Con fólderes y a lo loco – Gloria Jimeno Castro

Con fólderes y a lo loco – Gloria Jimeno Castro

Con fólderes y a lo loco

 

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Presta y rauda organizo mi bolso para una nueva jornada y, al disponerme a cargarlo sobres mis hombros, percibo cuán pesado es. Mientras pienso en tal asunto, que bien pudiera parecer una nimiedad, caminando en dirección al metro, de improviso, una imagen cinematográfica se apodera de mi mente, surge de manera vívida ante mis ojos el ya mítico bolso de Mary Poppins, así como su pizpireta dueña, sacando del mismo, para sorpresa del ingenuo espectador, un perchero, una jaula de pájaro y otra serie de insólitos cachivaches. Y me veo con diez años frente a la televisión, gozando con esa joya de Disney, cavilando sobre lo interesante y ameno que debía ser educar y ser institutriz o maestra.

De modo inesperado, pues, mi mente se retrotrae años ha, y se me ocurre que si yo tuviera que recoger esta anécdota por escrito en un diario, tendría que emplear para tal cometido la técnica narrativa denominada “analepsis” o “retrospección”, más conocida por su uso en el cine con el término de flashback o flash-back (de las dos maneras se registra). Inopinadamente, creo haber encontrado un ejemplo, con el que explicar a los alumnos este concepto, y de paso, aprovechar para mostrarles sus posibilidades creativas en los relatos.

Como es bien sabido, este tipo de anacronía, cobra un auge inusitado en la novelística de principios del siglo XX, cuando la novela realista decimonónica ya agonizaba y se empezaban a cultivar otras técnicas narrativas, que buscaban crear una nueva novela. Se inicia así un proceso en nuestra literatura que culmina en la llamada “Edad de Plata” [1], sobre la que se han realizado interesantes investigaciones los últimos años desde la Universidad Complutense, bajo la brillante tutela, entre otros, de la doctora Ángela Ena Bordonada, de quien tantos años he sido pupila y doctoranda, amén de entusiasta admiradora. Los trabajos aludidos descubren cómo en las colecciones de relatos cortos de inicios del siglo XX se ocultan pruebas fehacientes de cómo la modernidad narrativa permeaba ya las páginas de autores hoy poco recordados, ávidos lectores y émulos de los novelistas europeos en boga, y cuya aportación, afortunadamente, ha dejado de desdeñarse.[2]

Es el momento también de las Vanguardias en toda Europa, en cuyo desarrollo tuvieron una importancia capital autores españoles, no lo olvidemos nunca, como Rafael Cansinos Assens [3] o Ramón Gómez de la Serna [4] por citar un par de nombres, por los que siento una paladina preferencia. Este último, además, en una colección de relatos cortos, La Novela de Bolsillo, redacta un curioso escrito, El Doctor inverosímil, fechado en 1914. En estas páginas descubrimos con sorpresa cómo su protagonista, el doctor Vivar, y por extensión su creador, se perfilan como discípulos aventajados de Freud, toda vez que con sus razonamientos lógicos, de inesperada modernidad, y con un dominio de la psicología bastante plausible, convencen al lector de que los casos clínicos expuestos aquí , más bien sorprendentes, eran reales y verosímiles.

El caso es que, tanto Cansinos Assens como Ramón Gómez de la Serna recurren en algunos de sus títulos a la técnica de la analepsis, para de modo pausado ahondar en la psique, en el subconsciente de los protagonistas de algunas de sus novelas, contenidas en colecciones de relatos cortos, que cosecharon tanto éxito en la España de principios del siglo XX.
Todos estos pensamientos desordenados y caóticos me dominan de camino al trabajo. Durante el trayecto vuelvo a echar la vista hacia el pasado, una visión del ayer vuelve a imponerse en mi psique de forma sorpresiva. Ahora me encuentro en las aulas durante los años en que cursaba la carrera de Filología Hispánica, escuchando atentamente en la materia de Teoría de la Literatura al profesor Garrido Domínguez, que de modo magistral se explayaba en el arte de elaborar la temporalidad, las coordenadas temporales de un relato, y rememorando cómo nos mostraba, a guisa de ejemplo, fragmentos de Cela y Torrente Ballester, donde de forma modélica daban entrada a analepsis, y sin dejar de explicarnos su razón de ser y el tipo de analepsis seleccionada, porque hay diversos tipos.[5] Subrayaba, además, que, a pesar de registrarse de modo profuso en las novelas del siglo XX, ya en el Quijote se detectan ejemplos de la citada técnica, no en vano, Cervantes asentó los pilares de la novela moderna.

