El «Romancero gitano» de Lorca, Espert y Pasqual – Una reseña crítica de Sebastián Gámez Millán

El «Romancero gitano» de Lorca, Espert y Pasqual – Una reseña crítica de Sebastián Gámez Millán

El Romancero gitano de Lorca, Espert y Pasqual

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Núria Espert interpretando el Romancero gitano en el Teatro del Soho Caixabank [Málaga]

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Leíste por primera vez el Romancero gitano (1928), de Federico García Lorca, antes de cumplir los 20 años, y entonces apenas te sentiste alcanzado salvo por algunos versos deslumbrantes, alguna composición, como el “Romance sonámbulo”, que te sigue pareciendo de lo más logrado de su poesía lírica. ¿Acaso tenías expectativas demasiado elevadas al informarte de que ya desde su publicación recibió una calurosa acogida, como pocos poemarios lo tuvieron en su época, “Edad de plata”, al decir de reconocidos críticos (José-Carlos Mainer)? Quizá ¿Tal vez Lorca, con su injusto asesinato, cuando tanto le quedaba por decir/nos, se ha erigido en un mito? Posiblemente. Lo cierto es que de esa irrepetible Generación del 27, más antológica que ontológica, no estaba entre tus poetas predilectos: Luis Cernuda, Pedro Salinas y Vicente Aleixandre.

Mas en lugar de atribuir toda la responsabilidad a la obra, cosa que siempre es más fácil, pensaste, quizá se deba a ti, quizá te falte experiencia de vida para mantener un buen encuentro con ella. El domingo 23 de febrero de 2020 tuviste la oportunidad de regresar al Romancero gitano de la mano de una adaptación teatral dirigida y, en parte, escrita por Lluís Pasqual, y representada por Núria Espert, que con su sola presencia y su voz llena el escenario, y fue diferente. No es que la tenga por encima de Llanto por Ignacio Sánchez Mejías, los Sonetos del amor oscuro o Poeta en Nueva York, obras todas que te siguen pareciendo más conseguidas. Pero al menos has reconocido valores que antes no percibías. Y ahora tienes a Lorca, un genio más intuitivo que racionalista, como un incomparable regenerador de la lengua.

La propuesta escénica de Lluís Pasqual es tan sencilla como sobria: una actriz excepcional como Núria Espert sale al escenario y, moviéndose entre siete sillas, se levanta y se sienta, interpelando a los espectadores, que estamos en frente, mientras declama una selección de poemas de Romancero gitano hilvanados con unos comentarios del propio Lorca en los que hace un ejercicio autocrítico de esta obra (“es el poema de Andalucía”, “alfabeto de la verdad andaluza y universal”, “un libro anti-pintoresco, anti-folklórico, anti-flamenco” y que trata “de un solo personaje que es la Pena (…) pena andaluza, que es una lucha de la inteligencia amorosa con el misterio que la rodea y no puede comprender”) y otros comentarios del director en los que habla de la infancia de Nuria Espert y su primer encuentro con Lorca de la mano de su padre; de la amistad de Lorca y Alberti o de la admiración de Espert por Margarita Xirgu, la actriz fetiche de Lorca. En el fondo, nos están hablando de la magia de la poesía y el duende del teatro que generación tras generación nos seduce y hechiza.

El primer seducido es en no pocas ocasiones el mismo poeta, lo que revela la conexión que existe entre lo inconsciente y la creación. Confesaba Lorca, a propósito del “Romance sonámbulo”, que “nadie sabe lo que pasa ni aun yo, porque el misterio poético es también misterio para el poeta que lo comunica, pero que muchas veces lo ignora”. De cuantos intérpretes he leído, nadie lo ha explicado con mayor claridad que Carlos Bousoño, que además de poeta, era un brillante crítico, en su prólogo a la edición de “Las cien joyas del milenio”, publicada por El Mundo. Allí desgrana lo que es roca granítica incluso para el propio poeta. Se trata de una historia de amor trágica.

