Formación y creación del universo léxico adolescente. Repercusión y reinterpretación de Don Quijote, del “Roto de la Mala Figura” y de los videojuegos en el ámbito educativo – I – Gloria Jimeno Castro

Formación y creación del universo léxico adolescente. Repercusión y reinterpretación de Don Quijote, del “Roto de la Mala Figura” y de los videojuegos en el ámbito educativo – I
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Formación y creación del universo léxico adolescente. Repercusión y reinterpretación de Don Quijote, del “Roto de la Mala Figura” y de los videojuegos en el ámbito educativo – I
No es infrecuente que la literatura en el desarrollo de una cotidiana clase, de modo inusitado, se torne en un espacio de gratas sorpresas, en un entorno de reflexión y fecundo diálogo.
Corría el mes de abril de este año tan particular para docentes y alumnos, 2021, y con motivo del Día del libro, traje a colación unos fragmentos de Don Quijote de la Mancha para trabajar la obra de Cervantes y conmemorar fecha tan significativa.
Entre los fragmentos seleccionados estaba el consabido episodio de los molinos, toda vez que en el manual de curso aparecía recogido el famoso capítulo VIII,titulado Del buen suceso que el valeroso don Quijote tuvo en la espantable y jamás imaginada aventura de los molinos de viento, con otros sucesos dignos de felice recordación, e, igualmente, prestamos atención preferente al capítulo XXII, De la libertad que dio don Quijote a muchos desdichados que mal de su grado los llevaban donde no quisieran ir.
Tras exponer los datos más relevantes de la biografía y bibliografía de Miguel de Cervantes, y de realizar una recensión de la obra para poder encuadrar los capítulos aludidos, un alumno leyó el conocido fragmento de los molinos, y otro se encargó de recordar lo relativo al episodio de los galeotes. Tras ello, se dio paso a la reflexión y comentarios.
Lo primero que me llamó vivamente la atención fue la expresión de sorpresa de los alumnos tras la lectura, así como su satisfacción por haberse acercado durante unos minutos a la obra del autor español más celebrado de todos los tiempos. Afirmaban con cierto estupor que les agradaba Don Quijote, que era una obra menos aburrida de lo esperado, e, incluso, proclamaban su admiración por Cervantes, al que hasta entonces consideraban decididamente, y sin conocimiento de causa, un tostón. Ello ha de aceptarse pues, como indicio de su indiscutible y perenne calidad literaria.
He de confesar que yo jamás concebí tras mi lectura de Don Quijote a su protagonista como un personaje risible, burlesco, pese a que siempre tenemos presente que estamos ante una parodia del género caballeresco.
Don Quijote, desde la primera vez que leí la obra a edad temprana, me infundió respeto, me parecía un modelo de actitud ante la vida. Por otra parte, tampoco me movió a risa el episodio de los molinos, no concebía yo que la locura y fantasía, que conducían a don Quijote a ver gigantes donde había molinos, y a luchar contra ellos, fuese un error, algo recusable.
No huelga poner de manifiesto cómo la interpretación del Quijote fue cambiando con el correr de los siglos, y de acuerdo con la índole y el pensamiento imperante en cada centuria, y como consecuencia de ello, paulatinamente, la novela dejó de leerse, exclusivamente, como una invectiva contra los libros de caballería. [1]
Un cervantista como Emilio Martínez Mata subraya un hecho sustantivo en este sentido, y es que la “historia de la interpretación del Quijote es de algún modo, una historia de las ideas, de cómo nuevas mentalidades interpretan de un modo diferente los textos literarios. Y es también una historia de la crítica literaria, de los diversos modelos de acercamiento al texto que pueden verse bien ejemplificados en las distintas consideraciones sobre la novela cervantina”. [2] Este estudioso pone el énfasis, además, en el hecho decisivo de que desde “el siglo XVIII, las diferentes corrientes críticas utilizaron las obras maestras como piedra de toque de sus posiciones divergentes. En esa tarea, el Quijote ha sido una de las obras clave, hasta el punto de que su interpretación desempeñó un relevante papel en el nacimiento de la historia literaria”.[3]
