La luna en la ventana. Acerca de «Genji Monogatari» [y de la errancia y propagación del discurso] – II – Tomás García
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La luna en la ventana. Acerca de Genji Monogatari [y de la errancia y propagación del discurso] – II

Utagawa Toyokuni I -Woman Reading a Letter – ca. 180-1815 – Ukiyo-e
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El mundo de Genji Monogatari es un mundo peculiar.
‟If the informed Westerner -observa Ivan Morris en su estudio The World of the Shining Prince– was asked to enumerate the outstanding features of traditional Japan, his list might well consist of the following: in culture Nô and Kabuki drama, Haiku poems, Ukiyoe colour prints, samisen music, and various activities like the tea ceremony, flower arrangement, and the preparation of miniature landscapes that are related to Zen influence; in society the two-sworded samurai and the geisha; in ideas the Zen approach to human experience with its stress on an intuitive understanding of the truth and sudden enlightenment, the samurai ethic sometimes known as Bushidô, a great concern with the conflicting demands of duty and human affection, and an extremely permissive attitude to suicide, especially love suicides; in domestic architecture, fitted straw matting (tatami), large communal baths, tokonoma alcoves for hanging kakemono; in food, raw fish and soy sauce…. The list would be of course entirely correct. Yet not a single of these items existed in Murasaki`s world, and many of them would have seemed as alien to her as they do to the modern Westerner.” [1]
Efectivamente, Murasaki Shikibu no conoció lo que para el occidental informado actual constituiría el conjunto de estereotipos más definitorios de la cultura y sociedad japonesas. El Japón así dibujado le resultaría a la autora de Genji tan extraño, como bien señala Morris, como le podría resultar a cualquiera de nosotros.
Por resumirlo brevemente, desde el siglo VI hasta el XI (de acuerdo con el cómputo temporal occidental), se produce en Japón la progresiva asimilación de la refinada cultura china (de las dinastías Sui y Tang), asimilación que irá configurando la articulación de un nuevo país:
‟Los primeros resultados efectivos -puntualiza Federico Lanzaco Salafranca- aparecieron en el orden político-administrativo desde el poder carismático del príncipe Shôtoku (finales del siglo VI), la burocratización de la maquinaria administrativa de la reforma Taika (año 645), la promulgación del Código Ritsuryô (año 701).
Con el paso de los años y siempre bajo la influencia del modelo chino, el poder político se fue centralizando en la primacía imperial del clan Yamato. Los Gabinetes ministeriales se fueron organizando, todas la tierras pasaron as ser propiedad imperial para ser distribuidas, en programa teórico equitativo, entre todos los súbditos…
Desde el punto de vista cultural hay que destacar la introducción de la escritura china (con sus diferentes sistemas de lectura en su aplicación a la lengua japonesa), y la entrada de Budismo, Confucianismo y Taoísmo, con toda la panoplia de desarrollo de artes y oficios.
En efecto, era toda una nación en marcha hacia un nuevo país estructurado según el modelo chino.” [2]
En el campo de la literatura, la afloración de obras de extraordinaria belleza y sensibilidad es realmente destacable. Entre las más conocidas y celebradas, además de Genji Monogatari, estrían las siguientes:
1. Poesía: Kokinshû (905-920), Gosenshû (951), Wakan Rôeishû (1011)
2. Novela: Taketori Monogatari (901-933), Ise Monogatari (mitad del siglo X), Utsuho Monogatari (982), Eiga Monogatari (1030), Konjaku Monogatari (1107), Ôkagami (1119), Imakagami (1170)
En las obras mencionadas (y en aquellas otras pertenecientes al género del nikki, del diario personal) se va a producir la transformación estética resultante de la asimilación nipona de la cultura china, una auténtica ‟japonización” de dicha cultura, como observa Lanzaco Salafranca. Hay que señalar que ‟los contactos con el continente se fueron minimizando hasta casi desaparecer durante estos años de aislacionismo japonés, en vivo contraste con las repetidas y continuadas misiones de los periodos anteriores.”[3]
Dicho con franqueza, no puede dejar de sorprendernos, me parece, que a pesar de la restrictiva circunstancia histórico-cultural que confina en su origen a semejantes producciones literarias, hayan conseguido trascender esos límites y estén ahora disponibles para cualquier lector interesado. Algo ‟universal” ha debido poder germinar y brotar a su debido tiempo en ellas. Algo que uno podría encontrar, también, en obras de otros contextos y momentos históricos completamente distintos. Pienso en la Epopeya de Gilgamesh, por ejemplo, o en el Mahābhārata. Esto debería hacernos reflexionar, una vez más, sobre el inmenso (en el sentido de lo que no puede medirse y, por consiguiente, limitarse) poder de la palabra y, en especial, de la palabra escrita, de la literatura. ¿Podría atreverse uno a afirmar que, junto al ejercicio de la meditación filosófica, es el único espacio de libertad auténtico del ser humano?
