La inspiración de un paseo primaveral – [Relato]
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La inspiración de un paseo primaveral
Hace tiempo que tengo una idea en la cabeza. Decido plasmarla en la primera mañana de esta segunda primavera de pandemia. A mi lado, tumbado, Drako, mi perro ladrador, me mira de reojo esperando su hora de salida. Le acaricio la cabeza, le pregunto si quiere que nos vayamos, él azota la cola contra el suelo, se alza sobre las patas traseras y espera a que le ponga el arnés.
Partimos tras enganchar la correa y ponerme la mascarilla. Cuando lo saco a pasear me surgen múltiples ocurrencias y proyectos. Mientras, él, huele, orina, se purga con las hierbas que vamos encontrando, ladra a los perros machos, juega con los mirlos que, al verlo, alzan el vuelo aceleradamente.
Yo lo observo con la mente puesta en mi próximo artículo. Llegamos a campo abierto, un gran llano en el que puedo controlarlo, lo dejo libre, corre durante unos minutos. Disfruto de la salida, saco el móvil, lo fotografío.
Ayer fue delante de un gran arcoíris, hoy entre flores amarillas, la semana pasada junto a unos grafitis que decoran el camino por donde pasamos, bajo pinos que hacen un sendero sombrío y bucólico. A veces, por él, caen piñas que lo asustan. Otras, vemos a una ardilla, o a algún pájaro precioso al que no sé ponerle nombre por mi ignorancia ornitológica. De vez en cuando coincidimos con algún otro can. Dependiendo del género, del tamaño o de la edad se huelen, se ignoran o se amenazan.
Me encantaría estudiar el sentir de estos animales tan cariñosos, tiernos y fieles. Me pregunto qué opinaran de nosotros. Qué pensará Drako sobre mí o sobre mi hija, su verdadera dueña. Y recuerdo el microrrelato que me inspiró y con el que participé en el último concurso de la Asociación Alhelí, una institución que ayuda a superar y aceptar las pérdidas de seres queridos.
Me permito transcribirlo. Al hacerlo me traslado a otra mañana de hace unos meses, cuando se me ocurrió el título de este breve relato: “La sombra de la amistad es alargada”.
“La inseguridad vino a las puertas de mi vida cuando él se fue. Ahora lo echo de menos todos los días, oigo el silencio de esa voz que ha dejado de llamarme, añoro las caminatas que dábamos al atardecer y, sobre todo, las caricias en mi vientre y detrás de las orejas. El miedo se ha apoderado de mí junto a una tristeza que no me abandona, que se pega como una lapa. El duelo me ha quitado el apetito y, mientras mi nueva dueña me llena un bol de pienso que permanecerá entero, las lágrimas le empapan su rostro mientras me dice palabras cariñosas y me rasca el lomo.
Pero aún conservo su olor, tengo escondido en mi caseta una de sus bufandas y con ella duermo todas las noches, tras la visita diaria a su tumba a la que vamos su viuda y yo, su más fiel amigo.”
Ya hemos vuelto del paseo, se acaba la mañana primaveral, escribo esta columna en el porche, siento como se levanta una suave brisa y la agradezco. Observo el respirar acelerado de Drako tras la larga caminata, posa el hocico en el suelo escondiéndolo bajo el lomo. Yo comienzo a leer estas líneas, el perro se incorpora en un salto, se vuelve hacia mí, se acerca y pega su lomo a mi pierna, comienzo a acariciarlo, él mueve la cola, yo quedo en silencio.
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Antonio Villalba Moreno