Guerra e indignación moral [Con ocasión de la invasión militar rusa de Ucrania] – Respuesta a Jürgen Habermas – Luis Martínez de Velasco

Guerra e indignación moral [Con ocasión de la invasión militar rusa de Ucrania] – Respuesta a Jürgen Habermas – Luis Martínez de Velasco

Guerra e indignación moral [Con ocasión de la invasión militar rusa de Ucrania] – Respuesta a Jürgen Habermas

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Guerra e indignación moral [Con ocasión de la invasión militar rusa de Ucrania] – Respuesta a Jürgen Habermas

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La reflexión expresada en el Süddeutsche Zeitung del 1 de mayopor el filósofo Jürgen Habermas a propósito de la vergonzosa invasión rusa de una Ucrania considerada una parte esencial de la Gran Rusia soñada por Vladimir Putin no se ha hecho esperar demasiado. A los setenta y cinco  días de dicha invasión Habermas ha expuesto su opinión en unos términos que, ciertamente, no suponen ninguna novedad en cuanto al tono, algo ampuloso y ambiguo,.del filósofo nacido en Düsseldorf. Su posición viene a alinearse en las filas de la Realpolitik (vertebrada en torno a un realismo político moderado y un punto vergonzante), que aconseja, por decirlo sencilla y  francamente, “no meterse en líos”.  Así lo expresa Habermas:

No veo ninguna justificación convincente para reclamar una política que, por doloroso y cada vez más insoportable que resulte ver el sufrimiento diario de las víctimas, ponga en peligro de hecho la bien fundada decisión de no participar en esta guerra.

Naturalmente, esta decisión, se supone que bien fundada en términos pragmáticos pero, desde luego, no en términos morales, se desarrolla al calor de un agudo dilema bien subrayado por Habermas, dilema generado y alimentado por un imprevisible Putin. Si Occidente y su punta de lanza militar, las fuerzas de la OTAN, responden al chantaje del mandatario ruso y se oponen frontalmente a sus designios, corremos el riesgo todos de embarcarnos en un conflicto global de imprevisibles consecuencias. Pero si, por el contrario, miramos para otro lado con el fin de apaciguar a Putin y “enfriar” el conflicto, corremos el riesgo de alimentar sus tendencias paranoicas y permitir que continúe y extienda su expansión hasta Moldavia y quizá hacia la región de los Balcanes. ¿Qué hacer entonces? Lo más probable –suponiendo cierta inteligencia geoestratégica por parte de Putin- es que éste hinque sus talones en Ucrania y se abstenga de molestar a los países que conforman la OTAN (por ejemplo, Polonia, Hungría o la República Checa) a cambio de lo cual vendría a darse una especie de “pacto de no agresión” entre Rusia y Occidente. La gran sacrificada en este caso sería, ni que decir tiene, la población indefensa de Ucrania. Bien, pero que eso sea lo más probable no quiere decir que sea lo más deseable desde un punto de vista moral. Sencillamente no hay derecho a sacrificar a la población ucraniana en aras de ese “juego de ajedrez” perverso en que se ha convertido la geopolítica.

Todo esto señala indirectamente la necesidad no sólo de captar en toda su amplitud y crudeza la naturaleza dolorosa e irresoluble de los dilemas involucrados en este tipo de situaciones, sino, como telón de fondo, la necesidad de replantearse, de forma seria y hasta el final, la relación profunda entre la realidad y el pensamiento filosófico, entre el ser y el deber ser (por utilizar los términos clásicos). Alguna vez se ha dicho que la filosofía consiste en contemplar el mundo con ojos cargados de exigencia moral. Urge preguntarse si esto es así o si no constituye más una simple farsa destinada a aliviar conciencias atravesadas por contradicciones y perplejidades sin cuento.

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Decía Mark Twain que la historia no se repite, pero rima. En efecto, hay situaciones históricas que, dejando al margen algunas circunstancias diferenciales, se parecen extraordinariamente, casi como si fuesen un calco unas de otras. Actualmente estamos viendo la situación de la invasión de Ucrania, que guarda un gran parecido con la situación que le tocó vivir a Europa en los años 30, sobre todo el ascenso de Adolf Hitler al poder en Alemania y sus ansias expansionistas, que mostraron su rostro en 1938 con ocasión de la denominada “crisis de los Sudetes” al calor de la existencia de minorías alemanas en Bohemia, Moravia y Silesia en el territorio de Checoslovaquia. Ello acabó dando a Hitler el pretexto para desmembrar este país con el consentimiento de Francia y Reino Unido.  El nombre del primer ministro británico Neville Chamberlain pasó a la historia como ejemplo de la debilidad europea y su voluntad de paz a cualquier precio. Hoy Europa no se encuentra tan dividida como entonces ni es un continente que pueda considerarse débil, pero su tímida reacción ante la insultante agresividad de Vladimir Putin parece no ser capaz de apaciguar las ansias expansionistas del mandatario ruso. Ucrania, desde luego, pero también Finlandia, Polonia y Hungría tienen sobrados motivos para la intranquilidad. Parece como si el lema que funcionó en el pacto de Munich de 1938 (“Checoslovaquia por paz”) se repitiera ahora con motivo de la cruel invasión rusa (“Ucrania por paz”).

