Abreviando. Acortamientos lingüísticos en época de pandemia – Gloria Jimeno Castro

Abreviando. Acortamientos lingüísticos en época de pandemia
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Abreviando. Acortamientos lingüísticos en época de pandemia
El confinamiento, entre otras cosas, nos ha obligado a los docentes a ampliar nuestros horizontes metodológicos, y a desenvolvernos con renovados bríos en el universo de las nuevas tecnologías.
Las nuevas plataformas educativas nos han ayudado a mantener el contacto diario con el alumnado, e, incluso, han hecho factible la comunicación instantánea entre nosotros. Merced a este noble empeño de las plataformas educativas, nuestros alumnos han podido estar atendidos a cualquier hora del día, noche, madrugada y fiestas de guardar.
Amablemente nuestros alumnos nos enviaban los ejercicios a cualquier hora de nuestra inacabable jornada de teletrabajo, adjuntando fotos carentes de luz, y que mostraban los cuadernos sumidos en artísticas luces y sombras, superando el sfumato de los grandes pintores del Renacimiento.
Amén de ello, los archivos nos llegaban con las fotos del revés, con lo que las profesoras acabábamos convirtiéndonos en émulas de la mítica niña de El exorcista, a fin de que nuestras contorsiones nos permitiesen hallar la posición más adecuada para descifrar los jeroglíficos enviados por nuestros alumnos.
En honor a la verdad, los alumnos siempre pedían perdón de antemano por los problemas que nos pudieran acarrear sus envíos, conscientes de las dificultades intrínsecas al intento del profesor de decodificar sus cuadernos. A veces, incluso, los padres tenían la gallardía de confesarnos que no entendían cómo éramos capaces de leer y entender los cuadernos de sus hijos, ya que ellos se habían rendido en este sentido, durante el confinamiento.
¡Cuánto hemos envidiado los profesores durante algunas madrugadas de arduas correcciones disponer de la mítica máquina Enigma, empleada por los servicios secretos durante la Segunda Guerra Mundial, toda vez que permitía descifrar con premura enrevesados mensajes!
Empero, lo que como profesora de lengua me ha soliviantado en exceso durante las delirantes noches de la pandemia, sin duda alguna, son los mensajes crípticos que a veces nos enviaban los alumnos, especialmente, cuando necesitaban desahogarse con los tutores, y comunicar impetuosamente sus más íntimas cuitas a horas intempestivas.
Inopinadamente, cierto día de marzo, recibí a las dos de la madrugada un mensaje que me perturbó hondamente, y que, por añadidura, me hizo cavilar durante el resto de la noche, puesto que mi entrañable alumna me había desvelado para los restos.
El mensaje, sumamente revelador en muchos sentidos, rezaba así:
“Profe, perdón por las horas ¿me puedes decir, porfa, si el dire ha dicho cuándo vamos a volver al insti?
Mi compi Vero ha oído una noticia bien wapa, en que decían que por el covid no volvemos al cole. Mi meja y mi bro tb dicen q nos qdamos en casa, xq estamos dando clase =mente . Mañana t mando lo de la pág. 54 del 2º día, no me funcionaba el móvil. T deseo que descanses. Buen finde. Adioooooos. Graciasssss.”
Merece atención preferente este mensaje enviado con nocturnidad y alevosía, y trufado de toda suerte de acortamientos léxicos, que con semejante mutilaciones de grafías y fonemas bien pudiera tipificarse como hórrido delito contra nuestra amada lengua.
Desde tiempos inmemoriales han sido de uso corriente las abreviaturas y acortamientos de toda laya. Podemos rastrear su uso en los monumentos y escritos de los antiguos griegos y romanos, puesto que la premura por redactar algo, así como la lógica necesidad que desde siempre ha impuesto la economía lingüística en ciertos contextos, lo mostraban como lícito e, inclusive, necesario.
En la sociedad actual en que el tiempo es oro, y frenético el ritmo de vida y de trabajo, la necesidad de comunicación se torna inmediata, instantánea si cabe, por ende, la celeridad al redactar nuestros mensajes nos impele a caer en la tentación de acortar nuestras palabras para escribir más y con mayor rapidez.