Una atmósfera trágica se palpa a lo largo de casi toda la obra de Lorca. Quizá porque, aunque con frecuencia lo olvidemos, la existencia es trágica: nacemos sin haberlo pedido, vivimos padeciendo antes y más lo que nos pasa que lo que realmente elegimos, y morimos habitualmente sin nuestro consentimiento. Me pregunto por qué durante buena parte de la Modernidad se ha sepultado el fondo trágico de la vida. ¿Acaso con la ilusión de que la gobernamos nosotros de manera individual?

La obra de Lorca es tan intensa porque a menudo en ella el amor y la muerte, Eros y Tánatos, se entrelazan. Como señalara Pedro Salinas, “la visión de la vida y de lo humano que en Lorca luce y se trasluce está fundada en la muerte. Lorca siente la vida por vía de la muerte”. Por eso me ha sorprendido que recientes estudios interdisciplinares como el de David Pujante, Eros y Tánatos en la cultura Occidental, no le hayan dedicado el espacio que se merece a esta cuestión que atraviesa la obra de Lorca, como sí lo hace con poetas románticos ingleses: Blake, Shelley y Keats.

¿A qué se debe, bajo esa aparente envoltura popular, la dificultad de la lectura de Romancero gitano, su por momentos impenetrable hermetismo? Según Bousoño, a dos factores: por un lado, a la tendencia, creciente desde la escuela simbolista francesa, a sugerir antes que decir; y, por otro lado, al uso sistemático del símbolo, que está presente en grandes poetas de nuestra tradición hispánica que curiosamente inspiraron a poetas como Mallarmé y Góngora, sin ir más lejos. Si tradicionalmente nos emocionamos porque comprendemos, con el uso sistemático del símbolo nos emocionamos sin necesariamente entender por qué, fenómeno que nos sucede con la música y otras manifestaciones artísticas.

Por consiguiente, se invierte la operación, y ahora es el sentimiento el que despierta el deseo de explicar por qué experimentamos lo que experimentamos, cosa que no es imprescindible para gozar del arte, si bien puede incrementar su placer, volviéndolo más autoconsciente y refinado. El último poema de Romancero gitano recitado por Núria Espert fue “Thamar y Amnón”, en el que apreciamos de nuevo la capacidad fabuladora de Lorca para recrear historias de la tradición, en este caso de la Biblia, pero con abundantes imágenes, con un lenguaje que renueva lo popular, exuberante y simbólico.

Concluye el espectáculo con el maravilloso soneto que comienza: “Tengo miedo de perder la maravilla / de tus ojos de estatua, y el acento / que de noche me pone en la mejilla / la solitaria rosa de tu aliento”; que pertenece a los Sonetos del amor oscuro, que Lorca le leyó a amigos como Luis Cernuda en mayo de 1936, pero que se han publicado póstumamente. Si bien en Poeta en Nueva York alcanza momentos sublimes, a mi parecer estos sonetos presentan menos desniveles, son más pulidos y redondos y, en este sentido, más perfectos. Y, por último, termina con uno de los poemas cumbre del poemario surrealista, “Grito a Roma”, cuyo mensaje es una firme y rotunda denuncia social ante las injusticias y desigualdades, pero que, a diferencia de buena parte de la llamada “poesía social”, no descuida los aspectos formales y estéticos; un grito de protesta ante la deshumanización del mundo en que vivimos, que ahora, como entonces, sigue siendo deficiente:

“(…) Porque ya no hay quien reparta el pan y el vino
ni quien cultive hierbas en la boca del muerto,
ni quien llore por las heridas de los elefantes.
No hay más que un millón de herreros
forjando cadenas para los niños que han de venir.
No hay más que un millón de carpinteros
que hacen ataúdes sin cruz.
No hay más que un gentío de lamentos
que se abren las ropas en espera de la bala.

(…) Pero el hombre vestido de blanco
ignora el misterio de la espiga,
ignora el gemido de la parturienta,
ignora que Cristo puede dar agua todavía,

(…) Porque queremos el pan nuestro de cada día,
flor de aliso y perenne ternura desgranada,
porque queremos que se cumpla la voluntad de la Tierra
que da sus frutos para todos”.

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Sebastián Gámez Millán

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