Fábulas, parábolas y cuentos ejemplares – III – El sobrino de Zhuangzi [Chuang Tzu]
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El reencuentro entre el Maestro Hui-Neng y su viejo amigo, el Maestro Ma Tsu.
Debió de ser en Otoño cuando el sabio taoísta Hui-Neng decidió hacer su hatillo y viajar hasta la alejada provincia de Zhejiang para visitar a su viejo amigo, el Maestro Ma Tsu. No habían vuelto a verse desde hacía, probablemente, más de veinte años, y el sabio Hui-Neng sintió en su corazón que había llegado el momento de realizar aquel viaje. Vislumbró tal vez que ésa sería la última ocasión para estar con el viejo amigo. Después de varias jornadas a lomos de un jamelgo, del que no había querido desprenderse a pesar de todo, llegó por fin a la humilde morada de Ma Tsu. Estaba atardeciendo y el aire era frío y bastante húmedo. A Hui-Neng le apeteció de repente saborear una buena taza de té, y calentarse las manos con ella también. Por cosas del azar, el sabio Ma Tsu estaba precisamente encendiendo el fuego para preparar el té. Cuando Ma Tsu abrió la puerta de su cabaña y vio en la entrada a su viejo amigo, el Maestro Hui-Neng, le saludó cortesmente y le invitó a pasar. Le dijo que estaba preparando un poco de té y que le serviría una buena taza en cuanto que estuviese lista el agua. «El tiempo está cambiando y los días fríos se acercan» -dijo Ma Tsu. Hui-Neng asintió con la cabeza, dejó su hatillo junto a la puerta de entrada y se sentó a mirar por la ventana. Ma Tsu se acercó con una bandeja trenzada con varillas de bambú portando la tetera y dos viejas tazas verdosas, algo descoloridas ya. Hui-Neng bajó su cabeza en señal de agradecimiento y comentó: «Vaya, dos viejas tazas que han perdido su color como nosotros, ¿verdad, amigo?». Ma Tsu esbozó una levísima sonrisa y se sentó junto a él. Mientras que sorbían el té, sin apenas hacer ruido, los dos contemplaban a través de la ventana cómo la noche les estaba ya alcanzando. El lejano graznido de los gansos salvajes que se dirigían al oeste les hizo recordar algunas tardes compartidas del pasado. Al día siguiente, muy temprano, el sabio Hui-Neng preparó su hatillo una vez más y se despidió de su viejo amigo Ma Tsu. «Fue una tarde espléndida -dijo Hui-Neng-. Te estoy muy agradecido, viejo amigo». «Sí, es verdad -observó Ma Tsu- fue una tarde muy hermosa. Yo también te estoy muy agradecido, amigo mío». Los dos bajaron sus cabezas en señal de respetuoso agradecimiento y se despidieron. Hui-Neng se alejó de la cabaña siguiendo un sendero que atravesaba un bosquecillo, pero no miró atrás. Ma Tsu, por su parte, cerró la puerta de su humilde casa sin dirigir su mirada al sendero tampoco.
Aquel día, al caer la tarde, se sintió algo cansado y se sentó junto a la ventana. Encendió una pequeña pipa, que había sacado de una antigua alacena, y se puso a mirar por la ventana. El lejano graznido de los ánades salvajes que volaban hacia el sur le hizo recordar algunos luminosos días del pasado.
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