Y yo sigo a cuestas con mi bolso de Mary Poppins, que casi duplica mi peso, y llega el momento ya de explicar cuál es la razón de elegir este complemento que ha dado pie a mi disertación. Pues bien, es absolutamente prosaica y banal, para entenderlo baste señalar qué ocurre cuando el profesor entra en las aulas, y, tras ímprobos esfuerzos, se hace el silencio. Sucede que, tras ese momento mirífico, siempre hay algún alumno que turba la paz para preguntar:

“- Profe, ¿tienes: un pañuelo; un boli; un lápiz; colores; folios; sacapuntas; corrector; celo; un borrador; pegamento; una regla; unas tijeras; una toallita; una tirita; una goma para el pelo; un caramelo para la garganta; algo de comer; crema de manos; colonia; un ibuprofeno; un consejo y consuelo para mi alma contrita…?”

Todo eso y más contiene el bolso de las profes. De todo, por tanto, creía llevar yo, hasta que un día un alumno me pilló desprevenida, en lo que se refiere a posibles productos demandados por los escolares:

“- Profe, ¿tienes folders?-

La cara que se le queda a una profesora de Lengua Castellana y Literatura ante semejante anglicismo, lanzado a primera hora, no tiene parangón. Es en ese instante cuando mi corriente de conciencia empezó a fluir sin dique alguno, ante tal aldabonazo de cariz anglosajón. Empecé a verme asediada por toda clase de pensamientos, a forjar asociaciones de ideas de modo inexplicable, tal como hacían los personajes de las novelas que se encerraban en su universo mental [6]:

Folder, ¿de qué me suena eso? Yo he leído esa palabra en algún sitio, hace poco. Pero, ¿dónde?”

De repente, se percibe en el aire el olor a bollería horneada en la cafetería para satisfacer los paladares caprichosos de los alumnos en su momento de asueto. Y me vuelvo a mi monólogo interno y silencioso:

“Huele a napolitana, a magdalena, a ver si Marcel Proust me inspira para dar con esa palabra. Ya recuerdo, cuando leí esa palabra también olía a magdalena, sí, estaba en una cafetería, enfrente de una papelería. Se llamaba… Folder. Luego éste me está pidiendo algo de papelería, pero ¿qué quiere exactamente? ¡Qué momento literario! ¡Una experiencia sensorial, el olor a magdalena, (bueno, ahora queda más refinado y políglota, decir cupcakes, que son las magdalenas de toda la vida pero con más florituras y más insípidas), me ha remitido a un recuerdo, al letrero de Folder! Si a Proust el sabor a magdalena le dio en su En busca del tiempo perdido para indagar en sus recuerdos en siete volúmenes, y dejar su huella renovadora en tantas mentes literarias [7], ¡cómo no voy yo a perder mi tiempo en escribir, un día cualquiera de estos, un artículo para mi sección, en busca de los usos lingüísticos de mis alumnos! ”

El alumno me saca de mi ensimismamiento creyendo que estoy sorda, cuando la realidad es que me estoy haciendo la sorda para ganar tiempo y resolver la incógnita de qué me está pidiendo, sin necesidad de quedar como analfabeta en la lengua de Shakespeare.

“- Profe, ¿Qué si llevas un folder en ese bolso del que siempre sacas de todo?-

Y yo sigo a lo mío, entregada a mi fluir de conciencia:

“Para saber si tengo un folder tendré que saber qué cosa es. ¡Pues adivina!”

Mientras me realiza la pregunta, observo que el alumno, impaciente, y algo airado, blande en su mano unos folios.

“Éste quiere algo para las hojas, pero no sé qué, ¿una grapadora? El tiempo se me está haciendo eterno”.

Como de soslayo, miro el reloj, pero sólo ha pasado un minuto. Ahora ya he experimentado en mi persona ese concepto del tiempo psicológico o interior [8], forjado por los más conspicuos y renovadores autores, descollando entre ellos Joyce en Ulises, y con tan claras reminiscencias de Henry Bergson y su durée.
“Mucho está durando ya este monólogo interior. Me da igual quedar por ignara en materia de inglés. Me voy a armar de valor y preguntar”.

