Con motivo del Bicentenario de Karl Heinrich Marx – Karl Marx (1818-1883) y el giro social en su primer bicentenario – Sebastián Gámez Millán

Con motivo del Bicentenario de Karl Heinrich Marx – Karl Marx (1818-1883) y el giro social en su primer bicentenario
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A pesar de que sabemos bien y hasta compartimos el espíritu de la undécima tesis contra Feuerbach, a saber, “la filosofía se ha limitado a interpretar la historia, pero de lo que se trata es de transformarla”, es decir, menos bla bla bla y más acción cooperativa, organizada y eficaz, la obra teórica de Karl Marx refuta su célebre tesis. ¿Qué otro filósofo o pensador social ha ejercido una influencia comparable en los dos últimos siglos?
Ha pasado a ocupar un lugar de honor en la historia de la filosofía, a la que criticó radicalmente, pero figura también para algunos estudiosos como el pensador que inaugura una disciplina, la sociología. Sin duda ocupa un lugar muy destacado en la historia del pensamiento social y político, y al mismo tiempo es un economista heterodoxo y un periodista insobornable e incómodo, pues analiza lúcidamente el espíritu del tiempo histórico y no teme decir lo que piensa, cueste lo que le cueste. Se trata, pues, de una figura intersticial e inclasificable: ¿Qué era, un filósofo, un periodista, un historiador, un sociólogo? ¿Un economista-político-ideólogo? A lo largo de este año se publicarán biografías y estudios que nos permitirán aproximarnos más a este singular personaje.
Precisamente uno de los problemas que continuamente plantea Marx es cómo separar su filosofía de los numerosos y diversos marxismos que se han derivado de su pensamiento. Esto lo padeció ya en vida y lo tenía claro: “Je ne suis pas marxiste”. Es la frase que se ha utilizado a menudo para justificar que los distintos experimentos históricos que se han llevado a cabo bajo su nombre o la ideología política que defendió y que han acabado terriblemente no se corresponden en realidad con su filosofía. Un marxista escribió: “Queriendo encontrar la totalidad, Marx ofreció las bases para el totalitarismo; queriendo salir del campo de las utopías, propuso la más peligrosa de todas”. Como cualquier otra cosa, es algo que debe juzgar cada uno, pero por honestidad intelectual sería conveniente que no lo hiciera nadie que no se haya tomado la molestia de leerlo.
Marx no es un simple autor, más bien, como certeramente distinguió Michel Foucault, es un creador de una disciplina que genera multiplicidad de discursos dentro de una concepción sistemática del mundo y bajo un método histórico-dialéctico. Algunas de las corrientes filosóficas más influyentes del siglo XX llevan su huella: desde la Escuela de Fráncfort, en la que a este respecto podríamos resaltar a Adorno, Walter Benjamin y Marcuse dentro de la primera generación, y a Jürgen Habermas en la segunda, al Estructuralismo (Althusser) y Postestructuralismo francés (Michel Foucault, Lyotard, Deleuze, Derrida); desde la renovación de lo utópico con Ernst Bloch a la independiente y heterodoxa Hannah Arendt, desde Gramsci a Karl Korsch, Lukács, Ágnes Heller y la Escuela de Budapest… desde el historiador Eric Hobsbawm al sociólogo Zygmunt Bauman y el polifacético John Berger, los críticos Fredric Jameson y Terry Eagleton o Slavoj Zizek, por mencionar algunos.
Si Kant con la Crítica de la razón pura contribuyó a lo que en filosofía se denomina “giro o revolución copernicana”, reconociendo al sujeto de conocimiento un papel más determinante de lo que hasta entonces se creía, Marx, al poner de manifiesto que no es nuestra conciencia la que determina el ser de los entes sino antes bien las condiciones sociales las que determinan los contenidos de la conciencia, inaugura lo que por analogía podríamos llamar “giro o revolución social”. Hasta un liberal como Ortega y Gasset reconocía que “el nosotros es anterior al yo”.
