Como si lo estuviera viendo
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Como si lo estuviera viendo
A mi amigo Sebastián Gámez Millán y a sus padres, María y Sebastián.
Erinnerung: »Ich sehe uns noch an jenem Tisch sitzen«. – Aber habe ich wirklich das gleiche Gesichtsbild – oder eines von denen, welche ich damals hatte? Sehe ich auch gewiß den Tisch und meinen Freund vom gleichen Gesichtspunkt wie damals, also mich selbst nicht? –– Mein Erinnerungsbild ist nicht Evidenz jener vergangenen Situation; wie eine Photographie es wäre, die, damals aufgenommen, mir jetzt bezeugt, daß es damals so war. Das Erinnerungsbild und die Erinnerungsworte stehen auf gleicher Stufe.
Ludwig Wittgenstein, Zettel, § 650
Recuerdo: “nos veo ahora sentados a aquella mesa”. – ¿Pero realmente tengo la imagen visual –o una de aquellas que tuve entonces?, ¿veo la mesa y a mi amigo desde el mismo ángulo que entonces, de modo que no me veo a mi mismo? – Mi imagen mnémica no es prueba de aquella situación pretérita, como lo sería una fotografía que, tomada en aquel momento, ahora me atestiguara que entonces las cosas fueron de esa manera. La imagen mnémica y las palabras recordadas están en el mismo nivel.
Ludwig Wittgenstein, Zettel, § 650
Quiero abrazar contigo la verdad precipitada de La Bonne Chanson, con Gabriel Fauré y Paul Verlaine, como si lo estuviera viendo. Con el arte y sus objetos disfrazados. Con su “armonía patricia”. Con las máscaras gozosas, sonrientes, celebrando la vida de Rilke y sus musas. Quiero morder amigo la herida sin demora, escupir el gris veneno de la ausencia, de la distancia huérfana y apartarlo de tus ojos a la luz del otoño en ese momento suspendido en el que sobran las palabras.
Nunca sobran las palabras, pero hoy se han desbordado la nada y todos sus afluentes y los poetas están tristes, en un rincón, silenciosos, ateridos de frío y tinieblas, ebrios de amor y desamparo. Hoy, el mundo no puede dibujarse con el grafito preciso de los versos. Hoy solo cabe seguir el dedo de Julia cuando dice: “aquí”, “allí”, y bendecir sus cortos pasos, sus amplios pasos que abren las carnes del futuro más hermoso desde la torre del castillo, sintiendo la lejanía del bosque. Hoy solo podemos esperar un abrazo, saborear sus tentáculos en el horizonte y acompasar con la mirada los movimientos de una niña que juega con la luz del otoño haciendo sortilegios con su piel anacarada y el azul de sus ojos para que aparezca su abuela.
Hoy he escuchado el mejor de los poemas que podría escuchar una madre en el sfumato germinal de una iglesia, en un escenario fantasmagóricamente iluminado y bello en el que sobran las palabras, pero no los versos. Tus versos son lo inesperado, el incienso más dulce del ritual de los tiempos, la lágrima congelada dentro de un reloj blando que amamanta a las hormigas de los sueños. Tu canto es el que Valéry reclama para la belleza. Es lo inesperado en una espera a veces desesperada, a veces gozosa, como el amor y la muerte. Tu elegía alumbra las sanguinas de Leonardo, la torsión libre de los esclavos de Miguel Ángel o el equilibrio cósmico de La Sagrada Familia del cordero, todos ellos sentados a la mesa del Tintoretto, dentro de un palacio de Paolo Veronese recreado por Cristóbal Toral. Hoy, gracias a ti, amigo, he podido sentir muy cerca cómo acaricias la piel de tu madre en un tiempo habitado e inmenso. Es, como si lo estuviera viendo.
Ana María quiere que su madre le diga cómo acabar de tejer la bufanda y Julia finge estar ensimismada en sus juegos, hablándole a un elefante rojo con el cabello revuelto. La abuela se ríe con los ojos muy abiertos, al fondo, amasando la vida entre sus manos, contemplando a su pequeña diosa de porcelana, rimando sus versos más íntimos. Yo finjo ser la muñeca tumbada en la mesa para poder recoger la cosecha, jugar con Julia, recibir el premio de la sonrisa de María y abrigarme con la bufanda. El escenario no es otro que el que Vermeer construyó con luces y sombras para El arte de la pintura o la Lección de música. Es, como si lo estuviera viendo. Aunque en la fotografía no salga el poeta. Aunque la música no sea la del trío de Fauré. Aunque Ana María no llegase a tiempo para acabar la bufanda con su madre. Aunque a veces sobren las palabras. Aunque se apaguen las luces de la casa que hace poco estaban encendidas.
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Rafael Guardiola Iranzo