Baudelaire, poeta de la Modernidad [Con motivo del bicentenario de su nacimiento / 9 de Abril de 1821 – 9 de Abril de 2021] – Sebastián Gámez Millán

Baudelaire, poeta de la Modernidad [Con motivo del bicentenario de su nacimiento / 9 de Abril de 1821 – 9 de Abril de 2021] – Sebastián Gámez Millán

Baudelaire, poeta de la Modernidad [Con motivo del bicentenario de su nacimiento / 9 de Abril de 1821 – 9 de Abril de 2021]

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Gustave Courbet – Portrait de Baudelaire [1848 – 1849 – Musée Fabre – Montpellier – France]

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Baudelaire, poeta de la Modernidad

a Antonio Gómez Gómez, por tanto

El 9 de abril de 1821 vino al mundo Charles-Pierre Baudelaire en el número 13 de la calle Hautefeille de París. Se cumplen, pues, 200 años del nacimiento del poeta, crítico de arte y traductor, unánimemente considerado por la crítica como el autor con el que se inicia la modernidad, concepto que él teorizó de manera memorable, pero que como veremos no está exento de ambigüedad y controversia.

Precursor del simbolismo y las vanguardias del siglo XX, en palabras de Paul Valéry, “con Baudelaire la poesía francesa atraviesa por fin las fronteras de la nación. Se hace leer por el mundo; engendra imitadores, fecunda a innumerables espíritus… Puedo decir, entonces, que si hay entre nosotros poetas más grandes y más poderosamente dotados que Baudelaire, no hay ninguno más importante”. Sin Baudelaire es inconcebible la tradición que va desde los “malditos” Verlaine y Rimbaud, que en la línea de aquel reivindicó que “hay que ser absolutamente moderno”, hasta Lautréamont y Mallarmé, Oscar Wilde y W. B. Yeats, Paul Valéry y T. S. Eliot, Juan Ramón Jiménez y Jorge Guillén, Luis Cernuda y Jaime Gil de Biedma.

Según Hugo Friedrich, “con Baudelaire, la lírica francesa pasa a interesar a toda Europa. Así lo demuestran los influjos que ejerció a partir de entonces en Alemania, Inglaterra, Italia y España”. Recordemos que, al igual que Kant había defendido décadas antes que la humanidad se encontraba a esas alturas de la historia en un proceso de ilustración –varios siglos después seguimos en ello, pues aún no hemos logrado ni se aprecia en el horizonte una época ilustrada–, por estas fechas Goethe había mantenido la conveniencia de una literatura universal: “La literatura nacional ya no representa mucho hoy en día, entramos en la era de la literatura mundial (die Weltliteratur) y nos compete a cada uno acelerar esta evolución”. Tanto Kant como Goethe leían acertadamente los signos de los tiempos, aunque estos no están libres de caídas y recaídas. No obstante, la universalidad es uno de los criterios de mayor valor artístico y estético.

¿Desde cuándo opera esta universalidad por medio del polen seminal de las artes y la literatura en el sentido más amplio del término? Curiosamente Baudelaire comienza a fraguar la modernidad a través de otro escritor que vivía al otro lado del Atlántico: su alma gemela Edgar Allan Poe. En una carta a Théophile Thoré (1807-1869), abogado y procurador, republicano y demócrata, redescubridor en el siglo XIX del pintor Johannes Vermeer de Delft, fechada el 20 de junio de 1864, unos años antes de la muerte de ambos, le escribe Baudelaire: “¿Duda de que puedan darse asombrosos paralelismos geométricos? ¡Pues bien, se me acusa a mí de imitar a Edgar Poe! ¿Sabe por qué he traducido tan pacientemente a Poe? Porque se parecía a mí. La primera vez que abrí un libro suyo descubrí con espanto y fervor no sólo temas soñados por mí, sino frases pensadas por mí, y escritas por él veinte años antes”.
Sospecho que es una experiencia más habitual de lo que pueda parecer a simple vista: quizá no hay “yo” sin “tú”, nos reconocemos a través de los otros. La identidad personal está forjada por nudos de identificaciones múltiples y cambiantes. Todos somos, o podemos llegar a ser, “nosotros”. ¿No reside aquí el poder y la libertad del arte y de la literatura, en ampliar la referencia de quiénes somos “nosotros”, hasta reconocernos todos, con nuestras irreductibles diferencias, en seres humanos?