Los motivos reales por los que la OTAN no desea intervenir (más allá de la retórica de no querer expandir el conflicto) oscilan entre su voluntad de poner en marcha una estrategia de desgaste de Rusia a medio plazo utilizando la baza de Ucrania (algo que opina la mayoría de los mandos militares consultados), pasando por el deseo de fortificar la unión de los países de la OTAN, hasta el puro y simple miedo a enfrentarse a Rusia cara a cara. No obstante, la histeria anti-injerencia de Putin, así como la ineludible obligación moral de acudir en la ayuda del débil, empujan a la intervención de las fuerzas de la OTAN en este conflicto. Una fuerza material sólo puede ser neutralizada por otra fuerza material, igual o mayor, de signo contrario (Marx).

En lugar de eso, la OTAN, que mantiene cobardemente su tajante negativa tanto a entrar de lleno en esta guerra como a admitir un ingreso rápido de Ucrania en su organización, ha preferido la “vía lenta” a la hora de intervenir en el conflicto. Son tres los núcleos principales de esta vía.

Las dos primeras vías, negociación y diplomacia, vienen a poner de manifiesto algo que no es difícil de entender: sin una presión militar que le obligue, Putin podrá negarse una y otra vez a hacer concesiones a Ucrania. Su negociación, conducida por su perrito faldero Lavrov, no es más que un “trágala” vergonzoso. De la diplomacia cabe decir tres cuartos de lo mismo. En este caso, el `primer ministro chino lo ha dejado meridianamente claro: Rusia es para China un aliado “sólido y fiable”, por lo que apenas cabe esperar algo por este lado.

En cuanto a las sanciones, que más bien responden a una doble estrategia, de desgaste económico de Rusia y de disminución de la dependencia europea de las fuentes alimentarias (trigo, cebada) y energéticas rusas (gas y petróleo), se dan tres determinaciones de enorme importancia.

  1. Las medidas adoptadas para estrangular o entorpecer en todo lo posible el crecimiento económico ruso son (y en esto están de acuerdo la totalidad de los economistas consultados) demasiado lentas, pues su eficacia sólo comenzará a aparecer meses después de haber sido decididas, y eso dando por supuesto que occidente va a aceptar un relativo empobrecimiento al renunciar a las fuentes de energía rusa (gas, petróleo) de las que hasta ahora disponía, renuncia que, si hemos de ser sinceros, está muy lejos de ser evidente
  2. Tales medidas son, además, sesgadas, pues a quien van a perjudicar principalmente es a la población rusa.
  3. Y son, en gran medida, inútiles o muy poco eficaces dada la capacidad de renuncia y sufrimiento del pueblo ruso (aunque la valentía mostrada por buena parte de sus miembros oponiéndose a la invasión abren una puerta a la esperanza). Eso, por no hablar de que China e India se han prestado apresuradamente a jugar el papel de sustitutos económicos de occidente.

Paz a cambio de Ucrania. Ése es el lema que han adoptado la OTAN y la UE para manejar esta invasión. En la guerra civil española la no intervención de los países democráticos europeos acabó propiciando la victoria del fascismo, y en la Segunda Guerra Mundial no consiguió apaciguar a Hitler y al final tuvo que intervenir militarmente por cuestiones de supervivencia tras haber entregado cobardemente Checoslovaquia al dictador nazi [1]. ¿Ocurrirá lo mismo con Ucrania? Todo depende del rencor y las ansias expansionistas de Putin y el grado de cobardía moral de la OTAN y su perro faldero, la Unión Europea. De lo primero no sabemos aún lo suficiente. De lo segundo, en cambio (y por desgracia) estamos sabiendo mucho más de lo que nos gustaría admitir.

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Luis Martínez de Velasco

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Nota

[1] Abundan los ejemplos que ilustran el altísimo precio a pagar por la no intervención en casos de agresión salvaje. Baste con recordar la pasividad de la ONU ante la monstruosa matanza del conocido como “genocidio de Ruanda” de 1994, donde el gobierno del país, mayoritariamente de la etnia hutu, asesinó a unos 800.000 tutsis ante la pasividad mundial. El responsable para las misiones de paz en 1994, Kofi Annan rechazó la posibilidad de enviar a Ruanda los cascos azukles, algo de lo que se arrepintió amargamente durante el resto de su vida.

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Nota del editor

El editor de Café Montaigne, que no sólo es contrario a la posición del autor del artículo en relación con la, a su juicio, necesidad urgente de una intervención militar de las fuerzas de la OTAN, sino que es contrario a la existencia misma de semejante organización, edita y publica dicho artículo en aras de la libertad de expresión y de la defensa del espacio de pensamiento que sólo un uso público de la razón podría permitir.

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