Bartleby y compañía, de Enrique Vila-Matas – Fuensanta Molina Niñirola

Bartleby y compañía, de Enrique Vila-Matas – Fuensanta Molina Niñirola

Bartleby y compañía, de Enrique Vila-Matas.

 

Bartleby y compañía – Enrique Vila-Matas

 

En esta obrita, escrita a modo de ficción pero con carácter de ensayo, cosa habitual en él, y con una gran carga de ironía, se centra en toda una suerte de escritores y artistas reales o potenciales, que de algún modo han renunciado a la escritura o al arte, después de haber escrito o incluso sin haberlo hecho o publicado, al menos. Todo ello, enmarcado en un homenaje al personaje de Melville, Bartleby, que, como es bien conocido, prefería no hacer…casi nada.

Lo que Vila-Matas llama los escritores del No agrupan desde el propio Melville, pasando por Robert Walser, por supuesto Rimbaud, Hoffmansthal, Henry Roth, Juan Ramón Jiménez, Juan Rulfo, J. D. Salinger, el invisible B. Traven, T. Pynchon, y otros muchos para mí desconocidos pero cuyas historias vitales, además de curiosas, hilvanan una teoría acerca del no hacer literario o estético, del no escribir, trayéndonos a la memoria las teorías wittgenstenianas sobre el lenguaje:  “De lo que no es posible hablar, mejor es callarse” (Tractatus, Proposición 7).

En su Carta a Lord Chandos, Hoffmansthal, escritor austríaco coincide sospechosamente con Wittgenstein –otro austríaco- en que “al percibir la realidad física y cotidiana, Chandos sabe que debe callar. Que nunca podrá sustituir lo vivido por lo expresado por el lenguaje. Lo real se torna entonces silencio, no por carecer de voces o clamores, sino porque nuestro lenguaje no puede expresar la sinfonía profunda de lo viviente (…) Al percibir la realidad de lo pequeño, de lo singular y exuberante, Chandos es también afín a Funes el memorioso, el personaje borgiano que deseaba recordar y retener la grandeza de lo vivido en la particularidad de cada segundo. Y al experimentar la distancia entre la realidad que es y el espejo opaco de las palabras, Chandos abandona la literatura. Ya no escribe. Sólo percibe la realidad que flamea con su enigma en cada gema pequeña y particular de la materia.”  [1]

 

Enrique Vila-Matas

 

Vila-Matas nos cuenta todo esto desde un personaje imaginario, un geperut (jorobado), una especie de infeliz desgraciado, escribiente también como Bartleby en una oficina, y que decide, como aquél, tomarse unas vacaciones…indefinidas –ya que acaban por despedirlo- y reflexionar sobre el imperio de lo negativo, en la literatura y el arte. Respecto al arte, sólo hay un ejemplo en su disertación (escrita como una especie de diario) que se concentra en Marcel Duchamp, modelo ejemplar del no-artista o del artista del No. Duchamp es el responsable de la revolución que se originó en el mundo del arte, conocidísimo por su taza de inodoro, por su botellero, etc. es decir, por objetos que, perteneciendo a la más pura cotidianeidad, al ser mirados desde otra óptica, pueden ser considerados artísticos. Siempre, por supuesto, según la teoría duchampiana. Lógicamente, según esa idea,  el artista no necesita hacer nada. De ahí el concepto de los ready-made, objetos encontrados y colocados en el pedestal para su admiración. El artista renuncia a su participación creadora, ya que no tiene nada que añadir. Ese es el punto en el que cae dentro de la concepción bartlebyana.

A lo largo del ensayo, Vila-Matas nos cuenta una variedad de historias de escritores que llegaron al silencio por la convicción de que no quedaba nada que decir, o quizás no les quedaban ideas, y otros escritores que escribieron pero luego destruyeron su obra, de la que tendríamos noticias por terceros. Incluso algunos que llegaron al silencio absoluto, o sea, al suicidio. Y el caso de escritores legendarios que, incluso en su afán de pasar desapercibidos y despreciando toda notoriedad, llegaron a cambiar de nombre decenas e veces, se hicieron pasar por otros, e incluso su propia esposa no llegó a saber bien con quién estaba casada (el caso de B. Traven, el escritor y guionista de El Tesoro de Sierra Madre, por ejemplo).

El apartado en el que habla de un supuesto encuentro en Nueva York del narrador –el geperut– con Salinger, el autor de El guardián en el centeno, desaparecido de la vida pública, personaje esquivo y defensor de su intimidad a ultranza,  crea momentos altamente humorísticos.

Muy interesante es asimismo el capítulo donde analiza la posición de Melville, el creador de Bartleby, y su relación con  Hawthorne, creador a su vez de Wakefield (personaje negativo que de pronto, pasa de llevar una vida normal, con su familia y en su trabajo, a desaparecer, instalándose varias calles más abajo, en su misma ciudad,  pero manteniéndose invisible e incomunicado con nadie…) Ambos fueron amigos y ambos sufrieron lo que Vila-Matas llama las horas negras del arte del No, su lado nocturno, destacando el narrador que Melville sufrió sus horas negras antes de la creación de Bartleby, con lo que este personaje bien pudo ser un reflejo de los momentos bajos de Melville, que hizo un intento de  exorcizarlos llevándolos al papel.

Para acabar,  reproduzco una cita que el narrador hace de Oscar Wilde,  porque encarna muy bien el espíritu de lo que se intenta trasmitir con esta obra. Se le atribuye al último Wilde, en los años que pasó, previos a su muerte, en París, sin hacer absolutamente nada:

“Cuando no conocía la vida, escribía: ahora que conozco su significado, no tengo nada más que escribir”  [2](Pág.141)

Vila-Matas (Barcelona, 1948), es un escritor  que aprende a escribir, según él, imitando a otro escritor, Gombrowicz, durante los años en que vive en París, en un apartamento que le alquila, curiosamente, Marguerite Duras. Estudia Derecho y periodismo, e incluso llega a filmar dos cortometrajes, en 1971. Colabora con revistas de crítica cinematográfica. Muy aficionado a reflexionar sobre arte y literatura, sobre lo que ha publicado diversos ensayos y artículos varios.

Se hizo escritor tratando de imitar a otro autor, que consideraba raro «del que no había leído una sola línea pero del que conocía en detalle todas sus rarezas, el polaco Witold Gombrowicz». Cuando finalmente leyó a Gombrowicz «pude advertir que no me parecía en nada a él, y descubrí de paso que había desarrollado una voz propia y singular».

 

Fuensanta Niñirola

 

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Notas

[1] Ierardo, Esteban. Ver en http://temakel.net/node/485

[2] Vila-Matas, Enrique. Bartleby y compañía. Editorial Anagrama, Barcelona, 2000, p. 141.