Milan Kundera nos recordó otros casos de escritores de lenguas y culturas extranjeras que comprendieron a otros de esta singular forma: “siempre subestimado por sus compatriotas, nadie comprendió mejor a Rabelais que un ruso, Bajtín; a Dostoievsi, que un francés: André Gide; a Ibsen, que un irlandés: G. B. Shaw; a Joyce, que un austríaco: Hermann Broch; los escritores franceses fueron los primeros en destacar la importancia universal de la generación de los grandes norteamericanos, Hemingway, Faulkner, Dos Passos”.

¿Qué entiende Baudelaire por “modernidad”? En El pintor de la vida moderna comienza indicando que “se trata de rescatar de lo histórico cuanto la moda contenga de poético, de extraer lo eterno de lo transitorio”. Más adelante precisa: “La modernidad es lo transitorio, lo fugaz, lo contingente, la mitad del arte, cuya otra mitad es lo eterno e inmutable (…) No hay derecho a menospreciar ni a prescindir de ese elemento transitorio, fugaz, que se metamorfosea con tal frecuencia”. ¿No es la historia entendida desde sus cambios, desde sus transformaciones, desde las huellas de las expresiones artísticas? ¿Cómo podemos apreciar la “originalidad”, incluso la “novedad” de cada época, si no es a través de esos cambios de huellas?

A lo que añade: “casi toda nuestra originalidad proviene del sello que imprime el tiempo en nuestras sensaciones”. ¿Acaso no podría desprenderse de aquí la concepción de una estética como ontología de la historia? Una de las funciones de la historia del arte, ¿no consiste en ofrecernos un espejo de la época? “Para que toda la modernidad sea digna de volverse antigüedad, es preciso que se destile la misteriosa belleza que, sin proponérselo, la vida humana deposita en ella”. ¿Se refiere a la subjetividad que introduce el arte en nuestra visión del mundo, enriqueciéndolo?

¿En qué aspectos rompe Baudelaire con la tradición romántica? Reuniendo elementos románticos e ilustrados, se opone a la idealización de la naturaleza, sitúa las problemáticas dentro del contexto de las grandes ciudades, con el asfalto, las multitudes, la electricidad y tantos otros fenómenos artificiales, la técnica al servicio del progreso, aspectos que contribuyen, en palabras de Baudelaire, a la “progresiva decadencia del alma y progresivo predominio de la materia”, a “la atrofia del espíritu”, en la estela de La tierra baldía (1922), de T. S. Eliot, uno de los poemarios más decisivos e influyentes del siglo XX. Siente “infinito asco” ante los anuncios, los periódicos, la “marea ascendente de la democracia que todo lo nivela”, críticas en la línea de las manifestadas por Stendhal y Flaubert.

Desde un punto de vista formal, Baudelaire es de los primeros y más significativos poetas que fusionó el verso con la prosa, como hizo sólo unos años después en España Gustavo Adolfo Bécquer y teorizaron y practicaron más tarde pensadores-poetas como Nietzsche, Unamuno o Pessoa. Según Martín de Riquer y José María Valverde, “la base de la poesía baudeleriana es la reflexión discursiva, no separada en principio de la prosa. En la mayoría de las ocasiones, sus poemas tienen algo de prosa versificada –magnífica prosa y magnífico verso, eso sí–, sin nacer de una fuente inicialmente lírica”.

Quizá que los poemas surjan de una fuente que en principio no es lírica ha contribuido a multiplicar los temas poéticos y a que se cobre conciencia poco a poco que desde una perspectiva creadora lo relevante no es tanto el tema como la forma, antes que el “qué” el “cómo”. De hecho, Baudelaire escribió de modo paralelo poemas en verso (Las flores del mal) y poemas en prosa (El spleen de París), especialmente entre 1855 y 1857, puesto que a partir de 1860 son estos últimos los que se convierten en su medio casi exclusivo de expresión poética, como le sucedería a la evolución de Juan Ramón Jiménez, salvando las ineludibles diferencias.

