Alicia, la liebre y el jardín de las delicias – Un cuento, que no lo es, de Nieves Castillo Elizalde

Alicia, la liebre y el jardín de las delicias – Un cuento, que no lo es, de Nieves Castillo Elizalde

Alicia, la liebre y el jardín de las delicias – Un cuento, que no lo es

***

Nieves Castillo Elizalde – Alicia, la liebre y el jardín de las delicias

***

Alicia, la liebre y el jardín de las delicias – Un cuento, que no lo es

‟Lo has vuelto hacer”. Le dijo la Liebre a la niña. ‟Lo has enredado todo y puede que al final no salga bien y nos quedemos sin nada. Bueno…, te quedes tú sin nada”. 

‟Siempre lo lío todo. Esta en mi naturaleza. Pero las intenciones eran buenas. De eso estoy segura, bueno casi. Ya sabes que mi vida es una duda constante”. 

‟Lo has vuelto hacer” –repetía la mullida criatura, a la vez que movía la cabeza de izquierda a derecha, haciendo que sus largas y puntiagudas orejas fueran de un lado al otro. 

‟Y tienes razón con tanta historia y tanta palabrería…, igual se estropea el trato y te quedarás como al principio…, busca que te busca y sin encontrar algo que te plazca”. 

‟No me digas más” –respondió la cría. ‟Vayamos al Jardín prohibido de las Risas y tomemos las grosellas que crecen como racimos de uvas en los árboles. Estoy harta de hablar siempre del mismo tema. Grosellas, tomemos las grosellas”. Y abría la nariz como si ya pudiese oler la fragancia suave y dulzona que envolvía el ilegal edén. 

La liebre mucho más sabia y experimentada en las cosas de la vida negaba con un gesto condescendiente. Ella… había ido mucho al Jardín de las Risas y sabía que podía ser una escapatoria muy fácil para una chiquilla tan pequeña.

‟Solo por esta vez. Te prometo que, para la semana que viene, no vuelvo hasta que llegue por lo menos el Domingo”. 

La liebre conocía del poder de esas grosellas. No solo su sabor era caramelizado y su olor adictivo; además, tenían el privilegio de hacer que los disgustos y preocupaciones desaparecieran por arte de magia y las risas surgieran por la más tonta de las situaciones, carcajadas de una intensidad que relajaban el cuerpo y despejaban la mente. 

‟Grosellas, quiero grosellas” –insistía la chiquilla. 

‟Como deseéis” –asintió, la blanca y esponjosa criatura. ‟Pero mañana no quiero ni un remordimiento, ni un reproche por haberte zampado más de las que podías digerir. Tendrás que ir con la historia a otro cuento. Yo te digo lo que hay y te recogeré cuando no puedas volver solita a casa. Pero no aguanto otra jornada de dudas y autocensura. Ya deberías entender, que el Jardín de las Risas es para visitarlo de vez en cuando”. 

Para entonces, Alicia ya había empezado a correr por el sendero… y parecía que con tan solo pensar que se saldría con la suya, comenzaba a reírse sin tan si quiera haberse acercado una de las frutas a la boca.  

La historia termina como llevaba terminando últimamente, un día si y al otro también. La liebre  cargaba en sus brazos a la pitusa desvanecida, exhausta de tanta risa por tomar demasiadas grosellas. Y después de dejarla a salvo en su cama se iba tambaleándose por el sendero hacia su madriguera. 

Y colorín colorado… Esto no es un cuento y tampoco se ha acabado. 

***

Nieves Castillo Elizalde

Categories: Literatura

About Author