Contra toda esperanza – [El habitante del Otoño – Cuarta antología de cuentos y relatos breves – XXII] – Tere García Ruiz
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Contra toda esperanza – [El habitante del Otoño – Cuarta antología de cuentos y relatos breves – XXII]
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Contra toda esperanza
Era la tercera estación de la tercera década del tercer milenio. Las hojas cubrían los camellones y los árboles comenzaban a mostrar sus troncos. Por las mañanas, mientras barría frente al umbral de su casa, pasaban pepenadores. Ella lo sabía, así que, con gusto separaba en bolsas los desechos reutilizables. Todo lo colocaba junto al poste del alumbrado. Sobre un banquito ponía a disposición de Diógenes el vagabundo, un envoltorio que brillaba. Este era su único alimento.
La mujer en pijamas levantaba la mirada al ver llegar a los hombres que recorrían las calles en busca de materia prima, reciclables y comida. Su corazón sonreía complacido, y con recato y admiración los saludaba:
-Buenos días, señor. Tan temprano en el trabajo. Que sea grande la cosecha-, les decía, mientras continuaba con movimientos de escoba para juntar la hojarasca. Muchos la bendecían por separar lo que, en casi en todas las casas, era considerado de poca monta: sólo basura. En esos casos, había que meter las manos a las cosas más sucias e insospechadas, para sacar algunos tesoros. Ella ha sido testigo de esto. En cada ciudad y país donde ha vivido, de los pepenadores aprendió a liberar de basura a muchos hombres y a reciclar corazones.
Los pájaros cantaban desde el primer riego de luz. Y como resultaba aburrido barrer sin escuchar el trino de la mañana, ella también madrugaba. Se suponía que lo primero, al despertar, debían ser los salmos. “Resolver el dilema es muy fácil: nadie va a la capilla sin ducharse, un buen baño de sol me lava”.
Después de hacer su tarea, entraba a casa y escuchaba los rezos. Filósofos y teólogos obsequiaban, desde su convento y por internet, los laudes cantados con divinas voces. Ella podía sentarse tranquila en la terraza, cerrar los ojos y sentir la palabra viva en los corazones de los santos varones. Cada verso era perfecto.
-No cabe duda que la voz varonil toca las neuronas y levanta a la más triste de las mujeres. Me recuerdan a mi padre.
Siempre le había inquietado la vida de los célibes. Imposible entender cómo sucede que un hombre renuncia a una compañera idónea. Desde niña los veneraba. Y, ante la ausencia de su difunto esposo, ellos eran custodios de su ternura. Entre los frailes comprendió temas como la pureza, la castidad y el celibato. De esta despensa ha sacado un montón de bienes para sus huéspedes.
Recientemente llevaba varios meses cansada y triste. No sólo había vivido encerrada durante diez y ocho meses, debido a la pandemia de este siglo, sino que un hombre había llegado a su casa para pedir cariño. Le era urgente. Estaba extremadamente vacío, vulnerable, inseguro, hambriento de fe y esperanza. Necesitaba luz a sus pensamientos, pureza en el corazón, valentía para correr el riesgo de la libertad y encauzarla hacia algo valioso, discernimiento, ética, carácter, verdad, y todo eso. El hombre hablaba como tartamudo, quería decir tanto que sus palabras se atropellaban, tenía escaso vocabulario, era ruidoso, hiperactivo, disperso, frágil, influenciable, romántico, coqueto, y, sin embargo, detrás de esas evidencias, había también dulzura, bondad y un ruego inagotable.
