Dos obras maestras de Cristóbal Toral – Juan Luis Calbarro Morales

Dos obras maestras de Cristóbal Toral – Juan Luis Calbarro Morales

Dos obras maestras de Cristóbal Toral

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Dos obras maestras de Cristóbal Toral

En La nueva inquilina (1982), el claroscuro es protagonista. Una luz vermeeriana invade desde la derecha las estancias que se suceden conforme el ojo profundiza en la perspectiva. La incertidumbre reina en la escena: así lo traducen tanto la marcada alternancia de luces y sombras como el clavel que porta en las manos la mujer sentada, quien lo ha escogido de un ramo que yace en el suelo y lo observa con gesto neutro, tal vez dispuesta a deshojarlo. A sus pies, un bolso de viaje. Asomando por la puerta en el extremo opuesto del primer plano, cajas, equipaje y mobiliario amontonado, no se sabe muy bien si fruto de una mudanza o residuo de una huida. Solo la flor le da a la escena una nota de, aunque sutil, esperanzado color. La armonía espacial, lejos de inspirar optimismo, sugiere un estatismo que no permite buenos augurios. Así lo confirman los desconchados y las irregularidades de la pared, las manchas en los vidrios, los marrones y ocres dominantes y el tono general de la atmósfera. Es el final de un sueño o el principio de una nueva etapa: pese a la quietud, tránsito en estado puro.

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Cristóbal Toral Ruiz – La nueva inquilina [1982 – 1983 / Fuente: http://www.cristobaltoral.es/spa/oleos.html]

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En Desnudo del espejo (1982-83), la mujer se mira sobre la superficie de un cristal empañado por los años. La misma ruina que afectaba a la anterior estancia habita el ámbito más íntimo de la casa. En admirable trampantojo, asistimos a la representación de un espejo cuyo marco, de factura admirable, muestra el paso del tiempo en la pintura descascarillada. El azogue muy dañado permite vislumbrar en distintos grados de nitidez, como si se tratara de tules de distinto espesor, el fondo de una alcoba con una cajonera y un armario abiertos: a medio vaciar, pero también, por lo mismo, a medio llenar. Del oscuro armario, que contrasta con la blancura de puertas y paredes, asoma una maleta, de nuevo en la frontera entre el quedarse y el irse. La mujer, desnuda, sujeta ante su pecho una flor que, símbolo de incierta esperanza, sigue sin deshojar, e impide que el espíritu de Hopper lo tiña todo de definitiva, irredenta soledad. Las imperfecciones del azogue salpican por igual su piel y la decoración del cuarto, como formando parte de su propio y ocre deterioro. Una intensa inquietud embarga al espectador, que ha comprobado que asiste a la escena en la exacta posición de esa mujer.

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Cristóbal Toral Ruiz – Desnudo del espejo [1982 – 1983 / Fuente: http://www.cristobaltoral.es/spa/oleos.html]

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Cuesta encontrar en la pintura contemporánea artistas que, como Cristóbal Toral (1940), reúnan por igual y en tan altas dosis la maestría técnica y el genio creativo. El tratamiento que el antequerano hace del claroscuro lo emparienta sin desdoro con Velázquez y Vermeer, y su manejo del símbolo y su capacidad de sugerir escenas abiertas es insuperable. Es difícil retratar con mayor precisión nuestra esencial transitoriedad. De Toral podemos afirmar que nos encontramos ante un clásico contemporáneo.

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Juan Luis Calbarro Morales

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