Alejandro Bhér: inquisiciones sobre un singular pseudónimo literario finisecular y una historia de modernidad femenina – Gloria Jimeno Castro

Alejandro Bhér: inquisiciones sobre un singular pseudónimo literario finisecular y una historia de modernidad femenina
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Alejandro Bhér: inquisiciones sobre un singular pseudónimo literario finisecular y una historia de modernidad femenina
La investigación literaria concerniente a la Edad de Plata de la literatura española, sin duda alguna, siempre nos reserva gratas sorpresas y descubrimientos verdaderamente interesantes, que en toda ocasión, revelan el papel primordial y destacado de numerosas plumas femeninas, demasiado tiempo preteridas y silenciadas, que aportaban aires de modernidad y de cambio al panorama de la literatura finisecular.
Sorprende en este sentido, la labor literaria realizada por un nombre que se documenta en la prensa de principios del siglo XX, e, igualmente, como rúbrica de obras teatrales, poemas y obras en prosa de diferente tenor: Alejandro Bhér.
Tras el pseudónimo de Alejandro Bhér no se halla, como cabría esperar, un autor, sino dos, un matrimonio unido por su amor a la literatura: Mariano Mazas Mardomingo y María de la Paz Valero Martín.
María de la Paz Valero Martín, nacida en Madrid en el año 1874[1], fue una escritora y periodista de adelantada a su época, los inicios del XX, que tuvo como maestro a su padre, Juan Valero de Tornos, periodista que le enseñó todos los secretos de este mundo de la prensa, y con quien fundó, además, la agencia periodística Política Europea y la revista Gente Vieja. Además de lo dicho, escribió numerosas obras dramáticas(La hilandera, El becerro de oro, Un drama manso), y tradujo la obra de Ibsen y Dostoievski[2].
Mariano Mazas y Mardomingo, por su parte, fue escritor y hombre de ciencia, cuyo saber compartía con sus alumnos en las doctas clases impartidas por él. De entre sus obras, cabe destacarse un libro publicado en 1902, ¡Abrígame! Novela, cuentos exóticos y semicuentos[3], volumen, en el que incluye una novela titulada como el libro, ¡Abrígame!
En esta narración se refiere la historia de amor de dos jóvenes, Juanico y Victoria. Ambos muchachos fueron criados como hermanos, puesto que Victoria fue abandonada por su madre, y acogida en el hogar de la familia de Juanico. Cuando crecen los jóvenes y se declaran públicamente su amor, sus vecinos se escandalizan, ya que vivían bajo el mismo techo sin estar casados. El muchacho decide resolver la situación, marchando a Madrid para encontrar trabajo y ahorrar lo suficiente para contraer matrimonio; mas una vez allí, logra medrar socialmente sirviendo al Marqués de Casa-Urbando, quien lo convierte en un caballero. Ello propicia que Juanico se olvide de sus raíces, de su origen humilde e, incluso, de su amor por Victoria.
Siete años se ausenta de su tierra, en los que se dejó deslumbrar por la vida de la ciudad, hasta que madura y cae en la cuenta de que ese modo de vivir no era el adecuado para él. Decide dejarlo todo y volver a su plácida existencia en su Aragón natal, a disfrutar del cariño de su querida novia, quien, a pesar de los años, no le había olvidado, y a cuya puerta llama como antaño, gritándole las palabras que dan título a la narración: “Abrígame, que me quedo helaíco”.
Este libro se completa con unos relatos cortos de desigual calidad, siendo ¡Abrígame! el de mayor valía. Su final aleccionador, ese mensaje dirigido al lector de que el hombre jamás debe dejarse impresionar por las riquezas ni pretender aspirar a más de lo que puede, convierte estas páginas en una narración hondamente humana. Son párrafos muy realistas, llenos de ricos matices, con unos personajes henchidos de vida, que cautivan por su nobleza de sentimientos y por su sencillez.
