Estelas y semblantes [Poemas] – II
***
LA FE MUEVE MONTAÑAS
A María Dolores Jiménez,
que sobre la piel de las lágrimas
supo edificar su gracias a la vida.
Montaña exigua es la muerte
para el vigor de tu fe, para ese amor
que nutre tus pupilas de entereza.
Ocasión de gratitud es la muerte en su ser
cosecha fecundísima de amor,
sombra que agranda la estatura de lo amado,
que da sentido al gesto,
a la mirada, al beso,
a esa sementera de amor, la vida de una madre.
Y siembras con tu palabra amor sobre dolor.
Afirmas. Te prometes.
Haces fecunda la lágrima en el gozo
de su amor difundido como leche nutricia,
sacramento precioso de una entrega a la vida
que es negación de sí, oblación, eucaristía.
Yo que a veces no acierto a entender lo evidente,
con tu palabra vuelvo a la fe que palpa ciertas
las verdades sentidas, encarnadas, informes
intemperies del hombre crepitante en la duda.
Y perplejo en el gesto (¡Señor, haz que vea!),
celebro tu esperanza y el color con que tiñe
los momentos cruciales, las tinieblas del llanto,
la soledad de hiel que vacía la mirada.
En fe y en esperanza resumes tu manera
de asumir un dolor al que el amor tamiza
y pone nombre y rostro y equilibra.
¿Qué puede ser obstáculo bastante
para una fe que es profusión de amor,
firmísima potencia que descuaja
el áspero himalaya de la muerte?
*
LUCHA POR LA LUZ
A Dionisio,
que era ciego,
y me llamaba Eulogio.
Te observo cada día ante mi casa
pasear como una sombra atardecida,
mientras tus ojos líquidos y azules
deambulan por los pisos interiores de tu alma.
Te observo,
campesino antiguo de huida Extremadura,
y sé que tu corazón está en la tierra,
porque la tierra es celosa y sabe lo que es suyo.
Me cuentas que la guerra fue cruel,
que eras maestro y rojo, y a no ser por el cura
quizá hubieras notado el hedor de la muerte
sitiándote insalvable.
Ignoro de tu historia y tu pasado
paisajes infrecuentes de tortura y posguerra;
pudorosamente cuentas
anécdotas transidas de crítica nostalgia dolorida.
Luego me hablas del día en que la noche
sentó cerco en tus párpados cansados
y te fue dejando así,
en progresivo crepúsculo inhumano.
A veces,
cuando me hablas de tu lucha por la luz,
veo tus ojos tibios humedecerse tiernos;
luego, de pronto, dices que no vales ya nada,
y que prefieres la muerte de una vez
a este cebarse sádica lentamente en ti.
Yo guardo silencio
y, baja la mirada, pienso en ti.
Entonces me preguntas qué tal van mis estudios.
Si te digo que bien
me dices que eso es bueno,
y que aproveche todo que nunca será estorbo.
Luego sigues paseando
negro pantalón de pana,
chaqueta negra de pana,
negra boina,
campesino en Madrid de Extremadura huida.
Y te veo ir, venir,
pasear como sombra atardecida,
mientras tus ojos líquidos y azules
deambulan por los pisos interiores
de tu alma.
*
OJOS QUE HABLAN
Para la exposición Mujeres, de Mercedes del Cura.
Me asomo por los ojos,
me muestro, me revelo.
Son luz que es voz, que es paz,
o es rebelión callada. Nada digo,
y todo es evidente en estos ojos.
Hay una ciudad de túneles y criptas en mis ojos,
una voz que resuena y no se oye;
humilde grito de silencios y de esposas
para mi voz pensada,
informulada,
de mujer libre, de mujer al fin
sumisamente madre engendradora.
Soy mujer, soy semilla, soy invierno,
atardecer de lumbre resignada.
Podréis enterrarme, soy silencio.
Nada digo,
mas todo es evidente: ved mis ojos.
Me atáis, me ocultaréis, seré enjaulada
voz sin garganta, lengua inútil;
apenas ojos, alma, tizón bajo ceniza.
Mas sigo viva, soy luz, grano de siembra.
Hablo a tu corazón si se me mira.
Soy mujer, soy semilla, soy invierno,
atardecer de lumbre resignada.
Podréis enterrarme, soy silencio.
Nada digo,
mas todo es evidente: ved mis ojos.
Te miro -no te acuso-, me contemplas
con esa indiferencia del que pasa;
extraña dimensión de un alma ajena
a tu mesa, a tu lengua, a tus cadencias.
Tan sólo soy pintura, un rostro seco,
un decorado.