Ahora bien, a ello hay que añadirle el hecho de que para los adolescentes los acortamientos lingüísticos son también un rasgo distintivo de su lengua.
De todos es bien sabido, que la lengua es el factor que hace posible la cohesión entre los hablantes de una sociedad, de un pueblo o nación, mientras que, por el contrario, los jóvenes, precisamente, buscan valerse de su lenguaje para distanciarse de esa norma, de esa lengua estándar, y de este modo, autoafirmarse como grupo mediante su peculiar forma de hablar [1].
Uno de los rasgos más acusados de esa lengua de los adolescentes, sobre todo, en los últimos tiempos, a la hora de comunicarse a través de las redes sociales, no es otro que el uso de los acortamientos léxicos [2].
A este respecto señala la RAE que los acortamientos léxicos son un procedimiento qué consiste en “eliminar las sílabas finales de una palabra para crear otra nueva”. Así, por ejemplo, figura en muchas ocasiones, “bici” por “bicicleta” [3].
A renglón seguido, se añade que, aunque es infrecuente, hay que reseñar también la existencia de acortamientos por supresión de las sílabas iniciales, de ahí, el empleo del vocablo “bus”, que, en realidad, es abreviación de “autobús” [4].
Expertos lingüistas en este aspecto ponen de relieve algo que es bien patente: el apócope léxico o truncamiento se da con mayor profusión en el entorno escolar [5]. De ahí, todos esos acortamientos que alumnos y profesores empleamos de continuo en nuestras clases: “boli”, “insti”, “cole”, “tuto”, “profe”, “dire”, “mates”….
Este procedimiento morfológico es otra forma de aumentar el rico caudal de nuestro vocabulario, toda vez que muchos de esos nuevos vocablos engendrados, merced a los truncamientos, pasan a lengua estándar [6].
Nada se puede objetar a la creación de neologismos que vivifican nuestra lengua, que la rejuvenecen con el impulso creador de nuestros adolescentes, ni podemos censurar su utilización en redes sociales, empero el problema aparece, cuando esos usos se trasladan a sus cuadernos, ejercicios, e, incluso exámenes. La cuestión, en este sentido, en los últimos tiempos se torna preocupante.
Cierto es que los profesores de Secundaria nos servimos de estos acortamientos en nuestra expresión oral, en nuestros diálogos informales para acercarnos a nuestros alumnos, para lograr la comunión lingüística con ellos y lograr su aquiescencia en este sentido; en definitiva, para contagiarnos de su juventud y sentirnos parte de ese grupo al que formamos. Ello no es óbice, para enseñarles a distinguir que la lengua oral e informal tiene su contexto en el diálogo y trato humano diario, y que en otros momentos, máxime cuando en el temario de Lengua castellana y literatura figura la tipología textual, los textos expositivos, argumentativos y el uso del registro formal de nuestra lengua, ha de emplearse otro registro lingüístico para los trabajos del ámbito escolar y académico, tanto orales, como escritos, y, fundamentalmente, para los exámenes. Mas ellos, a veces, inconscientemente, lo olvidan.
Pese a lo dicho, no debemos de dejar de lado el estudio de este fenómeno en auge, cuando, además, nosotros confesamos sin ambages que empleamos los acortamientos como ornatos, más o menos espontáneos y artificiales, en nuestras charlas con los alumnos, siempre permeadas de cierta afectuosidad inevitable por el trato diario.
A juicio de un estudioso del tema, como es Manuel Casado, este proceso de creación léxica posee la indudable capacidad, precisamente, de aportar nuevos matices a los vocablos, valores de carácter apreciativo. En suma, pone de relieve cómo “la diferencia entre la palabra completa y su acortamiento se sitúa, pues, en el nivel de la connotación o evocación del término acortado, que pertenece a una variedad lingüística informal” [7].
Como hemos podido leer hasta ahora, la mayor parte de los acortamientos léxicos son bisílabos, mas Casado busca que prestemos atención al hecho de que en la actualidad, y aunque ello pudiese constituir una antinomia, los acortamientos tienden a alargarse. Como botón de muestra, presenta el vocablo “hetero” procedente de “heterosexual” [8].