A renglón seguido, nos descubre cómo la publicación de una biografía de Cervantes, incluida en el año 1738 en la edición inglesa del lord Carteret, y realizada por Mayans, ponía de manifiesto las grandes penalidades pasadas por el autor del Quijote, su valentía durante de la batalla de Lepanto, y el sufrimiento que todo ello le acarreó, así como las estrecheces económicas y la miserable vida que arrastró en sus últimos años de existencia. Todo lo cual determinó que comenzará a percibirse el Quijote como una obra en que su autor, Miguel de Cervantes, proyectaba, en cierto modo, su concepción, un tanto frustrada, del existir humano, tras la aceptación resignada de la imposibilidad de consecución de sus ideas sobre el honor, la heroicidad, la libertad, o de la lucha por todo lo que él creía en su juventud. [4]
No otra cosa, precisamente, es lo que expresa Ramiro de Maeztu en Don Quijote, don Juan y la Celestina, subraya que Cervantes “llega a los cincuenta años de edad, fecha, en que, poco más o menos, aparece en su espíritu el pensamiento central del Quijote, fracasado por completo: como militar, puesto que no progresó en la carrera de armas; como escritor, porque sus comedias no le permiten vivir con decoro; como hombre de carrera, puesto que se gana la vida cobrando malas deudas; como hombre de honor, porque está preso, y aun como hombre, puesto que se halla manco”[5]. Seguidamente añade Maeztu: “¿Cómo consigue consolarse? Cervantes pone los propios sueños marchitados de su juventud idealista en el cuerpo de un viejo impotente para realizarlos. Más de cien veces debió ocurrírsele, en sus tiempos de recaudador y alcabalero, comparar sus esperanzas juveniles con sus realidades maduras; pero un buen día la fantasía le hizo fundir en una sola visión sus ilusiones mozas y sus achaques seniles, y en ese instante surgió, esencialmente toda entera, la figura del ingenioso hidalgo.”[6] En suma, esta novela, sobre todo, tras el Romanticismo, empieza a ser valorada como una obra de múltiples lecturas, que encierra también una interpretación simbólica sobre el sentido de la existencia humana, ya que habla de la lucha por la libertad [7], y claro es, por todos aquellos ideales que forjamos desde la niñez y adolescencia, pero que pueden frustrarse por motivo de una sociedad materialista, llena de prejuicios y de cánones, que condenan al individuo a no actuar tal como desease, como le dictaran su corazón y sus ideales.
Siguiendo con esa misma línea de pensamiento, sea como fuere, yo entendí bien pronto, que aquel caballero luchaba contra lo que él sentía como una forma del mal, de la injusticia, pese a ser consciente de que tenía todas las de perder. Mas él luchaba conforme a sus ideales, se enfrentaba a sus miedos.
A tenor de lo sucedido en aquella clase, descubrí que mis alumnos de 2º de ESO eran de mi mismo parecer, realizaron semejantes reflexiones a las mías a su edad. Ningún alumno se rió tras leer esa aventura de los molinos, ni juzgó como desvarío el proceder del personaje que da nombre a esta novela.
Por el contrario, lo primero que hicieron los alumnos fue preguntarme acerca del porqué del enfrentamiento contra los molinos o gigantes, querían saber contra qué luchaba realmente don Quijote, qué representaban los molinos exactamente, cuál fue el motivo que llevó a Cervantes a escoger ese elemento característico del paisaje de Castilla para contar todo lo recogido en estas páginas antológicas. Es lo cierto que un nutrido número de estudiosos cervantinos, entre los que destaca Blas Caballero Sánchez, se han detenido a estudiar este episodio con recreo de erudito, para defender posteriormente la teoría de que, en realidad, Miguel de Cervantes, al enfrentar a don Quijote con estos ingenios de la técnica, enclavados en tierras manchegas, lo que pretendía era establecer un parangón entre éstos y los molinos de los Países Bajos, obra de luteranos, es decir, enemigos de la Iglesia, del catolicismo. [8] En aquel momento, por tanto, a tenor de lo sostenido por este experto, a Cervantes le venía a las mientes la lucha sostenida entre españoles y los rebeldes de Flandes, liderados por el duque de Alba. Quiere ello decir, que Cervantes pretendía que don Quijote, alegóricamente, se enfrentase al enemigo español y de la cristiandad. [9]
Jorge Urrutia en su análisis de dicho episodio quijotesco, añade a lo dicho que para un español cualquiera de la época de Cervantes, la mera observación en medio de la Mancha de aquellos gigantescos armatostes, nuevos y sorprendentes, no cabe duda que debían desconcertarlo, hacerle sentirse insignificante ante sus proporciones, e, inevitablemente, concebirlos metafóricamente como gigantes e ingenios del mal, de la modernidad y de la técnica. [10]