Su amigo y colaborador Engels declaró en el discurso fúnebre con el que se despedía a Marx que este había descubierto las leyes de la historia. Puede que con el materialismo histórico-dialéctico no descubriera las leyes de la historia, pues la historia carece de leyes, como demostró Tolstoi con una de las más grandes novelas de la historia, Guerra y paz. Por consiguiente, no se puede predecir con la precisión que se hace en otras materias, como la física, lo que ha llevado a afirmar que “no es ciencia”. Mas la historia, como otras ciencias sociales, a lo más que aspira cognoscitivamente es a predecir tendencias, ya que su objeto de conocimiento posee factores tan contingentes y resbaladizos como la intencionalidad y la inevitable libertad que postulamos en las acciones humanas.
Sin embargo, el materialismo histórico-dialéctico es un método indispensable, y no solo para filósofos, historiadores, sociólogos… sino para cualquiera que desee conocer cómo se construyen, evolucionan y se transforman las sociedades a lo largo del tiempo. A diferencia del socialismo utópico, que opone el ideal a la realidad, Marx y Engels procuraron dotar de estatuto científico al materialismo histórico-dialéctico. De este modo El Capital es, o pretende ser, una obra de ciencia, que por la radicalidad de su planteamiento puede explicar el origen y las ideologías sociales de las ciencias.
No obstante, Kelsen mantuvo que “la crítica de Marx a la sociedad y su predicción del comunismo, como resultado necesario de una evolución determinada por la ley causal, se basan en un juicio de valor (…) Encontrar los medios para realizar un fin presupuesto es, sin duda, una tarea científica, ya que la relación entre los medios y el fin es una relación entre causa y efecto, y el conocimiento de esta relación es una función específica de la ciencia. Pero para hallar los medios para la realización de un fin se debe antes determinar un fin concreto, y la determinación de un fin (…) no es una función científica. No es ni puede ser la función de una ciencia objetiva, al basarse en un juicio de valor que, en última instancia, tiene carácter subjetivo”.
Sospecho que Marx quería evitar “moralinas”, caer en “utopismos” a la manera de Proudhon y otros, y por ello su análisis y su consiguiente crítica al capitalismo lo hace desde una perspectiva “científica”. Pero, ¿es posible criticar desde una posición axiológica neutral? Lo dudo. Como demostraría otro marxista, Habermas, no hay ciencia sin ideología (antes, Nietzsche había sostenido que no hay ciencia sin presupuestos). Todavía más, ¿todas las corrientes políticas son ideológicas, excepto el marxismo?
A mi entender parte de la fuerza persuasiva del marxismo es inseparable de su postura ético-política, al fin y al cabo ineludible, ya que para llevar a cabo unos medios, como las propias ciencias, se requiere establecer unos fines que contribuyan al desarrollo de la humanidad. Tampoco hay duda de que el sistema económico-político capitalista instrumentaliza vidas humanas (así como de animales y de la naturaleza). Y, en la medida de lo posible, es conveniente acabar o por lo menos disminuir estas instrumentalizaciones, que nos cosifican, alienan, deshumanizan y degradan la vida del planeta.
Según Marx, esto solo sería posible destruyendo el fundamento del capitalismo, la propiedad privada. Es posible que la propiedad privada sea una ficción (incluso nuestra propia existencia es temporal, tránsito), pero una ficción tan profundamente arraigada e incrustada en nuestra visión del mundo que creemos antes en la desaparición de la especie humana y del mundo que en el fin de la propiedad privada. Además, cabe preguntarse si conocemos o se podría crear un sistema económico-político que no instrumentalice de tal manera las vidas humanas, animales y naturales.
Oskar Negt ha visto en el capítulo 46 del tercer volumen de El Capital, “Renta de solares, renta minera, precio del suelo”, un antecedente y precursor de la reformulación del imperativo categórico de Hans Jonas, según el cual debemos actuar de tal modo en el planeta tierra que tenemos que dejar igual o mejor las condiciones de este para las futuras generaciones. “Desde la posición de una formación económica más elevada de la sociedad, la propiedad privada del planeta por parte de individuos aislados parecerá algo tan completamente absurdo como la propiedad privada de un hombre por parte de otro hombre. Son sólo sus ocupantes, sus usufructuarios, y tienen la obligación en cuanto boni patres familias de dejársela mejorada a las generaciones siguientes”. Es el contrato recíproco entre generaciones sin el cual no se entienden bien las políticas ecológicas actuales.