La mujer no podía negarse a dar cariño hasta tocar el corazón de un indigente enamoradizo. Parece fácil, pero es toda una odisea. Ella vio en él un dolor antiguo y jamás llorado, inanición de amor, de sentido de vida y trascendencia. Los síntomas salían desde dentro, más allá de lo que se capta con los sentidos, y desde dentro, con apertura y conciencia, lo escuchó. Recordó a Levinas y sintió el compromiso de salvarlo de la muerte y acompañarlo a conocer la vida. Sin dudarlo, lo recibió en su historia y comenzó a sanarlo. El esfuerzo ascético duró quinientos cuarenta y siete días. Ella se enamoró al instante gracias a que, tras todos los síntomas debajo de los escombros de su corazón, vio una bondad infinita. Él se apegó a ella, pero al no haber encontrado lo que quería, se fue. Al día siguiente del último diálogo, tomó para sí a una mujer de mucho mundo, semejante a él.
Cuando el hombre salió aclamado por sus amigos, se escuchó el sonido de las lobas que hacen Auuuuuuuuuu Auuuuuuuuu mientras lloran y cantan. También para ella había sido agotador el esfuerzo de ayudarle a tener conciencia. Y, por eso había dejado de estar contenta. Todo esfuerzo equivalía a un milímetro de altura. Pocas veces levantaba un metro. Acostumbrado, el hombre, a valerse de la astucia, omitía usar la razón y cuando de milagro se filtraban en su interior luces de sabiduría, hacían corto circuito con su necedad y pronto se apagaban. Ella veía en él esos chispazos, como que captaba una idea y se esmeraba en vivirla, pero su preferencia por el placer evitaba prender una hoguera en su mente, y, el pobre hombre, desamorado desde niño, y por eso infiel, no lograba orientar su vida hacia una cosa necesaria.
Desde el primer día, ella supo que recibirlo en su corazón era tender un puente entre la mujer anterior y la que tomaría después de ella. Era fácil saberlo gracias a otras evidencias. Pero, como la mujer de la hojarasca no tenía nada qué perder y mucho que darle “para cuando sea viejo”, ella tomó de su interior todo el conocimiento y la experiencia, para acompañar a este hombre. Lo hizo con esmero cada uno de los más de 500 días, como si fuese el único día. Retrocedió hasta el punto en el que el hombre se encontraba. Desde ahí, de mil maneras, con gestos creativos, actitudes sorprendentes, pausas, palabras nuevas, pasos rítmicos, acciones magistrales, ternuras inefables, silencios, dibujos y letras, comida rica, comida pobre, abajándose a su modo de entender la vida, le procuró indispensables nutrientes para el alma. Era un hombre, no un muñeco. Con mucho menos de esto ayudó a otros náufragos. Pero ninguno había sido tan necio, ni tan adorable.
El mayor reto era amarlo sin arriesgar demasiado, sin perder la piel al abrazarlo, sin renunciar a lo que sabe. Ella se mantenía firme en sus convicciones y lo amaba de modo que él comprendiera que el amor entre humanos procede de lo Alto. Así lo llevó, de lo más primitivo al inicio hasta mostrarse transparente e invisible para traslucir el amor de Dios. Todo lo hizo para que él, al fin, se saciara y no siguiera derrochándose ni desparramando su vida en todas las tallas y edades.
-Todo tipo de hombres van y vienen sin sentido sobre el asfalto, entre ruidos y sombras, pecados amordazados y luces quemantes, con un grito interno y sedientos de un amor verdadero. Sus grandes preguntas son cómo levantar los latidos del corazón, del falo al cielo, para llevar una vida más o menos significativa y fecunda; cómo sacar de su mente la ambición de dinero y el deseo de fama y poder. Jamás se preguntan qué es el perdón y la reparación del daño. Llevan achicada la conciencia e ignoran que tienen alma. La insaciabilidad es su angustia, les falta carácter, voluntad, se resbalan y caen por todas partes. Ignoran qué cosa es la verdad, no saben nada de ética y responsabilidad, pero quieren amar. De verdad quieren amar, aunque no sepan decir qué cosa es eso y mucho menos experimentarlo. Sus exitosas madres feministas del siglo pasado se olvidaron de enseñarles, no los amamantaron ni los cuidaron, y sin respeto los trataron. Pobres hombres sin abrigo, tienen el rostro oculto tras máscaras de seductores, megalómanos y grandilocuentes. En ellos, la mitomanía y el hurto son notables. Llevan y traen bienes de una casa a otra y todas sus amantes ignoran qué pasa. Piensan que son los fantasmas. Cabe advertir que estos hombres sólo han leído dos libros: La seducción veloz y Cómo vender en tres minutos sin que el cliente refute.