La rúbrica de Alejandro Bhér se documenta también en Mundo Gráfico, concretamente, en la sección Notas literarias. Comentarios breves, en la que se reseñaban las últimas novedades publicadas por los autores españoles. Asimismo, encontramos su firma en publicaciones como La Ilustración Española y Americana, El Liberal, La Esfera, Heraldo de Madrid, Nuevo Mundo…
Bajo este pseudónimo de Alejandro Bhér encontramos también dos obras teatrales: ¡Labora!, fechada en 1911, y El bobo, una comedia dramática en tres actos y prosa[4], así como dos novelas, González el expatriado, y ¿Qué es amor?, esta última publicada en 1915 en La Novela de Bolsillo.[5]
Pero el libro de Alejandro Bhér que más concita nuestra atención es, sin duda, Dila. Poesías en prosa[6] (1919), dado que su contenido guarda estrecha relación con el de un relato publicado años antes en una colección de novela breve, La Novela de Bolsillo, y cuyo título es ¿Qué es amor?
Dila es un libro que destaca por la bella factura de su edición, al aparecer cada una de las composiciones poéticas del libro enmarcadas y orladas con motivos florales, arquitectónicos e, incluso, con cupidos, muy acordes con la estética modernista y la temática amorosa que prima en estos versos. Tiene la particularidad, además, de que en la cubierta, tras el título del libro y el pseudónimo con el que aparece firmado, figura el auténtico nombre de los autores: Mariano Mazas y Mardomingo y María Valero Martín de Mazas.
Por otra parte, se observa en estas curiosas páginas que dicho contenido aparece encabezado con una ofrenda, que reza así: “A todo hombre que ame o haya amado. A toda mujer capaz de querer”.
Con respecto al género de este escrito, podríamos decir que cabe definirlo, tal como explicita el título, como poemas en prosa, los cuales, además, van dedicados a una mujer, Rosario, de quien el responsable de estos versos dice estar enamorado, a pesar de que lo abandonó.
Esta suerte de poemas en prosa posee una estructura caracterizada por el hecho de que cada una de sus líneas posee once sílabas, como si fueran realmente versos poéticos endecasílabos, e, incluso, es reseñable cómo para cumplir con ello, el autor, a veces, se ve obligado a cortar bruscamente alguna palabra, de tal manera que parte de ella forma parte de una línea y el resto del siguiente. Ello se puede apreciar con la mera revisión del primer poema, en el que el poeta elige como confidente de sus cuitas al viento:
Anda, tú, Viento amigo, que sa-
brás rimarla, di a mi amada que
yo un día, viendo tanta alegría en
rededor, tanto sol en el mundo, tanta
magia en el jardín verde, no pude
pensar en la muerte, en la oscuri-
dad y en el silencio, que, desespera-
do por ella, quise morir, y que un
hilo de agua y unas risas de niño
me calmaron… (p. 1).
A partir de esta primera composición del libro, se sucederán más de un centenar de poemas en prosa, caracterizados todos ellos por comenzar del mismo modo, con la palabra “Dila”, lo que explica el título del poemario.
Cada uno de estos poemas va exponiendo los diferentes estadios por los que ha ido pasando la historia de amor referida por el poeta, aunque no es esta la razón que concita nuestra atención y nos lleva a detenernos en tan singular libro, sino que habiendo leído uno a uno los poemas que forman esta obra, descubrimos que esta pareja de literatos para completar este poético libro ha aprovechado párrafos enteros de ¿Qué es amor?, relato aparecido cuatro años antes en La Novela de Bolsillo.
