Un extraño sueño
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Soñé que escribía con la mano izquierda, al cambiar mi hábito, sorprendentemente me llegaron ideas entrelazadas que no podía plasmar en el papel con la rapidez con la que acostumbraba a hacerlo con la derecha, eso hacía que se me olvidaran y cantidad de temas se escabullían sin llegar a anotarlas.
Las musas me visitaban sin descanso en vuelos rasantes y solo podía capturar inicios de tramas que ellas no dejaban de soplarme, así que durante gran parte de la tarde en la que se prolongó mi siesta comencé numerosos artículos y relatos que, sin embargo, permanecieron incompletos al despertar. Ahora me encuentro ultimándolos con mi mano habitual, con un inconveniente considerable, con ella apenas alcanzo a elaborar algún que otro párrafo como el que ustedes están leyendo.
Tengo la costumbre de escribir con bolígrafo negro y justo cuando parecía continuar en el siguiente párrafo se me gastó la tinta, he seguido con un lápiz y en la tercera línea se me ha roto la mina, no encontraba el sacapuntas y, mientras tanto, las ideas se iban escapando.
Pienso en lo difícil de la inspiración. No me ha cundido en demasía, sin embargo aquí estoy, como un jabato intentando continuar con el bolígrafo azul que he rescatado de la papelera porque se había secado, no me resistía a acabar de esa forma, así que saco el depósito de tinta, soplo por el hueco, lo vuelvo a colocar, agito el bolígrafo y puedo continuar unas cuantas frases hasta que deja de pintar en el papel. Vueltas a las andadas buscando un mechero para acercar la llama a la punta, gracias a ello acabo este artículo tan complicado de interpretar. Eso sí, mi mano derecha, más bien mis dedos índice, corazón y pulgar están manchados de un azul intenso que costará salir.
Coloco el folio manuscrito encima de la mesa del despacho, me dirijo hacia el cuarto de baño y al pasar por la salita veo a alguien tendido en el sofá, juraría que se parece a mí, siento una punzada en la cabeza que me hace estremecer, cierro los ojos un instante, el suficiente para comprobar que estaba confundido, allí no hay nadie tumbado. Continúo hacia el lavabo y me doy cuenta que tengo las manos limpias, sin rastro de tinta. Vuelvo al despacho y no encuentro el papel que creo haber dejado.
Prometo no echarme más la siesta tras zamparme un abundante plato de berzas, hacen que sueñe rarezas como las que he descrito, una pena que no pudiera escribirlas. O eso pensaba porque esta mañana he entrado en Café Montaigne y me he encontrado con este artículo firmado por mí.
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Antonio Villalba Moreno