La luna en la ventana. Acerca de «Genji Monogatari» [y de la errancia y propagación del discurso] – I – Tomás García

La luna en la ventana. Acerca de «Genji Monogatari» [y de la errancia y propagación del discurso] – I – Tomás García

La luna en la ventana. Acerca de Genji Monogatari [y de la errancia y propagación del discurso] – I

 

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Σωκράτης: ἐγὼ οὖν μοιδοκῶ, ὦ Ἱππία, ὠφελῆσθαι ἀπὸ τῆς ἀμφοτέρων ὑμῶν ὁμιλίας: τὴν γὰρ παροιμίαν ὅτι ποτὲλέγει, τὸ ‘χαλεπὰ τὰ καλά,’ δοκῶ μοι εἰδέναι.

 

Sóc.: ‟Ciertamente, Hipias, me parece que me ha sido beneficiosa la conversación con uno y otro de vosotros. Creo que entiendo el sentido del proverbio que dice: «lo bello es difícil»”

Platón, Hipias mayor, 304e [1]

 

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Representación imaginaria de Murasaki Shikibu

 

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Genji Monogatari es un obra literaria singular. Escrita a comienzos del siglo XI (de acuerdo con el cómputo occidental) en Japón, podría ser considerada la primera novela de la literatura universal. Su autora es conocida como Murasaki Shikibu, Dama Murasaki o Dama Shikibu, una mujer con un talento extraordinario que vivió en la corte imperial de Heian, la actual Kioto, durante el periodo Heian (794 – 1185), el último de la época clásica de la historia de Japón.

 

 

Retrato de Murasaki Shikibu – Tosa Mitsuoki – Siglo XVII

 

Además, dicha obra fue escrita en hiragana, uno de los dos principales sistemas de escritura japoneses, junto al katakana, que, en la época de su autora, al ser una escritura cursiva (sōsho), no fue bien aceptada por los hombres, que preferían la escritura regular (kaisho), y por esta razón, dado que las mujeres tenían el acceso a los mismos niveles de educación que los hombres prohibido, su uso alcanzó gran popularidad entre ellas y se convirtió en el vehículo de su comunicación escrita más personal e íntima y, también, de su literatura.  El célebre Makura no Sōshi (El libro de la almohada) de la ‟rival” de Murasaki Shikibu, Sei Shōnagon, también está escrito en hiragana. Acerca de este precioso diario íntimo, que tuvo en su origen un carácter estrictamente privado, dice Octavio Paz lo siguiente:

‟La prosa de Sei Shonagon es transparente. A través de ella vemos un mundo milagrosamente suspendido en sí mismo, cercano y remoto a un tiempo, como encerrado en una esfera de cristal. Los valores estéticos de esa sociedad –por más exquisitos y refinados que nos parezcan– no eran sino los de la moda. Mundo up to date, sin pasado y sin futuro, con los ojos fijos en el presente. Mas el presente es una aparición, algo que se deshace apenas se le toca. Este sentimiento de la fugacidad de las cosas –subrayado por el budismo, que afirma la irrealidad de la existencia– tiñe de melancolía las páginas del Libro de cabecera de Sei Shonagon. El mismo sentimiento –sólo que profundizado, convertido, por decirlo así, en conciencia creadora– constituye el tema central de la obra de la señora Murasaki.” [2]

Como es sabido, sus también admiradores Jorge Luis Borges y María Kodama prepararon una edición, con selección de textos y traducción al español, de su Makura no Sōshi [3].

Otros espléndidos ejemplos del género del diario (nikki), tan practicado por damas de la corte durante el periodo Heian, son el Izumi Shikibu Nikki, de la poeta Izumi Shikibu, y el Sarashina Nikki, de la Dama Sarashina[4].