Si reflexionamos sobre su observación sí que es cierto que nos vienen a las mientes ejemplos de este tenor, tal es el caso de otorrinolaringólogo. Hoy en día apenas nadie emplea la forma original, solemos decir que tenemos cita con el otorrino, ya que si nos decantamos por la forma completa, y decimos a alguien que a las 10 tenemos que ir al otorrinolaringólogo, corremos el riesgo de tardar demasiado tiempo en pronunciarlo, de perder dicha cita y volver a la lista de espera, tal como está el panorama sanitario.
Por todo lo dicho, Manuel Casado cree que resulta conveniente distinguir, por tanto, entre acortamientos tradicionales, siempre indefectiblemente bisílabos, y acortamientos actuales, los cuales tienden a ser, sin embargo, trisílabos [9].
Hemos de llamar la atención, además, sobre otra cuestión que no es baladí, la acentuación de estas palabras, que al sufrir este proceso de transformación, las más de las veces, cambia. Se registra, así pues, una tendencia que pone de relieve que estos acortamientos convierten, por lo general, en vocablos paroxítonos a aquellos, en los que se produce la supresión de partes de la palabra original [10]. De esta forma, “bolígrafo”, palabra esdrújula, en virtud de lo señalado, pasa a “boli”, y se transforma en llana; “director”, palabra aguda, en su abreviación de “dire”, igualmente, se muestra como llana.
Entre los acortamientos merecen capítulo especial, los concernientes a los nombres propios, también denominados hipocorísticos, tal es el caso de “Vero”, en lugar de “Verónica”, que aparece en el escrito de la alumna, que hemos reproducido en líneas precedentes.
Muchos son los procedimientos empleados en la formación de los hipocorísticos, en los que no nos es dado detenernos por cuestiones de espacio, pero por regla general, abundan más los hipocorísticos, en los que se produce una supresión o truncamiento de las sílabas finales del antropónimo, como en el caso citado.
No es extraño tampoco encontrar hipocorísticos, en los que ha intervenido la aféresis para su acortamiento, tal como ocurre con “Fonso”, procedente de “Alfonso”. Empero, nuestros alumnos en el contexto escolar tienden en su mayoría a la primera opción (Dani, Manu, Cris, Adri, Juli, Isa, Javi…), aunque, repetimos, la aferésis también se da, aunque, en menor medida (Tina) [11].
Aparte de lo señalado, hemos de agregar, volviendo al mensaje transcrito arriba, que es frecuente en el contexto escolar, que se produzca también algo más complejo, el acortamiento de varios sintagmas, de tal suerte , que como resultado de este proceso, se aglutinen en uno solo. Ello explicaría un uso poco común hasta ahora, pero que se va extendiendo entre mis alumnos, de una nueva palabra acuñada de improviso por ellos: mi “meja” o “mejo”. Responde “meja” a la abreviación de “mejor amiga”, y “mejo”, por tanto, a “mejor amigo”.
En la misma línea, podría ir esa fórmula de cortesía que nuestros alumnos emplean aviesamente, cada vez que al final de clase les indicamos las tareas para casa: “Deberes no, porfa, profe, no seas mala, porfa, porfa…”
El “porfa”, procedente de “por favor”, está totalmente asentado en el contexto del instituto, e, incluso, se da el caso de emplear también la variante “porfi», (he de confesar que yo lo uso con mis alumnos para implorar atención en clase), sustituyendo la “a” por “i”, quizás para establecer una uniformidad o homogeneidad con respecto a otros acortamientos por ellos usados: “boli”, “insti”, “compi”, “chiqui”, “pisci”…
Cuestión aparte es la utilización de “=mente” y “×q”. Sorprendentemente, tienden los alumnos a sustituir el lexema o raíz de la palabra original por uno de esos símbolos alfanuméricos, que emplean en su clase de matemáticas, puesto que, al tomar apuntes rápidamente, la fusión de las grafías de lengua y de los signos matemáticos les facilitan dicha tarea. De este modo, se produce una curiosa interdisciplinariedad en las clases y en los apuntes de los alumnos; interdisciplinariedad, a la que constantemente apelan las altas instancias educativas, para que los docentes lo tengamos presente, al confeccionar nuestras programaciones didácticas.
