Saudade y otras palabras intraducibles – Microrrelatos de Patricia Martín Rivas

Saudade y otras palabras intraducibles [Microrrelatos]
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Saudade y otras palabras intraducibles
SAUDADE
Portugués
~Sentimiento de amar algo o a alguien que se ha perdido y que quizás nunca volverá~
Se considera que es la más austral del mundo, una pobre huerfansita ubérrima nacida en la Tierra del Fuego que baila entre unas treinta y dos mil palabritas, a la que algunos hacen más expresiva que los todopoderosos y apabullantes inglés y español.
Qué lastimero pensar que en el último registro, que data de dos mil trece, hay no más un único hablante de esta lengua, el yagán: la octogenaria Cristina Calderón, quien se encarga(¿ba?) de reunir los términos de su lengua —suya, solo suya— en un diccionario que es un cementerio.
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MERAKI
Griego
~Entregarse con toda el alma a algo y hacerlo con creatividad y pasión~
Cuando jugábamos a los superhéroes en el recreo, siempre me pedía a Spiderman, pero los fines de semana mi superheroína era la Juani. La Juani cuidaba de mi abuela con el corazón y le decía palabras dulces cuando la enferma anciana se quejaba y le cambiaba los pañales sin torcer el gesto y le pegaba un grito cuando se hacía necesario y le cocinaba sus platos favoritos y le limpiaba la babilla con esmero y tesón y soportaba los efectos de las drogas que (des)arreglaban a mi abuela y le acariciaba el arrugado rostro con los labios para despedirse.
La Juani siempre nos recibía con una sonrisa de oreja a oreja y sonoros besos, como si no llevara horas y horas pendiente de la abuela y del reloj, ni hastiada y exhausta por las ancianas luchas, ni anhelante de la diminuta libertad que le otorgaban los relevos.
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GOTRASKHALANA
Sánscrito
~Llamar al ser amado por otro nombre~
Solo se me ocurre llamarla Dolores. No recuerdo su nombre real y, a no ser que se diera la ínfima posibilidad de que coincidiera con el de la cantante, no creo que nunca sepa cómo se llamaba. Apenas si me acuerdo de su cara, de hecho, solo su pelo al ras del cráneo, sus andares desgarbados, su entusiasmo, su altura superior a la media y su juventud —pero, claro, mis recuerdos son de niña, cuando los adultos parecen siempre muy grandes y con una edad indefinida—.
La conocimos gracias al embarazo de Ofelia, nuestra tutora y profesora de inglés durante dos años. Gracias a aquel bebé, tuve la suerte de que Dolores nos diera clases. Supongo que Dolores no tenía plaza en un sitio fijo y deambulaba cubriendo bajas por embarazo, enfermedad e incluso defunción por todos los rincones de la Comunidad de Madrid.
Solo se me ocurre llamarla Dolores por Dolores O’Riordan, la voz de The Cramberries, porque aquella profesora fue la primera que nos dio una canción en inglés que no narraba con voz de pito los colores o los días de la semana: fue la primera que nos trató como a personas y nos habló de los zombies —de los zombies reales, no de los falsos monstruos—.
[Con sus tanques y sus bombas Y sus bombas y sus armas
En tu cabeza, En tu cabeza están llorando]
No sé cuánto tiempo fue nuestra profesora —¿dos, tres meses?—, pero se me antoja fuerte y libre y luchadora y para mí se convirtió en un símbolo. Y ella no lo sabe. Porque no sé dónde estás, Dolores. Pero te admiro. Admiro tu recuerdo. Eres un animal mitológico, un zombie precioso y violeta. ¿Dónde estás, Dolores? ¿Cómo te llamas?
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AWARE
Japonés
~sentimiento agridulce de un momento breve y efímero~
Hibisco, del latín hibiscus, del reino plantae, de la clase magnoliopsida, de la familia malvaceae
El hibisco puede llegar a alcanzar hasta los tres metros de altura, sus hojas se dividen en tres o cinco lóbulos y sus flores se estiran hasta los 10 centímetros de diámetro y nacen en amarillo y marchitan en rojo.
Admiro con calma su belleza sublime —el lustre multicolor, el esplendor efímero—. Pero mueren mañana, pero mueren mañana: estas flores especializadas en el presente nacen un día y marchitan al otro. Y si nacen, porque… Mira, mira: los capullos a veces se arrojan al vacío sin aparente motivo o por falta de iluminación o por el frío o porque los mordisquean bichitos negros o bichitos verdes u otros bichitos, seguro que hay muchos más bichitos. Araña roja, dice Google, o pulgones o mosca blanca o cochinilla. ¿Ya han tenido esas plagas? Seguro que volverán, seguro, seguro. O quizás a un viento fuerte y macabro se le ocurra arrancar las flores, preciosas, preciosas flores, pero mueren mañana. O quizás las cenizas de los incendios cercanos las aniquilen para siempre. O, quién sabe, ¿los gatos comen hibisco?, Gabriela siempre tiene hambre, igual hoy se le antojan flores para la merienda.
O, bueno, no sé, aún no he leído demasiado sobre el tema, la verdad.