En las colecciones de novela breve de esta época estamos acostumbrados a descubrir numerosos ejemplos de “refritos”, pero este no deja de ser un caso especialmente llamativo, porque sus autores transforman en prosa poética fragmentos completos de una colaboración anterior, de un texto dado a la estampa años antes. Pongamos algún ejemplo, comparando estas composiciones poéticas de Dila con los correspondientes fragmentos extraídos del relato de La Novela de Bolsillo al que hemos aludido, y con el que las hemos cotejado. En la p. 156 de Dila leemos:
Dila que la vi alejarse como a
un pájaro y perderse entre las gen-
tes, que la hacían paso como a un
heraldo de venturas, y recogían eso
que ella deja al pasar…
En el capítulo I de ¿Qué es amor?, concretamente, en la p. 21, aparece un párrafo exactamente igual, únicamente, falta la primera palabra, con la que se inicia el poema del libro que dio a conocer en el año 1919, “Dila”, introducida por el autor para poder adaptarla a este corpus poético; y que, además, es el vocablo que da cohesión a todo el libro: “La vi alejarse como a un pájaro y perderse entre las gentes, que la hacían paso como a un heraldo de venturas y recogían eso que deja al pasar una mujer hermosa que lleva un ansia de amor…”.
La composición poética que se reproduce en la p. 70 de Dila resulta ser un calco de otro párrafo de la citada novela, aunque el autor realiza algunos añadidos para adecuarla al contexto poético:
Dila que yo sabía de conquistas
vulgares, conquistas de violencia y
cinismo; que sabía de celos por
una mercenaria embaucadora, her-
mosa y apasionada; pero que mi
pasión, y mi vía crucis
de Amor solo tiene un nombre: Ro-
sario…
El párrafo al que nos referimos se sitúa en el capítulo II de ¿Qué es amor?, más exactamente, en la p. 27. Con este fragmento, el narrador confiesa sus sentimientos amorosos hacia Elena, la protagonista del relato de la colección La Novela de Bolsillo: “Yo sabía de conquistas vulgares de esas mujeres conquistadas violenta y cínicamente, había hasta sufrido el dolor de los celos por una mercenaria embaucadora, hermosa y apasionada, pero mi pasión por Elena estaba repleta y circundada de ensueño”. Curiosamente, la gran mayoría de estos poemas en prosa de Dila, que son elaborados aprovechando el material más sobresaliente del relato ¿Qué es amor?, se aglutinan en la última parte del citado poemario. La razón de tal hecho es revelada en uno de los fragmentos de Dila:
Dila que un editor –con esa avi-
dez de páginas que piden, con la in-
consciencia del grito: ¡Caballos, ca-
ballos! –me exigió cien Dilas más
para componer (¡!) Un tomo. Y
que, por temor a que no fueran bue-
nos (llamo bueno, en Arte, a los sin-
cero; lo sincero es siempre la cum-
bre), tomé de mis cartas, devueltas
por Ella, una línea, otra línea, otra
línea… La primera carta me dio sesenta
Dilas de amargura.
Tenía la carta sesenta renglones.
Comprobamos, por tanto, que, quizá faltos de inspiración, María Valero y Mariano Mazas echaron mano, no de cartas de amor, como se indica en el poema arriba trascrito, sino de las páginas de un relato escrito años atrás para La Novela de Bolsillo, del cual seleccionaron los párrafos más vistosos y con más ritmo, al abundar en ellos las reiteraciones léxicas y sintácticas. Logran así, rellenar numerosas páginas de Dila para cumplir con el compromiso con su editor; y recibir así la remuneración prometida.
Llegados a este punto, es necesario hacer notar, porque ello puede llevar a confusión, que en las publicaciones de la época registramos la firma de dos colaboradores que eligen una forma muy similar de rubricar sus colaboraciones: Alejandro Bhér y Alejandro Ber. Si revisamos alguna de estas revistas en que se registra la participación de ambos autores, tal es el caso de Mundo Gráfico, comprobaremos que nada tienen que ver el estilo de uno y otro en la redacción de sus artículos, y de que, a pesar de que los pseudónimos elegidos sean tan parecidos, tan sólo una grafía distingue al uno del otro, no podemos incurrir en el error de pensar que ambos sean la misma persona.
