Beethoven: la humanidad de la música que nos une [Con motivo del Duocentésimo quincuagésimo aniversario del nacimiento de Ludwig van Beethoven 1770 – 2020] – Sebastián Gámez Millán

Beethoven: la humanidad de la música que nos une [Con motivo del Duocentésimo quincuagésimo aniversario del nacimiento de Ludwig van Beethoven 1770 – 2020] – Sebastián Gámez Millán

Beethoven: la humanidad de la música que nos une [Con motivo del Duocentésimo quincuagésimo aniversario del nacimiento de Ludwig van Beethoven 1770 – 2020]

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Beethoven: la humanidad de la música que nos une

Precisamente un día tal como hoy, hace 250 años, nació en Bonn Ludwig van Beethoven (1770-1827), uno de los músicos más reconocidos e influyentes de la historia. Según Eugenio Trías, “si algún compositor puede decir, al modo del Rey Sol, `la Música soy yo´, ése es Ludwig van Beethoven. Su popularidad sólo es comparable a la altísima estima que suscita en la opinión más exigente: un privilegio del que muy pocos artistas han gozado”. Para celebrar el doble centenario y medio de su nacimiento he puesto una vez más la Novena Sinfonía, interpretada por la Orquesta Philharmonia y dirigida por Whilhelm Furtwängler. En realidad, cada vez que lo escuchamos, ¿no celebramos su nacimiento?

¿Qué extraño e hipnótico poder posee la música para alterarnos y embaucarnos como pocas experiencias de la vida? Un adorador de su música y, en especial, de la Novena, en la que pensaba que estaba encerrado “el secreto de los secretos”, el compositor Richard Wagner, durante los disturbios de 1849, en las barricadas de Dresde, mientras contemplaban el incendio del Teatro de la Ópera, le dijo a un revolucionario: “¡Es la Alegría, bella chispa divina, la que ha provocado el incendio!”

“¿Por qué lloro cuando canta Orión?” es el título de uno de los últimos ensayos de George Steiner, dedicado a la música y en el que recuerda que “Lenin tenía pavor de que la Apassionata de Beethoven pudiera desviar su voluntad de bolchevique de las severidades requeridas. La sublimidad wagneriana juega también un papel notable en la autoimagen del Reich de Hitler. Así también la Novena Sinfonía de Beethoven. El hecho de que esta misma obra sirva de himno para el comunismo como para las Naciones Unidas enfatiza el juicio de Platón acerca del poder demoniaco de la música”.

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Ludwig van Beethoven – Symphonie Nr. 7 A-dur Op. 92 – Satz II: Allegretto [Wiener Philarmoniker – Carlos Kleiber]

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Wittgenstein escribió en el Tractatus que “Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo”. Basta escuchar la Novena, o sus últimas sonatas y los cuartetos de cuerda, para poner esta proposición en tela de juicio, salvo si consideramos la música como otro lenguaje, un alado lenguaje que carece de significado semántico y, sin embargo, nos lleva fuera de sí. Como otros hijos universales del pensamiento filosófico (Kant) o las artes plásticas (Goya), Beethoven fue un hombre de la Ilustración que abrió las puertas del Romanticismo, dos de las corrientes históricas que nos constituyen, como lo apolíneo y lo dionisíaco, en términos de Nietzsche.

Cuando mencionamos el genio de Beethoven es casi ineludible compararlo con el de Mozart. Las comparaciones pueden ser más o menos odiosas, pero sin ellas no podemos conocer. A pesar de que esta noción romántica se encuentra rodeada de una magnificada aureola, por “genio” sigo entendiendo la definición que nos ofreció Kant: “el que da la regla del arte que está porvenir”. Y en este sentido no albergo dudas de que el paisaje de la música fue conmovido y transformado tanto por el uno como por el otro.

El padre de Beethoven, Johann, músico en la corte del arzobispo-elector, observando en su hijo signos de un talento pianístico precoz procuró hacer de él un nuevo Mozart. En marzo de 1778 lo exhibió en un concierto, anunciándolo como “mi hijito de seis años”, para impresionar aún más al auditorio, claro está. Mas, a diferencia de Mozart, Ludwig no poseía una predisposición innata hacia la música equiparable al de Salzburgo y, para bien o para mal, si estas categorías morales pueden oponerse al destino, su carrera como niño prodigio no le llevó muy lejos.

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Ludwig van Beethoven – Klaviersonate No. 30 E-dur Op. 109 – Satz III: Gesangvoll, mit innigster Empfindung (Andante molto cantabile ed espressivo) [Maurizio Pollini, piano]

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En “El misterio de la creación artística”, un memorable ensayo de otro destacado europeísta cosmopolita, Stefan Zweig comparaba cómo creaban el uno y el otro. Sabemos que Mozart podía componer mientras jugaba al billar; “la imagen que se nos ofrece de la manera de trabajar de Beethoven es tan distinta de la anterior como la de un fiordo noruego del mar de Italia. (…) Así como en Mozart descubrimos la actividad creadora como acción gozosa y exenta de esfuerzo, en Beethoven la sentimos como un tormento que recuerda las contradicciones y el dolor de una parturienta. Mozart juega con el arte como el viento con las hojas; Beethoven lucha con aquél como Hércules con la hidra de mil cabezas”.