Voz acallada, sí,
mas ojos que hablan.
*
ESTA ARENA
Esta arena es añicos de nosotros
y ya no puedo verla.
Clara Criado.
I.
Esa arena son días de risa,
latines de una dicha perdida,
miradas de lluvia y futuro,
-eso es lo que tiene ser pija,
que se huye de todos los cercos,
his rebus cognitis,
sin mirar hacia atrás, sin más huellas
que la síncopa de vocal breve postónica,
que la síncopa de una mirada breve siempre…-
Te lo dije en un aula sin tiempo
entre risas y Laura.
…Esta arena es añicos de nosotros.
II.
Y qué nostalgia.
Y ya no puedo verla, esa arena,
que es añicos de nosotros, vasos rotos,
cercos de malvasía en las papilas
de la historia, de esos días de palabras
que romancemente laten, gimen, asoman como ojillos
apenas insinuados como yemas de manzano,
postinvernales, futurantes,…
Y qué nostalgia…
Con la tiza de los días tiznábamos las horas
-¡de qué mierdas de formas se sirve,
y se escribe, la historia, burlando nuestro asedio!-
¿Qué significa eso
de abrir el corazón, si uno lo piensa,
los ojos, la palabra, sus cavernas?
Llegaban tímidas, conscientes, marginales
en ese mundo ajeno al mundo de los éxitos,
ropa vieja con que vestir palabra pudibunda,
aire y agua sin mérito de brillo.
Y se iban, conscientes de la fuga, oscuras a la sombra
de un cemento sin nombre, hostil, la vida.
Y yo moría, ¿suavemente herido era la paradoja?
Panta rei.
Y Dios se llevaba el agua.
*
PRESENCIA CONTRA TIEMPO
¡Si lo sabré yo!
¡Si sabré yo de duendes que te roban
la risa a temporadas!
Y yo impávido observo
y voy sembrando paseos en la espera
por las calles del alma;
y siempre ella
es presencia sentida, infigurada
en el gozo del sueño,
en el ensueño.
¡Si lo sabré yo!
Cuántas vueltas la tarde en el reloj
va arrebatando al tiempo mientras miro
tu foto en ese kodak de mi interno
sentirte. Cuántas tardes
reconstruyendo el puzzle
del yo, del tú, del él,
del pronombre obsesivo;
cuántas tardes
flotando en el ensueño de tu nombre,
¿quién como yo lo sabe?
Y hoy soportando el cerco
-el corazón rehén y amotinado-,
del tiempo que abre brecha en nuestras voces
y desdibuja rostros que han tatuado
el sentir intensamente, lucho
a abrazo partido contra viento
y marea del álbum del recuerdo.
No te quiero por página en mi vida,
por recuerdo disecado en tu sonrisa,
mariposa sorprendida en una foto.
Sé mi voz de cabecera, mi lectura
favorita para el sueño confortante.
Adiós nunca, adiós nunca, sé presencia,
rendición sin condiciones al presente continuo,
permanencia en el tiempo frente al tiempo.
Así será tu voz lo que es y ha sido.
*
UN DOMINGO DE OCTUBRE
El cielo aún es azul, mientras la noche cae
esta tarde de otoño en que te espero
acompasando meditabundos paseíllos por la acera
con no sé qué reflexiones
mitad tristes, mitad esperanzadas
de tu voz.
Nada de grato encuentra mi mirada
en este frío escaparate de neón.
De qué sirve ese traje si no hay vida
en cuerpo de escayola, y es rictus disecado
ese gesto del maniquí, mientras la tarde
cae lenta, lentísima en la espera,
entre tantas carreras presurosas
buscando el autobús.
No sé ya qué pensar, qué hacer, ¿seguiré aquí,
testigo inopinado de tantas despedidas de domingo
con chasquidos cálidos de besos,
manos que se deslizan cariñosas
en la urgencia del próximo semáforo y el en casa a las diez?
Y en tanto, subo y bajo, bajo y subo
la acera ensimismada en su silencio
de mudo cómplice en la tarde de un domingo
de sosegada espera al pie del Corte Inglés.
Tampoco está tu rostro
en la verde riada del semáforo,
y ya pasaron las diez.
Mas -¡será que el afecto no entiende los relojes?-
sigo mudo en la acera y cabizbajo,
a ratos pisoteando una bolsa de pipas
o un bote de cerveza mientras pienso
en las clases del lunes, en ti, en mí,
en Oslo, en agosto
durmiendo en el regazo de la lluvia.
…¡No entendías que amara Copenhague
por su aire de sosiego, por su intensa quietud,
que hace temblar por dentro
ese eterno misterio de ser hombre!