 

Genji Monogatari – Capítulo 20 – Manuscrito 5328f – The Schoyen Collection [ca. 1800]

Si pensamos que todas estas obras, aunque ciertamente no pensadas originalmente mas que para un círculo íntimo, casi exclusivamente femenino, y una audiencia limitada fueron escritas entre finales y comienzos de nuestros siglos X y XI, y recordamos lo que se producía literariamente en Occidente en ese mismo momento histórico, no podemos por menos que sorprendernos ante la delicadeza, elegancia y complejidad estética de dichas obras. Christine de Pizan es reconocida como la primera escritora profesional de la historia, pero la célebre filósofa y poeta humanista, autora de La Cité des dames, nació en Venecia en 1364, más de trescientos años después de que fuera escrito Genji Monogatari. Y no quiero dejar de señalar que hay que esperar hasta 1678 para conocer a la primera mujer en obtener un Doctorado en una universidad. Era Elena Lucrezia Corner Piscopia, también veneciana, a quien le fue concedido el grado de doctora en Filosofía (el de Teología le fue denegado) por la Università degli Studi di Padova, la célebre universidad del Bo`.

La producción literaria de Occidente (en algunos de los países que forman parte de lo que conocemos hoy como ‟Europa”), entre los siglos VIII y XI, como destaca Federico Lanzaco Salafranca en su estudio Los valores estéticos en la cultura clásica japonesa, podría recogerse en la relación siguiente:

1. Hildebrandslied (s. VIII): epopeya; el más antiguo poema en alto alemán.

2. Ludwigslied (s. IX): poema histórico; escrito en dialecto franco-renano;

3. Beowulf (s. X): poema épico anglosajón;

4. Walter (s. X): poema latino de los monjes Ekkhard I y IV;

5. Ecbasis cuiusdam captivi (s. X): poema latino de un monje lorenés;

6. Gesta Berengarii Imperatoris (s. X): poema latino épico del norte de Italia;

7. Chanson de Roland (s. XI).

 

Por otra parte, y además, habría que referirse a los nórdicos Edda (ss. IX – XIII) y a la obra de los escaldas, poetas cortesanos noruegos, en los siglos IX y X, de la cual deben ser destacados el Hrafnsmal y el Hakonarmal.

No obstante, en la Península Ibérica encontramos, en el siglo XI, la obra poética más refinada de la Alta Edad Media: el dīwān titulado Tawq al-hamāma,  El collar (de la paloma) del cordobés Abu Muḥammad ʿAli ibn Aḥmad ibn Saʿīd ibn Ḥazm, más conocido como Ibn Hazm, del que un entusiasmado Ortega y Gasset, prologuista de la edición del gran Emilio García Gómez, escribe que es:

«el libro más ilustre sobre el tema del amor en la civilización musulmana».

Sin ánimo de enmendarle la plana a Ortega, me gustaría recordar aquí el precioso tratado sufí de Majd al-Dīn Abū al-Fotuḥ Aḥmad Ghazālī, hermano menor del célebre teólogo y filósofo Abū Ḥāmid Muḥammad ibn Muḥammad al-Ghazālī, titulado Sawāneḥ (Las inspiraciones de los enamorados) [5], escrito a principios del siglo XII, del que Hellmut Ritter, el gran orientalista alemán y editor de la obra [6], una autoridad en el estudio del sufismo, señala que ‟difícilmente se encontrará otra obra en la que el análisis psicológico alcance una intensidad semejante”.

Sí es posible, no obstante, encontrar otra, aunque anterior y en un contexto cultural totalmente distinto. Y escrita, además, por una mujer.

 

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Debemos a la traducción al inglés de Genji Monogatari por parte de Arthur Waley, la primera realizada a una lengua occidental, publicada en seis volúmenes entre 1925 y 1933, la ocasión que permitió el amplio reconocimiento dentro y fuera de Japón de la que hoy es considerada como una de las indiscutibles obras maestras de la historia de la literatura. Dicha edición no sólo fue una auténtica sacudida para los escritores occidentales contemporáneos (de la que la reseña de Virginia Woolf acerca de la publicación del primer volumen de la traducción de Waley es una muestra [7]), sino que lo fue también para los propios autores japoneses, entre los cuales Akiko Yosano, Jun’ichirô Tanizaki y Yasunari Kawabata se remitieron siempre al Genji como la fuente estética y literaria última de su propio trabajo artístico. Hay que destacar que la poeta Akiko Yosano realizó la primera traducción de la obra al japonés moderno, labor que continuaron más tarde Jun’ichirô Tanizaki y Fumiko Enchi.