La que barre lo sabe. Sus huéspedes la hacen sufrir como el amante a la esposa, pero no hay desperdicio en estas historias. A veces, buscan luz porque están hartos de sus despistes y daños. Entonces se van iluminados. Otros, en cambio, hasta la vejez es cuando rescatan de la memoria estos encuentros; sacan algo necesario que apenas y se atrevieron a vislumbrar en las reuniones, y eso es lo que, en el último instante les salva. Si no lo hacen, al morir ya no estará su corazón en el falo ni la cabeza en el bolsillo ni la cara en la fama, pero su conciencia deambulará en busca de sus cenizas o huesos. Y qué miedo salir a la banqueta y percibir fantasmas en las torcidas ramas de los desnudos árboles del otoño. Por eso, nunca dejo de rezar por ellos.
Tras la despedida, radicalmente respetuosa de la libertad del otro, cuando al fin estuvo sola, soltó ese único llanto, pero inaudible. Nadie lo supo. Después, se unió a los rezos. Asumida en el dolor del amor que se gestó en su corazón hacia este hombre, se aferró al salto kirkegaardiano con el que ha vivido desde que su marido murió a los 29 años, cuando ella tenía 20.
Han pasado muchos hombres por aquí buscando respuestas. Con este último hizo lo mejor que pudo. Pese a toda esperanza terrena abonó de manera consciente, amor genuino y Filosofía “para su conciencia”. Ella sabía que cada semilla brotaría en él hasta que, con el tiempo, se hiciera anciano. Y esto nunca lo perdió de vista.
Cuando Ja deje de reír y comience a llorar por sus pecados, si en la vejez recuerda lo vivido y comprende al fin a Buber, a Lévinas, a Agustín, y a Kierkegaard, entre otros filósofos gigantes, entonces pasará de sus terribles remordimientos a la conversión. No cabe duda de que, entonces, conseguirá vivir ese amor eterno del que habla incansablemente con todas sus mujeres, sin entender lo que dice. Un chispazo de luz prenderá su inteligencia y volará al cielo. Ayudará mucho que las mujeres víctimas de su encanto lo perdonen y le manden bendiciones, para que no se convierta en espectros. Lo bueno de lo malo es que es más fácil perdonar que olvidarlo. Todas han sido amantes entregadas con fervor a la causa, y también se le han ofrecido como madres. Intuitivamente han querido saciarlo y por eso lo abrigan con su piel mientras le dejan explorar sus cuerpos semejantes al de la mujer que nunca se enteró de haberlo parido.
Este es un ser humano, pensante y volitivo por naturaleza. Necesita alimento no sólo para el cuerpo, sino para el alma. No es un muñeco que sobrevive al tiempo, sino un hombre que aspira a lo eterno. Lamentablemente todas sus enamoradas han salido heridas. Le dieron el pecho y ninguna logró calmar su angustia manifiesta en tanta mendicidad de cariño.
A la antigua usanza, una moraleja:
Las mujeres que son madres y conocen esta historia sientan ya el compromiso sincero de llenar el corazón de sus hijos, con la mirada puesta en educar su inteligencia y voluntad. Así evitarán que se sientan vacíos, y, que, con su angustia desgarren a otras mujeres y a ellos mismos, ya que, en lugar de tener el alma llena de besos y palabras sabias, la tienen gravemente lastimada. Son indigentes de corbata, reloj y traje. Para colmo sus padres los llevaron al burdel y no al templo.
Fin.
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Tere García Ruiz
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