Las consultas realizadas en la citada revista nos permiten encontrar más datos acerca de estos dos periodistas, y por ende, distinguir quién es quién. En el número de Mundo Gráfico perteneciente al 6 de febrero de 1918 se reseña la salida al mercado editorial de un nuevo libro de Alejandro Ber, titulado Panorama errante, y se destaca del autor que “es realmente el tipo bien definido del periodista moderno en el que se unen las calidades del literato con la espontaneidad estilística del reportero. Ha sabido conservar incólume su tesoro intelectual a través de la vida agotadora, implacable del periodismo. De aquí el interés, la emoción, siempre propicia, de sus libros, que han sido compuestas entre el fragor de sus rotativos y el bullicio de la redacción.”[7] La información aportada por este artículo permite comprobar que Panorama errante. El caso del periodista español, con prólogo de Carmen de Burgos, había sido escrito por Alejandro Bermúdez.[8] El periodista, por tanto, mantuvo su nombre real, pero acortó su apellido para firmar sus columnas y sus novelas.[9]
Alejandro Bhér, en cambio, era el pseudónimo de Mariano Mazas y María Valero, que, casualmente, se documenta también en Mundo Gráfico, pero su sección, tal como se ha referido en páginas precedentes, se llamaba Notas literarias.
Este inciso, como se ve, cobra importancia, toda vez que arroja luz, a la hora de entregarnos a la apasionante labor de investigar sobre los pormenores de esta época, así como sobre los nombres que ayudaron a dar forma a la literatura española de la Edad de Plata.
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¿Qué es amor?
Esta novela de Alejandro Bhér, n.º74 de La Novela de Bolsillo, fue publicada el 2 de octubre de 1915, y consta de un prólogo y cinco capítulos, todos ellos numerados, aunque, curiosamente, solo los dos primeros llevan título.
Las ilustraciones incluidas en este título, pertenecen al famoso dibujante Aguirre, quien sabe adecuar los dibujos al contenido del texto con mucho acierto. Traza cómicos retratos para dar imagen a los párrafos más humorísticos, como aquel en que se describe una pintoresca boda, o plasma elegantes escenas, tal es el caso de la que figura en la portada, de ambiente muy rococó, que tiene como fondo un jardín con numerosos ornamentos arquitectónicos. Ocupando el primer plano de esta portada aparece una refinada dama, exquisitamente vestida, quien, mientras piensa en su enamorado, no por casualidad, deshoja, ilusionada, una margarita. A su alrededor aparecen dibujados muchos cupidos, que disparan sus flechas de amor a las parejas que pasean por aquel distinguido jardín.
TEMA Y ARGUMENTO
El tema de la novela queda suficientemente aclarado con la sola lectura de su explícito título: ¿Qué es amor?
El narrador, que en este relato es protagonista también de su propia historia, pretende, tal como adelanta en el prólogo, esclarecer la naturaleza de este sentimiento, cuyo sentido ha sido escudriñado por tantos autores y filósofos desde los albores de la humanidad. Se propone, asimismo, analizar y confrontar dos tipos de amor, el amor puramente sensual, que experimentó en tantas aventuras ocasionales en su primera juventud; y el amor verdadero, que nace desde el conocimiento mutuo y la convivencia diaria, y es el que siente por Elena, la joven y bella viuda, protagonista de estas páginas, y a quien revela todos sus secretos, al ser, además, su amiga y confidente:
[…] esta novelita que ha querido usted empezar, pintando el amor más canalla y el más sublime amor –la amistad agradecida– dándose el brazo, y seguir los escalones de la divina escala del amor en derechura a esa cima augusta que aureola un primer sueño de fantasía y un primer grito de la naturaleza… (p. 5).
Añade el autor, asimismo, que, merced a las disertaciones reproducidas en esta novela dialogada, es factible instruir a los lectores. Cree que todos los receptores de su obra pueden extraer una conclusión válida de esta lectura, y aplicarla, si lo desean, a su vida: “Esta que usted llama novelita, vaya, venga y ruede de manos del filósofo a las de la doncella; de la smart flirteadora al estudiante rural; todos recibirán un beneficio para su capital inicial…” (p. 5).