A juicio de Antonio Muñoz Molina, “Baudelaire estaba rompiendo por primera vez el dique expresivo no entre el verso y la prosa, sino entre el lenguaje de la poesía y el de la narración, fundiendo el uno con el otro en una escritura incandescente que reunía las capacidades más poderosas de los dos: la precisión del documento y la resonancia misteriosa de las palabras del idioma; la crónica y el vaticinio, la crítica social y el arrebato visionario”. Tengo para mí que en este sentido el mayor heredero en la lengua española de Baudelaire es Francisco Umbral.

Como es bien sabido, la vida de Baudelaire está repleta de actos rebeldes y polémicos. Lo echaron del colegio por “insubordinación”. En 1840 conoció a Sarah, una prostituta del Barrio Latino, inspiradora del poema XXV de Las flores del mal. Conocidas fueron asimismo sus relaciones amorosas con Jeanne Duval (la “Venus Negra”), Marie Daubrun y Madame Sabatier. Se curó de sífilis. Como su admirado Thomas de Quincey, consumió hachís. Intentó suicidarse. Tras más de diez años escribiendo, publicó Las flores del mal (1857), cuyo título provisional primero era Las lesbianas. Fue condenado por “ofensa a la moral y a las buenas costumbres”, como Flaubert con Madame Bovary (1857), curiosa y paradójicamente por el mismo juez del que años más tarde se averiguó que era el autor anónimo de distintos poemas pornográficos que circularon con notable éxito.

A diferencia de Flaubert, nacido el mismo año que Baudelaire, éste tuvo que pagar una multa de 300 francos y eliminar de las futuras ediciones 6 de los 100 poemas del libro. La prohibición perduró hasta 1949. A pesar de que la poesía se escribe cuando ella quiere, de modo que carece de unidad salvo por la memoria y el estilo del autor, Las flores del mal es un poemario construido arquitectónicamente de forma muy cuidada, con una sólida estructura interna, comparable a muy pocas obras poéticas: Divina Comedia, de Dante, Cancionero, de Petrarca o, posteriormente, Cántico, de Jorge Guillén.

Desde que lo leí por primera vez con unos 18 años, con ligeras variaciones, mis poemas preferidos son, por este orden: “El viaje”, “Las viejecitas” –citaremos al final estos dos–, “Himno a la belleza”, “Correspondencias”, “Los faros”, “La negación de San Pedro”, que pone de manifiesto aquello que observó Aldous Huxley: “No se puede ser un maldito sin ser al mismo tiempo, en potencia o de hecho, un creyente en Dios”; y “A una transeúnte”, que ha sido reformulado por Miguel D´Ors y Felipe Benítez Reyes, por mencionar dos poetas contemporáneos hispanoamericanos.

Baudelaire es considerado uno de los fundadores del llamado, no sin equívocos, “arte por el arte”, que supuestamente se contrapone con el denominado arte comprometido. Sin embargo, desde su muy citado poema dirigido “Al lector” está lejos de ser complaciente: “Tú conoces, lector, al delicado monstruo / –hipócrita lector–, –igual a mí–, ¡mi hermano!”. Tal vez este sea otro rasgo del arte de la modernidad: el verdadero arte es en todo tiempo crítico y, por tanto, un ejercicio de contrapoder.

La rebeldía y la polémica no han dejado de acompañarle incluso dos siglos después de su nacimiento. No hay en Francia nada previsto para su efeméride real del 9 de abril, excepto una exposición en la Biblioteca Nacional y algunas actividades en el Museo de Orsay a finales de año. Según el profesor emérito del Collège de France y reconocido especialista de su obra, Antoine de Compagnon, cualquier organización de actos “habría desencadenado reacciones contra su misoginia, su hostilidad al progreso y a la democracia. No hay nada en Baudelaire que sea políticamente correcto según los términos actuales”. Esto significa que su obra sigue viva.

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Frontispice de l’épreuve de 1857 des Fleurs du mal annotée de la main de Charles Baudelaire [Biblioteca Digital Gallica – ID http://btv1b86108314/f23]

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TABLEAUX PARISIENS

VI

Les Petites Vieilles

À Victor Hugo

I

Dans les plis sinueux des vieilles capitales,
Où tout, même l’horreur, tourne aux enchantements,
Je guette, obéissant à mes humeurs fatales
Des êtres singuliers, décrépits et charmants.

