El pianonanista – Mireya Castizo [Primera Antología breve de cuentos y relatos breves «Jinetes en la tormenta»]
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El habitante del Otoño – Número especial
Primera Antología breve de cuentos y relatos breves «Jinetes en la tormenta»
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Piano o Clavicordio decorado por Marc Chagall – Musée National du Message Biblique Marc-Chagall – Nice
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El pianonanista
Anunciado en prensa, en los carteles urbanos, publicitado por radio, difundido en el “boca a boca” a todas horas, en todas partes.
Faltaba apenas una semana para el increíble acontecimiento, y claro, no se hablaba de otra cosa: Hacía ya muchos años que un distinguido grupo de expertos técnicos y musicólogos trabajaban noche y día para la presentación al público de la gran maravilla. Habían logrado crear al primer Pianonanista, prodigio que consistía en unificar al piano y al músico sin necesitar del segundo.
De inmediato surgían comparaciones ridículas: que si era como las computadoras de ajedrez, que era como los castizos organillos, una pianola más… Sí, es cierto, había inventos del estilo, pero ninguno como este: aseguraban haber logrado lo que nunca hasta entonces: este piano, además de nunca equivocarse y transmitir un sonido de calidad inimitable inauguraba la primera oportunidad de la Humanidad de oír lo que por lo común nos está siempre velado, pues el Pianonanista sabía interpretar con propia personalidad las piezas más grandiosas de la historia de la música; acabaría de una vez para todas con las viejas ideas, los errores típicos, como pensar que las cosas no dicen, o no escuchan, o que no tienen sus sentimientos, como los nuestros.
También el evento tenía sus detractores. Los había de muchas clases. Estaban los que envidiaban a aquel nuevo Frankenstein porque consideraban que para contar historias ya estaban ellos y que nadie quería escucharles. Luego estaban los catastrofistas, los cuales auguraban el advenimiento del “cosismo parlante” , que degeneraría en el “cosismo mandante” y en el inminente “imperialismo cósico”. Estaban también los científicos que aseguraban que según sus cálculos lo que este invento prometía era absolutamente inverosímil, que era una artimaña publicitaria, que pretendía no sólo desvirtuar los conocimientos de la Física, sino un querer hacer pasar la “mecánica cuántica” por “mecánica cómica”.
Entre los que esperaban ansiosos había muchos grandes sabios que en su incansable búsqueda de la verdad jamás habrían podido imaginar una ocasión como aquella. Creían firmemente en que la música de aquel piano transmitiría el auténtico sentir de las cosas del mundo, ¡sin intermediario!.
Al fin llegó el día del estreno. Largas colas en la entrada del gran teatro, fracs., vestidos de noche, niños con traje de domingo, algún despistado que llegaba en chándal, y mucha, mucha expectación. Una vez que el público se hubo sentado, una voz espectral rogó que apagaran sus teléfonos móviles y anunció que en breves instantes el concierto, ¡el primer gran concierto de pianonanismo!, comenzaría.
Pasó un minuto, pasaron dos, tres, diez…. El público se impacientaba, miraba sus relojes, pero nadie decía nada, unos pensaban que debían agudizar el oído porque al no estar acostumbrados…, otros aguardaban a que el piano tomase confianza (que tendría sus vergüenzas) para más tarde llegar a la de los primeros. Media hora, una hora, dos horas, dos y media. El telón se cerró. La gente comenzaba a toser, aliviada, a ponerse los abrigos, mientras susurraban con su acompañante. En pocos minutos el teatro quedó vacío. Justo entonces el Pianonanista despertó de su larga siesta de domingo invernal y sonó. Sonó como jamás nadie escuchara.
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Mireya Castizo
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