El gabán de Harpo Marx – A quien madruga, Dios no existe – Una sinfonía de sonidos dislocados de Rafael Guardiola Iranzo

El gabán de Harpo Marx – A quien madruga, Dios no existe – Una sinfonía de sonidos dislocados de Rafael Guardiola Iranzo
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A quien madruga, Dios no existe
Aunque, como dice Heráclito de Éfeso, a la physis le gusta ocultarse, a veces deja las cosas al descubierto y en la presencia del encuentro las convierte, tal vez, en arte (ver figura 1). Por el contrario, los artefactos, cuyo fin es exterior a ellos mismos, Aristóteles dixit, tienen serios problemas a la hora de lograr una suculenta ocultación, en la daliniana dialéctica de lo crudo y lo podrido (ver figura 2). Por otra parte, el juego libidinoso de lo que se esconde a la vista es propio de la seducción, como escribiera Baudrillard, la clave de las afecciones eróticas, la llama pendular que prende el deseo inmaculado en la odisea porosa de los cuerpos y las mandíbulas de las vaginas dentadas.
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La iridiscente obsesión por cercenar el desvelamiento del ser por el que suspiraban sin máscara los antiguos filósofos griegos alcanza en nuestros días a los objetos, sean naturales o artificiales. Quizá por ello se resistió Platón de Atenas a proclamar la existencia de ideas de cosas sin dignidad, como el pelo, el barro o los excrementos. El plástico, como la velocidad, es maleable, biodegradable y flatulento, y puede mutar su insignificancia en un receptáculo regio para los excrementos y sus fuegos fatuos (ver figura 3). Los buenos ciudadanos saben que la humanidad ha convivido históricamente con orines y heces de las bestias y seres amaestrados de cualquier color, pero la civilización los ha demonizado. Nos obliga a introducir lo sólido en bolsas, a sentir su humeante calor y su figura ondulante de sierpe indómita, si bien no se garantiza con ello el progreso moral tan ansiado por Jean-Jacques Rousseau, ni el dulce recuerdo de la fragancia de los senos de su nodriza. No se tiene noticia de que Diógenes de Sínope recogiese el semen que arrojara en el ágora. Y ya no da suerte pisar las inmundicias en la vía pública, ni hacerlas explotar con petardos, como en la infancia de los nacidos en el Primer Plan de Desarrollo. La asepsia ha degradado definitivamente los laureles de la seducción, el erotismo y el afán coleccionista de aquellos que, según Freud, han quedado fijados en la fase anal, como le ocurrió a Heinrich Himmler, entre otros. Solo cabe afirmar que “a quien madruga, Dios no existe” (ver figura 4).
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Rafael Guardiola Iranzo
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