Ces monstres disloqués furent jadis des femmes,
Éponine ou Laïs ! Monstres brisés, bossus
Ou tordus, aimons-les ! ce sont encor des âmes.
Sous des jupons troués et sous de froids tissus

Ils rampent, flagellés par les bises iniques,
Frémissant au fracas roulant des omnibus,
Et serrant sur leur flanc, ainsi que des reliques,
Un petit sac brodé de fleurs ou de rébus ;

Ils trottent, tout pareils à des marionnettes ;
Se traînent, comme font les animaux blessés,
Ou dansent, sans vouloir danser, pauvres sonnettes
Où se pend un Démon sans pitié ! Tout cassés

Qu’ils sont, ils ont des yeux perçants comme une vrille,
Luisants comme ces trous où l’eau dort dans la nuit ;
Ils ont les yeux divins de la petite fille
Qui s’étonne et qui rit à tout ce qui reluit.

– Avez-vous observé que maints cercueils de vieilles
Sont presque aussi petits que celui d’un enfant ?
La Mort savante met dans ces bières pareilles
Un symbole d’un goût bizarre et captivant,

Et lorsque j’entrevois un fantôme débile
Traversant de Paris le fourmillant tableau,
Il me semble toujours que cet être fragile
S’en va tout doucement vers un nouveau berceau ;

À moins que, méditant sur la géométrie,
Je ne cherche, à l’aspect de ces membres discords,
Combien de fois il faut que l’ouvrier varie
La forme de la boîte où l’on met tous ces corps.

– Ces yeux sont des puits faits d’un million de larmes,
Des creusets qu’un métal refroidi pailleta…
Ces yeux mystérieux ont d’invincibles charmes
Pour celui que l’austère Infortune allaita !

II

De Frascati défunt Vestale enamourée ;
Prêtresse de Thalie, hélas ! dont le souffleur
Enterré sait le nom ; célèbre évaporée
Que Tivoli jadis ombragea dans sa fleur,

Toutes m’enivrent ; mais parmi ces êtres frêles
Il en est qui, faisant de la douleur un miel
Ont dit au Dévouement qui leur prêtait ses ailes :
Hippogriffe puissant, mène-moi jusqu’au ciel !

L’une, par sa patrie au malheur exercée,
L’autre, que son époux surchargea de douleurs,
L’autre, par son enfant Madone transpercée,
Toutes auraient pu faire un fleuve avec leurs pleurs !

III

Ah ! que j’en ai suivi de ces petites vieilles !
Une, entre autres, à l’heure où le soleil tombant
Ensanglante le ciel de blessures vermeilles,
Pensive, s’asseyait à l’écart sur un banc,

Pour entendre un de ces concerts, riches de cuivre,
Dont les soldats parfois inondent nos jardins,
Et qui, dans ces soirs d’or où l’on se sent revivre,
Versent quelque héroïsme au cœur des citadins.

Celle-là, droite encor, fière et sentant la règle,
Humait avidement ce chant vif et guerrier ;
Son œil parfois s’ouvrait comme l’œil d’un vieil aigle ;
Son front de marbre avait l’air fait pour le laurier !

IV

Telles vous cheminez, stoïques et sans plaintes,
À travers le chaos des vivantes cités,
Mères au cœur saignant, courtisanes ou saintes,
Dont autrefois les noms par tous étaient cités.

Vous qui fûtes la grâce ou qui fûtes la gloire,
Nul ne vous reconnaît ! un ivrogne incivil
Vous insulte en passant d’un amour dérisoire ;
Sur vos talons gambade un enfant lâche et vil.

Honteuses d’exister, ombres ratatinées,
Peureuses, le dos bas, vous côtoyez les murs ;
Et nul ne vous salue, étranges destinées !
Débris d’humanité pour l’éternité mûrs !

Mais moi, moi qui de loin tendrement vous surveille,
L’œil inquiet, fixé sur vos pas incertains,
Tout comme si j’étais votre père, ô merveille !
Je goûte à votre insu des plaisirs clandestins :

Je vois s’épanouir vos passions novices ;
Sombres ou lumineux, je vis vos jours perdus ;
Mon cœur multiplié jouit de tous vos vices !
Mon âme resplendit de toutes vos vertus !