 

 

The Tale of Genji – Edición de Arthur Waley [1925 -1933]

 

Si para un japonés culto la lectura y comprensión de la obra de Murasaki Shikibu, normalmente en versiones anotadas, es una tarea difícil, qué se podría decir de los obstáculos que ha de encontrar necesariamente un lector occidental. Pienso en mí, por ejemplo, si se me permite este apunte personal. Apasionado de las culturas china y japonesa, y en especial de su literatura clásica, desde mi temprana adolescencia, no he dejado de cuestionarme cada vez que leía y releía a Li Bai (Li Po), Du Fu, WangWei, Bashô, Issa, a Ryôkan, y, después, a Yosano, Kawabata, Tanizaki, Mishima, Akutagawa, Sôseki, etc., hasta qué punto mi lectura permitía una verdadera ‟conexión” con esa realidad, en principio tan ajena, que los mencionados autores estaban tratando de hacer llegar. Cuando sentía una profunda emoción leyendo País de nieve (Yukiguni) o Lo bello y lo triste (Utsukushisa to Kamashimi to), emoción que reproducía la que ya había sentido la primera vez que abrí Sendas de Oku (Oku no Hosomichi) o que vi las bellísimas Cuentos de Tokio (Tokio Monogatari) y Cuentos de la luna pálida de agosto (Ugetsu Monogatari), no podía por menos que cuestionarme si, en el fondo, no se debía todo al filtro (mágico) de una espléndida traducción. En el caso de las películas de Ozu y Mizoguchi había algo más que un buen doblaje, claro está. Algo que sólo los grandes directores pueden ofrecer. Y sin embargo…

Y sin embargo, lo que me llegaba de las cultura china y japonesa a través de los ensayos de Octavio Paz y Alan Watts, entre otros, era algo a lo que yo me sentía de una manera natural bastante afín. No fue primero el vínculo intelectual, sino el cordial. Porque yo sentía que era capaz de recibir de un determinado modo, la conexión intelectual pudo establecerse fácilmente. Tal vez por ello, de una forma instintiva ‟sabía” que, a pesar de no leerlos en su lengua original, la sustancia de los poemas y relatos en los que se me abría el alma china y japonesa de sus autores sí me llegaba de algún modo, sí estaba siendo recogida en el envejecido y desgastado cuenco Raku de mi joven e inocente espíritu de entonces. Pero es que, tal vez, en el fondo no se trate de algo culturalmente ‟local”, algo que sólo tendría que ver con los valores estéticos de determinados periodos de la historia de las culturas china y japonesa, sino, más bien, de una experiencia universal, de una experiencia abierta a la sensibilidad de cualquiera, siempre y cuando dicha sensibilidad sea, a su vez, una abierta receptividad. Creo que Aristóteles tiene razón cuando afirma que ‟el alma es, en cierto sentido, todas las cosas”.

No sé nada y sólo sé lo que han manifestado en este sentido escritores como Jorge Luis Borges, Octavio Paz o Marguerite Yourcenar, de la que transcribo a continuación la expresión de su admiración por la novela de Murasaki en el fragmento de una respuesta ofrecida a Matthieu Galey en Les Yeux ouverts:

‟Quand on me demande quelle est la romancière que j’admire le plus, c’est le nom de Murasaki Shikibu qui me vient aussitôt a l’esprit, avec un respect et une révèrence extraordinaires. C’est vraiment le grand écrivain, la tres grande romancière japonaise du  XI e siècle, c’est-à-dire d’une époque où la civilisation était à son comble, au Japon. En somme, c’est le Marcel Proust du Moyen Age nippon: c’est une femme qui a le genie, le sens des variations sociales, de l’amour, du drame humain, de la façon dont les êtres se heurtent a l’impossible. On n’a pas fait mieux, dans aucune litterature.” [8]