“- Chicos, ¿qué es un folder?- pregunto.

– Pues, profe una carpeta de plástico transparente para meter folios- me contestan extrañados.

– Y ¿por qué no lo pedís así?- señalo yo algo confusa.

– No sé, yo lo llamo así, es más corto que en español- sentencia el alumno que ha originado mi locura matinal.

Tras aquellos momentos de tintes proustianos, me impongo la tarea de investigar sobre ese término y esa cuestión tan mollar.
Si consultamos el Diccionario de la lengua española se indica que el vocablo “folder” como tal no existe, pero sí se registra con tilde en la “o”, al haberse adaptado a las reglas castellanas de acentuación. Dicha palabra significa “carpeta”.

Por otro lado, descubrimos que en el Diccionario panhispánico de dudas se añade a lo dicho que “fólder” se emplea en varios países americanos con el sentido de “pieza rectangular de cartón o plástico, que doblada por la mitad, sirve para guardar o clasificar papeles”. A renglón seguido, se pone de relieve que su plural es “fólderes” y no “fólders”, tal como señaló mi alumno. Asimismo, se especifica que, aunque es lícito emplear este anglicismo en español americano, resulta un desatino que un hablante de España prefiera esa palabra, existiendo el término “carpeta”.

Cabe preguntarse ahora, si, realmente, el objeto demandado por el alumno debe nombrarse como “carpeta”.

En el Diccionario de la lengua española se apunta que una carpeta es “un útil de escritorio, generalmente, de cartón o plástico, que doblado por la mitad, y a veces, cerrado por cintas o gomas, sirve para guardar papeles”.

Joan Corominas señala en su Diccionario etimológico de la lengua castellana que esta palabra data de 1601, momento en que su acepción no es otra que “cubierta de un legajo”, y, tomada del francés, del término “carpette”, que a su vez es deudor del inglés “carpet”, cuyo significado es “alfombra”.

A mi modesto modo de ver, lo que me pide mi alumno no es propiamente una carpeta, al no estar doblado por la mitad ni llevar gomas. Es un plástico para portar folios. ¿Se ajustaría más este objeto a la denominación de “portafolios”? Procedamos, entonces, a realizar las consultas pertinentes.

Recurrimos de nuevo a las mismas fuentes de consulta, así encontramos que en el Diccionario de la lengua española se especifica que “portafolios” es “una cartera de mano para llevar libros, papeles…”

Por su parte, Joan Corominas apunta en su Diccionario etimológico de la lengua castellana que es, efectivamente, una cartera de mano, cuya procedencia es francesa, proviene de “porta-feuille”, y, a continuación, pasa a fecharla en nuestra lengua en 1936. Tampoco, por tanto, lo que concita nuestra atención se ajusta a estos parámetros.

¿Portahojas sería factible? Pues es lo cierto, que esta palabra no se registra en ningún diccionario; ahora bien, si alguien hace la prueba de acudir a una papelería o pedir vía Internet tal cosa, curiosamente descubrirá que sí emplean los usos “portahojas” o “porta hojas”, como modo de nombrar un soporte para apilar hojas o para exponerlas para su lectura. De cualquier modo, tampoco nos sirve para nuestros fines.

Personalmente, suelo emplear como modo de denominarlo “funda de plástico transparente para hojas”, o, simplemente, “funda para hojas”, porque lo concibo como un protector de las mismas, de documentos o trabajos.

Nuestro Diccionario de la lengua española dice que una funda es una “cubierta o bolsa de cuero, paño u otro material, con que se envuelve algo para conservarlo o resguardarlo”. Y Joan Corominas en su Diccionario etimológico de la lengua castellana dice que deriva del latín, y se registra en 1335 con la acepción de “bolsa”. De ello se infiere, pues, que no sería un dislate decantarnos por esta palabra.