Esta tarde paseo Copenhague por Madrid
mientras espero tal vez ya tu ausencia irremediable,
mientras me niegas tus ojos, tu perfume,
tu presencia envolvente de mujer.
Ya no importa el reloj, ya no me importa
el tiempo que perdí de estar contigo;
me impacienta que algún repentino sobresalto
haya interpuesto su mano entre las nuestras,
haya quebrado que verte fuera el gozo
de un domingo de octubre, como tantos,
vulgar, monótono, cansino,
y abocado a ser lunes sin espera.
*
EL HOMBRE LIMITA AL NORTE
El hombre limita al norte
con el maremágnum de la duda
y océano de ausencia,
de aguas arduas y arena corrosiva.
Al norte le torturan
angustiosas preguntas sin respuesta.
El norte marca el rumbo
que es siempre nebuloso,
y el hombre es inquietud horizontal
si al norte mira y mira.
El sur es movedizo y caluroso,
de subsuelo volcánico e inseguro;
nunca descansa el pie serenamente,
¿dónde plantar hogar definitivo?
El sur sabe de pasos vacilantes
y sendas de caravanas sin destino;
el sur es terreno por delante,
mas sin saber de fijo qué desiertos
ha de hollar nuestro paso de camino.
El alba es esperanza por el este,
mas de tarde al oeste no llegan nuestras manos,
siempre de tarde al hombre
le son cortos los brazos.
El este presta luz, afán y sudor agrio,
limones para la sed de la central meseta;
y el oeste, descanso
al faenoso brazo,
a los pies malheridos,
y a aquel norteño embargo
de la pregunta terca.
Mas, ¿quién?,
por el este se acerca
la noche a guadañazos.
*
VADO VIA
Si alguna vez me buscas,
recuerda que mi voz se hizo remanso
al derramarse otoño en las márgenes del río.
Si alguna vez me buscas,
rebusca en la hojarasca mariposas de abril,
y, aburadas las alas, -me las quemé a tu luz-,
me encontrarás allí.
Si alguna vez me buscas,
recuerda que tu nombre fue letra entre mis dedos,
en tanto mi ilusión, mariposa en el viento,
trenzaba sobre el aire tu contorno y mi voz.
Si alguna vez me buscas,
recuerda mi voz muerta en tus papeles,
mi voz apagada en el teléfono,
mi voz en el cuchillo del tiempo ya perdido.
Si alguna vez recuerdas
mi nombre entre los libros de cursos ya lejanos,
no lamentes mi ausencia. Yo por ahí
-¿qué importa?-, seré fracaso errante,
nave que a la deriva ni quiebra ni se anega.
Si de verdad me buscas,
escríbeme tu nombre en el sendero.
Ya me traerá la tarde
el eco del deseo sobre el suelo,
si de verdad me buscas.
*
¡AY, TÚ, SEDIENTA!
Sueño con un frío
que es amor, que es agua.
Jorge Guillén.
Si mis manos no fueran cuenca frágil,
por sosegar tus labios ardidos y tu sed
saquearía arroyos,
inquietos regueros escondidos,
y los hirvientes manantiales de frescor
acercaría entre mis manos a tus labios.
¡Ay, tú, sedienta!
Si mis manos no fueran cuenca frágil,
amasaría yo mismo
el color de una sonrisa recobrada
para nimbar tu cara de lozanía y vida.
¡Ay, tú, sedienta!
Mas ya ves
que soy hombre sin otros privilegios que el deseo,
que soy hombre…; y ser hombre
es balbucir apenas imposibles anhelos
que las manos no alcanzan…
¡Ay, tú, sedienta!
*
TE AMO POR EL COLOR
Te amo por el color
con que se me aparecen las cosas a tu vista.
Mª Teresa Mesegar
Ningún instante mío ignora ya tu nombre,
ni tampoco una sola palabra de mis labios.
Puedo decir que he sido
homicida de aquella mi propia sensatez,
que he amado el peligro de saber que trazaba
senderos sin retorno.
Como inquieto andarín,
he amado el paisaje al que daba mi espalda
no más que al venidero,
sabedor de que el pie no posará pisada,
aunque le duela al alma,
sobre la huella antigua.
El tiempo que se va no me merece el llanto;
amo el color que adquieren las cosas con su paso,
la luz de cada día,
el gozo de ir buscando
el matiz que a las horas otorga el horizonte.
Para vivir preciso mirar hacia delante,
entregarme a su luz, prescindir del ocaso.
No dudo del amor,
lo demás todo es vano.
***
Heliodoro Fuente Moral