Como otros filósofos (él más bien se denominaría científico social), fue muy crítico con la filosofía: por su teocentrismo, por su academicismo, por su incapacidad de transformar la realidad social, como si esa misión le estuviera reservada exclusivamente a ella y no a los ciudadanos y políticos. Sin embargo, su pensamiento es profundamente filosófico: en primer lugar, por la radicalidad de sus planteamientos, que hunde sus raíces en la historia y recorre el pasado, el presente y el futuro de las sociedades humanas. En segundo lugar, por su capacidad de sistematizar en sus análisis y de conectar múltiples disciplinas cuyos efectos nos constituyen.
De un tiempo a esta parte oímos por doquier el término “interdisciplinar”, o sea, ante la complejidad de lo real la pertinencia de combinar el conocimiento de profesionales de distintas materias. Pues bien, si todavía somos capaces de recordar el pasado, una de las características de la actividad filosófica ha sido, y sigue siendo, a pesar de la creciente especialización del saber, engarzar las implicaciones a partir de unos presupuestos onto-epistemológicos y comprobar su coherencia y alcance ético-político. En este sentido el marxismo es una filosofía.
Otra de las singularidades del pensamiento de Marx con respecto a la tradición filosófica es que no posee propiamente una teoría epistemológica ni tampoco ética, pero su método histórico-dialéctico y su análisis y consiguiente crítica al sistema económico político capitalista abarca todas o casi todas las disciplinas, hasta el punto, repito, de que se puede explicar el origen ideológico de las ciencias a partir de este método. Por otra parte, es sabido que Ricoeur lo consideró uno de los tres filósofos de la sospecha, junto con Nietzsche y Freud (por cierto, tres de los pensadores más decisivos del siglo XX), por su método de interpretación para desenmascarar los fenómenos sociales y las ideologías desde la infraestructura a la superestructura.
¿Qué nos queda de su legado doscientos años después de su nacimiento? En palabras de Eric Hobsbawm, “Marx sobrevive en su concepción materialista de la historia y en su análisis (…) no así en muchas ideas políticas, que obedecían más que al análisis, a sueños de igualdad”. Es una visión que comparto parcialmente. Pues esos sueños de igualdad no nos han abandonado por completo: ¿acaso una de las utopías más dinámicas de los tiempos que vivimos no obedece a los sueños de igualdad plena y efectiva entre mujeres y hombres? ¿Podemos renunciar a la igualdad de oportunidades, a pesar de que la incorregible e infinita naturaleza no cese de producir diferencias?
¿Renunciaremos a disminuir el incremento de desigualdades que genera el proceso de globalización? Hay utopías inalcanzables que producen miseria y barbarie, pero hay otras utopías a las que estamos condenados a buscar en su horizonte esos sueños de igualdad, libertad y progreso.
Tengo para mí que, en el caso imaginario de que continuara vivo, Marx no soplaría hoy las velas por su 200 cumpleaños, sino que, habiendo echado una mirada a cómo anda el mundo, se rebelaría, indignado, y nos incitaría una vez más a transformarlo: a pesar de la dimensión utópica de su pensamiento (¿hay filosofía que carezca en mayor o menor medida de esta dimensión utópica?), a pesar de que algunas de sus ideas son ciertamente inalcanzables, y otras tal vez hasta peligrosas, es conveniente no perder de vista su imperecedero legado, ya que nos hace más conscientes, más lúcidos, más independientes y libres. En suma, contribuye a que sigamos emancipándonos, a pesar de los pesares y siempre con algún pesar. ¿O acaso podemos renunciar a esforzarnos por un mundo más igualitario y justo?
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Sebastián Gámez Millán