Pues como se ve, a la postre, las redes sociales y los mensajes cortos por ellos empleados en Internet y WhatsApp han obrado este raro milagro.
A mí, he de decirlo, me disgusta sobremanera que el adverbio “igualmente”, uno de esos adverbios de modo acabados en “-mente”, empleados con tanta profusión por los poetas modernistas por resultar tan eufónicos, tan rotundos, merced a sus dos acentos, quede reducido a un extraño engendro minimalista tan poco sugerente y musical. Y otro tanto pudiera decirse en defensa de esa conjunción causal “porque”, preterida en los últimos años por los estudiantes, debido a su inexplicable inquina a gastar tinta y derrochar sílabas, palabras, y su predilección por esa espeluznante amalgama de grafías y signos matemáticos con tan poco empaque: “×q” [12].
En lo concerniente al “t deseo”, vemos que en sus escritos, no sólo en las redes sociales, también en los cuadernos, y lo que es más grave, en los exámenes, los jóvenes tienden a omitir la “e” final. En este caso del “t” podría hallarse una explicación lógica a este uso tan particular, si creemos que están pensando en la grafía, en su pronunciación, que como tal suena realmente [ te ], y pudiera ser, por ende, que, al denominar a esa letra, piensen que el sonido de la vocal “e» ya va incluido. Por lo dicho, quizás opinen que es lícito prescindir de la vocal “e”, toda vez que para ellos se sobreentiende su pronunciación, aunque no figure.
En lo tocante a que usen con profusión el adjetivo “wapa», tanto en sus mensajes como en escritos escolares, con semejante representación gráfica, hemos de decir que, obviamente, no hay un acortamiento de sílabas como tal. Lo que en este caso se observa es que la consonante “g» y la vocal “u” son sustituidas por otra grafía que, a juicio de los alumnos, fonéticamente les resulta semejante.
Intentando razonar este proceso que opera en esta palabra, me parece del todo oportuno, traer a colación cómo es la articulación de la “u» semiconsonante, pues, precisamente, se representa fonéticamente cómo [w]. Aprendimos en la carrera los filólogos con el imprescindible Manual de pronunciación española, obra del inigualable Tomás Navarro Tomás, a realizar transcripciones de extensos fragmentos, y a transcribir, merced a esos textos que incluía al final del libro para practicar, por ejemplo, líneas y líneas de Pepita Jiménez de Juan Valera. Así supimos que la “u» semiconsonante de la palabra “agua” se representaba fonéticamente como [ágwa].
No es ocioso recordar, que la semiconsonante “u” es articulada, prácticamente, como una consonante fricativa, para progresivamente ir abriéndose, hasta acabar pronunciándose la vocal que le sigue [13]. Todo ello pudiera explicar quizás esa nueva forma de escribir la palabra “guapa”.
Como raras reliquias aparecen en el texto de mi alumna reproducido arriba, también abreviaturas clásicas como “pág.” o “2.º”, “tb.” de las pocas que se siguen usando a la manera tradicional, y que en los exámenes, lamentablemente, usan de continuo.
En realidad, las letras voladitas o voladas de los ordinales 1º., 2ª. (º ª), en el colegio nos enseñaban que teníamos que subrayarlas siempre en los escritos, lo contrario significaba cometer una falta ortográfica. En la actualidad, sin embargo, se señala desde la RAE, que sí hay que seguir poniendo el punto detrás del número ordinal, pero que, en cambio, el subrayado de la letra volada está en desuso [14].
Al abordar este asunto de las abreviaturas hemos de recalcar, porque muchos parecen haberlo olvidado, que tras la palabra abreviada ha de figurar necesariamente un punto, es decir, la abreviatura de “también”, sólo es correcta escrita como “tb.”. Mas nuestros alumnos en los exámenes o redacciones acostumbran a prescindir de él, al margen de que su uso en escritos académicos sea del todo recusable.
En los escritos de mis alumnos, por otra parte, surge con extraordinaria profusión mi “bro”, abreviación de la palabra inglesa “brother”, empleada tanto para “hermano”, como para “compañero”, “colega”. Semejante intromisión en mis clases y en los cuadernos de lengua la orlo con círculos rojos, dobles tachaduras para que recuerden que es inadmisible esa palabra en la clase de Lengua castellana y literatura, amén de pertenecer a un registro informal, al lenguaje jergal, pandillero. Me niego, por las razones argumentadas, a decir más sobre esta palabra.
