una aguja
que lo contiene en símbolos y ritmo:
un instante, la poesía.
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Joaquín Albarracín de la Rosa
30 de diciembre de 2018