Alberto Lojo, que es como dice llamarse el narrador de este relato, y cuya profesión era la de escritor, estaba enamorado de Elena, una viuda de treinta años, que había tenido una vida difícil, a pesar de pertenecer a una familia adinerada de Madrid. El joven la conoció, cuando una mañana regresaba con sus compañeros de correrías, tras una agitada noche. Elena salía de la iglesia, después de haber asistido a la primera misa del día. Alberto quedó turbado por su presencia y su porte elegante, por su distinción y modales exquisitos, que delataban que era toda una dama:
Aquella mujer, aquel encanto era mío, y era mío no de un modo grosero, sino habiendo conquistado antes su corazón… Yo sabía de conquistas vulgares de esas mujeres conquistadas violenta y cínicamente, había hasta sufrido el dolor de los celos por una mercenaria embaucadora, hermosa y apasionada, pero mi pasión por Elena estaba repleta y circundada de ensueño (p. 28).
Después de insistir con sus lisonjas para que la joven se citase con él, Elena accede a las súplicas de Alberto y comienzan a conocerse, lo cual con el paso de los meses dará lugar a una hermosa y sincera amistad.
Elena era viuda, y vivía bajo la protección de su acaudalado tío, quien la había acogido, debido a la penosa situación en la que les había dejado su marido a ella y a su hija, puesto que el esposo se apoderó de su patrimonio familiar, y lo dilapidó con su vida de crápula. La situación económica de Elena, afortunadamente, se solventa, puesto que su tío, al no tener hijos, la nombra heredera universal de sus muchos bienes.
Alberto, a pesar de estar enamorado de la dama, se comportaba siempre como un buen amigo; acudía siempre solícito a su lado para consolarla en sus momentos de aflicción; un apoyo que ella valoraba más que su sincera pasión: “Mi primer amigo es usted, Alberto” (p. 34).
Una tarde de verano ambos se citan en la casa de Elena, y su conversación les lleva a disertar durante horas sobre qué es el amor, se cuestionan la existencia de la felicidad y del amor verdadero. Elena se lamenta de que la llama del amor no prenda ya en su corazón; tras el desengaño sufrido con su esposo, asegura no haber sentido nunca un amor verdadero:
El deseo es bello en tanto se conserva, Alberto. Un ideal que se acaricia con la imaginación dando a la fantasía, ¡no sé cómo decirlo!, nervios, brazos y bocas, corazón y sangre, construyendo escenas, viviéndole, en fin, sin vivirle… (p. 33).
El escritor confiesa que por su condición de hombre no se había librado de sufrir desengaños amorosos, aunque se sentía afortunado en el presente, porque amaba verdaderamente a Elena, con ese amor auténtico que todo lo quiere dar y nada espera a cambio:
Sí, Elena; aun sabiendo que nunca me ha querido, […] en el fondo de mi alma atormentada siento un estremecimiento de algo que me conforta, de algo que me grita que no he fracasado, que los verdaderamente fracasados no son los engañados, sino aquellos que no supieron dejarse arrastrar por el divino engaño del Amor… La felicidad absoluta es, claro está, amar y ser amado; pero el tormento es querer amar (p. 45).
Acaba aquella larga tarde y la disertación, con el alma de Elena conmovida, tras haber conocido el amor que el joven le profesaba. La protagonista decide entonces retomar el tema de conversación con Ana María, su sirvienta, a quien le pide le cuente su historia de amor. Ana María revela haberse enamorado en su niñez de Natalio, un pastor de su misma edad, con el cual se crió. Define aquel sentimiento que la embargaba como una emoción pura, que brotaba del corazón y la hacía sentirse viva. Continúa contando la joven cómo Natalio le dio un beso mientras dormía en el prado, correspondiendo ella a su gesto amoroso con una dulce caricia y un sentido beso. Alguien contempló aquella inocente escena y, juzgándola inmoral, despidieron al pastor de su trabajo, en tanto que a Ana María su familia la expulsó del hogar, acusándola de conducta indecorosa. Es entonces cuando Ana María se vio obligada a emigrar a Madrid para ganarse la vida sirviendo. Concluye su relato afirmando con absoluta convicción, que nunca volvió a experimentar un amor tan puro y verdadero como aquel que sintió por el pastor.
