«Meditaciones de Ronda», de Sebastián Gámez Millán – Una reseña de Nicolás Mata Bautista

Meditaciones de Ronda, de Sebastián Gámez Millán [Reseña]
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Meditaciones de Ronda, de Sebastián Gámez Millán
En cuanto al género poético se refiere, diremos que Meditaciones de Rondanos anuncia ya desde su portada, impresa en luto, una pérdida irreparable, la de Sebastián Gámez Villalobos, padre de Sebastián, sobrevenida en 2018. Y creo que este hecho luctuoso contribuyó poderosamente a fraguar en tu mente la imperiosa necesidad de conformar una elegía que enlazase lo personal con lo universal. Los numerosos poemas fechados en el libro en el verano de 2013 ofrecían ya una predisposición a este género lírico, ya sea a través de la omnipresencia de la ciudad de Ronda vista a veces desde la añoranza de su infancia y adolescencia (la Real Maestranza, su historia, sus calles, sus ruinas, sus monumentos, sus paisajes, su impresionante Tajo), como a través de sus personajes tutelares que vagan como sombras etéreas creando como el substrato de una ciudad eterna con vocación universal (me refiero a pintores rondeños como Joaquín Peinado; escritores y poetas como Orson Welles, Hemingway, Cernuda, J. R. J y, muy especialmente, Rainer María Rilke; toreros legendarios como Francisco y Pedro Romero, etc.).
El simple título del libro, Meditaciones de Ronda, incorpora asimismo ecos de nostalgia, de elegía. El uso de la preposición “de” en lugar de “en” descartaría que pudiéramos entender el espacio y el tiempo que envuelven la ciudad como algo meramente episódico y connotaría más bien la idea de una participación directa de la ciudad en ese cúmulo de reflexiones que emanan de su genuina intrahistoria. Recordemos, por otra parte, que el poeta Lamartine, una de las cimas del romanticismo francés, tituló Meditaciones poéticas uno de sus libros más logrados. Pues bien, Sebastián nos ofrece en este librito un aquilatado florilegio de meditaciones poéticas, pero a la vez filosóficas, que permiten al lector, indica en el prólogo “percibir, comprender y habitar de otra manera el mundo”.
Resumiendo, diríamos que este poemario parece fruto de varios impulsos creativos: verano de 2013, poemas no fechados, algún poema suelto fechado entre 2015 y 2019 y la mayor parte de los incluidos en la quinta sección escritos en 2018, fruto de ese lancinante dolor que nos embarga tras la pérdida de un ser querido.
Pasemos a continuación a comentar la estructura. Meditaciones de Ronda consta de cinco secciones enmarcadas por un texto de Borges y una “Despedida” con sendas citas de J.R.J. y Rilke. Las cinco secciones se titulan: Espacios simbólicos, Mundos que no son, Sombras entre los vivos y los muertos, Amor en vilo y Casa apagada y encendida. Los espacios simbólicos de la primera sección son los consabidos que ofrece la ciudad a todo visitante: Real Maestranza, donde el niño Sebastián contemplaba azorado junto a su padre el albero de la plaza teñido de rojo, la popular calle la Bola, el abismo del Tajo, los Jardines Colgantes, el Palacio del rey moro con su mina, y por supuesto, el hotel Reina Victoria que hospedaría al poeta Rilke durante su estancia invernal en Ronda.
La sección segunda, Mundos que no son de este mundo, introduce, entre otras, sendas meditaciones sobre el arte y el teatro a partir de algún cuadro del pintor rondeño Joaquín Peinado y de las ruinas de Acinipo, mientras que el poema titulado “Aprendo a ver”, inspirado en Rilke, nos enseña que nada es insignificante en la vida para quien sabe mirar y que nunca es tarde para aprender a ver y a vivir, como sostenía “aquel viejo Goya recién naciendo” cada día que pasaba. La sección central, Sombras entre los muertos y los vivos, gira en torno a tres de esos personajes que hemos llamado tutelares: Orson Welles [1], Hemingway [2] y, sobre todo, Rilke [3], del que en Meditación sobre las relaciones entre la poesía y la vida”, escribe:
“El destino del poeta reside en celebrar,
celebrar todo cuanto existe,
tierra, mar, cielo,
y mediante la celebración
ir más allá de la queja y el juicio.
El que celebra o es celebrado por el canto
se abraza con su pasado,
a pesar del dolor, a pesar de la angustia,
y agradece y afirma el tiempo vivido desde el presente.