Ruines ! ma famille ! ô cerveaux congénères !
Je vous fais chaque soir un solennel adieu !
Où serez-vous demain, Èves octogénaires,
Sur qui pèse la griffe effroyable de Dieu ?

*

LA MORT

CXXVI

Le Voyage

À MAXIME DU CAMP

I


Pour l’enfant, amoureux de cartes et d’estampes,
L’univers est égal à son vaste appétit.
Ah ! que le monde est grand à la clarté des lampes !
Aux yeux du souvenir que le monde est petit !

Un matin nous partons, le cerveau plein de flamme,
Le cœur gros de rancune et de désirs amers,
Et nous allons, suivant le rhythme de la lame,
Berçant notre infini sur le fini des mers :


Les uns, joyeux de fuir une patrie infâme ;
D’autres, l’horreur de leurs berceaux, et quelques-uns,
Astrologues noyés dans les yeux d’une femme,
La Circé tyrannique aux dangereux parfums.

Pour n’être pas changés en bêtes, ils s’enivrent
D’espace et de lumière et de cieux embrasés ;
La glace qui les mord, les soleils qui les cuivrent,
Effacent lentement la marque des baisers.

Mais les vrais voyageurs sont ceux-là seuls qui partent
Pour partir ; cœurs légers, semblables aux ballons,
De leur fatalité jamais ils ne s’écartent,
Et, sans savoir pourquoi, disent toujours : Allons !

Ceux-là dont les désirs ont la forme des nues,
Et qui rêvent, ainsi qu’un conscrit le canon,
De vastes voluptés, changeantes, inconnues,
Et dont l’esprit humain n’a jamais su le nom !

II

Nous imitons, horreur ! la toupie et la boule
Dans leur valse et leurs bonds ; même dans nos sommeils
La Curiosité nous tourmente et nous roule,
Comme un Ange cruel qui fouette des soleils.


Singulière fortune où le but se déplace,
Et, n’étant nulle part, peut être n’importe où !
Où l’Homme, dont jamais l’espérance n’est lasse,
Pour trouver le repos court toujours comme un fou !

Notre âme est un trois-mâts cherchant son Icarie ;
Une voix retentit sur le pont : « Ouvre l’œil ! »
Une voix de la hune, ardente et folle, crie :
« Amour… gloire… bonheur ! » Enfer ! c’est un écueil !

Chaque îlot signalé par l’homme de vigie
Est un Eldorado promis par le Destin ;
L’Imagination qui dresse son orgie
Ne trouve qu’un récif aux clartés du matin.

Ô le pauvre amoureux des pays chimériques !
Faut-il le mettre aux fers, le jeter à la mer,
Ce matelot ivrogne, inventeur d’Amériques
Dont le mirage rend le gouffre plus amer

Tel le vieux vagabond, piétinant dans la boue,
Rêve, le nez en l’air, de brillants paradis ;
Son œil ensorcelé découvre une Capoue
Partout où la chandelle illumine un taudis.

III


Étonnants voyageurs ! quelles nobles histoires
Nous lisons dans vos yeux profonds comme les mers !
Montrez-nous les écrins de vos riches mémoires,
Ces bijoux merveilleux, faits d’astres et d’éthers.

Nous voulons voyager sans vapeur et sans voile !
Faites, pour égayer l’ennui de nos prisons,
Passer sur nos esprits, tendus comme une toile,
Vos souvenirs avec leurs cadres d’horizons.

Dites, qu’avez-vous vu ?

IV


 « Nous avons vu des astres
Et des flots ; nous avons vu des sables aussi ;
Et, malgré bien des chocs et d’imprévus désastres,
Nous nous sommes souvent ennuyés, comme ici.

La gloire du soleil sur la mer violette,
La gloire des cités dans le soleil couchant,
Allumaient dans nos cœurs une ardeur inquiète
De plonger dans un ciel au reflet alléchant.


Les plus riches cités, les plus grands paysages,
Jamais ne contenaient l’attrait mystérieux
De ceux que le hasard fait avec les nuages,
Et toujours le désir nous rendait soucieux !

— La jouissance ajoute au désir de la force.
Désir, vieil arbre à qui le plaisir sert d’engrais,
Cependant que grossit et durcit ton écorce,
Tes branches veulent voir le soleil de plus près !