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Suzuki Harunobu – Woman Admiring Plum Blossoms at Night – S. XVIII – Ukiyo e
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En Genji Monogatari se puede encontrar una constelación de valores retóricos, psicológicos y narrativos que se sustentan, por una parte, en los principios estéticos propios de la cultura Heian a la que pertenece su autora, y, por otra, en su propia manera de percibir e interpretar el mundo. Esto, que afirmado mutatis mutandis de cualquier otro escritor de cualquier otra época, no dejaría de ser una perogrullada, resulta muy significativo en el caso de Murasaki Shikibu. No sólo porque es una mujer, que también, sino, sobre todo, porque es una mujer especialmente lúcida y sensible, cuya personalidad destaca sobremanera contra el fondo de una sociedad muy rígida, estamental, jerarquizada y claramente patriarcal. Si debemos a un ideológico accidente la existencia de una escritura onnade, es decir, por mano de mujer, dada su grafía cursiva (y, por tanto, su errónea naturaleza), exclusivamente femenina en origen, gracias a lo cual pudo existir la obra de escritoras tan excepcionales como Ono no Komachi, Murasaki Shikibu, Sei Shonagôn o Izumi Shikibu, no podemos por menos que congratularnos y agradecérselo a los sabios varones de su época.
El Príncipe Genji mismo también es, de algún modo, una anomalía. Aunque su modelo hubiese sido un personaje histórico (tal vez Fujiwara Michinaga o Minamoto no Tôru), el personaje construido por Murasaki Shikibu destaca, sobre todo, porque no es ser divinizado, sino un hombre, tan sólo un hombre, aunque muy especial. La caracterización que hace de él Alberto Silva en su precioso libro Libro de Amor de Murasaki. Poesía de la Historia de Genji me parece lo suficientemente acertada y rica de matices como para transcribir un largo fragmento del mismo:
‟Sin negarle un manejo finalmente masculino, Shikibu hace trasponer a Genji el umbral de su propio género. Oculta en un lenguaje que los hombres no sabían descifrar, la novelista imagina (y crea, literalmente hablando) un personaje al cual su apetencia de humanidad lo lleva a no despreciar lo que viene de un género en principio opuesto. Genji expresa la afirmación de dos compuestos colindantes, lo masculino y lo femenino. Este aspecto constituye la esencia y la explicación del personaje de Genji. No se trata de ambigüedad sexual: se trata de contigüidad, vecindad, coexistencia, proximidad, simpatía y contagio entre comportamientos funcionales de uno y otro género. ¡Una locura para el siglo X! Y todavía un desafío alocado en nuestro tímido y vacilante comienzo del siglo XXI, sobre todo en un país intensamente masculinista como Japón.