Como corolario de aquella disertación mantenida aquella tarde, Elena acaba admitiendo que el amor existe, aunque no lo haya conocido; piensa que este no se busca, sino que surge espontáneamente, pues, según su parecer, así lo determina el destino:
–Sí, sí –pensó Elena– ¡Y feliz quien esa vez ama, gracias a su inocencia primitiva! El Ideal existe –se afirmó a sí propia–. Pero el nacimiento del gigante no puede perseguirse con flirteos…; El flirteo siembra la inquietud y deja un poso de descontento y sus almas vacías e incapaces para el Amor, en los profesionales que persiguen un ideal sin hallarlo jamás, porque han malgastado gota a gota el torrente amatorio en escarceos llenos de impaciencias débiles, histéricas, ajenas casi a la realidad y a la naturaleza (p. 55)
ESTILO Y LENGUAJE
Justo es reconocer la originalidad en la forma de composición de este escrito, que recordemos es fruto de dos plumas, una femenina y otra masculina: la de María Valero y la de Mariano Mazas. Mediante la confrontación dialéctica del narrador y de su adorada Elena se discute sobre el amor, y de un modo pretendidamente didáctico, se ofrecen las posturas defendidas por un hombre y una mujer al respecto; posiciones que, en ciertas ocasiones, son diametralmente opuestas, y que nadie puede dudar que son las aducidas por Mariano Mazas y María Valero, los cuales, escudándose tras el protagonista y Elena, expresan su parecer. También es cierto que no nos encontramos ante el escrito de mayor calidad literaria de estos autores, pero ello no es óbice para reconocer el mérito de estos colaboradores.
En un intento por plasmar de manera fidedigna las escenas de la vida madrileña, se pone especial cuidado en el lenguaje de los personajes, caracterizándolos a través de su habla. Así, observamos que el ama de Alberto, así como Ana María, la sirvienta de Elena, presentan un lenguaje vulgar, plagado de incorrecciones gramaticales. La anciana, una típica madrileña de los barrios bajos de la capital, y Ana María, una adolescente pueblerina, que apenas había tenido tiempo para acudir a la escuela debido a que su pobreza la obligó a trabajar desde muy niña en el campo, presentan peculiaridades lingüísticas propias de las clases populares menos instruidas: la pérdida de la “-d-” intervocálica, sobre todo, en las palabras acabadas en “-ado”: “convidao” (p. 10), “cuñao” (p. 10);“callao”(p. 54), “marío”(p. 10); la relajación de la “- r-” en algunas palabras de fácil desgaste como “señor” o “señora”: “er señó Visente” (p. 10), “la señá Niceta” (p. 21). En la fonética vulgar de estas mujeres se observan casos de la pervivencia de antiguas vacilaciones en el timbre de las vocales no acentuadas: “sospiro x suspiro” (p. 47); “de contino” por “de continuo” (p.47)… La dicción vulgar lleva, asimismo, a omitir las consonantes y vocales iniciales de algunas palabras: “ice” por “dice” (p. 49); “al tardecer” por “al atardecer” (p. 55)… Aparecen también numerosos ejemplos de aglutinación de palabras, debido a que el hablante poco instruido, olvida la separación que existe entre las palabras. Así, la preposición “de”, al entrar en contacto con un vocablo que empieza por vocal, pierde la “-e” y se agrupa con él en una misma palabra: “d´anoche”(p.10)[10].
Fenómenos lingüísticos vulgares como estos, evidentemente, no se dan en el habla de Alberto ni de Elena, ni tampoco en la de ninguna de sus distinguidas amistades, todos ellos poseedores de una esmerada educación y caracterizados por sus refinados modales. Ahora bien, sí que percibimos que incluyen en su vocabulario, por cuestiones de moda, galicismos: “restaurateur” (p. 35);“siège-longue”(p. 51);“toilette”(p. 23);“pas à quatre”(p. 28). Abundan igualmente en su habla los anglicismos, debido a que tales términos estaban en boga en aquellos círculos sociales:“groom” (p. 12);“smart” (p. 5).
