Los mundos interiores de Luis Alberto de Cuenca Prado [Con motivo de su septuagésimo aniversario – 29 de Diciembre de 1950 – 29 de Diciembre de 2020] – Pedro García Cueto
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Los mundos interiores de Luis Alberto de Cuenca Prado [Con motivo del septuagésimo aniversario de su nacimiento – 29 de Diciembre de 1950]
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Los mundos interiores de Luis Alberto de Cuenca Prado [Con motivo del septuagésimo aniversario de su nacimiento – 29 de Diciembre de 1950]
Navegar por la poesía de Luis Alberto de Cuenca (Madrid, 1950) es un estupendo reto, ya que el poeta madrileño nos ilumina con su verso, su sentido del humor, ese juego del lenguaje que supone su obra poética, inspirada siempre en la cultura o en una realidad que produce extrañamiento.
De Cuenca empezó siendo un poeta de la Generación de los setenta, Los Novísimos, para ir adaptándose a otros estilos, ya que la poesía ha de ser un don que no debe encasillarse en una forma o estilo. Así tenemos poemas como La chica de las mil caras, perteneciente a su libro Elsinore, de 1972, en pleno momento de la poesía de Los Novísimos, donde dice el poeta que el tiempo es un compendio de voces, lugares habitados por sombras en el laberinto de la memoria:
“Pero las ninfas de las fuentes, los elfos, los dragones, Mae West y Miriam Hopkins, compensaban la pérdida. Hacer versos, nadar, dar de comer a un pájaro, ejercer de sportwoman como Diana Palmer”.
La poesía como ejercicio de referencias cinematográficas, como búsqueda de una realidad que se visualiza en la pantalla, frente a la Generación anterior, los poetas de los sesenta, ahora en esa década, la poesía es un mosaico de referentes culturales que De Cuenca conoce, como supo ver también Carnero, Siles o Gimferrer, entre otros.
Pero el poeta sabe que la realidad es engañosa, toda trama vital se sustenta de referentes míticos, donde uno ha vivido y ha ido creando su mapa afectivo, comics, novelas, películas.
Al llegar Scholia, en 1978, el mundo del poeta madrileño abre un sendero al romanticismo, ya no hay referentes culturales, sino un deseo de trasmitir los afectos, en pleno sentimiento romántico, el lenguaje es ya un trasunto del amor cortés, donde el poeta va gestando su declaración de amor a la amada, como dice en el poema “Tus ojos”:
“Y tus ojos, tus pétalos de luz / aquellos ojos que resumían el estío, / vasijas de pureza, / agonizan de sombra en su prisión de nieve / y de silencio. / El mundo es una catedral helada”.
Bello poema donde asistimos al resplandor de unos ojos que “resumían el estío”, ojos de luz, de enamoramiento, pero, como el paso del tiempo es irreversible, ahora son sombra en su prisión de nieve y de silencio. Sin duda, la belleza muere, no hay alternativa posible, el momento del amor da paso a esa devastación de todo, de los ojos bellos de la amada.
Este cambio de estilo poético reafirma la gran habilidad de Luis Alberto de Cuenca para manejar todos los recursos, conocedor del estilo más culturalista hasta la poesía esencialmente romántico, como buen lector de autores como Espronceda o Bécquer.
De los años ochenta, el mundo de Luis Alberto encuentra su destello en el gusto por el poema como elemento descriptivo, donde se aúna el mundo de Allan Poe con el romanticismo exacerbado de Young, como muestra el poema “El fantasma”, perteneciente a su libro Necrofilia, de 1983:
“Cómeme y, en mi cuerpo en tu boca, / hazte mucho más grande / o infinitamente más pequeño. / Envuélveme en tu pecho. / Bésame. / Pero nunca me digas la verdad. / Nunca me digas: “Estoy muerta / no abrazas más que un sueño”.
La idea de la mujer muerta, enterrada, que ha de ser poseída por el hombre, ya estaba en las Noches lúgubres de Cadalso, obra en la que la influencia de los Night Thoughts de Edward Young resulta patente, y que retomó Espronceda en su “Canto a Teresa”, con el eco del mundo de Poe, que tanto le ha gustado a Luis Alberto de Cuenca.
Sin duda, nos hallamos ante una poesía que quiere dialogar con el otro, como el mundo becqueriano, pero donde no hay insinuación, sino testimonio, la imposibilidad de amar a una mujer ya muerta.
En su siguiente libro de poemas La caja de plata, vemos el gusto por lo anecdótico, pero también la mirada honda de un poeta que capta el instante, la sabiduría del deseo, como en el poema “Deseada”, donde la insinuación, tan cinematográfica, triunfa sobre el acto en sí, porque el deseo es más carnal que el amor en su furia, es más intenso, ya que aguza los sentidos, nos envuelve en la madeja del instinto y en la búsqueda de su culminación. En el poema “Dedicatoria”, resume el poeta el deseo de germinar, ya que la tierra está seca y el agua viene a saciar ese mundo yermo y estéril, es el maná que nos libra de morir:
“La tierra estaba seca. / No había ríos ni fuentes. / Y brotó de tus ojos / el agua, toda el agua”.
El agua culmina esa búsqueda de placer, la tierra seca ha de buscar en los ojos de ella la sed de amor que tiene el poeta, como vemos, la mirada es un motivo fundamental en la poesía del poeta madrileño.
En 1987 publica El otro sueño, libro que abre de nuevo una veta romántica, donde De Cuenca manifiesta su deseo de adentrarse en el cuerpo, en los espejismos del amor, para poder saciar su sed de conocimiento. Por ello, en “Los dedos de la aurora”, vemos cómo se adentra el aroma del amor, llámese cuerpos, manos, ojos, todo ello para irrumpir en el otro, ahondar en el hueco que queda entre dos amantes, como diría muy bien Javier Lostalé:
“Entraba en mi alcoba sin llamar a la puerta, / deshojando en el aire la flor de su perfume. / Los oía arrastrarse, leves, hasta la alfombra, / Trepaban a la cama y luego entre las sábanas / me anunciaban el día en sutiles caricias”.
La aurora entra, rauda, por la puerta, porque embellece todo lo que la rodea, pero lo hace con sigilo, para culminar la pasión, de nuevo, el deseo entrando en el cuerpo, rodeándolo, para que germine el amor verdadero.
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Con este libro, termina la poesía más representativa de Luis Alberto en los años ochenta, lo que supuso un giro importante a la poesía cultivada por De Cuenca en los ochenta, un esfuerzo que representa la búsqueda de un poema lejos ya de las vetas culturalistas, más apegado a la realidad, al romanticismo que empieza a sentir, logrando que el poema se haga más íntimo, nos llegue más, nos obligue a quedarnos parados ante los versos para imaginarnos esa aluvión de deseo que busca completarse en el otro.
Luis Alberto de Cuenca evoluciona y lo hace su poesía, ni más ni menos que parte de su testimonio vital, donde hace del poema un diálogo con el lector, para que este complete el mundo de sugerencias que aquel quiere trasmitir. Luis Alberto de Cuenca logra aunar a su demostrado talento de hombre crítico y conversador de muchos temas, el de poeta, donde ha triunfado con luz propia.
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Pedro García Cueto