Genji rompe con todo mito de sexualidad complementaria: es activo y pasivo, es duro y blando. Su clave es el incesante vaivén. La biología le queda perfectamente clara, pero se atreve a contrariar un mundo donde el sexo se construye socialmente tipificándolo en una serie de rasgos, usos, costumbres, funciones y modelos. Shikibu saca lo humano de su corsé paradigmático: hombre/mujer, hombre barra mujer, hombre versus mujer. Genji es un hombre que revienta el paradigma. Si Roland Barthes hubiera conocido de cerca el GM, a nadie hubiera sorprendido que lo mencionara en su célebre curso Le neutre. Genji es la simultánea afirmación de dos campos distintos, esquivando una toma de posición. Genji es la sal de la tierra, pero una sal ni ácida ni básica. Genji es una acción sin régimen regulatorio. En el eco anticipado e imposible del francés, la escritora nipona parece decir: Genji es el personaje neutro, el que por ser neutro desafía la definición presente de humanidad, el que en cuanto a sentimientos cava un nuevo canal de comunicaciones, que tal vez podemos llamar amor. Barthes agregaba: ‟lo neutro no puede ser dicho francamente”. Shikibu parece traducir: nada ha de ser explicitado, todo ocurre entre los vapores de la insinuación.” [4]
El amor es, tal vez, por recoger las palabras de Alberto Silva, esa acción sin régimen regulatorio. Y, por ello mismo, una de las fuerzas elementales más peligrosas. Silva ha hecho aparecer en escena a Barthes, del que debiera leerse una vez más sus Fragmentos de un discurso amoroso (así como el texto del seminario sobre el discurso amoroso desarrollado entre 1974 y 1976 en la École des Hautes Études en Sciences Sociales), pero podría haber asomado la cabeza Michel Foucault también. Pienso en el sutil análisis que hace del poder y de las relaciones de dominación en los distintos textos recogidos en Microfísica del poder o en el que hace de la relación entre poder y discurso en El orden del discurso, del que extraigo estas líneas:
‟Le discours n’est pas simplement ce qui traduit les luttes ou les sytèmes de domination, mais ce pour quoi, ce par quoi on lutte, le pouvoir dont on cherche à s’emparer.” [5]
El discurso de Genji Monogatari no es un discurso intencionadamente feminista ni político. Es una novela cuya escritura un determinado sistema de dominación ha hecho posible, y en el intersticio dejado abierto lo que no podía decirse se ha mostrado ‟entre los vapores de la insinuación”. No sé si sería muy aventurado afirmar que lo que acontece en los Cuentos de Genji obedece a lo que Derrida piensa como ‟lógica del himen”, esto es, la marca de algo indecidible, de algo que no se deja dominar por nociones tales como las de verdad o presencia. ¿Sería ‟políticamente incorrecto” o una barbaridad decir que el modo en que Kant piensa lo bello en la Kritik der Urteilskraft hace de ello algo no dominable tampoco? No olvidemos que es el producto del libre juego de las facultades (del ánimo). Y si Genji es algo, es, desde luego, una obra de arte realmente bella.
¿Qué tenemos?: una novela escrita a principios del siglo XI por una mujer en un país naciente, utilizando un sistema de escritura que casi sólo conocen y dominan las mujeres, y que relata las aventuras y desventuras de un príncipe que, por su carisma, prestancia y elegancia, será conocido como el Príncipe Radiante. ¿Poco prometedor?
Dejo a Genji, de momento, la palabra:
fukaki yo no
aware ô shiru mo
iru tsuki no
oboroke naran
chigiri tozo omou
gozo en la noche
profunda al saber
que la luna desgarra
la bruma y alumbra
el deseo [6]
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Suzuki Harunobu – 1767 – Ukiyo-e
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Tomás García
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Notas
[1] Ivan Morris. The World of the Shining Prince. New York: Alfred A. Knopf, 1964, p. 153.
[2] Federico Lanzaco Salafranca. Los valores estéticos en la cultura clásica japonesa. Editorial Verbum, Madri, 2009, p. 41.
[3] Id., p. 42.
[4] Alberto Silva. Libro de Amor de Murasaki. Poesía de la Historia de Genji. Revisión de los poemas a cargo de Yuriko Murakami. Editorial Pre-Textos. Colección Textos y Pretextos, Valencia, 2008, pp. 209-210.
[5] Michel Foucault. L’ordre du discours: Leçon inaugurale au Collège de France prononcée le 2 décembre 1970. Éditions Gallimard, 1971, p. 12.
[6] Alberto Silva. Libro de Amor de Murasaki. Poesía de la Historia de Genji. Revisión de los poemas a cargo de Yuriko Murakami. Editorial Pre-Textos. Colección Textos y Pretextos, Valencia, 2008, p 40.
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