Las reiteraciones léxicas y sintácticas son también una de las características del estilo de este relato. Las repeticiones permiten reproducir la intensificación de los sentimientos de los hablantes. Generalmente, encontramos este recurso cuando Alberto comunica su admiración por Elena:
La vi alejarse como a un pájaro y perderse entre las gentes, que la hacían paso como a un heraldo de venturas y recogía eso que al pasar deja una mujer hermosa que lleva un ansia de amar… Eso que tienen algunas doncellas románticas y casi todas las viudas, en sus vestidos, y en sus palabras, y en sus suspiros: una esencial voluptuosidad generosa que se da a las cosas y a los hombres, que irradia y envuelve y crea sensaciones de vida y amor… (p. 29).
Debemos reseñar, por último, la marcada presencia de la metaliteratura en este relato, que viene a mostrar cómo hombres y mujeres, en la vida y en el amor, no se muestran sinceros y naturales, sino que fingen ser lo que realmente no son; siempre tratan de aparentar, de actuar, como si se hallasen en un escaparate, como si el mundo entero fuese un gran teatro. Cuando Elena refiere sus cuitas de amor, lo hace como si estuviese exponiendo las aventuras de una amiga. Alberto la recrimina, le pide sinceridad, ya que el primer paso para dejar de sufrir ha de ser el reconocimiento del propio dolor:
Me ha contado usted hoy otro nuevo cuento tártaro […] que atribuye a una “pobre amiga suya quien no ha logrado conocer y amar el amor hasta después de dos veces viuda” ¿No han sido sus palabras? (p. 36).
Finalmente, Elena se confiesa y reconoce su callado tormento, las calamidades de su matrimonio, lo cual hace que Alberto la califique de “la heroína de su historia” (p. 33). El escritor le habla de las excelencias del amor, anima a esta a abrir su corazón y a dejar atrás el pasado. Ella, cansada de tantos desengaños y padecimientos, incrédula y con desprecio, le espeta estas palabras: “¡Eso huele a novela cursi!” (p. 33).
Como se ha visto, por tanto, este es un relato singular y curioso, tras el que se oculta una azarosa historia, relativa a un matrimonio de escritores, que a inicios del siglo XX crean una novela corta, merced a la cual entran a formar parte de una colección literaria de éxito: La Novela de Bolsillo.
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Gloria Jimeno Castro
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Notas
[1] Enciclopedia Universal Ilustrada Europeo-Americana. Madrid. Espasa Calpe. 1908-1997. Pág. 723.
[2] Ibidem
[3] Mariano Mazas y Mardomingo, ¡Abrígame! Novela, cuentos exóticos y semicuentos, Madrid, Imp. del Asilo de Huérfanos del Sagrado Corazón de Jesús, 1902.
[4] Alejandro Bhér, ¡Labora!, Madrid, R. Velasco, 1911; El bobo. Madrid, Imp. de Nuevo Mundo,1912.
[5] Consúltese mi tesis Gloria Jimeno Castro: La Novela de Bolsillo (1914-1916): una colección literaria de transición. Leída el 1 de febrero de 2021 en la Universidad Complutense de Madrid.
[6] Alejandro Bhér, Dila. Poesías en prosa, Madrid, Hipólito, 1919.
[7] Mundo Gráfico, Madrid, 6 de febrero de 1918.
[8] Alejandro Bermúdez: Panorama errante. Madrid. La Mañana. 1917.
[9] La sección de Mundo Gráfico que corre a cargo de Alejandro Ber es “Del arte y de la vida”, en la que además de hablar de literatura, tanto española como europea, da muestras de su vasta cultura al analizar diversos temas de arte y de filosofía.
[10] Estos fenómenos lingüísticos son enumerados y descritos en Rafael Lapesa, Historia de la lengua española, Madrid, Gredos, 2005, pp. 465-477.
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