Celebrar es afirmar todo lo que “fue”,
trágico e implacable devenir que nos devora,
como Saturno a sus hijos,
en un bienamado “así lo quise yo”.
Sebastián se muestra asombrado en el Prólogo de su libro de que ese período de plenitud creativa de Rilke (1913) coincida con el suyo propio, salvo, claro está, separados por un siglo de distancia, coincidencia que él ignoraba por aquel entonces. ¿Azar objetivo? Así pensarían los surrealistas. De cualquier modo, la constatación de este azar, unida al hecho de que Rilke aparece con mayor o menor frecuencia en todas las secciones del libro, excepto en la cuarta, probaría en nuestra opinión la deuda de Sebastián con este genial poeta que, sin ser checo, ni alemán, ni austriaco, fue todo eso y, más aún, un auténtico europeo.
La cuarta sección titulada Amor en vilo es el título que Pedro Salinas puso a los poemas de La voz a ti debida, cuando aparecieron por primera vez [4]. Curiosamente, creo percibir en esta singular sección la influencia de Salinas en ese jugueteo verbal y conceptual que caracteriza al gran poeta del amor en el libro citado, como vamos a ilustrar. El poema está sometido a una tensión constante que llega a su clímax cuando dice: “Escóndete, ocúltate, cobíjate, guárdate, / no me lo pongas fácil, no / déjame sorprenderte”. Y en los dos versos finales: “No, no me digas dónde: déjame buscarte y encontrarme a mí contigo” Y es que el amor nos exige estar siempre en vilo.
En el amor lo que importa es el hacer frente a lo hecho: y es que el amor está en la búsqueda, no en el encuentro. La conquista del amor no tiene fin. Es una lucha continua y no un dormirse en los laureles de la victoria. En la resistencia a separarse es donde brota el amor, no en el llegar, ni en el hallazgo. En definitiva: Amor en vilo. Por otra parte, el juego al escondite de los amantes tiene aquí una connotación a la vez erótica y lúdica evidentes (recordemos aquel soneto de El rayo que no cesa de Miguel Hernández que comienza: “Me tiraste un limón y tan amargo”). El poema se resuelve magistralmente en esa paradoja final: buscarte para encontrarme a mí contigo. El esfuerzo de la búsqueda de la amada le conduce al encuentro de uno mismo en ella.
No faltan en esta sección sorprendentes hallazgos vanguardistas como la influencia del caligrama de Apollinaire en el poema titulado Llueve (p. 57). En la quinta sección, como queda dicho, el poeta, abismado en su hondo pesar, “intenta formular su personal experiencia de duelo”, el trauma subsiguiente a la pérdida, la angustia existencial añadida, la lucha contra el olvido, la aceptación serena y sosegada del dolor que repara.
Hagamos ahora una breve referencia al estilo.Ya hemos dicho que se trata de unas meditaciones poéticas, a la vez que filosóficas. Algunos poemas se presentan formando un díptico o un tríptico o bien se estructuran en dos o más partes separadas por hiatos o separaciones tipográficas. Los comienzos suelen ser por tanto más descriptivos con el fin de servir de marco para una reflexión posterior. El vocabulario empleado, perfectamente diáfano, muy accesible para cualquier lector. Pero ¡ojo!, tratándose de meditaciones filosóficas el lector poco avisado podría no llegar a captar en su totalidad la reflexión subyacente, sobre todo en los poemas centrales, donde no es raro encontrar ecos intertextuales.
Recordemos a mayor abundamiento que en las meditaciones filosóficas no caben en absoluto certidumbres, sino más bien posicionamientos problemáticos que suelen estar mediatizados por el uso de frecuentes adverbios de duda, que lógicamente desaparecen en la cuarta sección, dejando paso a un “Sí” resplandeciente y rutilante. Otras características que podemos destacar serían el uso abundante de la interrogación retórica o de la cita erudita, que podría desorientar a algún lector (por ejemplo, el título del poema “Desde la Alameda, a Luis Cernuda, con unas violetas” solo puede entenderse a partir del poema de Cernuda titulado “A Larra con unas violetas” [1837-1937], escrito para conmemorar el centenario de la muerte suicida de Mariano José de Larra un fatídico 13 de febrero, víspera de San Valentín. Por el contrario, el didactismo y el afán de divulgación cultural inherentes a la vocación docente de nuestro poeta Sebastián, podrían allanar posibles dificultades o lagunas.
