Joseph «Joe» Chrzanowski, «in memoriam» – VII – Escritos en homenaje – II – Alicia Viguer-Espert & Lucía Guerra & Jonathan Tittler – [Ilustración de Ana María Vacas Rodríguez]
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Joseph «Joe» Chrzanowski, «in memoriam» – VII – Escritos en homenaje – II – Alicia Viguer-Espert & Lucía Guerra & Jonathan Tittler
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Para Joe
Joe era mi amigo, amigo de muchos, amante del castellano, de la cultura latina en general y de la española en particular, de hecho para demostrar oficialmente su afecto por las dos, cultura y lengua, se casó con una española. Hemos sido amigos por 30 años, desde que me casé con su amigo Michael Roffe Ph D., que también fue jefe de departamento en CSLA, pero de Psicología. Desde el primer día disfruté de su afabilidad, sus maneras impecables y la raya de sus pantalones siempre perfectamente planchada; le gustaba presentarse bien en sociedad, y lo conseguía. Su sentido del humor abría la puerta del diálogo y disfrutaba argumentando distintas posiciones, incluyendo la de abogado del diablo. Esparcía su amor por la literatura española entre sus alumnos suavemente, como arena impulsada por las olas de su entusiasmo, y los estudiantes le devolvían no solo la arena sino la sal. Romántico hasta los huesos, exceso que le enorgullecía y avergonzaba en igual medida. Tenemos cientos de recuerdos siempre presentes, pero le echamos mucho de menos.
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Oranges, brought by the Arabs from China & India, have been cultivated in Valencia for centuries and therefore, there is a long-standing tradition in appreciating this fruit. Even as kids, if the temperature descended below freezing, we were all worried about citric damage. It didn’t matter that our parents did not own any orchards, the concern was collective. During my infancy, Valencia was still a small city surrounded by orange groves all the way to the sea, and in early May, when the windows remained open because of the warmer weather, one could get drunk with the orange blooms perfume. We found it intoxicating. When my father took us to my uncle’s orchards we rolled the car windows down questioning each other about the intensity of the fragrance, but it was at night when the blossoms exuded its sweetest poison that we wrote poetry.
Today I stood under an orange tree canopy
stretched my neck to touch the soft whiteness
until the small jewels crowned my head.
This is me, I told myself, crib, wedding bouquet,
funerary garland, if permitted, remembering
those clear May days when we opened the East
windows to gaze at the bluest brush of the horizon and
were swept by perfume belonging to the gods and us.
The whole city turned into a perfumer’s laboratory,
inhaling deeply lungs explored cosmic dimensions.
Out in the orchards we rolled the car windows down
asking each other, “can you smell it,?” possessed
by irrational laughter, longing for golden spheres.
I continue the ritual, undressing myself into the spiral
of a pumpkin-colored-suit falling into a plate, give away
juicy portions of myself, like the ones I fed my friend
the day before she passed away, contented, gratefully.
Seeds and white teguments I offer to smaller beings.
Though the sheltering tree is a Californian transplant,
and I can’t see the Mediterranean from my window,
I promenade the neighborhood breathing freely,
recollection neurons activated, sections of heart
ready to give to anyone to preserve the memory.
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Revenge
Knives can’t slice it
because of its age,
skin already detaching
from the sectional flesh.
Couldn’t turn it into the spiral
of the Orangina commercial,
so you drag the knife over
the cork-like cells,
almost as a scalpel, then
sink the nails under the skin.
There is some satisfaction
at separating its parts,
isolating, utilizing
the life of this orange,
peel it, squeeze it, bite it.
When it’s all over you marvel
at the sweet perfume
permeating your hands
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Alicia Viguer-Espert
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MS en Psicología, BA en Literatura Española, BA en Escritura Creativa, poeta reconocida y publicada en varias Antologías Poéticas, revistas literarias y ganadora del 2017 San Gabriel Valley Poetry Festival Book Contest.
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Sobre Joe
Hace ya muchos años, conocí a Joe en un congreso sobre literatura latinoamericana y me llamó mucho la atención su manera tan sobria de exponer sus ideas en un ambiente que, en ese tiempo, estaba plagado de vanidades masculinas. Me acerqué a él porque su trabajo había sido sobre mi compatriota José Donoso y para mi sorpresa, descubrí que amaba Chile y hasta hablaba usando modismos chilenos. Su voz y sus ojos tan azules transmitían una sensación de estar en el lado más armonioso del mundo y de las relaciones humanas. Desde ese momento, nos unió una gran amistad
y cuando visitaba su universidad, los estudiantes siempre me hablaban de su generosidad, del hecho de que hacía cualquier cosa por ayudarlos.
Igual era con sus amigos y muchas veces, me contaba cómo se desvivía por hacer trámites y hasta cortar árboles para algún amigo enfermo. Cuando murió mi esposo con quien solía jugar golf, no solo me brindó un apoyo por el que siento una profunda gratitud sino que también dedicó infinitas horas a la traducción de mi libro Con voz de sombra en el cual reflexiono acerca de la muerte y rescato fragmentos de la vida de mi esposo. Con los años, me convertí en la primera lectora de sus poemas que me enviaba para que se los comentara. Recuerdo que a finales de un verano, de pronto me envió varios poemas de amor que, a través de hermosas imágenes y conceptos complejos, revelaban su gran capacidad de amar. Había conocido a Ana, a quien calificaba como el gran premio de su vida.
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Lucía Guerra
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Professor of Spanish Linguistics, Spanish and Portuguese School of Humanities PH.D., University of California, Irvine
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Sobre Joe
Aunque nos conocimos evaluando exámenes en literatura hispánica, donde Joe (nunca José ni tampoco Joseph) ya tenía fama de competencia e integridad, nuestra relación fue mucho más allá de lo meramente profesional. Cuando me encontré en el hospital por un trasplante de médula, el de sorpresa me visitó (en Manhattan, donde movilizarse es siempre una pesadilla). También nos visitó a mi esposa y a mí en nuestra casa, a seis horas en automóvil de la casa de su hija, que usaba como base de operación cuando estaba en el este de nuestro país. Además, me invitó a esa casa en Connecticut y repetidamente a su casa en California, cerca de Los Ángeles. Ambos hemos sido jefes de departamento en nuestras respectivas universidades, y compartimos la pasión de la traducción literaria. Hemos tenido en común la condición de ser humanistas (para ser más preciso, de literatos), pero él se destacó por sus cualidades humanas, su amor por su familia, por sus amigos y por el ser humano. Me considero privilegiado por haber sido uno de esos amigos y por haber sentido, por más de treinta y cinco años, el calor de su persona.
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Jonathan Tittler
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Profesor Emérito de Estudios Hispánicos, Rutgers, the State University of New Jersey