Nietzsche, un canto a la vida – Sebastián Gámez Millán

Nietzsche, un canto a la vida – Sebastián Gámez Millán

Nietzsche, un canto a la vida

 

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Según Oscar Wilde, los genios pasan desapercibidos por su época, ya que son incomprendidos, y eso parece haberse cumplido en el caso de Nietzsche. Sin embargo, durante el siglo XX ha sido uno de los pensadores más recuperados y reconocidos, y no solo por filósofos y pensadores (Bergson, Heidegger, Deleuze, Foucault, Sloterdijk), sino también por artistas (Richard Wagner, Richard Strauss, Gustav Mahler), poetas (Rilke), novelistas (Thomas Mann, Robert Musil, Milan Kundera) y escritores (Albert Camus). La lista está lejos de ser exhaustiva y a poco que se esfuerce cualquier lector puede completarla, salvo que su influencia continúa viva.

Su pensamiento se ha mezclado incluso con una corriente política, el nacionalsocialismo alemán, encabezado por Hitler, que tergiversó la filosofía de Nietzsche a su antojo, identificando –de modo erróneo, sin duda– el concepto de “superhombre” con “la raza aria”, con el propósito de “legitimar” una postura ideológica racista que excluyó de manera sistemática a las demás etnias (judíos, gitanos…). Pero que quede claro: “fue más bien la filosofía de Nietzsche la que utilizaron los nazis”, pues en autorizadas palabras de Ágnes Heller, “Nietzsche hubiera sido el último en hacerse nazi”. “El buen alemán, escribió, engendrando un neologismo iluminador, debe desalemanizarse”.

Algo semejante ha ocurrido con el perspectivismo, desarrollado, por otro lado, por Ortega y Gasset, teoría de la verdad y del conocimiento que si bien abría las puertas al pluralismo moral y político, indispensable en cualquier sociedad democrática que merezca denominarse así, ha degenerado en un relativismo epistemológico, moral y político, a causa, una vez más, de su indebida recepción.

Pero si alguien piensa que la visión política de Nietzsche es “irracional”, le invito a que lea, por ejemplo, Los buenos europeos. Hacia una filosofía de la Europa contemporánea, de Félix Duque, que recibió el Premio Internacional de Ensayo Jovellanos en 2003, y que expone rigurosamente la concepción política en torno a Europa de algunos de los pensadores más influyentes del pasado siglo, como Husserl, Heidegger, Unamuno u Ortega y Gasset, y se apreciará que la visión de Nietzsche es quizá la más certera.

(Des)calificado a menudo como “irracionalista”, no se acostumbra a comprender de manera adecuada que si su pensamiento lo es, se debe a que sostiene, a diferencia de filósofos como Descartes o Kant, que lo que mueve al ser humano no es tanto la razón como el cuerpo, las pulsiones, la voluntad de poder. Pero no se puede ir contra la razón sino desde la razón. Por ello, para formularlo en una condensada fórmula que conviene rumiar bien, su proyecto de transvaloración de los valores es contra la razón, pero desde la razón, para ir más allá de la razón establecida histórica y culturalmente en su época.

Se trata, pues, de ensanchar los cauces, siempre estrechos, de la razón moderna. Con ello anticipa algunas de las principales corrientes y críticas del siglo XX: desde “la razón vital” de Ortega y Gasset a “la razón poética” de María Zambrano, desde la crítica de la razón instrumental de la Escuela de Francfort (Horkheimer, Adorno, Habermas) al estructuralismo y postestructuralismo (Foucault, Deleuze, Derrida)…

De esta manera se reconoce como plenamente humano, demasiado humano, aspectos que tradicionalmente han sido marginados o rechazados, como lo corporal, lo sexual, los sentimientos… Si bien la crítica de Nietzsche es de una radicalidad y creatividad fuera de lo común, tiene sus precursores, como por ejemplo Pascal al declarar en aquella memorable paradoja que “el corazón tiene razones que la razón no entiende”.