Cuando contemplo mi hibisco, su presente florido me mitiga la ansiedad por unos instantes bellos y naranjas de sosegado corazón fucsia y aterciopelados estigmas dorados… Preciosas, preciosas flores, preciosísimas. Qué pena que mañana amenace con amaneceres marchitos.
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POCHEMUCHKA
Ruso
~Persona que hace demasiadas preguntas~
¿Alguna vez te ha dado por pensar que nunca vas a poder ver tu propio rostro? Nunca.
[Nunca. ¿Conoces las vicisitudes del nunca?]
¿Nunca te has dado cuenta de que nunca vas a verte la cara? ¿Jamás? Jamás. Piénsalo: solamente verás tu cara en el espejo, en una fotografía, en un vídeo o en el río, a lo Narciso. ¿Sabes que donde más la ves, en el espejo, está al revés? O sea, nunca, jamás, verás tu cara; y lo más parecido que harás será ver una burda imitación, a tiempo real, pero al revés. Siempre al revés.
¿Nunca has pensado que el resto de gente sí verá tu verdadera cara? Vamos, tú nunca verás tu cara, que es tuya, al fin y al cabo, pero todo el mundo la verá. ¿No te parece injusto, grave y aun insultante?
¿Alguna vez se te ha ocurrido que nadie nunca verá su propia cara? ¿Que tú te podrás adueñar de la visión de otras caras, reconocer sus gestos repetidos, sus surquillos incesantes, sus bellas imperfecciones, en una suerte venganza recíproca?
Eres la única persona que puede ver completamente todo tu ser interior y la única que nunca podrá ver todo tu exterior.
¿Nunca lo habías pensado? ¿De verdad? ¿Nunca? ¿Nunca?
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KAIRÓS
Griego clásico
~Un instante fugaz, el momento adecuado en el que algo importante sucede~
Me regaló el silencio porque era mío y me rogó: «no lo vuelvas a perder».
Lo había extraviado hacía lustros, pero ni siquiera me había dado cuenta, porque el tráfico, la algazara y la televisión me carcomían los adentros y todita yo era ruido.
Ahora que lo he recuperado, no quiero salir jamás de mi bello sosiego; y deseo que solo lo rompan el crepitar de las patatas para la tortilla, el ronroneo de Enrique, la caricia cadenciosa de mi propia respiración, el crujido de las ramas por el balanceo de la hamaca, la musicalidad al desvestir una mandarina y el recuerdo de aquel momento en que la tortuga centenaria me devolvió el silencio bajo las aguas turquesas.
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FERNWEH
Alemán
~Sentir nostalgia por un lugar jamás visitado~
Llevaban años (años) deseando ir a aquel lugar. Nunca habían oído hablar de él hasta que se mudaron a China, pero su existencia se había convertido en una obsesión. Una obsesión inalcanzable, sin embargo: en las pocas vacaciones que tenían cada año, siempre les había venido una visita que prefería conocer Pekín o les habían dado fiebre o pereza o dentera o les había surgido un plan más cercano o más barato o más.
Habían leído tanto sobre aquel lugar, que ya se imaginaban caminando entre las colinas naranjas, bañándose en sus aguas cristalinas, disfrutando de la gastronomía, haciendo el (des)amor en las colinas, en las aguas, en la gastronomía.
Aunque el avión era más rápido y más barato, decidieron ir en coche: las treinta horas de conducción prometían exuberancias. ¿Y quiénes se creían, acaso, para decirles que no a las exuberancias?
En realidad, ese viaje se vestía de ruptura: eran Abramović y Ulay en la muralla china, pero mucho menos extravagantes, desgraciadamente. No habían parado de discutir en los últimos meses, y aquel viaje les quedaba pendiente para sellar su relación, de lo tanto que habían leído y hablado y planeado y soñado.
[Y adiós.]
Las primeras catorce horas se pasaron volando: disfrutaron del paisaje, del incesante bailoteo en la bella anchura de las autopistas, de las palabras que se les venían a la boca al observar matrículas ajenas, de los recuerdos que les traían las canciones de la radio. Y sin discutir ni reprochar ni insultar.
Pero ya no se les ocurrían más palabras con la matrícula del coche de delante. Llevaban ciento cuarenta y seis palabras rescatadas de sus respectivas áreas de Broca y de Wernicke, y ya no había de dónde sacar.
La autopista tenía veinte carriles y el atasco se extendió durante ciento veinte kilómetros y los kilómetros se estaban comiendo a ochenta y cinco millones de personas.
Mientras esperaban a que se disolviera el atasco, hablaron de sus sentimientos más profundos, de sus pensamientos más íntimos, hicieron miles de amigos, compartieron historias y babas y otros flujos, se reconciliaron, comieron manjares insospechados, aprendieron a amar el dulce aroma del humo, arremolinaron incesantemente las pestañas. Nunca llegaron a su destino y decidieron no ir jamás: aquellos doce días en el coche fueron las mejores vacaciones de su vida.
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Patricia Martín Rivas
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Nota
Patricia Martín Rivas. Saudade. Ediciones Franz, 2017. ISBN: 978-84-940612-0-3.