A raíz del análisis de este aspecto, añade, además, este experto que don Quijote no cree haber cometido un desvarío al enfrentarse a los molinos que, por otra parte, él sí que ve como tales, puesto que el influjo de los libros de caballería le llevaban a pensar que aquellos genios del mal se transformaban, ora en gigantes; ora en molinos, por culpa de Frestón. [11]
Don Quijote, por tanto, cree estar cumpliendo con su deber, toda vez que tiene la certidumbre de que aquellos molinos encierran un germen de maldad, encarnan un grave peligro para todos, y es su misión de caballero andante neutralizar su poder maligno, enfrentarse a su enemigo, apartando de sí temores, dudas e inseguridades. No es ocioso recordar, además, que esa confusión entre molinos y gigantes, esa idea de relacionar los molinos con el mal, no por casualidad, remiten a Dante, a otro de los grandes clásicos de la literatura universal. Es lo cierto que en la Divina Comedia, en el Infierno, el visitante, sorprendido, pregunta a Virgilio por unas torres muy altas, y éste le dice que no son torres sino gigantes. [12] Curiosamente, en otra ocasión también, y en esta artística
expedición infernal, el viajero equivoca las armas del diablo, precisamente, con las aspas de un molino movidas por el viento, de lo cual se infiere que Cervantes, consciente o inconscientemente, tenía presente al autor florentino y su más destacada aportación a la literatura universal. [13]
En el manual de Lengua castellana y literatura del curso, y a propósito de lo comentado, se les planteaba a los alumnos la siguiente cuestión: ¿por qué a la gente le resultaba ridículo que un hombre maduro como don Quijote actuara de esa manera irracional?
Con absoluta mesura en su forma de hablar, una de mis alumnas contestó con convicción que a la gente podía resultarle patético el proceder de don Quijote por miedo al ridículo, por temor a la sociedad y al qué dirán. Según su parecer, el problema radicaba en que las personas cuando crecemos, por algún motivo, dejamos de luchar por nuestros sueños, nos da vergüenza ser auténticos, decir lo que pensamos, actuar tal como nos dicta nuestro corazón. En definitiva, dejamos de perseguir quimeras, de dejarnos llevar por la fantasía infantil y por nuestra ingenuidad.
El apabullante razonamiento, al que confería tanta autenticidad mi alumna, me conmovió profundamente, por la simple razón de que yo pensaba exactamente lo mismo.
Como suele acontecer siempre en estos momentos de mágica quietud y embelesamiento en clase, una voz vino alterarlo todo:
- Profe, ¿sabes qué? Don Quijote es muy “roto”.
Ante aquellas palabras, mi corazón pegó un vuelco, erróneamente pensaba yo (¡ingenua de mí!) que mi alumno había leído algo de la obra de Cervantes, y que conocía a Cardenio.
Como es bien sabido, Cardenio era también conocido como el “Roto de la Mala Figura”, quien se hallaba enloquecido por amor, cuando de manera providencial coincide en Sierra Morena con don Quijote.
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Gloria Jimeno Castro
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Notas
[1] -Sobre este particular revísese el imprescindible estudio de Emilio Martínez Mata: “El cambio de interpretación del Quijote: de libro de caballerías burlesco a obra clásica”, en “Actas del coloquio Internacional”, Oviedo, 27-30 octubre 2004, (coord. Emilio Martínez Mata), 2007, págs. 197-214.
[2] Ibidem, pág. 197.
[3] Ibidem
[4] Ibidem, págs. 206-207.
[5] Ramiro de Maeztu, “Don Quijote, don Juan y la Celestina”, en María de Maeztu, Antología siglo XX. Prosistas españoles. Semblanzas y comentarios, Madrid, Espasa Calpe, 1979, p. 69.
[6] Ibidem, p. 71.
[7] Interesante a este respecto es todo lo señalado por Luis Rosales en Cervantes y la libertad. Madrid. Industria Gráfica Mae. 1985.
[8] Consúltese Blas Caballero Sánchez: La aventura de los molinos de viento. Zaragoza. 1977.
[9] Ibidem, págs. 20-25.
[10] Jorge Urrutia “Don Alonso, de los molinos a la pastora: libertad y literatura”, en La competencia pragmática y la enseñanza del español como lengua extranjera, 2006, págs. 45-54.
[11] Ibidem, pág. 47.
[12] Ibidem
[13] Ibidem
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