Enfrentarse a lo imposible, por mi parte, sería querer decir lo que no puede (ni debe) decirse. Por esta razón, no pretendo aquí y ahora explicar nada acerca de Genji Monogatari. Por recordar alguna instrucción de Ezra Pound, la tarea consistiría en mostrar la cosa. La tarea del poeta, del artista, se entiende. Pero el articulista o el ensayista tienen por fuerza que decir algo, y sus escritos podrían no alcanzar, desde luego, semejante altura. Claro, que siempre podría intentarse la aventura de seguir escribiendo Genji, o En busca del tiempo perdido, por ejemplo, con el fin de evitar el fracaso inherente a todo discurso metaliterario, tal y como hizo la propia Marguerite Yourcenar al escribir Le dernier amour du prince Genghi [sic], relato publicado en 1938 y recogido en sus Nouvelles orientales. Pero me temo que es una aventura destinada al fracaso también, aunque a otro tipo de fracaso [9].

Algo parecido, me parece, ocurre en el ámbito filosófico en relación con determinados pensadores. Pienso en el caso de Nietzsche, por ejemplo. Si su pensamiento no puede ser explicado, y lo único que cabe hacer al respecto es, como decía Eugen Fink, pasear por los bosques dejando que alguna palabra o fulgurante intuición del pensador se inmiscuyan en la conversación (y lo mismo, creo, cabría hacer con Heráclito), con Genji no cabe sino leer y disfrutar, y permitir con ello que sus aromas, sus colores, sus luces tenues, sus secretos a medio guardar, sus secretas conversaciones, su despliegue de estados de ánimo, sus informes meteorológicos, la inquietud y la agitación de los corazones de sus personajes, la dulce melancolía de sus versos, la serena sabiduría de su joven autora lleguen, le lleguen a uno, impregnen su alma y le hagan sentir la hermosura de ese mundo violáceo [10]. Es cierto que el mundo del relato de Murasaki Shikibu es, en principio, muy limitado y circunscribe la trama del drama relatado [11] a la casta nobiliaria de la corte de Heian, pero su perspicacia, la finura de sus descripciones y el profundo y matizado retrato psicológico, en un sentido no (supuestamente) científico, de sus personajes convierten el Genji en un ‟artefacto” que trasciende sus límites histórico-culturales. Un mundo japonés de principios del siglo XI que un flâneur del siglo XXI, de cualquier parte,  podría recorrer. A lo mejor resulta que a su través se lograría sentir la belleza de cualquier mundo, y para empezar, del nuestro, de este extraño y condenado mundo [12] preñado de mundos posibles.

Quiero evitar, repito, la explicación, pero sí deseo, no obstante, ‟dejar que se muestre” alguna cosa en relación con la obra de Murasaki Shikibu. Sí me gustaría transmitir y compartir con los potenciales lectores ‟el gusto por la belleza” [13], por decirlo con Éric Rohmer, y el placer de demorarse ‟en la belleza ajena” [14], por recordar el título de la preciosa obra de Adam Zagajewski. Es por ello por lo que trataré de esbozar algunos de los principios estéticos fundamentales sobre los que se sustenta el relato del Príncipe Radiante [15].

 

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Tomás García

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Notas

[1] Platón. Diálogos I. Introducción general por Emilio Lledó Íñigo. Traducción y notas por J. Calonge Ruiz, E. Lledó Íñigo y C. García Gual. Editorial Gredos, Biblioteca Clásica Gredos 37, Madrid, 1985.

[2] Octavio Paz, «Tres momentos de la literatura japonesa», 1954, en Las peras del olmo, México: Universidad Nacional Autónoma de México, 1957.