De cualquier modo, no acepto “folder” ni “fólder” en el contexto de una clase de Lengua Castellana, no ha lugar. Ello no es óbice, para que tome nota de mi fallo e incorpore a mi bolso unas fundas de plástico transparentes para hojas, para guardar apuntes, trabajos, exámenes, documentos…

En unos minutos de trayecto mi mente originó este laberinto de pensamientos. Creo que fue Goethe quien dijo: “Echa al mundo ese monstruo que te atormenta las entrañas, ¡redáctalo!”. Yo soy obediente. Con todo, no sé qué diría Freud de mi gusto por Mary Poppins y mi tendencia a los bolsos grandes, que me han dado pie a estas páginas. Mejor será irme volando con mi bolso, y, por supuesto, ya con fólderes y a lo loco. Nadie es perfecto, ¿no?

 

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Gloria Jimeno Castro
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Notas

1. Ena Bordonada, A.: “Las letras en el Madrid de 1898”, en VV. AA.: Madrid 1898, Madrid, Ayuntamiento de Madrid, 1998.
______________ (ed): La otra Edad de Plata. Temas, géneros y creadores (1898-1936). Madrid. Editorial Complutense. 2013.

Mainer, J. C.: “1900-1910: Nueva literatura, nuevos públicos”, en La doma de la Quimera, Bellaterra, Universidad Autónoma de Barcelona, 1988.
__________: La Edad de Plata (1902-1931). Ensayo de interpretación de un proceso cultural. Barcelona. Libros de la Frontera. 1975.
Sainz de Robles, F. C.: La novela española en el siglo XX. Madrid. Pegaso. 1957.

2. – Muchos son los estudios que despertaron el prurito de conocimiento hacia estas colecciones de relatos cortos y nos animaron a los investigadores a seguir por esa senda por ellos desbrozados. Yo expreso, en este sentido, mi deuda hacia la obra de Alberto Sánchez Álvarez-Insúa, mi mentor y entrañable amigo. Ineludible la lectura , pues, de:

– Sánchez Álvarez-Insúa, A.: Bibliografía e Historia de las colecciones literarias en España
(1907-1957). Madrid. Asociación de Libreros de Viejo.1996.

– ____________________: “Las colecciones literarias en el Madrid de Alfonso XIII (1902 –
1931)”, Ciclo “El Madrid de Alfonso XIII (1902 – 1931)”, Ayuntamiento de Madrid, 1997.

Aparte de los citados trabajos, son esenciales a este respecto, las obras de:

Martínez Arnaldos, M.: “El género novela corta en las revistas literarias. Notas para una sociología de la novela corta, 1907-1936”, en Estudios dedicados al profesor Baquero Goyanes, Universidad de Murcia, 1974, págs. 234-249.

_______________________: Artemio Precioso y la novela corta. Papeles de la Diputación de
Albacete. Colección Arcanos. Albacete. 1997.

Sainz de Robles, F. C.: La promoción de < < El Cuento Semanal >>. Madrid. Espasa Calpe. 1975.

3. – Florido, F.: Rafael Cansinos Assens (Novelista, poeta, crítico, ensayista y traductor). Madrid.
Biblioteca Fundación Juan March. Serie universitaria. Número 102. 1979.

– Oteo Sans, R.: Cansinos Assens: entre el Modernismo y la Vanguardia. Madrid. Editorial
Aguaclara. 1996.

Torre, G. de: Literaturas europeas de vanguardia. Madrid. Caro Raggio. Editores. 1925.

4. Flórez, R.: Ramón de Ramones. (El libro del centenario). Madrid. Bitácora. 1988.

Gómez de la Serna, G.: Ramón (obra y vida). Madrid. Taurus. 1963.

5. Si se desea leer más sobre ello, recomiendo vivamente la consulta de los siguientes estudios:

Garrido Domínguez, A.: “El discurso del tiempo en el relato de ficción”, en Revista de Literatura, LIV, 107, págs. 5-45
– ____________________: El texto narrativo. Madrid. Editorial Síntesis. 1966.

6. Resulta muy conveniente tomar nota de lo dicho sobre esta técnica narrativa por Humphrey, R.: La corriente de conciencia en la novela moderna. Santiago de Chile. Ed. Universitaria. 1969.

7. Sobre el influjo de este autor francés en nuestra literatura debe prestarse atención a lo escrito por Varela Jácome, B. : Renovación de la novela en el siglo XX. Barcelona. Destino. 1967.

8. Disipa muchas dudas al respecto el trabajo de Ricoeur, P.: Tiempo y narración. Madrid. Cristiandad. I-II. 1987.