La anciana Clave de Sol – Silvia Olivero Anarte

La anciana Clave de Sol – Silvia Olivero Anarte

La anciana Clave de Sol

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La anciana Clave de Sol

Cuando pregunté a la anciana Clave de Sol el por qué de su oronda figura me habló de los tiempos difíciles en los que la soledad le había impulsado a abrazarse a sí misma hasta enroscarse simulando las lágrimas en aspecto de caracol. Ante mi mirada de asombro me alertó que no me preocupara. Me explicó que, en momentos de aislamiento y derribo, también había aprendido a alzar su mirada hacia la quinta línea del pentagrama, allá en lo alto, atravesando el techo de plomo, incluso en ocasiones el techo de cristal y, por otro lado, había desarrollado la capacidad de profundizar sus raíces y resquebrajar la primera línea del pentagrama para agarrarse firmemente al subsuelo.

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Cuánta sabiduría y fortaleza.

Dada su edad tenía muchas experiencias que narrar, me contó historias de juventud, cuando se dejaba en manos de sus amigos, permitiendo la libertad de movimiento en espacios reducidos. Me habló de un tal Johann Sebastian Bach con quien se difuminaba en contrapunto, unos años después se fue de copas con Joseph Haydn y Wolfgang Amadeus Mozart, con quienes se exponía y reexponía en representaciones dispares. Se le cambió el rostro cuando recordó aquellos tiempos junto a Ludwig van Beethoven, un muchacho despeinado que, abstraído, no se fijaba mucho en el rostro de nuestra vieja narradora, hasta el punto que jugaba al escondite con su columna y sus zapatos.

¿Quieres una taza de té?, me dijo, y rauda continuó: sigamos con mis recuerdos.

También me habló de una curiosa pandilla de hormonas revueltas, emocionalmente agitados. El primero era un señor de gafas redondas que caminaba incompleto y la engordaba, Franz Schubert me dijo era su nombre; el segundo la estilizaba, me comentó que trabajaba junto a su hermana en su juventud, dos grandes artistas en el mismo hogar, Mendelssohn me dijo era su apellido, y sus nombres Félix y Fanny, dos inmensas “efes” que le recordaron sus tiempos de borrachera con la clave de Fa, pero no me quiero ir por las ramas; el tercero, que la perfilaba con meticulosidad pero sin redondeces era, me dijo acercándose a mi oído, un gran compositor casado con una magnífica pianista y compositora; ¿su nombre? ¡Ah, sí!, Robert Schumann, enamorado de Clara Wieck. Continuamos rememorando los tiempos pasados y sonrió sonrojada al nombrar a Johannes Brahms, ese señor con barbas, ojos claros y manos unidas a la espalda mientras reflexionaba sobre sus sinfonías, me contaba cómo se le derretían las raíces a su lado.

Una pausa, se me seca la garganta de tanto hablar de mi pasado, un sorbo a la taza de té.

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Sentí una gran impresión cuando recordó a Claude Debussy, me contó que la retrataba con una sensibilidad oriental, de modo diferente a Maurice Ravel, que parecía desdibujarla en personal trazo melódico.

– Estoy cansada, dejémoslo por hoy.

Siempre me gustó escuchar a mis mayores, la anciana Clave de Sol me enseñó que no hay plaga, pandemia, catástrofe, imperante soledad, que no pueda ser vencida a través de nuestro profundo impulso de superación. Y aprendí de sus aventuras, no podía ser de otro modo, que la música como alimento del alma es la savia que alimenta el ánimo en la tristeza, nos dibuja y desdibuja de diferentes modos, acompañándonos siempre y convirtiéndonos en mejores personas.

-Buenas noches, otro día te cuento un poco más.

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Silvia Olivero Anarte

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