Grandiras-tu toujours, grand arbre plus vivace
Que le cyprès ? — Pourtant nous avons, avec soin,
Cueilli quelques croquis pour votre album vorace,
Frères qui trouvez beau tout ce qui vient de loin !

Nous avons salué des idoles à trompe ;
Des trônes constellés de joyaux lumineux ;
Des palais ouvragés dont la féerique pompe
Serait pour vos banquiers un rêve ruineux ;

Des costumes qui sont pour les yeux une ivresse ;
Des femmes dont les dents et les ongles sont teints,
Et des jongleurs savants que le serpent caresse. »

V

Et puis, et puis encore ?

VI


 « Ô cerveaux enfantins !

Pour ne pas oublier la chose capitale,
Nous avons vu partout, et sans l’avoir cherché,
Du haut jusques en bas de l’échelle fatale,
Le spectacle ennuyeux de l’immortel péché :

La femme, esclave vile, orgueilleuse et stupide,
Sans rire s’adorant et s’aimant sans dégoût ;
L’homme, tyran goulu, paillard, dur et cupide,
Esclave de l’esclave et ruisseau dans l’égout ;

Le bourreau qui jouit, le martyr qui sanglote ;
La fête qu’assaisonne et parfume le sang ;
Le poison du pouvoir énervant le despote,
Et le peuple amoureux du fouet abrutissant ;

Plusieurs religions semblables à la nôtre,
Toutes escaladant le ciel ; la Sainteté,
Comme en un lit de plume un délicat se vautre,
Dans les clous et le crin cherchant la volupté ;


L’Humanité bavarde, ivre de son génie,
Et, folle maintenant comme elle était jadis,
Criant à Dieu, dans sa furibonde agonie :
« Ô mon semblable, ô mon maître, je te maudis ! »

Et les moins sots, hardis amants de la Démence,
Fuyant le grand troupeau parqué par le Destin,
Et se réfugiant dans l’opium immense !
— Tel est du globe entier l’éternel bulletin. »

VII

Amer savoir, celui qu’on tire du voyage !
Le monde, monotone et petit, aujourd’hui,
Hier, demain, toujours, nous fait voir notre image :
Une oasis d’horreur dans un désert d’ennui !

Faut-il partir ? rester ? Si tu peux rester, reste ;
Pars, s’il le faut. L’un court, et l’autre se tapit
Pour tromper l’ennemi vigilant et funeste,
Le Temps ! Il est, hélas ! des coureurs sans répit,

Comme le Juif errant et comme les apôtres,
À qui rien ne suffit, ni wagon ni vaisseau,
Pour fuir ce rétiaire infâme ; il en est d’autres
Qui savent le tuer sans quitter leur berceau.


Lorsque enfin il mettra le pied sur notre échine,
Nous pourrons espérer et crier : En avant !
De même qu’autrefois nous partions pour la Chine,
Les yeux fixés au large et les cheveux au vent,

Nous nous embarquerons sur la mer des Ténèbres
Avec le cœur joyeux d’un jeune passager.
Entendez-vous ces voix, charmantes et funèbres,
Qui chantent : « Par ici ! vous qui voulez manger

Le Lotus parfumé ! c’est ici qu’on vendange
Les fruits miraculeux dont votre cœur a faim ;
Venez vous enivrer de la douceur étrange
De cette après-midi qui n’a jamais de fin ? »

À l’accent familier nous devinons le spectre ;
Nos Pylades là-bas tendent leurs bras vers nous.
« Pour rafraîchir ton cœur nage vers ton Électre ! »
Dit celle dont jadis nous baisions les genoux.

VIII

Ô Mort, vieux capitaine, il est temps ! levons l’ancre !
Ce pays nous ennuie, ô Mort ! Appareillons !
Si le ciel et la mer sont noirs comme de l’encre,
Nos cœurs que tu connais sont remplis de rayons !


Verse-nous ton poison pour qu’il nous réconforte !
Nous voulons, tant ce feu nous brûle le cerveau,
Plonger au fond du gouffre, Enfer ou Ciel, qu’importe ?
Au fond de l’Inconnu pour trouver du nouveau !

[de Les Fleurs du mal]

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Sebastián Gámez Millán

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