¿Significa esto que Mozart es superior a Beethoven? Bertrand Russell también escribía con mayor fluidez que Ludwig Wittgenstein, y no por ello decimos que es mejor. Desde luego, posee extraordinarias cualidades artísticas, como la naturalidad, de las que carece Beethoven. Arthur Schnabel declaraba que “Mozart es demasiado fácil para los niños y demasiado difícil para los adultos”. “Con Beethoven, añade Daniel Barenboim, ese problema no existe: él es de un complejidad inmensa, y la lucha es una parte orgánica de cada representación”.

Me resisto a creer que todo arte vale igual, pero el juicio de gusto estético, propio de las artes, a diferencia del juicio determinante, propio de las ciencias, parece incapaz de concluir la superioridad de uno sobre otro. En vez de lo uno o lo otro, ¿por qué no lo uno y lo otro? Aquí no hay oposición irreconciliable, sino más bien gozosa diversidad. No pocos de los avances de las últimas décadas se deben a mi parecer a haber cambiado la antigua disyunción en una conjunción.

Tanto su principal biógrafo, Jan Swafford, como otros críticos, consideran que la revolución musical de Beethoven arranca con la Tercera, conocida como la Heroica (opus 55). Escrita entre 1803 y 1804, a juicio de Ramón Andrés, en esta composición “se vislumbran los fundamentos de la que será su propuesta, una música capacitada para expresar, como nunca antes, el conflicto interior humano, una metafísica de complejos acordes que pregunta con obsesión por la melodía del devenir”.

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Ludwig van Beethoven – Sinfonie Nr. 9 D-moll, Op. 125 – Satz III: Adagio molto e cantabile – Andante moderato – Adagio [Chor und Orchester der Bayreuther Festspiele – Wilhelm Furtwängler]

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Según Ramón Andrés, Beethoven, a diferencia de Haydn y Mozart y otros antecesores, posee un proyecto: “pensar el destino de los pueblos, afianzar el sentimiento de esperanza y hacer de ella una patria, una espera que no está en el futuro, sino en el ahora y, por eso mismo, permite vivir la salvación en el propio presente. (…) La vocación de su música es utópica, profética, se siente incómoda con el nihilismo; no trata tanto de afirmar como de elevar los espíritus a una región luminosa, esa misma a la que había aspirado su coetáneo Hölderlin”.

Mientras escuchamos música nos sentimos atravesados y salvados. La música es un “hogar emocional”, si se me permite aplicar en este contexto la metáfora de Ágnes Heller. Nos ofrece un cobijo desde el que refugiarnos de la implacable y a veces insoportable realidad, un espacio al que podemos recurrir siempre que escuchamos determinadas piezas musicales que nos acompañan y nos impulsan a recordar, imaginar y soñar. Al igual que el arte, la música educa nuestro modo de sentir y habitar el mundo.

Al menos desde 1792 Beethoven conocía la Oda a la alegría de Schiller, a la que proyectaba ponerle música. Compuesta entre 1822 y 1824, la Novena se estrenó por primera vez en Viena el 7 de mayo de 1824. Se diría que es el himno de Europa, “la marsellesa de la humanidad”. Según Ramón Andrés, “el coro que eleva los versos de la oda de Schiller es una declaración moral, no solo un acto de fe, sino una restitución, una especie de definitiva donación de la tierra a sus moradores. Los hace propietarios de pleno derecho. Ahora, cada uno de los seres humanos tiene bajo los pies el edén de la dignidad”. ¿Consolaba aquella música sublime los fracasos amorosos de Beethoven, su carácter colérico, huraño y desconfiado, la sordera que lo torturó durante sus últimas décadas?

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Ludwig van Beethoven – Streichquartet F-dur op. 135 – Satz IV: Der schwer gefaßte Entschluß. Grave (Muß es sein?) – Allegro (Es muß sein!) – Grave, ma non troppo tratto – Allegro [Melos Quartett]

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Daniel Barenboim suele decir que mientras escuchamos música, pongamos Beethoven, nos olvidamos de israelíes y palestinos, nazis y judíos, blancos y negros… Se diría que durante esos momentos somos la música que suena y nos une. La humanidad ha vivido durante 2020 uno de los peores años de los que tenemos memoria desde la Segunda Guerra Mundial. Un horizonte de esperanza se abre con las vacunas. Si fuera capaz de crear música de una manera remotamente parecida a la de Beethoven, creedme, hubiera compuesto una pieza para celebrarlo; quizá estas palabras no sean más que un pretexto para que volvamos a escuchar a Beethoven: sigo creyendo que merece nuestra pena y nuestra alegría, es decir, nuestra humanidad, esa suena en la Novena y nos une fraternalmente más allá de las fronteras que levantamos.

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Autograph der Neunten Sinfonie Beethovens [Seite 12] – [© Stiftung Preußischer Kulturbesitz – Staatsbibliothek Berlin]

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Sebastián Gámez Millán

16 de Diciembre de 2020

Categories: Caffè Monteverdi, Música

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