Cuando ya me había acostumbrado a los acortamientos del mensaje de mi alumna, observo en la despedida una divergencia sustantiva que reviste interés: “Adiosssss”. De repente, acaba alargando las palabras. ¿Aliteración de la “s” para reclamar silencio y dejarme dormir, por fin, a las dos de la mañana?
Al día siguiente, me armo de valor y pregunto a mis alumnos, a través de la plataforma educativa por la razón del uso de tantos acortamientos en sus escritos. Su respuesta echa por tierra la argumentación anterior y las elucubraciones e hipótesis de cualquier estudioso. La respuesta de mis alumnos es la que sigue:
“Profe, es que hay pereza”; “Profe, no hay ganas”, “Profe, hace sueño”.
De ello se colige, que me podía haber ahorrado el artículo, las respuestas de mis alumnos son del todo claras, diamantinas, me atrevería a decir.
Con respecto al uso del verbo “hacer” que muestran mis alumnos ya escribiremos en el próximo confinamiento. A mí ya “no me da la vida”.
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Gloria Jimeno Castro
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Notas
[1] Interesantes a este respecto son los estudios recogidos en Rodríguez, F. (coord.): El lenguaje de los jóvenes. Barcelona. Ariel. 2002.
[2] Atiéndase a las matizaciones realizadas por un experto en el tema, del todo reveladoras:
– Casado Velarde, M.: “Acortamientos léxicos en español actual”, en Iberomania, 20, 1984, págs. 1-8.
– Casado Velarde, M.; Loureda, O.: “Procedimientos de creación léxica en el discurso actual de los jóvenes de España”, en Luque, L. et al. (ed.): Léxico español actual III. 2012.
[3] RAE: Diccionario panhispánico de dudas. Madrid. Santillana. 2005. Pág. 477.
[4] Ibidem
[5] Atiéndase a lo dicho en Marimón, C.; Santamaría, I.: “Procedimientos de creación léxica en el lenguaje juvenil universitario”, en Estudios de Lingüística, número 15, Universidad de Alicante, 2001, págs. 87-114.
[6] Es necesario revisar para comprender estos procesos morfológicos los estudios de:
– Almela, R.: Procedimiento de formación de palabras en español. Barcelona. 1999. Ariel.
– Alvar, M.: La formación de palabras en español. Barcelona. 1999. Ariel.
[7] Casado, M. : “Acortamientos léxicos”, en Bosque, I.; Demonte, V. (dir.): Gramática descriptiva de la lengua española. Volumen III. Entre la oración y el discurso. Morfología. Madrid. 1999. RAE. Espasa Calpe. Págs. 5077-5080.
[8] Ibidem, pág. 5078.
[9] Ibidem
[10] Ibidem
[11] Para más información complétese lo expuesto con los datos aportados en Boyd-Bowman, P.: “Cómo obra la fonética infantil en la formación de los hipocorísticos”, en Nueva Revista de Filología Hispánica, 9, (4), 1955, págs. 337-366.
[12] Sumamente interesantes acerca de estos usos lingüísticos en Internet y redes sociales resultan estudios como los de:
–Cabedo, A.: “Consideraciones gráficas y lingüísticas del lenguaje cibernético: el chat y el Messenger”, en Tonos Digital, Revista electrónica de Estudios Filológicos, Universidad Autónoma de Madrid, número XVIII, 2009.
–Crystal, D.: El lenguaje e Internet. Madrid. Akal. 2003.
–Torrego, A.: “Algunas observaciones acerca del léxico en la red social Tuenti”, en Tonos, Revista electrónica de Estudios Filológicos, Universidad Autónoma de Madrid, número XXI, julio 2011.
-Yus, F.: Ciberpragmática. Barcelona. Ariel. 2001.
[13] Navarro, T.: Manual de pronunciación española. Madrid. CSIC. Págs. 63-64.
[14] RAE: Diccionario panhispánico de dudas, cit., pág. 477.
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