Todo el tiempo, de Aritz Azkarraga
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Todo el tiempo, de Aritz Azkarraga
En tiempos de malbaratamiento del género de ficción, en tiempos de novelas de encargo, al igual que los western de producción casi fabril de posguerra, en tiempos en los que no hay periodista que no opine de todo y escriba una novela, la lectura del libro Todo el tiempo de Aritz Azkarraga te reconcilia con el género. Y es así porque es una novela que al concluir su lectura tienes la certeza absoluta de que ha sido pensada detenidamente, de que es un libro con una columna vertebral, que sostiene un cuerpo compacto y consistente y que nace de las entretelas del alma de su autor.
Siempre que escribo sobre un libro ajeno me gusta empezar hablando del título. Quien escribe sabe bien que encontrar un título es fundamental, contiene el libro, es su carta de presentación y, por eso mismo, es uno de los elementos más difíciles de un texto y su hallazgo supone una ardua tarea. El título de esta novela Todo el tiempo es, en primer lugar, sugerente, ya que habitamos un mundo acelerado donde las prisas van devorando nuestras existencias casi sin darnos cuenta. En segundo lugar es, desde mi modesto punto de vista de lectora, un título ambivalente. Por un lado, creo que habla de tener todo el tiempo del mundo para encontrar respuestas a cuestiones cruciales en una vida. Y, por otro lado, pienso que habla de cómo este libro contiene una historia biográfica completa. Cuando lees la última página el título cobra todo el sentido.
Si paso ya a analizar su contenido, pienso que el primer aspecto a tratar es el de su estructura. Considero que la mejor definición que se puede hacer de esta pasa por afirmar que se trata de una novela circular, una novela de 360 grados, el principio y el fin quedan unidos. Me explico, el último capítulo parece, en un aspecto, volver a escribir el primero. Los escenarios espaciales y biográficos por los que ambos transcurren son los mismos, pero lo sucedido a lo largo de la historia los ha modificado sustancialmente y, sin desvelar nada de la trama, el primero describe ese escenario como proyección de muerte y el segundo describe ese mismo decorado como colmado de vida.
Los escenarios hacen preciso hablar de la descripción, que es trascendental en esta novela, porque los paisajes son metáfora tremenda de los corazones heridos de los protagonistas. Ha dicho en unas declaraciones el escritor japonés Haruki Murakami que para él “escribir una novela es enfrentarse a escarpadas montañas y escalar paredes de roca para, tras una larga y encarnizada lucha, alcanzar la cima. Superarse a uno mismo o perder: no hay más opciones. Siempre que escribo una novela larga tengo grabada esa imagen en mi mente.” Creo que en la novela de Azkarraga se observa ese esfuerzo, pero, además, hay escalada de paredes escarpadas, hay bosques, hay pueblos alzados y pueblos hundidos, hay agua y hay sequía. Todo ello es, al tiempo, el espejo del latido intenso de los protagonistas. En general se puede decir que se trata de una descripción minuciosa, detallada, como si cada cosa que el autor describe la fuera componiendo con teselas diminutas de un mosaico, que acaban configurando ese todo concreto del que habla en cada momento: paisajes, cosas, personas. La descripción paisajista creo que trasluce que Aritz Azkarraga conoce bien cada entorno, que los ha caminado y vivido. Finalmente, los paisajes tienen otro valor añadido, resulta un reto para el lector jugar a adivinar los lugares que el autor ha elegido, porque en toda la obra no hay ningún topónimo, pero si infinidad de pistas que sugieren nombres geográficos más o menos conocidos.
En cuanto a la descripción de las personas, para mí, revela también un profundo conocimiento del alma humana y cada una de ellas permite ir dibujando en la mente del lector, con pocos trazos, la personalidad del ser humano descrito. Da igual que se trate del protagonista o de cualquiera de los personajes que componen el abanico de los actores secundarios, que aparecen a lo largo del relato. Todos los personajes son sólidos, sin importar el grado de protagonismo y todos son importantes en otro rasgo que muestra la calidad humana de quien sobre ellos escribe. Del protagonista, nada más empezar, conmueve un pequeño sentimiento de culpa por un hecho intrascendente y descubres entonces a un hombre que se dibuja e intuyes sensible, y creo que ese detalle también desvela un poco al escritor que vive oculto entre las líneas. Es ese hombre que ya nos había sugerido que es atento y. algo tímido. Al mismo tiempo, es un hombre que ama profundamente y hay dos momentos de ese amor que conmueven especialmente. Cuando el autor describe un duelo de muerte y cuando describe, en una frase extraordinaria, el amor por los hijos. Por último, en esa descripción minuciosa y detallista destaca para mí la representación de las sensaciones, porque uno se reconoce en ellas y las identifica: los olores, los colores, el tacto, etc. te hacen sentir, están vivos.
Después del espacio se hace imprescindible hablar del tiempo, porque es un elemento sustancial en este libro. Azkarraga utiliza muy bien los tiempos y juega con ellos. El tiempo de la novela es un tiempo lento, pausado, retenido en momentos y contenido en otros. Elige, por ejemplo, la pesca, ese deporte paciente y solitario, como marco en el que se construye el acercamiento íntimo de dos de los protagonistas, que se acompasa con ese ritmo de la pesca que comento. Es un tiempo al que no estamos ya acostumbrados y es importante porque quizás, sin pretenderlo el autor, tiene un efecto sedante, que unido al entorno en el que se desarrolla la trama, te va serenando y apartando del aceleramiento urbanita y mundano del que hablaba al principio.
Dosifica con arte la intriga y el suspense, factores realmente complicados de dominar en la escritura. Hasta la página once mantiene oculto el hecho central que mueve los pasos del protagonista en una misteriosa huida. Además, al final de cada capítulo va dejando una pista nueva que despierta de nuevo la intriga y plantea nuevas incógnitas importantísimas, de manera que logra mantenerte en vilo hasta la última línea. En este aspecto quiero destacar que hay un momento de suspense intensísimo en torno a una vela, es de tal intensidad que casi te deja sin aliento. Al hablar de incógnitas tengo que añadir que la novela es también filosófica. Tiene algo de la esencia más pura de la filosofía que para mí es, simplemente, ser capaz de cuestionarte tu propia existencia y de buscar respuestas. Es lo que hacen los tres protagonistas, se atreven a preguntarse a sí mismos por sus propias biografías y a adentrarse por caminos inhóspitos, agrestes, para encontrar respuestas.
Por último y fundamental, la novela es absolutamente real. De tal modo es real que permite reconocerse al lector en cada fragmento de la cotidianidad que describe, pero también en cada encrucijada vital y en cada instante trascendental de una existencia.
Termino ya con mi última impresión al concluir el libro. Me quedé fuertemente impactada y atrapada en él, como cuando sales del cine al acabar una película, que te ha envuelto y engullido en ella de tal modo, que a pesar del encendido de las luces, del bullicio de la calle, de la conversación de un acompañante que quiere contarte sus impresiones, no consigues salir del todo la pantalla. El gran Julio Cortázar, al que admiro inmensamente por su obra, pero también por su vida comprometida, dijo que para él “La novela es ese gran combate que libra el escritor consigo mismo porque hay en ella todo un mundo, todo un universo en que se debaten juegos capitales del destino humano”. Tomo estas bellas palabras para definir con ellas finalmente este libro.
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María del Olmo Ibáñez
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Nota
Aritz Azkarraga. Todo el tiempo. Libros.com, 2021.