Ahora sabemos por la neurología (Antonio Damasio, David Eagleman) que los sentimientos poseen una dimensión cognitiva y valorativa, y que no se puede desplegar la razón sin sentimientos, como no se pueden desarrollar bien los sentimientos sin la razón: interactúan conjuntamente. Pero del mismo modo que una vida guiada únicamente por la razón sería melancólica, como indicó José Gaos, una vida guiada exclusivamente por los sentimientos sería inconsecuente e irracional. Sin embargo, ensanchando los cauces de la razón se han difuminado los porosos límites de la frontera entre lo racional e irracional y, por consiguiente, hemos perdido el rumbo, y naufragamos en una deriva sentimental.

Siguiendo el imperativo de Píndaro, “llega a ser el que eres”, tan presente en la vida y en la obra de Nietzsche, el autor de Más allá del bien y del mal, al igual que Goethe, quiso ser “poeta de su vida”. Esa reflexión sobre la estética de la existencia o, si se prefiere, sobre el arte de vivir, ha sido posteriormente continuada por autores como Michel Foucault, Wilhelm Schmid, Alexander Nehamas o Sloterdijk.

Si no se hubiera convertido en un “filósofo” (no se olvide que su formación académica inicial era la de un filólogo) o, si se prefiere, en un “pensador”, podría haber pasado a la historia como un gran escritor reflexivo. Poseía, en palabras de Nehamas, el más variado dominio del estilo, que iba alterándose y transformándose en cada obra, desde el ensayo libre (El nacimiento de la tragedia) a los aforismos breves y envenenados, (El Crepúsculo de los Ídolos), desde la voz poética-religiosa (Así habló Zaratustra), al tratado metódico (Genealogía de la moral), retornando a los aforismos con más cuerpo (La gaya ciencia): “la serpiente que no muda de piel se muere”.

Con la genealogía, aplicado en este caso a la moral, creó un riguroso método para indagar, según Deleuze, en “el origen de los valores y el valor del origen”. Este método ha sido más tarde desarrollado y perfeccionado por otros autores, como por ejemplo Foucault. Asimismo, su crítica al sujeto de conocimiento cartesiano (¿Quién piensa? ¿Acaso “yo”? ¿De veras pienso cuando yo quiero o más bien piensa “ello”… O sea, sobrevienen pensamientos) anticipa la poderosa crítica de Freud a la conciencia, con la que se reconstruye nuestra concepción del ser humano.

Su concepción del lenguaje y sus profundas reflexiones en torno a él, desde la retórica, que no es un mero adorno, sino la esencia del lenguaje en tanto que voluntad de poder, hasta la semiótica pulsional, donde conecta el discurso con la corporalidad, pasando por la reivindicación de la metáfora como herramienta epistemológica (piénsese en las reflexiones a lo largo del siglo XX acerca de este mecanismo lingüístico indispensable: Ortega, Ricoeur, Lakoff y Johnson…), lo convierten en un precursor del “giro lingüístico”, de acuerdo con el cual nuestra relación cognitiva con la realidad está atravesada por el lenguaje. Este giro de la filosofía con frecuencia se sitúa en el siglo XX, con Wittgenstein y Heidegger a la cabeza, pero en realidad hunde sus raíces en el siglo XIX, teniendo en el pensamiento de Nietzsche a uno de sus representantes más brillantes.

Ha sido en resumidas cuentas tal la influencia de Nietzsche en el pensamiento y la cultura del siglo XX y lo que va de XXI que, junto con Marx y Freud, los tres maestros de la filosofía de la sospecha, en designación de Ricoeur, suele considerarse uno de los precursores de la postmodernidad. Pero aunque ha dejado una notable impronta en algunos de estos pensadores (Derrida, Rorty…), tengo para mí que su pensamiento más maduro y valioso se alza más allá de este movimiento, pues no mantiene tantos vínculos con el Romanticismo de sus orígenes como con el gran estilo clásico.

En el fondo del pensamiento de Nietzsche se escucha una celebración de la inocencia del devenir, una incondicional afirmación de la vida, múltiple, infinitamente diversa y cambiante: la filosofía de Nietzsche es un canto a la vida.

 

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Sebastián Gámez Millán

Categories: Filosofía