[3] Sei Shōnagon. El libro de la almohada. Selección y traducción de Jorge Luis Borges. Prólogo de María Kodama. Alianza Editorial, Madrid, 2004. Hay otra edición disponible en castellano: Sei Shōnagon. El libro de la almohada. Versión castellana del japonés, anotada y comentada por Iván A. Pinto Román y Oswaldo Gavidia Cannón, con la especial colaboración de Hiroko Izumi Shimono. Pontificia Universidad Católica del Perú. Fondo Editorial, 2002. Por otra parte, Peter Greenaway realizó una versión cinematográfica de la obra (muy personal, como es propio) titulada The Pillow Book, estrenada en 1996.

[4] Hay disponible una versión en castellano de los diarios de Murasaki Shikibu, Izumi Shikibu y del Diario de Sarashina en Diarios de damas de la Corte Heian. Editorial Destino, Barcelona, 2007.

[5] Sawāneḥ. Las inspiraciones de los enamorados. Edición bilingüe farsi-español a cargo del Dr. Javad Nurbakhsh. Traducción de Mahmud Piruz. Editorial Nur [Publicaciones del Centro Sufí Nematollahi] – Colección La fuente del recuerdo, Madrid, 2005.

[6] Aḥmad Ghazālī. Aphorismen über die Liebe. Hrsg. v. Hellmut Ritter. Verlag: Istanbul / Staatsdruckerei, Leipzig / In Kommission bei F. A. Brockhaus, 1942.

 
[7] Woolf, Virginia. “The Tale of Genji: The First Volume of Mr. Arthur Waley’s Translation of a Great Japanese Novel by the Lady Murasaki.” Vogue 66.2 (Late July, 1925): 53, 80. Acerca de esta reseña, Michael Emmerich, autor del reciente estudio The Tale of Genji: Translation, Canonization, and World Literature, aparecido en 2013, responde lo siguiente en una entrevista concedida a Critical Margins: ‟Virginia Woolf has a nice line in a review she wrote in 1925 of the first volume of Arthur Waley’s translation of The Tale of Genji that gives a sense of how she saw Murasaki Shikibu in terms of global history: she compares her to “Tolstoi and Cervantes or those other great writers of the Western world whose ancestors were fighting or squatting in their huts while she gazed from her lattice window at flowers which unfold themselves ‘like the lips of people smiling at their own thoughts.’ ” My knowledge of English history is pretty thin, but I seem to recall that in the early 11th century the land we know think of as England was ruled by the Danes. Modern English wouldn’t even come into existence for another five centuries after The Tale of Genji was written, and even Chaucer was born about three centuries after Murasaki Shikibu died.” La entrevista completa se puede leer en: https://criticalmargins.com/interview-with-michael-emmerich-author-of-the-tale-of-genji-b8cd009d079a

 
[8] Marguerite Yourcenar en Les Yeux ouverts : Entretiens avec Matthieu Galey. Bayard Éditions [Collection Essais], Montrouge, 1996, pp. 110-111.

[9] Acerca del fracaso artístico y de su vinculación con el trabajo y la creatividad del artista, léase el espléndido Cuarenta y un intentos fallidos: ensayos sobre escritores y artistas, de Janet Malcolm [Editorial Debate, Madrid, 2015] y, también, el no menos espléndido El buen relato: Conversaciones sobre la verdad, la ficción y la terapia psicoanalítica, el diálogo entre J. M. Coetzee y Arabella Kurtz [Literatura Random House, Penguin Random House Grupo Editorial, Barcelona – Madrid, 2015].

 
[10] Murasaki es el nombre de una flor, Wisteria floribunda, y de un color, o mejor, de una gama de colores que incluiría el morado, el violeta y el lavanda.

[11] De acuerdo con el sentido etimológico de la palabra drama [en relación con el verbo δράω, δραομαι].

[12] Recordando las palabras de Erik al pequeño Pelle Karlsson en Pelle Erobreren, Pelle el Conquistador, película de Bille August.

[13] Éric Rohmer. El gusto por la belleza. Editorial Paidós Ibérica, 2000.

[14] Adam Zagajewski. En la belleza ajena. Editorial Pre-Textos – Narrativa Contemporánea, 2003.

[15] Es el sobrenombre con el que se conoce al Príncipe Genji.