Soulogic (2014): la inocencia de la naturaleza recuperada – Infografías de Fernando Ramos Cordero – Sebastián Gámez Millán

Soulogic (2014): la inocencia de la naturaleza recuperada – Infografías de Fernando Ramos Cordero – Sebastián Gámez Millán

Soulogic (2014): la inocencia de la naturaleza recuperada – Infografías de Fernando Ramos Cordero

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Soulogic (2014): la inocencia de la naturaleza recuperada – Infografías de Fernando Ramos Cordero

Soulogic (2014) es otra serie de infografías compuesta de trece imágenes en las que vuelven a aparecer algunos de los temas recurrentes en la obra de Fernando Ramos Cordero, como es la naturaleza como útero materno del que provenimos y con la que, sin embargo, no conseguimos conciliarnos. Mas, a diferencia de en Flying Whale (2014), las especies de animales que aparecen en estas imágenes no están necesariamente fuera de su hábitat, son más variadas y, sobre todo, están acompañadas de una inocente a la vez que inquietante presencia humana, como si fueran sueños donde lo humano parece por fin reconciliado con los demás animales y con la naturaleza.

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Esta serie se abre con las siguientes palabras: “Cuando un ser humano consigue ver el alma de un animal a través de su mirada… su vida cambia”. ¿Qué vida es la que cambia? La del ser humano que consigue, no sé si ver el alma de un animal, pero posiblemente sí ver a través del animal una parte de sí que desconocía. Quizá hay una parte de la humanidad que no terminaremos de conquistar hasta que aprendamos a relacionarnos con los demás animales de otro modo. No nos humanizamos, sino más bien, si se nos permite el neologismo, nos humanimalizamos…

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Como le sucedió al poeta Rainer María Rilke por tierras andaluzas: “ (…) puesto que es mi sino, por decirlo así, pasar de lado ante lo humano, para proyectarme hacia lo más extremo, hacia lo marginal de la tierra, tal como me ocurrió hace poco en Córdoba, donde una perrita fea, en avanzada preñez, se acercó a mí; no era ningún ejemplar, y, sin duda, llevaba en su vientre unos cachorros anónimos, de los que nadie se haría lenguas; pero vino hacia mí, porque ambos estábamos completamente solos. Se le hacía muy difícil venir a mi lado, y levantó los ojos agrandados de tanta preocupación e intimidad, solicitando una mirada mía. Y en la suya se reflejaba toda esa verdad que trasciende más allá de lo individual, para dirigirse, yo no sé bien a dónde, hacia el porvenir o hacia lo incomprensible. Se franqueó tan sin rebozo que llegó a compartir un azucarillo de mi café, pero de paso, ay, muy de paso, celebramos en cierto modo la misa juntos. La acción no fue de suyo otra cosa que un dar y un recibir, pero el sentido y gravedad de nuestra absoluta compenetración adquirieron una dimensión ilimitada”.

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Ese reflejo que tiene lugar en el encuentro de nuestra mirada con la mirada del otro animal tiene aquí su eco en una imagen donde observamos a un niño sobre el caparazón de una tortuga que descubre su reflejo mirado hacia abajo; y en otra imagen en la que vemos a una niña caminar sobre el lomo de un lobo, imagen que aparece duplicada e invertida justo abajo.

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En otras imágenes más sensuales el procedimiento es diferente: aparece una mujer desnuda, de nuevo otro elemento del imaginario surrealista, sobre un animal. ¿El animal que llevamos dentro? ¿El animal que somos de fondo? En cambio, en las demás imágenes aparecen niños junto a animales en estampas que suscitan una feliz inocencia de un mundo antes del mundo o un mundo después del mundo. Porque, desde luego, esta imagen de la naturaleza no es de nuestro mundo. Es una naturaleza idealizada y armónica, acaso de una nostalgia por algún absoluto. La que experimentamos más frecuentemente, por el contrario, es adversa y hostil y se asemeja más a aquella que nos presentó Werner Herzog en Grizzly Man.

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No obstante, esta relación con la naturaleza frecuentemente adversa y hostil no justifica de ninguna manera cómo hemos tratado y seguimos tratando al planeta y, en especial, a las demás especies de animales. Como señalara Milan Kundera: “En el mismo comienzo del Génesis está escrito que Dios creó al hombre para confiarle el dominio sobre los pájaros y los animales. Claro que el Génesis fue escrito por un hombre y no por un caballo. No hay seguridad alguna de que dios haya confiado efectivamente al hombre su dominio de otros seres. Más bien parece que el hombre inventó a Dios para convertir en sagrado el dominio sobre la vaca y el caballo, que había usurpado. Sí, el derecho a matar un ciervo o una vaca es lo único en lo que la humanidad coincide fraternalmente, incluso en medio de las guerras más sangrientas”.

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Y ello a pesar de lo que hemos aprendido y podemos seguir aprendiendo de los demás animales, como nos recordaba el poeta Walt Whitman: “Creo que podría transformarme y vivir con los animales. ¡Son tan apacibles y dueños de sí mismos! Me paro a contemplarlos durante tiempo y más tiempo. No sudan ni se quejan de su suerte, no se pasan la noche en vela, llorando por sus pecados, no me fastidian de sus deberes para con Dios. Ninguno está insatisfecho, a ninguno le enloquece la manía de poseer cosas. Ninguno se arrodilla ante otro, ni ante los congéneres que vivieron hace miles de años. Ninguno es respetable ni desgraciado en todo el ancho mundo”.

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Ciertamente, la naturaleza es una fuente imperecedera de sabiduría, entendida como el arte de saber conducir la vida. Pero nosotros, en vez de habernos naturalizados o bien humanimalizados, nos deshumanizamos constantemente, como si no supiéramos cuál es nuestro lugar en el mundo, como si ignorásemos nuestro puesto en el cosmos. ¿Sabremos desaprender lo (mal)aprendido y reconducir los torcidos caminos que emprendimos? Más nos vale, pues mientras lo sigamos desconociendo, seguiremos con esa parte de la humanidad perdida.

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Sebastián Gámez Millán

Categories: Artes Plásticas

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