Llegados a este punto añadiré, a modo de conclusión, que me parece un libro escrito desde la sinceridad, y con el vehemente deseo de intercomunicar sus experiencias con sus lectores (“¿De qué serviría formular mi experiencia / si no alumbrara y abrazase la experiencia de otros?”). En definitiva, un libro muy bien trabado, con una coherencia interna bien lograda por el cruce de diferentes vectores:
1. Estancia de Rilke en Ronda que aviva la llama de la poesía en este joven filósofo ensimismado y asombrado ante una ciudad de ensueño.
2. Sentimiento elegíaco que de la ciudad misma emana. La atracción que Ronda ejerció sobre sus visitantes no se limitó al hechizo de los viajeros románticos al acecho del bandolerismo. Su capacidad de seducción es eterna y traspasa las fronteras.Y es que con solo escuchar el sonido de ese topónimo ¡Ronda!, nos sentimos sobrecogidos por la misma impresión de belleza que suscitaban en Rilke sus almendros en flor.
3. Zarpazo de la muerte, que deja a los vivos indefensos y extraviados como (cito a Machado) “el niño que en la noche de una fiesta / se pierde entre el gentío / y el aire polvoriento y las candelas / chispeantes, atónito, y asombra / su corazón de música y de pena”.
Quisiera terminar mi alocución con una cita de J.R.J. que inserta Sebastián en la “Despedida” del libro:
“Serranía de Ronda, Ronda alta y honda, rotunda, profunda, redonda y alta, Tajo de Ronda”.
Y también con esta reflexión personal: Recordemos cómo a finales del verano pasado nuestra admiración por el paisaje rondeño se habría tornado en desolación, en grito desgarrado, al atisbar desde los altos miradores de la ciudad la nube de cenizas que sepultaríana Sierra Bermeja tras aquel incendio desalmado, gratuito, criminal.
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Nicolás Mata Bautista
________________________
Nota
Sebastián Gámez Millán. Meditaciones de Ronda. Editorial Anáfora, Málaga, 2021. ISBN: 978-84-949686-8-6.
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Notas
[1] Del cineasta Orson Welles destacamos su gran amistad con Antonio Ordóñez. De hecho, recordemos, realizó su viaje definitivo a Ronda en 1987 para reposar definitivamente en la finca de los Ordóñez.
[2] La vida del reportero y novelista Ernest Hemingway había transcurrido siempre como recordaréis al filo de la navaja. Se alojó en La Cónsula en 1959 y encontró en Ronda un refugio donde entrar en contacto con el mundo de los toros. Se suicidó en 1961.
[3] Rainer María Rilke llega a Ronda en plena Navidad del año 1912. Allí se instala durante unos tres meses en el lujoso hotel Reina Victoria, donde escribe su Trilogía española, uno de los poemas más importantes de la poesía del siglo XX, su poema “El Ángel” y parte de la 6ª Elegía de Duino, que muestran la extraordinaria importancia que Ronda tiene en su trayectoria poética. Y muy importante: Allí recuperó la inspiración después de un periodo de crisis existencial.
[4] Sebastián nos cuenta en su prólogo que el mismo título lo empleó Pere Gimferrer “en un libro que me regaló un querido alumno mío con una hermosa dedicatoria cuyo final dice “A Esther y Sebastián, por ayudaros mutuamente a ser lo que sois”.
[1] Sebastián nos cuenta en su prólogo que el mismo título lo empleó Pere Gimferrer “en un libro que me regaló un querido alumno mío con una hermosa dedicatoria cuyo final dice “A Esther y Sebastián, por ayudaros mutuamente a ser lo que sois”.
[1] Del cineasta Orson Welles destacamos su gran amistad con Antonio Ordóñez. De hecho, recordemos, realizó su viaje definitivo a Ronda en 1987 para reposar definitivamente en la finca de los Ordóñez.
[2] La vida del reportero y novelista Ernest Hemingway había transcurrido siempre como recordaréis al filo de la navaja. Se alojó en La Cónsula en 1959 y encontró en Ronda un refugio donde entrar en contacto con el mundo de los toros. Se suicidó en 1961.
[3] Rainer María Rilke llega a Ronda en plena Navidad del año 1912. Allí se instala durante unos tres meses en el lujoso hotel Reina Victoria, donde escribe su Trilogía española, uno de los poemas más importantes de la poesía del siglo XX, su poema “El Ángel” y parte de la 6ª Elegía de Duino, que muestran la extraordinaria importancia que Ronda tiene en su trayectoria poética. Y muy importante: Allí recuperó la inspiración después de un periodo de crisis existencial.
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